Por Jorge Rendón Vásquez
¡Qué tal bomba!
Allá en mi pueblo, era de uso corriente la expresión “tirarse una bomba” que aludía a emborracharse hasta caerse.
Entre los significados de “bomba” reconocidos por la Real Academia de la Lengua, figuran los siguientes: “cualquier pieza hueca, llena de materia explosiva y provista del artificio necesario para que estalle en el momento conveniente”; “máquina para elevar el agua u otro líquido y darle impulso en dirección determinada”; y “noticia inesperada que se suelta de improviso y causa estupor”.
Cuando el Presidente de la República anunció la disolución del Congreso de la República el lunes 30 de setiembre, la palabra bomba entró en la escena, como una locutora de televisión que cambia de indumentaria en segundos: el Presidente fulminó con una bomba a los congresistas, quienes, despertando de la bomba que se habían tirado, fueron bombeados hacia la calle, donde los medios, que esperaban otra cosa, tuvieron que dar a conocer al público esta noticia bomba.
Lo que dice la Ciencia Política
Desde que Nicolás Maquiavelo escribiera El Príncipe, en 1513, la política pasó a ser definida como la ciencia y el arte del poder.
En esta obra Maquiavelo dijo: “El otro modo de adquirir la soberanía sin emplear el fraude ni la violencia consiste en llegar al principado de un país mediante el favor y la asistencia de sus conciudadanos, por lo cual a esta especie de principados puede darse el título de civiles. La adquisición no siempre supone en la persona agraciada singular mérito ni virtud extraordinaria, sino mucha maña y el aprovechamiento de una ocasión favorable.” (cap. IX).
Y, bien, Vizcarra, sin ofrecer “singular mérito ni virtud extraordinaria”, ha revelado tener “mucha maña y aprovechar una ocasión favorable”, con lo cual ha alcanzado un lugar elevado en la jerarquía de los presidentes del Perú.
La verdad es que desde su propuesta del 28 de julio para recortar el mandato de los congresistas y el suyo, reformando la Constitución, se le estaba yendo el tiempo en una inacción que hacía suponer que el bloque fujiaprista y los otros “comechados” del Congreso que se le plegaron lo habían atemorizado con la amenaza de la vacancia.
A última hora, Vizcarra se les anticipó con un motivo que le surgió de improviso, promulgó el decreto de disolución y de convocatoria a elecciones y continuó gobernando. Y, como parecía estar previsto, recibió el apoyo de la parte más sensible de la ciudadanía volcada a las calles, de los comandos de las fuerzas armadas y policiales, de los gobernadores y alcaldes, y de la difusa masa de la opinión pública que le confirió más del 80% de su aprobación.
To be or not to be, that is the question había exclamado Hamlet (Ser o no ser, esa es la cuestión), frase que en la terminología política se traduce como tener el poder o no tenerlo, esa es la cuestión.
El sainete, protagonizado por el grupo fujiaprista y sus aliados al anochecer del lunes 30, de suspender al Presidente de la República, sin el previo proceso que ordena el Reglamento del Congreso, y de coronar a la Vicepresidenta, más conocida como miss Bagua, fue como un manotazo de ahogado, hechos que, sin embargo, ciertos “constitucionalistas”, que esperaban tras las bambalinas, trataron de santificar, tal vez con la esperanza de “ganarse alguito”. Abominando esta farsa, un grupo de representantes abandonó el hemiciclo.
El espectáculo de la política
La disolución del Congreso pone fin a un espectáculo de la política nacional, cuyo escenario, libreto y recursos habían sido suministrados por la oligarquía empresarial, como lo habían hecho sus ancestros desde el Virreinato, y al que los gregarios Juan Pueblo fueron conducidos como insumo electoral.
Lo que resultó de este escenario fue una descomunal corrupción de los presidentes de la República y su entorno, que contó con la entusiasta cooperación de innumerables congresistas, jueces, fiscales, ciertos grupos políticos y medios periodísticos.
Los mecanismos de la estructura y las superestructuras
En otros términos, el poder empresarial, en su naturaleza de tesis en la estructura económica, ha venido determinando a la superestructura política. Esta, integrada por los políticos y el Estado y acatando las decisiones del poder empresarial, ha emitido las normas conformantes de la superestructura jurídica, a favor de este; y, además, aplicando “su” Constitución, ha utilizado los recursos estatales para contratar con las empresas privadas hasta las obras, adquisiciones y servicios más ínfimos del Estado, en un mefítico ambiente saturado de cohecho.
La antítesis en esta estructura, constituida por los trabajadores, no es aún una fuerza capaz oponerse al poder empresarial; no, mientras la mayor parte de ellos carezca de conciencia de clase, esté dividida ideológicamente y no cuente con sólidas organizaciones sindicales y políticas. Son, por ahora, sólo una parte del insumo electoral, con una influencia menor en el devenir político del país.
La moral como un personaje influyente
A pesar de la posición determinante de la estructura económica y, dentro de esta, del poder empresarial, una parte de las superestructuras política, jurídica e ideológica se mueve con cierta independencia de aquella y, en la medida en que su número aumenta y su ideología es más clara y contestataria, se cierne sobre la estructura, y puede influenciarla y modificarla. Una motivación de las personas conformantes de los grupos superestructurales que animan esta contradicción es su apego a la moral como norma superior ideológica, rectora de las relaciones sociales.
En el presente caso, la moral intervino del modo siguiente:
Los congresistas fujiapristas y sus adláteres se habían hecho totalmente disfuncionales. Su envanecimiento, fundado en la creencia de que su mayoría les confería una superioridad de la que personal y culturalmente carecen, los llevó a sentirse dueños del poder de hacer y no hacer lo que querían, y a ningunear al Presidente de la República al que pretendieron hacer caminar por la cuerda floja, un comportamiento situado en el polo opuesto de la sindéresis a la que como representantes de los electores estaban obligados a ceñirse.
Mucha gente comenzó a percibir sus desplantes, y luego se convenció de su inutilidad como representantes y del peligro para la idoneidad jurídica en el que se habían convertido. Algunos medios de la prensa independiente impulsaron esta corriente con decisión. No se explica de otro modo el elevado porcentaje de apoyo al cambio constitucional en el referéndum de diciembre de 2018 y en las encuestas que los descalificaban absolutamente.
Vale decir que, si bien esos congresistas estaban aún titularizados en sus cargos por la letra de la ley hasta el vencimiento de su período, habían perdido legitimidad real y moral, y no se justificaba ya su permanencia en el Congreso. El presidente Vizcarra sopesó bien el estado de animo de la ciudadanía y, cuando incurrieron en una falla legal, dictó el decreto de disolución, atendiendo a lo que la abrumadora mayoría de la ciudadanía deseaba. Esta mayoría indignada había encontrado en Vizcarra un dirigente con poder que podía librar al país de un grupo de aventureros instalados en el Congreso.
Si Vizcarra quiere trascender como un estadista probo luego de la obra de higiene política que ha llevado a cabo, debería continuar gobernando con ecuanimidad y equidad, y olvidarse, por lo tanto, de los decretos para reducir los derechos de los trabajadores con el pretexto de promover la competitividad, cuyo texto —se supone— le alcanzó el estado mayor ideológico del poder empresarial como el precio de su apoyo.
De nuevo, y acomodarse
Volteada esta página de nuestra historia, la lectura prosigue con la siguiente en la cual están inscritas las elecciones del 26 de enero del próximo año para la conformación del Congreso de la República.
Como ha venido haciéndolo desde siempre, el poder empresarial querrá levantar el tinglado del espectáculo, colocar a sus actores y financiarlos. Tal vez rescate algunos grupos quemados de la composición congresal que acaba de fenecer y, con toda seguridad, se valdrá de otros nuevos.
Frente a ellos, cabe preguntarse si los grupos de oposición a la corrupción y los ciudadanos que aspiran a jugarse por los derechos sociales de las mayorías sociales y por el progreso del país, y la defensa de la naturaleza y del medio ambiente, sabrán asumir el reto y tratar de cubrir el espacio de representación popular en el Congreso de la República.
Cuando en Santiago del Estero, Argentina, las paisanas y paisanos descansan después de bailar una chacarera, el anunciador grita antes de la siguiente pieza: “De nuevo, y acomodarse”. Luego, se forman las parejas que salen al ruedo a esperar el comienzo de la música.
Tomando en préstamo esta expresión, se podría decir que el Jurado Nacional de Elecciones ya ha dispuesto: De nuevo, y acomodarse.
(4/10/2019)