Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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27 de julio de 2019

Gabriela y el valor de la amistad

Edmanuel Ferreira Mondaca
Por Edmanuel Ferreira Mondaca
Presidente de la Asociación de Escritores de Chile
Filial Gabriela Mistral, Coquimbo.

Escribir de Gabriela Mistral es un gran desafío, pues ella representa, los más grande que existe hasta hoy en el mundo de las letras latinoamericanas y por qué no decir, del mundo. Sin embargo, ello se facilita al existir tanta literatura sobre esta elquina que sorprendió al mundo con su sensibilidad lírica y con su prosa profunda en temas que eran casi tabú para su época.
Soy un convencido que los genios son aquellos seres capaces de sobreponerse a las adversidades sin siquiera darse cuenta lo que el destino les depara, pero con el convencimiento que hacen lo correcto. Son aquellos que no claudican ante el avasallador sistema político, social, económico y cultural de su época. Ejemplos como ella existen muchos: Gandhi, Tagore, Edison, Galileo.
Lucila Godoy Alcayga, tuvo en su vida muchos inconvenientes, pero supo sobreponerse a esa adversidad y lo hizo con dignidad.
Conocedora dela idisosincrasia de su pueblo, le escribió con fina pluma al dolor del campesinado, a la noble tarea educadora de los profesores, a la pobreza de los niños de Chile, a la incultura existente a causa del poder económico de unos pocos, a la falta de bibliotecas públicas, a la poca o casi nula participación de la mujer en las decisiones del país y tantas causas que hasta el día de hoy están, muchas de ellas, vigentes. Fue una mujer que se adelantó a la época en que vivió.
Uno de los grandes rasgos de Gabriela Mistral, fue la valorización que tenía de la verdadera amistad y el de la gratitud. Nunca dejó de demostrarle a sus amigas y amigos el amor que sentía por ellos. También supo dar gracias una y otra vez a aquellos que fueron los buenos para su vida y la de su familia.
Gabriela sabía que era huraña, seria, de vestir sobrio, un poco hosca con las gentes, de palabras duras en ciertas ocasiones, no muy amistosas y casi de un carácter solitario. Sin embargo, hay páginas y páginas donde demuestra su inmensa bondad con quienes la necesitan. Ella sabe ser amiga de sus amigas.
Entre sus grandes amigas podemos contar la las siguientes mujeres, que marcaron hermosas etapas de su vida: Matilde Ladrón de Guevara, Isolina Barraza Urbina, Isolina Madariaga, Carmen Echenique, Doris Dana, Palma Guillén, Lauro Rodig, Victoria Ocampo, Fidela Valdés Pereira y su propia hermana Emelina.
Sus amigas de infancia, de juventud y adultez fueron muchas, pero he querido destacas aquellas que fueron un gran apoyo para su carrera literaria y diplomática.
En la vida de estas mujeres encontraremos que sentían por Gabriela un amor muy especial y casi la veneraban, pues era tanto el cariño que le demostraban, que llegaban a sacrificar parte de sus propios proyectos con tal de hacer feliz a su querida poeta.
Gabriela supo reconocer el cariño que recibió de ellas.
Este escrito trata solo del valor de la amistad, que Gabriela sabe cultivar en su máxima expresión.
Nunca dejó de hacerles saber a quienes eran sus amigas que ella las quería y estimaba por lo que eran y no por su clase social, su nivel cultural, su situación económica o su cercanía con el poder político.
Entre sus Recados, escritos el año 1927, dejó estampado lo que significaba para ella la amistad y decía: "En las tierras extrañas, a la tarde delante del paisaje extraño, o a la hora de almorzar y comer las comidas extrañas que comen las razas extrañas. estas veces y otras, despierta o dormida, estoy acordándome de los amigos.
¡Guay! que la América es el país de amigos, y parece que no solo la nuestra sino hasta la otra, cosa que me ha hecho pensar algunas veces son cierto azor en si será la tierra, ella una, la que resuella como una virtud suya, esta virtud de la amistad, ya que la suele tener el yanqui como nosotros mismos".
Fue ella una de esas personas que supo valorar la entrega desinteresada de los suyos y especialmente de aquellos que le entregaron su amor incondicional.
Por ejemplo, Matilde Ladrón de Guevara le escribe para anunciarle que se ha ganado el Premio Nacional de Literatura (1951) y el encabezamiento de su misiva dice: "Mi Gabriela Rebelde". Esta gran escritora conocía del carácter fuerte e indomable de la Mistral. Sabía como ella defendía sus puntos de vista incluso ante el dictador. Nada la detenía para hablar lo que ella pensaba. Matilde escribe "Gabriela Mistral Rebelde Magnífica", donde expone todo el cariño que le tiene a su amiga y la valora por su valentía para enfrentar a sus adversarios.
Matilde dice"Admiré a Gabriela por su inteligencia y espíritu revolucionario; amé a Gabriela por su sabiduría; busqué más tarde a Gabriela por su alegría y por esa cosa festiva que recreaba la soledad; la defendí por su valentía y me maravilló por su temperamento indómito, franco, progresista y sensible".
Pensé desde su pensamiento: A Gabriela le encantaba que Matilde le dijera hermana, pues su amistad con ella llegó a tener un profuundo sentido familiar.
Fue tanta la cercanía con Matilede que cuando ganó el Premio Nacional de Literatura, le regaló a los niños de Montegrande la mitad de dicho premio y le encomendó a ella que se encargará de la compra y entrega de juguetes a sus queridos niños de su casi pueblo natal. Matilde aceptó encantada y junto a Radomiro Tomic, Senador de la República, también amigo de Mistral, cumplió con la tarea encomendada.
Y en sus Recados nos sigue hablando de como ella siente en su propia carne este valor tan apreciado en un ser humano. "Cuando se mira, en la ausencia, con ojo puesto a la entraña, un país europeo se ven instituciones, se ven ciudades; cuando se mira la América ausente se ven paisajes y amigos y lo mejor, se ven los amigos en el paisaje".
Qué manera de resaltar esa conducta tan propia del americano, al decir que los amigos, cuando son recordados, se ven el paisaje que lo circunda. Seguramente ella veía en ese paisaje mexicano a su estimada y querida amiga mexicana Paula Guillen, quien llegó a ser una de las más cercanas en su vida en tierras extrañas.
Palma Guillen, en su trato amistoso con Gabriela le decía "hijita" y Gabriela cariñosamente la trataba de Palmilla.
En una de las carta de Palma Guillen a Gabriela le escribe: una sola secretaria tuviste tú: la Palmilla. Ella dice esto a pesar de que en algunos escritos manifiesta que ella no fue secretaria de Gabriela.
Mientras la Mistral apunta en una de sus cartas: "tú silencio me da pena e inquietud". Vivir tan lejos la una de la otra es un prueba muy dura, cuando una envejece (...) Tú me haces falta y yo creo además que es poco el tiempo que tengo para darte".
Una maravillosa demostración de cariño, afecto y amor puro entre dos mujeres que se prodigaron sin reserva, una entrega total a su extraordinaria amistad. Una vez más, Gabriela Mistral deja de manifiesto que no es la mujer huraña que ella misma se decía ser, pues vive con sus seres queridos un amor a toda plenitud; y no solo lo dice, sino que lo siente y sufre en toda su expresión.
Siempre en sus recados, Gabriela nos cuenta: "Pude no apuntar más que eso en mi raza, que hubiera sido bastante la manera de su amistad y el modo de su naturaleza. Ya me había dado la promoción de lo humano cabal. Vivií amistades y viví amistades: he visto y fojeado grupos de amigos. He estado yo dentro del convivio perfecto o algunas veces no he estado y he visto la fiesta, como los pobres ven la casa grande.
No es bueno estar solo, pero además de se malo es feo y obsceno estar solo, comiendo la sopa y gozando el techo. La dignidad del solitario la alaben los soberbios de cierto tipo espectacular, que paran en locos como el pobre Nietzsche o que rematan en unos actores que gesticulan echando contra el muro los gestos que no quieren echar sobre sus compañeros. A menos que estén sabiéndolo, (necesitan saberlo) con sus ángeles o que al revés hagan el jaleo con sus demonios bajos".
Nuestra poeta deja bien marcado en sus Recados que no es de las que acepta vivir sola, pues lo consideraba como algo obsceno y es por ello que regalaba amistad a raudales
Se registra que en los lugares en que vivió, tanto en América cobriza como en Europa, siempre estuvo rodeada de amistades. Cuando esas amistades estaban distantes les escribía extensas misivas en que les hacía llegar su afecto y su amistad incondicional.
Entre sus amistades chilenas, se destaca en forma sobresaliente la madre de Olaya Errázuriz de Tomic, a quien en forma carilosa le decía "Avecita de mar". Doña Carmela Echenique Correa, llegó a ocupar un lugar de privilegio en el corazón de Gabriela Mistral.
Sin duda la mayor manifestación de amistad de parte de Ggabriela Mistral, se la llevó la madre de Marta Elena Samatán, quien ganó el corazón de la poeta en una forma que jamás pensó.
Marta Elena misma nos cuenta en su obra "Gabriela Mistral, campesina del Valle de Elqui" lo que la Mistral siente por su madre: La pienso y la recuerdo como a un ser muy puro y totalmente bueno.
Quería que usted fuese mi pariente, una cosa más que yo siempre tuviera a mi lado. El recuerdo más lindo y el más tierno también, me quedó de usted. Y en página que me dirigió desde La Serena, en ese año de 1925, me habla de ella, mi noble amiga, a quien quiero con cariño definitivo, me parece viejo de pura solidez, y añade: la envidió a su madre, que es de una calidad superior de alma, que eleva los que la rodean.
Dios ha hecho a ustedes un regalo muy grande con semejante mujer por madre, y yo deseo que se las guarde por cien años...
La Mistral le decía a Doña Isolina Madarriaga, madre de María Elena Samatán, "mi vallecito".
Cuando el ser humano se encuentra con grandes amigos, su vida se hace más segura y llevadera.
Con el pasar del tiempo, de seguro, la amistad se ennoblecerá y hará que los afectos sean más fuertes, los intereses comunes se defenderán con mayor fuerza y la personalidad de cada cual se robustecerá, hasta convertirla en un bastión indestructible.
La verdadera amistad nos permite compartir alegrías y tristezas, éxitos y fracasos y sentirnos en lo más profundo de nuestros corazones, que con nuestros amigos siempre contaremos, ya que nos hacen sentir parte de sus vidas.
Para Gabriela no fue un secreto saber quienes eran sus verdaderos amigos y supo darles a ellos su confianza, amor, comprensión, apoyo y respeto.
Amistad, hermosa palabra que pocos pueden pronunciar en su verdadera magnitud y que Gabriela Mistral vivió intensamente.

Extracto del libro "Conversando con Gabriela".
Chile, San Fernando, abril, 2017.

26 de julio de 2019

LOS PRIMEROS AÑOS DEL GENIO: JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI LA CHIRA

Josè Carlos Mariàtegui
José Carlos Mariátegui
Por Jorge Rendón Vásquez

Cuando ingresé a la Secundaria, en el Colegio Nacional de la Independencia, en la Arequipa de 1944, José Carlos Mariátegui era ya un mito. Unas semanas después, el hermano menor de mi madre, un estudiante de derecho fascinado por alguna musa de la poesía épica, me permitió tomar de su biblioteca el libro “Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana”. Mientras me deslizaba por sus páginas de prosa limpia y elocuente pude vislumbrar, entonces, más intuitiva que racionalmente, la sustancia de la que estábamos hechos los habitantes de la Calle Nueva donde yo vivía: obreros, artesanos, empleados, ínfimos comerciantes y policías, casi todos mestizos; mujeres que iban al Mercado de San Camilo a abastecerse; y niños y jóvenes que asistían a las escuelas públicas, al Colegio de la Independencia y, uno que otro, a la universidad.
Muchos años después quise saber cómo habían sido los primeros años de José Carlos Mariátegui a quien mis amigos y yo veíamos como un maestro joven, de mirada inteligente y afable, y presto a responder nuestras preguntas con una erudición nada presuntuosa. Nadie pudo darme esta información hasta que 1975 apareció el primer tomo de su biografía (“La creación heroica de José Carlos Mariátegui”, Lima, Editorial Arica) debida a la acuciosa y exacta pluma de Guillermo Rouillón, otro amigo que trabajaba en la Biblioteca de la Universidad de San Marcos.
José Carlos Mariátegui La Chira nació el 14 de junio de 1894 (hace ciento veinte años). Su infancia fue por demás mísera, penosa y angustiante. Y, sin embargo, su genio precoz la convirtió en un paseo maravilloso de la imaginación.
A los veintidós años, Amalia La Chira Ballejos, su madre, hija de un talabartero piurano avecindado en Sayán, fue enamorada por su padre, Francisco Javier Mariátegui y Requejo, sobrino de Foción Mariátegui y Palacio, cuya esposa era propietaria de la hacienda Andahuasi, productora de azúcar, adonde Francisco Javier había ido a trabajar como empleado de confianza. Embarazada Amalia, Francisco Javier se desentendió de su responsabilidad. Pasó el tiempo y nació una niña que murió poco después. En su lecho de agonía, el padre de Amalia le llamó la atención, y Francisco Javier tuvo que casarse con Amalia el 1 de mayo de 1882. Se equivocó, no obstante, al consignar sus datos personales. Dijo llamarse Francisco Eduardo, tener veinticuatro años cuando ya tenía treinta y tres, ser hijo de Rosa Zapata y haber nacido en Macao. Dos meses después nació un hijo que murió, y luego una hija que también murió. En 1883, Francisco Javier abandonó el hogar conyugal para irse a la provincia de Santa, según dijo, dejando embarazada a Amalia. El niño concebido murió unos meses después. Siguió una reconciliación fugaz de Francisco Javier y Amalia, de la cual nació la niña Guillermina el 29 de diciembre de 1885. Francisco Javier se ausentó de nuevo hasta 1893, cuando Amalia vivía en Huacho, ayudando a su hermano Juan La Chira en la talabartería de éste y trabajando como costurera. De esta nueva reunión, Amalia resultó embarazada. Comprendiendo su difícil situación, una joven, amiga y clienta, de apellido Chocano, la convenció para que la acompañara a Moquegua. El niño que allí nació fue José Carlos Mariátegui La Chira, en cuya partida de nacimiento su madre se hizo registrar como viuda de Mariátegui, sin indicar los datos del padre. Algunos meses después, Amalia retornó a Lima con su bebé. Y, entonces, Francisco Javier reapareció y hubo otra reconciliación y un nuevo niño, Juan Clímaco Julio, nacido el 9 de diciembre de 1895. Después de esto, Francisco Javier se iba de la casa y volvía, hasta que un día desapareció para siempre. José Carlos no lo conoció, y nunca le debió ni un pan, ni una caricia, ni una palabra.
Amalia continuó alternando su trabajo de costurera con el de trabajadora del hogar. Es de suponer que la comida de la casa debía de ser en extremo magra, y sus consecuencias fueron desastrosas para José Carlos. Cuando tuvo seis años, su debilidad lo postró y Amalia viajó a Huacho con sus tres hijos, donde podía contar con el auxilio de su hermano Juan. Allí puso a José Carlos en la escuela, en la que sólo pudo estar el primero y segundo de primaria. Cuando comenzaba el tercero, un niño apellidado Marcenaro le propinó un golpe en la rodilla, causándole una herida de la cual no pudieron curarlo y que dio lugar al traslado de Amalia y sus hijos a Lima. Gracias a la amistad de una clienta, José Carlos fue internado en la Clínica Maison de Santé en la que estuvo internado tres meses y medio. El diagnóstico fue tuberculosis ósea. Lo operaron, dejándole como secuela una cojera permanente. Devuelto a su casa, permaneció dos años sin poder moverse. Amalia vivía en ese momento en dos habitaciones de una vieja casa situada en lo que es ahora la quinta cuadra del jirón Moquegua.
José Carlos ya no retornó a la escuela. Pero no se resignó a la inercia intelectual. Leía todo lo que caía en sus manos: periódicos, revistas y algunos libros que su padre había dejado en la casa, pertenecientes a su bisabuelo. Él debía ocuparse del hogar: ir de compras al mercado de la Aurora, en el jirón Cañete, preparar la comida y asear la casa, mientras su madre salía a trabajar. La comida seguía siendo escasa, y su debilidad y delgadez no remitían.
A los catorce años conoció en el barrio al obrero del diario La Prensa, Juan Manuel Campos, de algo más de veinte años, quien, advirtiendo su paupérrima situación y aislamiento, le propuso a Amalia llevarlo a trabajar con él. José Carlos se entusiasmó y Amalia dio su consentimiento.
El cambio fue para José Carlos revolucionario. Le abrió la puerta hacia la liberación de las brumas de la religión y la soledad que no habían podido ahogarlo en la desesperanza. Aunque afectado por la cojera, su cuerpo delgado se movía con celeridad cumpliendo sus deberes en la imprenta y haciendo los mandados fuera de ella con tesón e iniciativa. Sus posibilidades de lectura se incrementaron con los despachos de los cronistas y de las agencias de noticias, y con los diarios y revistas. Convencido Juan Carlos Campos de que José Carlos era un chico excepcional, lo inició en el manejo del linotipo y lo incorporó a las tertulias con los otros obreros de la imprenta, la mayor parte de los cuales eran anarcosindicalistas. Poco después, Campos lo llevó a la casa de Manuel Gonzales Prada, director teórico del anarquismo en Lima, a quien José Carlos ya había leído y le había hecho un poema. Gonzales Prada le presentó a su hijo Alfredo, unos tres años mayor que José Carlos, con el que se hicieron amigos en seguida. Alfredo le abrió la biblioteca de su padre, una de las más completas de Lima en economía, política y literatura, y el mundo de la lectura se le extendió a José Carlos como un nuevo y maravilloso país.
Dos años después, José Carlos fue elevado a la jerarquía de cronista en el diario. Tenía ya dieciséis años. Su talento se expandía. Leía además en francés, lengua con la que había tomado contacto en la Maison de Santé con las monjas francesas que lo atendían y con las revistas de modas que su madre traía de algunas casas en las que trabajaba. Comenzó a escribir poesía y a firmar sus artículos con el seudónimo Juan Croniqueur que se popularizó, aunque nadie supiera quién era.
Con su sueldo la situación económica de su hogar mejoró. Buscó una casa con más comodidades y la halló en la segunda cuadra del jirón Rufino Torrico, y allí se trasladó con su madre y su hermano menor. A los diecisiete años, la fisonomía de José Carlos presentaba las líneas de los La Chira que sus fotografías han inmortalizado: mirada penetrante que parecía verlo todo y hasta el interior de las personas, labios delgados, cabellera negra, frente regular, nariz afilada y perfil de contorno delicado. Vestía trajes oscuros, camisa y corbata de lazo. Se había convertido en uno de los intelectuales más destacados del Perú y en un escritor de prosa elegante, profunda y bien fundamentada.
De la influencia de las luchas obreras sobre José Carlos en la década del diez ha dado cuenta César Lévano en su artículo “Mariátegui o la estrategia de masas”, publicado en el libro “7 ensayos: cincuenta años en la historia” (Lima, Biblioteca Amauta, 1981). La revolución rusa de octubre de 1917 fue para él como un relámpago en el claroscuro de la historia y le mostró el camino hacia el socialismo. Su doctorado de autodidacta lo hizo en los tres años y medio que vivió en Europa a partir de noviembre de 1919. No perdió ni un día, leyendo, investigando, entrevistando, observando la realidad que tenía ante sí y escribiendo. Había partido de Lima como un literato. Volvía para realizarse como uno de los más grandes ideólogos de América Latina. La vocación revolucionaria de José Carlos Mariátegui La Chira, su excepcional visión de la realidad social, su propósito de contribuir a la creación del socialismo en nuestro país, su acción teórica y práctica por los trabajadores resultan de la confluencia de su infancia y su juventud, de su talento extraordinario y de su pertinaz dedicación a la lectura, el estudio y la escritura.
Fue un trabajador, hijo de una trabajadora, tal vez como usted.
(12/6/2014)

24 de julio de 2019

Silencio en Honor a Gabriel García Márquez

Por Jorge Aliaga Cacho


Doña Tranquilina
y el coronel Márquez
han tejido una corona
con serenatas de violín,
poemas de amor
y cartas extraviadas.
Macondo está de duelo,
no hagan ruido compañeros,
el escritor está descansando
y escucha la canción
en su honor.
Canción 
de silencio
en todas partes,
Macondo duerme adolorido,
Gabriel José de la Concordia.

Pobre mi Perú


Por Lucien Breux

Mi Perú tierra de incas ricas y fértil de los mil sabores tierra de tradición y costumbres tierra donde los huaicos y temblores azotan pueblos que luego se reconstruyen. Mí Perú tierra de 6 culturas ancestrales singulares y místicas, como la coca que por ahí se mastica, es la patria como madre que nadie sustituye, aunque la justicia se prostituye y la ley con sobornos se diluye, pobre mi Perú ultrajado por piratas, despertó la codicia de la realeza se pusieron desde los galeones locos para ver a los indios colgando mucho oro en las orejas. Mi Perú tierra de ruinas místicas y complejas que cuando extranjeros al mirarlas vuelven sus miradas perplejas, entre cóncavos y convexos, miran con asombro como una .cultura tan antigua lleva la ingeniería a esa altura. Pobre mi Perú vendido a vecinos traidores por miserables ladrones sin corazón, capaces de vender a su madre por grandes concesiones que lastiman la tierra con extranjeros que en la selva la contaminan. Las enormes perforaciones, explosiones y químicos peligrosos que afectan a los pueblos. Contaminan los ríos. Explotadores de sonrisa de sádica y morbosa. Así es mi Perú, tierra sufrida y de recuerdos dolorosos de grandes hombres desmembrados por caballos por el hecho de alzar la voz y decir basta. Llevaron sus restos y los expusieron en 4 plazas. Este es mi Perú donde la revolución se se quiso hacer oír y se silencio con pólvora y plomo, tierra de valientes que prefirieron tirarse montado a caballo por un precipicio a ser atrapados por el enemigo, con la bandera de la patria. o como el Caballero de los Mares que prefirió explotar en pedazos que a rendir su nave y su tripulación. Pobre mi Perú que harían esos valientes al ver como se encuentra la patria querida, seguro morirían de dolor al ver su sacrificio en vano, que los gobernantes son aún más fétidos que lo que flota en el baño, que dirían al ver la caja boba y ver como hasta la tv de hace daño, que dolor que su sacrificio se fue por un caño, patria donde los niños ya no juegan con trompos, con canicas ni boleros, hoy en día un celular y tele basura los dominan cual corderos. Mi pobre Perú, donde la tierra del sol y el hipocampo de oro pierde su color, donde un caballero Carmelo es desplumado en un descuido, ya nadie puede decir que a cocachos aprendió. Pobre mi Perú, donde la anarquía y las lisuras son ahora legales en las aulas. Ya no hay Paco Yunque, Poemas Humanos, ni El tungsteno, ahora asimilan rumiante la "información" cual si fuese heno, este es mi país donde no está segura ni la casa de Bernarda Alba donde sí mirarían a Lorca le quitarían la billetera y seguro lo ahorcarían. Pero que se puede hacer si desde pequeños nos dicen el que hacer, el que pensar y no hacen que nuestras encuadran nuestras cabezas encuadren lo subliminal. Nos inculcan que Dios tiene dos nombres: el dólar y el euro.

Cambios de nombre

Por Nicanor Parra



A los amantes de las bellas letras

Hago llegar mis mejores deseos

Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es ésta:

El poeta no cumple su palabra

Si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol

Ha de seguir llamándose sol?

¡Pido que se llame Micifuz

El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?

Sepan que desde hoy en adelante

Los zapatos se llaman ataúdes.

Comuníquese, anótese y publíquese

Que los zapatos han cambiado de nombre:

Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga

Todo poeta que se estime a sí mismo

Debe tener su propio diccionario

Y antes que se me olvide

Al propio dios hay que cambiarle nombre

Que cada cual lo llame como quiera:

Ese es un problema personal.

Jorge Aliaga Cacho es invitado a Chile


Luis Eduardo Aguilera Gonzalez, Jorge Aliaga Cacho, Edmanuel Ferreira Mondaca y Héctor Hernán Herrera Vega

Acabo de recibir la invitación de la Sociedad de Escritores de Chile, Filial "Gabriela Mistral", Coquimbo, a través de su presidente, Sr. Edmanuel Ferreira Mondaca, para participar en el XXII Encuentro Internacional del Mundo de la Cultura.

Será para mí un gran honor poder participar, junto a hermanos chilenos y latinoamericanos, en uno de los eventos más importantes del calendario literario de Nuestra América.

La Sociedad de Escritores de Chile, SECH, es la institución representativa de los escritores chilenos a la cual pertenecieron entre otros: Pablo Neruda, Joaquín Edwards Bello, Tomás Lago y la propia Gabriela Mistral.

El evento se realizará en la bella ciudad de La Serena.

Agradezco públicamente la deferencia.

Jorge Aliaga Cacho

22 de julio de 2019

LA VIDA ENTRE LOS DOS

Por Julio R. Villanueva Sotomayor
A mi amada esposa LUCITA,
a los cuatro años de su partida

En el colegio, ¿te acuerdas?,
tú, sentada en la fila de mujeres,
carpeta de dos, junto a la pared.
Yo, en la fila de varones,
carpeta de dos, atrás.
Ambos, a la caza del último segundo
y, ¡zas!, luz en los ojos,
hermosas sonrisas al aire;
rumbo al recreo y roce de manos
en estrecho pasadizo; alegría, al tope.

Entre los dos,
la vida que me diste
con pureza de alma.

Nuestra felicidad se divertía en el recreo,
tú en el patio de mujeres, yo en el de varones,
hasta el sonido de campana y, de ahí,
¡corre!, a adueñarme de la puerta del salón
para esperarte con postura de tímido galán.
Y tú, con elegante y lento paso,
cada vez más cerca, … deslumbrante,
coqueta, acompasado mohín,
dientes perlados, sensuales labios.

Entre los dos
la vida que me diste,
en fascinante estampa juvenil.

Pocos años después
la carpeta para dos pasó al recuerdo,
porque en todo espacio y tiempo
los ojos ardieron como lamparines de amor,
los apasionados labios se encarcelaron,
mientras tu piel y la mía
se entregaron con frenesí,
en sublime amor,
de entrega total.


Entre los dos
fue la vida que me diste,
en intenso amor.

En momentos de tinieblas
se imponía tu noble espíritu,
con admirable resignación y paciencia,
buscando con inteligencia
la luz al final del túnel.
En momentos de claridad, los muchos más,
eras: traviesa mariposa,
ángel encantador,
rutilante estrella, con luminosidad sin par.

Entre los dos
fue la vida que me diste,
en horas del tiempo.

La vida que me diste fue llena de encanto,
con paz, armonía, compañerismo,
entrañable amistad,
íntima complicidad.
Esa vida que me diste me sostiene hasta ahora
y cada minuto que pasa vivo,
¡sí!, vivo, existo todavía, aún,
abriendo las páginas del recuerdo,
y, por ti, soy feliz.

Entre los dos fue la vida que me diste.
Entre los dos, la vida que me dejaste.
Infinitas gracias.

Me dejaste tu amor y aquí lo tengo,
puro, incólume, joya venerada.
Me dejaste tu generosidad y tu bondad,
trato de imitarte, a veces… no alcanzo.
Me dejaste tus caricias,
me cobijo y regocijo en ellas.
Tu alma se fue, pero tu espíritu está en mí,
lo cuido como único y preciado tesoro
porque es la razón de mi existir.

¡Por ti!, adorada Lucita,
soy feliz por la vida que me diste,
soy feliz por la vida que me dejaste.