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Raúl Gálvez Cuéllar en el homenaje a Jorge Aliaga Merino (2013) |
Por Raúl Gálvez Cuéllar
Publicado en el blog de Julio Solórzano Murga
Era el 21 de mayo del 74 y paseaba por las calles de Lausana, en la víspera del Congreso Centenario de la Unión Postal Universal, al que concurría como Delegado de mi País. Un buenhombre de sesentaitantos años me pregunta con esfuerzo:
-Monsieur: où est la Cathédrale, s´il vous plait ?
-Vea, la catedral está justo a la espalda de esta calle. No puede perderse.
-¡Ud habla Español!! ¡Qué sorpresa! -Llevo aquí tres meses y recién encuentro alguien que habla Español. Muchas gracias señor... ¿pero cómo supo que yo lo hablaba?
-Desde su primera palabra en Francés...
Nos hicimos amigos y prometí visitarlo a fin de semana.
Las banderas de todos los países del mundo, en hermosas flores naturales, lucían al frente del Palais de Beaulieu. El Congreso empezó...y continuó. Mas cumpliendo mi palabra, fui a ver a mi ocasional amigo, en su pequeño apartamento en la Capital del Cantón de Vaud. Era Luciano Durán Böger, escritor boliviano, deportado por Pinochet desde Santiago de Chile. Su compañera era una simpática chilena mucho menor que él, y ambos fueron muy amables conmigo.
Entre algunos brindis de vino chileno, me contó que estuvo desnudo para que lo fusilen en el estadio de Santiago; y que a la voz de "apunten", los soldados enderezaron los fusiles hacia su corazón. Su inseparable amiga llegó corriendo con el pasaporte de Bolivia, y la ejecución se canceló. Le arrojaron una camisa y un pantalón cualesquiera, y lo llevaron al aeropuerto con destino a Suiza.
La tertulia fue interesante, y cuando llegó mi turno de hablar, les conté un episodio que había vivido no hacía mucho tiempo:
-"El 02 de febrero del año pasado, cuando faltaba pocas semanas para culminar mi Curso de Formación Pedagógica en L´Institut National des Cadres Administratifs, en París, decidí visitar la tumba de Charles Baudelaire, mi poeta favorito desde mis años de estudiante universitario. A las nueve y veinte de esa gélida mañana, ingresaba al cementerio de Montparnasse, por la puerta de la Rue Froidevaux en la esquina con la Avenue du Maine".
-"Como un fantasma en la soledad del panteón, llegué hasta el mausoleo del autor de L´albatros, donde también yacían los restos de su madre Caroline y de su padrastro el General Aupick: ´Priez pour eux´, terminaba el epitafio"
-"Después de algunas oraciones, advertí que el tiempo se comprimía sin perder su carácter abarcante, pues todo mi pasado apareció en un momento. Enterado que venía algo sobrenatural, exclamé en voz alta, como para asegurar la respuesta:
"Hermano Charles Baudelaire: sé que me estás
oyendo desde la otra ribera. ¡Dime que hay más
allá de esta farsa!"
-"Una corriente medular estremeció mi organismo. Dos brazos invisibles me avientan contra el sepulcro que se abre, y desciendo en un vértigo de ondas desgarradoras, hasta lo que parecía el nudo de la existencia. Crucé la barrera que separa la vida y la muerte ¡no podía ser otra cosa!... y desde el otro lado, nada de lo anterior recordaba, sino una vaga sensación de haber sido, pero sin saber qué. De súbito, y más vivo que nunca, yo manaba como un surtidor de todo lo tangible sin excepción, y entonces ya no tuve duda que ese era el secreto"
-"Desnaturalizada mi entidad individual, mi conciencia ubicua me informaba que yo era, porque sentía mis funciones vitales: mas no sabía quién era, ni qué forma tenía, al discurrir a velocidad moderada desde todo lo que existía sobre la tierra. Era maravilloso fluir en ritmo armónico y omnipresente, antes, durante, y después de todas las posibilidades, y donde el tiempo se reducía a un mero concepto biomecánico"
-"Dos hombres sonrientes aparecen corriendo sobre un campo de claveles rojos que el viento mecía, y yo siento que mis labios se curvan en la sonrisa. Era Baudelaire saltando conmigo, ¡jamás hubiese podido imaginar que el rostro humano fuera capaz de reflejar tanta felicidad!... por lo que esta sola experiencia ha sabido borrar todas mis amarguras."
-"De pronto y muy a mi pesar vuelvo en mí, tendido en el frío sarcófago, donde se veía sembrado un clavel solitario igual a los del paseo. La planta se arquea y se inclina reverentemente hasta que su flor toca tierra, y vuelve a su posición normal: estaba claro que Baudelaire se despedía"
-"Repuesto de la impresión, y como lo había previsto fui a la tumba de César Vallejo en el mismo cementerio..."
-Ah, el gran César Vallejo -exclamó el boliviano.
-Sí, el gran César Vallejo -repetí - Tenía que verlo, sus restos estaban atrás, en IP 1970.
-"Entonces Vallejo sale de su tumba y nos abrazamos muy afectuosamente como si todo el tiempo nos hubiésemos conocido. Hablamos de poesía y prometimos volver a vernos"
(Aquí es pertinente anotar que este pacto bilateral se menciona en mi poema "Doble Muerte" que lleva el Nº 251, página 283 del Primer Tomo de "Mil Poemas a César Vallejo", por Alfred Asís).
Y continué mi relato al escritor boliviano Luciano Durán Böger, quien escuchaba con máxima atención:
-"Cuando salí del camposanto tenía la convicción de haber traspasado los misteriosos umbrales. Pero sobre todo, para mí había quedado demostrada la supremacía del espíritu sobre la materia"
-¡Maravilloso!, ¡Maravilloso! -dijo Durán Böger, entre otras frases de asombro- Lo contaré en mi libro!.
En el lapso de dos meses que permanecí en Suiza asistiendo al Centenario Congreso de la Unión Postal Universal, visité a Böger, quien me obsequió con una bella dedicatoria su sexto libro "Sangre en la Esmeralda", encargándome otro ejemplar para Juan Mejía Baca. Retornando a Lima fui al Jirón Azángaro a entregar ese libro al librero Mejía Baca, quien me recibió con su característica cordialidad y con su clásica pregunta "¿Cuándo me trae sus originales, mi querido poeta?".