Con un estilo fresco, directo, desenfadado, plagado de ironía y humor, Jorge Aliaga Cacho (escritor limeño) desarrolla en la novela un eje temático que, sobre la contienda básica por la existencia, expresa dos obsesiones, dos afanes que atraviesan la vida de sus personajes en el escenario social en que se desenvuelven –cuyo referente es el de las décadas de los 80 y 90 en el Perú-: la obsesión de migrar, o mejor, de huir, desde la inconformidad y precariedad social en que superviven en su lugar natal, hacia países europeos, o de origen europeo, concebidos como sociedades ricas en oportunidades y tablas de salvación para su condición de vida, pero al mismo tiempo –y esta es la otra búsqueda vital de los personajes- la de hallar la pareja cabal o ideal que llene su vacío existencial. Estas dos búsquedas están tan imbricadas que a veces la posibilidad de la emigración, en personajes como en Dorada, la amiga y amante del protagonista, pasa primero por la obsesión de atrapar o cazar a un “gringo”, “un albino preferentemente de ojos azules”, que se constituiría en la pareja adecuada pues le facilitaría esa salida hacia el extranjero y ese cambio de vida. O como en el narrador protagonista, Eleodoro, donde el viaje hacia la selva central acompañando a su amiga está movido tanto por la ansiedad de conocerse lugar tantas veces escuchado desde su infancia, Pozuzo, ese pueblo de esforzados inmigrantes descendientes de austriacos y alemanes –lugar paradisíaco en su imaginario-,como por el encuentro con la mujer ideal –sus propias exploraciones hacia la mujer durante el viaje, sensuales, eróticas, opsicológicas, no son en el fondo más que parte de esa búsqueda- tal vez en ese jardín de “hermosas mujeres”, Oxapampa, Pozuzo, que había oído hablar.
La trama se desenvuelve entonces en torno a ese continuo peregrinaje, a esa aventura del viaje constante, o de esperanza del viaje definitivo, hacia el lugar imaginado donde se plasme tanto la realización laboral y económica como la estabilidad emocional. Como en la experiencia histórica vivida por nuestro país en los 80 y 90, el anhelo tan natural de realización humana, en lo social y existencial, no es posible en el lugar y la sociedad en que se ha nacido, pues ésta es ingrata y cruel, sino en la búsqueda de ese otro lugar, ciudades o países que se conciben pródigos para esa realización social y humana.
Ahora bien, la realización de estas hondas aspiraciones, de estos acariciados proyectos, terminan siendo un espejismo, se diluyen en el desengaño, en la frustración, tanto en lo que respecta a la consecución de la pareja adecuada o de la mujer ideal (o del hombre ideal) como en lo que respecta al lugar o al país europeo imaginado y soñado. Las relaciones amorosas terminan siendo pasajeras, esporádicas, incompletas, atravesadas de infidelidades y desilusión. Así es la relación por ejemplo de Eleodoro, el personaje principal, con Dorada, la amiga amante, quien finalmente se aleja de éste. Y así son todos los amores de Eleodoro, quien, juguetón, pero esperanzado en el fondo, aborda durante el viaje: amores incumplidos, a veces además riesgosos, como con Milagros, la “muchacha de la combi” que conoce camino a Pozuzo y de la que tiene que huir; otros, puramente deseados, como las fugaces muchachas “de descendencia europea” que avista en el lugar.
Lo mismo en los personajes mujeres, Dorada logra dar caza finalmente a un “gringo”, que resulta siendo un “gringo peruano”, de Pozuzo, pero rompe con él pues no logran obtenerla visa para salir al extranjero, entonces decide emparejarse con otro que sí puede llevarla. Y Gladys, la estilista, mujer joven que conoce en una peluquería en La Merced, quien le revelará una infancia de tortura y violación, condición que reproducirá en sus posteriores relaciones de pareja a lo largo de su vida. El propio título de la novela es sintomático en ese sentido, el autor no quiere poner a su novela, en cuanto trata efectivamente de estas relaciones, convencionalmente, Secreto de amor sino precisamente Secreto de desamor.
Pero la clave del desamor también se da –en la forma de desengaño, de desilusión, de espejismo- en relación a ese lugar o país occidental de las oportunidades al que finalmente se accede, pues este lugar, o estos países, no resultan tan pródigos como se los había imaginado. Así, Dorada, tras vivir diez años en Australia escribe a su amigo al final del relato, haciendo un repaso de su vida: “Quería progresar… pero todo fue un sueño que no pude realizar. Me la he pasado todos estos años lavando platos en un restaurante de mala muerte, pero, ahora que mis ideas han cambiado, quisiera regresar al Perú para vivir en casa de mis padres. Con ellos dejé a mi hijo. En Lima trabajaría de lo que sea. Soy profesional y creo que mi nivel de vida en el Perú puede ser muy superior al que tengo en ésta. Te pido que, por favor, me ayudes económicamente, con lo que sea tu voluntad, para juntar mi pasaje y regresar cuanto antes”. Aquí se grafica el fracaso, el espejismo que fue la búsqueda de esos lares imaginados como abundantes y pródigos para la solución de la condición de vida. Y lo mismo simboliza la experiencia de Eleodoro, quien quería acceder a ese lugar paradisíaco, Pozuzo. Cuando finalmente llega, empieza a diluirse el espejismo: no solo padece de hoteles precarios con habitaciones inhabitables -ve correr una rata en el hotel donde se aloja- y restaurantes elementales para un hombre que viene de la ciudad, sino que tiene que huir, pues, tras conocer a una joven, Milagros, al llegar a Pozuzo, con la que entabla una relación, esta mujer en realidad está rodeada de amigos sospechosos y, desconfiando que ella misma sea parte de una banda de asaltantes o extorsionadores, decide, atemorizado, abandonar a la madrugada el hotel, a la muchacha, y tomar la combi de retorno a Oxapampa y luego a La Merced. ¡Qué desilusión, qué fugacidad de estadía para un lugar tantas veces soñado!
Así, a ese lenguaje transparente, desenfadado y a veces procaz, se une un fondo irónico de crítica social y no la banalidad en que cayeron ciertas tendencias literarias urbanas desde la década oscura de los 90, como la literatura light, o incluso el llamado realismo sucio, que con este mismo estilo, expresó el anarquismo, el individualismo del periodo, o peor en algunos casos, una versión de la literatura de masas pero bastardeada todavía más.
Es cierto que el punto de vista es de la pequeña burguesía, los personajes que representan la diáspora o esa obsesión por migrar son de la clase media, el afán por salir del país no sólo es, como en los sectores populares, para escapar de las condición de pobreza económica, sino que hay, como en Dorada, un repudio a lo “feo de vivir en el Perú”. De manera que la búsqueda del país occidental y blanco, es también la búsqueda de un ambiente y una convivencia o matrimonio con blancos, con “gringos”, considerada como condición superior de vida. Lo que revela nuestra arraigada idiosincrasia de herencia colonial, especialmente en las clases medias y superiores.
Ahora bien, es cierto también que hay unas páginas mejores que otras. Hay momentos un poco forzados, por ejemplo en la larga historia que Gladys cuenta de su vida. Y el final de la novela parece desencajar del conjunto. Pero el autor tiene el talento para explotar más hondamente –quizás en una próxima entrega- las virtudes que ya revela en esta que fue su primera experiencia de literatura de ficción de largo aliento.
No estamos tampoco, desde el punto de vista formal, ante un autor de discurso lineal y simple. Hay en la novela una serie de recursos narrativos como el sub relato, se da cuando el protagonista narrador rememora su vida pasada o los otros personajes la cuentan, que se constituyen en un conjunto de historias dentro del relato general. Asimismo intercala escenas surrealistas para realidades que quiere representar, así ocurre con el vendedor ambulante, desnutrido, famélico, que, sentado en el banco de un parque, se desploma y muere ante la presencia aterrada de Eleodoro y su amiga. O la vendedora de yerbas que, en una feria tradicional en Pozuzo, mientras atiende a Eleodoro, realiza un acto de levitación, “Ella se encontraba soEstenida en el aire, con su cara y sus manos untadas de tierra… Luego descendió de espaldas hasta sus bultos de donde había salido, hace poco, como un espectro”.
Pertenece la novela de Jorge Aliaga a esa literatura popular emergente última, cuya mejor expresión se dio y se sigue dando en cambio en el interior del país, en las regiones andinas, amazónicas y costeñas, en ese emergente nuevo regionalismo donde se refugió la mejor herencia literaria peruana. En la urbe, especialmente en Lima, por el contrario, se manifestó con mayor contundencia esa literatura desesperanzada, procaz e individualista, así como la diseñada por el marketing que el neocapitalismo había impuesto las últimas décadas a nivel mundial. Jorge Aliaga es un novelista urbano, limeño, pero como él hay pocos autores que no se dejaron envolver por la tendencia absoluta de la literatura urbana última. Aunque, hijos del periodo, adoptan el formato posmoderno y coquetean un poco con el efectismo de aquellas tendencias, la profunda convicción social e ideológica que abrazan o heredan, les defiende del carácter decadente, individualista, o del thriller diseñado por el canon editorial para el mercado. Con ese mismo lenguaje ágil cargado de sarcasmo y humor, los relatos de autores limeños que, como Jorge Aliaga Cacho, preservan una auténtica sensibilidad social y ética, grafican el pesar, la desilusión de estos tiempos, pero también guardan la esperanza de un tiempo mejor.