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El chófer busca su vehículo en la Estación de Autobuses de Güemes,Salta,Argentina, 8.20 am
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Por Jorge Aliaga Cacho
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Con mi amiga argentina, Adriana Soto |
De Salta a Lima, a bordo de "La Veloz del Norte", fue un viaje terrestre que dio como resultado la siguiente nota acerca del transporte público para los ciudadanos, que no toman avión, de los hombres y mujeres de a pie, que han hecho del autobús su medio de transporte habitual en nuestra América. Cuando salía rumbo a Bolivia me había dado cuenta que en el aeropuerto limeño habían 'desalojado' del patio de comidas a "Manos Morenas", para darle toda la cancha al negocio de comidas chatarra de empresas transnacionales. Esto permite que las lineas extranjeras como LAN Chile, hagan negocio con el transporte de pasajeros y que la Mac Donald's se quede con los últimos cobres de tu bolsillo que te permitiría un refrigerio. Ellos siempre ganan.
Bueno, la historia que paso a contar es lo sucedido en Argentina, a cuya frontera llegamos cuatro escritores compartiendo un automovil colectivo. El viaje hasta Aguas Blancas, ciudad del departamento de Orán fue espectacular. Paisajes placenteros para la vista en territorio boliviano hasta llegar al rio Bermejo que le da el nombre a esa localidad boliviana. Comer chicharrones en Bermejo fue algo especial. Gracias a Dios allí no encontramos McDonald's ni Pizza Hut. Nos deleitamos con una suculenta porción de chicharrones por 25 pesos bolivianos y una porción de pollo con arroz y papas fritas, por doce bolivianos. Luego vendría el cruce del riachuelo en las balsas, precio 2 pesos por pasajero y cuantas maletas lleves contigo. Dos pesos equivalen a menos de un Nuevo Sol. Hasta allí todo iba bien. Al llegar al puesto policial, Soledad Benages y Julio Albarracín, pasaron los controles policiales de inmigración sin contratiempo alguno, Soledad ostenta la nacionalidad española y Julio, regresaaba a su pago en la Argentina. Luego me tocaría pasar inmigración a mí:
- ¿Cuál es la razón de su visita a la Argentina- me preguntaron, Y continuaron: ¿Cuánto dinero trae?, ¿Cuántos días piensa quedarse?, ¿Tiene pasaje de regreso?, ¿Tiene algún documento que lo identifique como escritor?...
Le entregué una copia de mi libro de poemas. 'Espere un momento', me dijo, pues iba a consultar con su supervisor. Llevaba el librito sostenido entre sus dedos. Demoraba. Tres, cuatro, cinco minutos, mientras otro agente me revisaba la maleta que llevaba cargada de libros. Regresó el primer agente, casi corriendo, más cordial...
- Disculpe, me dijo, 'ya pronto lo atiendo'. Pero siguió con la atención de otros pasajeros. Tres, cuatro, cinco minutos, y nada. Lo interrumpí: 'estoy esperando', le dije. 'Ya', me dijo, y se fue casí corriendo a la oficina de su supervisor que quedaba afuera del edificio. Regresó sonriendo: 'ya está', me dijo, y me estampó en el pasaporte un sello de permiso de estadía por 90 días, cuando lo único que yo quería era cruzar la frontera para retornar al Perú. La escritora valenciana Soledad Benanges me esperaba en la puerta y Julio Albarracín ya estaba apurándonos, desde el paradero de autobuses que nos llevaría a Jujuy: '¡Jorge! Jorge!' gritaba: 'el ómnibus para Jujuy ya estaba por partir'. Sin embargo, tome tiempo para hablar con una simpatica agente de la policía argentina que nos dio algunas explicaciones y quedó contenta cuando le obsequié mi poemario. Anteriormente había cruzado por mi mente decirle al agente masculino que veníamos de un evento en el cual había participado el mismísimo Vice Presidente de Bolivia, Álvaro García Linera, y para agilizar mi paso por inmigración, mostrarle mi pasaporte británico. Sin embargo, opté por dejar pasar todo y ver el final ya relatado. Pasé días estupendos en Jujuy y Salta. Allí fui recibido por buenos amigos. Confiado en mi experiencia viajera estuve a punto de viajar también a Tucumán, la tierra de Mercedes Sosa, y seguir hasta Buenos Aires para visitar a Adriana Soto, mi buena amiga. Yo estaba seguro que ella, al responder el toque a su puerta, me iría a decir: 'por qué no avisas hinchapelotas'.
Entonces quise comprar un boleto aéreo de Salta a Lima pero me salía caro: 'Setecientos dólares me dijo el hombre'. Pensé que por esa suma podría viajar a Barcelona o Madrid, entonces preferí el viaje terrestre de Salta a Lima. Me agradaba la idea. Crusaría por el desierto de Atacama y reconocería las ciudades norteñas del país mapocho. La estación de autobuses de Salta está cercana al centro de la ciudad. Habíamos asistido a una peña salteña en la noche anterior y probado la comida en los restaurantes de la plaza principal, también lo hicimos en los kioskos del mercado local. Habíamos subido al teleférico. Habíamos comido buenos helados en Tarija, Jujuy y Salta,. Ya en la estación averigué por el precio del pasaje a Lima. 2,800 pesos me dijeron. 'Pero si ayer me lo ofrecieron a 2,400 pesos', protesté. '¡Ah! sí, sí, déjeme ver, sí, sí hay uno en 2,400 pesos'. 'Bien', le dije. Le pedí que me asegurará que sería un asiento cama. 'Sí', me dijo, era asiento cama pero que debería pagar 400 pesos adicionales. Acordamos entonces.
Me pedían regresar al terminal a las 5.45 de la mañana. Allí me recogería un ómnibus que me llevaría a la Estación de Autobuses de Güemes. Soledad, temprano, me ayudó a organizarme para llegar a tiempo a la estación de dicha localidad.
Primer desentendimiento: el bus hacía Güemes saldría a las 5.45 de lamañana y el autobús de Güemes hacía Lima saldría a las 6.15 am. Esto yo no lo entendía porque el tramo de Salta a Güemes demoraría aproximadamente una hora. Me dijeron que no me preocupara, que el omnibus de las 6.15 me esperaría. Al final fui yo quien esperaría al autoobús por más de dos horas. La unidad era de la empresa "La Veloz del Norte" que hizo su aparición a las 8.15 de la mañana.
Esperábamos en la calle, bueno, más precisamente, en la calle está ubicada la estación de Güemes, en la calle también se encontraban los kioskos de las agencias; las cuales no sabían nada de nada y menos la hora de llegada de sus vehículos. No había tampoco café para la venta. La gente esperaba, con frió, la llegada de los vehículos. Llegaban autobuses que iban con destino a todas partes pero menos a Lima. Fui entonces al quiosco de 'La veloz'. La empresa me dijo que el autobús estaba en camino y que ya se encontraban en la estación los tres choferes que se harían cargo de la conducción del vehículo. Efectivamente, divisé a tres argentinos que cargaban las botellas de gaseosas que, yo pensaba, serían para el refrigerio de los pasajeros con destino a Lima. Los chóferes se la pasaron conversando amenamente durante las dos horas de mi espera: reían, fumaban, se abrazaban y se saludaban con besitos y se despedían de la misma manera. Me pareció 'raro'. Ya abrían algunos quioscos. Pedí un café, pagué 20 pesos, puse el café en la barra y cuando me disponía a levantar el vaso caliente, el autobús para Lima hizo su aparición en una esquina. Entonces, dejé el café sin probarlo pero en la corrida que hice hacía el vehículo, sin darme cuenta, dejé caer mi lapicero.
Como acto de magia un hombre, de sombrero y vestimenta típica argentina, se aparecería ante mi, me alcanzaba el boli mirándome a los ojos. No supe como agradecerle, sobre todo, porque hace unos minutos lo habia visto sentado, junto a dos mujeres que yo suponía eran su esposa e hija. Ellas bebían mate. Las mujeres también vestían sombreros blancos, planos. Ellas tenían una bella estampa. En realidad parecían haber venido de otro mundo. La comunicación había sido solamente entre los tres y el lenguage que usaban ellos yo no lo entendía. La joven era blanca, alta, vestía un vestido largo y me miraba por el rabillo del ojo. Yo no sabía qué hacer, qué decirle. La figura de su supuesto padre me asustaba. Y el mismo venía ahora corriendo para entregarme el lapicero que hice caer al suelo. No se me ocurrió nada y en mi mente quedó flotando la imagen de esa mujer, belleza típica argentina.
Subí al autobús pensando en ella, posiblemente tucumana o de Santiago del Estero, no lo sé. Pensaba en mis veinte pesos y en el café que quedó caliente en la barra. Ahora nos sentábamos en los asientos del motorizado. Los choferes también se instalaban en su cabina. En eso se escuchó por el parlante de su cabina la presentación oficial de los choferes: Victor, Jesús y José. Me acordé del estribillo: 'la pinta es lo de menos, vos sos un gordo bueno; alegre y divertido sos un gordito simpaticón'. Y en efecto, estos tres mosqueteros del volante eran simpaticones, así como lo repetían en una época, en su estribillo, "Los tíos queridos".
Los chóferes dijeron que dentro de diez minutos la empresa nos invitaría un desayuno en Güemes. Yo que había abandonado mi café, en medio de un carnaval de confusión, me alegré y ya empezaba a imaginarme esos huevos fritos y sus tostaditas. Y con suerte, tal vez, me decía a mi mismo: una sopita argentina o boliviana. Gran sorpresa sería la mía cuando llegamos al lugar y todo lo encontramos cerrado. Entonces esperamos. Los reyes del volante nos decían que aprovecháramos en comprar víveres para el camino porque el refrigerio que ibamos a tomar sería el único alimento que tendríamos mientras permanezcamos en territorio Argentino. Luego nos dijeron que por cuestiones de divisas y al no permtirse parar en territorio chileno, no tendríamos nada que comer hasta llegar a la frontera con el Perú. También esclarecieron que tendríamos el segundo refrigerio pagado por la empresa, cuando lleguemos a territorio peruano. Y también, nos dijeron, que tendríamos una última comida en Camaná. Esa comida, nos hicieron saber, la debían pagar los pasajeros. Nos recomendaron que: como la empresa había invitado dos veces, los pasajeros deberíamos pagarle el refrigerio a los chóferes, jajajajajajaja, exploté en risa, eso fue lo que dijeron, supongo en broma desde luego, jajajajajajajaja.
Abrieron el café de Güemes. Yo esperaba a que llegásen mis huevos fritos, pero no llegaron. El desayuno que servían por cortesía de la empresa consistía de un café y una galletita de vainilla, jajajajajajaja. Eso último sí que no era broma. También nos recomendaron que al terminar nuestro desayuno debiéramos visitar la bodega contigua al café y que allí deberíamos agenciarnos comida para el camino. Así lo hice. NPero nadie más lo hizo. Compré entonces dos sánguches de queso y jamón, ocho caramelos, dos botellas de Fanta y dos bolsitas de papitas fritas. Grave error, pues no era suficiente lo comprado para tan larga jornada de viaje. Cruzaríamos el desierto de Atacama. Cuando legamos al Paso de Jama, para entrar a Chile, hubo revisión de documentos. Los conductores dijeron que no deberíamos ensuciar el vehículo. Nos resondraron y nos dijeron que no sabían que cosas hacían los peruanos para ensuciar tanto, jajajajajaja. Yo exploté nuevamente en risa. Pues muy serios lo decían. También dijeron que el autobús debería permanecer limpio porque subiría a la unidad motrorizada una autoridad de salubridad y que si no manteníamos limpia la unidad podríamos tener contratiempos en el viaje. Nos informaron que si queríamos llegar más rápido al Perú, deberíamos, lo repitieron nuevamente: conservar limpio el autobús. A mí me convencieron tan bien que empecé a llenar mis desperdicios en una bolsita plástica, jajajajajajaja.
Por último nos dijeron que para agilizar el paso en migraciones sería conveniente que dos o tres pasajeros ayuden a cargar las maletas. Puntualizaron que migraciones tenía su gente para ello pero que con ayuda nuestra sería más rápido. Allí sí que yo me incomodé porque no tenía ganas de cargar nada y menos bultos ajenos, jajajajaja. Pasamos el Paso de Jama que nos había recibido con vientos fríos, huracanados. Nos habían hecho esperar en la puerta con todo nuestro equipaje. A algunos les pidieron que remuevan sus maletas de la entrada porque estaban pasando la maquina enceradora. Los agentes se hacían los 'difíciles' para empezar la atención: consultaban sus relojes, entraban y salían de sus cabinas. Yo pensaba que eso se parecía a cuando se acomodan a los caballos para las carreras de caballos. 'Ahora!', gritó alguien, y la muchedumbre, la masa, que algunos la llaman pueblo, avanzó hacía la autoridad con un sentimiento vallejiano. Paso de Jama no ofrece nada, no hay tiendas, nadie vende un refrigerio, ni un café siquiera, nada de nada. Luego todos abordan el autobús de "La veloz" que llevaba solamente, para todo el camino: café caliente, hirviendo. Cruzamos el desierto, dormimos, luego vendría la policía de inmigración en Santa Rosa, Perú. Allí detendrían a un pasajero que era buscado por la policía. No lo dejaron viajar más con el grupo. Pero si viajarían la esposa y la hijita de dos años de edad. Él era un requisitoriado. También viajaba un joven, con quien yo había conversado en Güemes, un muchacho andahuaylino que había llegado a la Argentina a la edad de ocho años. Ahora tenía 23 e iba por primera vez de regreso al Perú. Pensé que lo suyo era una gran aventura. Me dijo que tenía documentos argentinos, que trabajaba en construcción civíl, hablaba como argentino, 'Che', me decía, y que estaba casado y que tenía un chango, 'Che', volvio a chechear. Con sentimiento kafkiano me preocupé por su próximo arribo a Lima. No conocía la ciudad de la chicha morada y, peor, no sabría como llegar a Andahuaylas, lugar muy alejado de la capital peruana. Lo vi como a un hijo y le desee lo mejor. Me alegré cuando lo vi en conversación amena con una joven peruana de similar edad, reían. Ella tenía una bebita, reían más. Él iba feliz pensando seguramente, como Vallejo, en el regazo de su madre. Lo q. ue les estoy contando son las peripecias que pasan los hombres y mujeres de a pie cuando hacen viajes por tierra para cruzar las fronteras de países hermanos. Sin embargo existen otra clase de viajeros: los pasajeros VIP, los que tienen lugares especiales de reposo en los aeropuertos. Estos espacios los apartan de la 'chusma', de los comelotodo, de los vendelotodo, de los que lloran borrachos cantando el himno nacional de sus países, como diría Roque Dalton y los llamaría: 'mis hermanos'.
Cuando le conté a mi amigo salteño, Oscar Rallin, acerca de estos sucesos, él intentó disculparse por el maltrato que yo había recibido de manos de "La Veloz del Norte". Ahora yo sabía que cuando volviera a la Argentina iría a Tartagal y viajaría nuevamente a bordo de un ómnibus de 'La Veloz', pues, muy pocas empresas de transportes me pondrían brindar oportunidades, como esta para escribir historias como la que he acabado de contar. "Arena, arenita, arena tapa mi huella......".