Oscar Castillo Banda gran vate cajamarquino, dueño de fina muestra literaria, nos deja en su libro,"ALAS PARA EL TIEMPO", un bello poema en homenaje al gran maestro Raúl Gálvez Cuéllar. Jananti Newsworld se complace en difundir la obra de estos dos eximios personajes de la literatura peruana. Comparto con ustedes el poema titulado "Al hombre de los aforismos" que espero sea de vuestro agrado.
AL HOMBRE DE LOS AFORISMOS
A Raúl Gálvez Cuéllar, por desnudar el universo con su palabra comprometida.
Por Oscar Castillo Banda
Hombre de rolliza estatura y gravitante saber,
de semblanza austera y franca,
afianzada sobre una montañosa barba,
que esconde el mundo con sus labios lisonjeros,
que cuando hablan, fluyen voces de emotiva rebeldía
confesando ideales exactos en la rebelión
de sus pensamientos.
Sus ojos, dos luceros luminosos
sujetados en esas órbitas lunares
que son tus anteojos limpios
que reflejan el prado de dos anchos patios...
del mundo.
Su larga melena, un ritual clásico de estoico vate
y su espíritu una travesía sin límites.
Sobre su cabeza reposa un sombrero
como aureola que da sombra a su ideario voraz,
ese es Raúl Gálvez Cuéllar,
el caminante del aforismo,
que juega como un niño grande en su Gato Egipcio,
y celebra sus pintorescas andanzas de educador
en su Yerbabuena,
un lazarillo del verso y la sentencia,
en cuya espuma fresca reposa sus pies descalzos,
en cuyas manos se esculpió la arcilla de su niñez,
en cuyos brazos levantó la bandera y el libro
en cuyas páginas hoy se sujetan sus años,
en cuya libertad se acuñará su palabra
y en cuya realidad jugará el sosiego de Dios
en el estoico laberinto de su pluma.
de semblanza austera y franca,
afianzada sobre una montañosa barba,
que esconde el mundo con sus labios lisonjeros,
que cuando hablan, fluyen voces de emotiva rebeldía
confesando ideales exactos en la rebelión
de sus pensamientos.
Sus ojos, dos luceros luminosos
sujetados en esas órbitas lunares
que son tus anteojos limpios
que reflejan el prado de dos anchos patios...
del mundo.
Su larga melena, un ritual clásico de estoico vate
y su espíritu una travesía sin límites.
Sobre su cabeza reposa un sombrero
como aureola que da sombra a su ideario voraz,
ese es Raúl Gálvez Cuéllar,
el caminante del aforismo,
que juega como un niño grande en su Gato Egipcio,
y celebra sus pintorescas andanzas de educador
en su Yerbabuena,
un lazarillo del verso y la sentencia,
en cuya espuma fresca reposa sus pies descalzos,
en cuyas manos se esculpió la arcilla de su niñez,
en cuyos brazos levantó la bandera y el libro
en cuyas páginas hoy se sujetan sus años,
en cuya libertad se acuñará su palabra
y en cuya realidad jugará el sosiego de Dios
en el estoico laberinto de su pluma.