Alegrìa en Cuba
Por David Lerma Gonzàlez
Lorca, que conocìa la fama de la isla, siente que Cuba es un lugar lleno de encantos. De niño ya conocìa las habaneras de su tìa Isabel y las visiones paradisiàcas de las viejas cajas de puros que fumaba su padre, pero en ningùn caso estaba preparado para lo que iba a vivir. El poeta Josè Chacòn y Calvo se habìa encargado de avivar sus deseos con entusiasmo. Seguramente fue el responsable de que se le extendiera una invitaciòn para visitar Cuba, donde, tal y como veremos, Lorca se recuperarà de su depresiòn. ''Si yo me pierdo que me busquen en Andalucìa o en Cuba'', dirà años màs la gloria del Romancero Gitano. De todos lo poemas el màs cantado en las tabernas y figones es La casada infiel, cuyo fresco erotismo ofende a los burgueses catòlicos. No en vano, el poeta serà objeto de discusiòn o halago entre los defensores del arte moderno y los vindicadores de las tradiciones criollals. Durante los tres meses siguientes su vida cotidiana se convertirà casi en polèmica nacional. Como cualquier otro invitado de la instituciòn Hispano-Cubana, Lorca se aloja en el hotel La Uniòn, e pleno laberìntico de la ciudad, enfrente de la iglesia Franciscana, cuy ambiente, como advierte inmediatamente, le recuerda a su querida Andalucìa. A su llegada, en el muelle, lo habìan recibido Chacòn y Calvo, el escritor Juan Marinello y el periodista Rafael Suàrez Solìs, responsable de las noticias española en el Diario de la Marina, quienes lo guìan los primeros dìas por los rincones de la ciudad, donde Lorca vivirà, como nunca antes, toda la plenitud de su sexualidad.
Nada màs instalarse en el hotel, contacta con Antonio Quevedo y Marìa Muñoz, matrimonio de españoles que llevaban varios años viviendo en La Habana. Amantes del arte y la mùsica, juntos habìan fundado el Conservatorio de Mùsica Bach. Su casa siempre abierta a las novedades, se rigìa como el polo de atraccòn del mundillo cultural y, en gran medida, era el lugar mà idòneo para acoger a los conferenciantes españoles que desembarcaban en la isla. Conocìan a Falla, por esa razòn, semanas antes de arribar Lorca, les ruega por carta, deshacièndose en elogios, que se ocupen del poeta como si fuera ''una prolongaciòn de mi persona''. Lorca, como es habitual, encandilarà a sus anfitriones con sus mùltiples atractivos y su arrolladora personalidad. Y es que Federico, recobrado de sus dolorosas pasiones, parece respirar con naturalidad la mùsica, la vitalidad y el estilo de la vida de los habaneros.
El èxito de las tres conferencias programadas por el Instituto Hispano:-Cubano que pronuncia en el teatro Principal de la Comedia de La Habana, constituyen un èxito sin igual. Tiene que prorrogar sus intervenciones con dos nuevas, aunque toda se tratan de revisiones y relecturas de algunos de las màs conociadas. Tanto los periodistas como el pùblico asistente se agolpan en interminables colas para adquirir entradas, que se agotan inmediatamente. Lorca es una celebridad, un hombre de fama al que se escucha con crèdito. Su visita ''es un acontecimiento'', les cuenta a sus padres, a los que sòlo ecribe dos cartas durante su estancia allì. Vicenta Lorca, siempre seria y diligente con su hijo, le reprocha que no les habìa escrito antes de salir de Nueva York y le pide que sea atento con el cobro de las conferencias y trabaje todo lo que pueda. Lorca, con su particular estilo, trabajarà, pero sin olvidad cumplir con las decenas de invitaciones que lo reclaman. Por primer vez en su vida, Lorca no sòlo consigue el reconocimiento literario que tanto deseaba, sino tambièn el econòmico. Vicenta, en respuesta a una carta del 24 de abril, està muy contenta con las excelentes noticias que recibe de su hijo. Espera que todo le aproveche, ya que, de momento, parece que puede vivir con lo que gana. La misiva tambièn adjuntaba otra de Salvadro Dalì, que habìa escrito a los progenitores del poeta para pedirles dinero. En ella exigìa la retribuciòn del monto que le correspondìa por elabrorar los decorados de Marina Pineda. Esto indigna a Vicenta, que no duda de la palabras del pintor, aunque a falta de respuesta por parte de Lorca, no conozcamos la verdad. Todo hace pensar que fue una jugarreta de Dalì, pues el propio poeta le reirìa la ocurrencia màs tarde, lamentando que no hubiera conseguido arrancarles unas pesetas.
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