El 18 de enero de 1535, se efectuó la fundación española con el nombre de la Ciudad de los Reyes en la región agrícola conocida por losindígenas como Limaq. Nota Editorial.
Por Danilo Sánchez Lihón
1.
Hijosde
la tierra
Wiracocha, dios creador del
universo, hacedor y ordenador del mundo, la vida y las cosas; deidad
todopoderosa que tiende sus dominios por todos los ámbitos y confines del
cosmos, creó el cielo y la tierra, mandó al sol y a la luna ocupar su lugar y
dispuso a las estrellas ocupar su sitio y les trazó el movimiento en sus
órbitas, conjurando al caos a retroceder y a esfumarse en la nada.
Entonces las aguas se
empozaron y se elevaron las níveas cordilleras y se tendieron en sus faldas
valles y quebradas con su rica flora y fauna. En su quehacer todo lo fue
componiendo y ordenando por pares: día y noche, antes y después, arriba y
abajo, tierra y agua, frío y caliente, océano y continente, hembra y macho.
Al borde de los mares
tendió solazado las playas de arena y guijarros y a ratos erigió farallones
escarpados. Y convocó a los hombres a que vinieran y poblaran estas riberas
saliendo de diversas pacarinas que había por uno y otro contorno.
– ¡Tampuy! ¡Tampuy!
–Diciendo, se acercaban. Y fue surgiendo la humanidad a tientas. Así la tierra
daba a luz a los hombres, pariéndolos satisfecha por las aberturas y pliegues
que tienen los valles y las montañas. Y los seres humanos amanecían gozosos y
expectantes proviniendo no del aire sino como hijos y frutos legítimos desgajados
de la tierra.
2.
Gritó airado
Hijo de Wiracocha es
Pachacámac, el benefactor, quien fue el primero que visitó estos lugares.
Y quedó complacido por las
ondulaciones de sus parajes, la belleza de sus paisajes y la prodigalidad de
sus aguas; por el sol, el viento y la sombra entrañable; y por la laboriosidad
de sus hombres y mujeres.
Y repartió dones. Y fue
reverenciado.
Esto encendió los celos del
dios Kon quien tenía jurisdicción en toda la zona yunga o de costa, al borde de
las montañas y encima de los acantilados.
Y en su enojo determinó que
se hiciera estéril toda la extensión desde la orilla de los acantilados junto
al mar hasta el pie de la cordillera, y todo porque no se le adoraba, ni se le
rendía culto como él quería, ni se le elevaban ofrendas como él anhelaba.
Kon es un dios irritable,
díscolo, que más siembra desiertos, desolación e infringe castigos.
– ¡Que no haya lluvia!
–Dijo primero.
Y después gritó airado:
– ¡Sumérjanse bajo tierra
los manantiales! –Y los manantiales teniendo que obedecer se sumergieron. Y no
contento con esto, estalló en cólera aún más severo:
– ¡Y los ríos vuélvanse
dunas de arenas! –Y los ríos de aguas límpidas, azules y rumorosas, se tornaron
en polvo, en grava y en cascajo.
3.
¡Oh, no!
Más iracundo todavía
sentenció:
– ¡Séquense las aguas! –Y
los lagos se retorcieron pálidos y agonizantes.
Y ya delirante, y fuera de
sí, maldijo de este modo:
– ¡Deténgase toda
manifestación de vida en estos confines!
Profiriendo así una condena
a muerte, insensata y proterva.
Desde ese momento la sombra
se tornó sofocante, la arena se hizo ardiente y hasta el viento se hizo
caliginoso.
En su cólera separó los
montes e hizo un abismo. Y allí arrojó a la humanidad doliente.
Y transformó lo que era
verde pradera en un campo agreste y pedregoso, lo que era campiña lo trocó en
suelos eriazos y desolados.
El sol dio muchas vueltas
por el firmamento, confuso y conturbado. Se sucedieron solsticios y equinoccios
durante muchas lunas inconsolables. Y así fueron sepultadas las aldeas que aquí
florecieron.
Pero un día caminando por
estas orillas Challhua descubrió una playa y en ella restos de una humanidad
enterrada.
– ¡Oh, no! –Clamó.
4.
Al viento las
espigas
Y averiguó qué es lo que
había ocurrido. Y, de lo que escuchó dedujo que Kon, dios tronante y del fuego
que calcina, despiadado los había sepultado en vida.
Pero, siguió observando más
allá. Y vio que los hombres habían resurgido inquebrantables:
Habían cavado en la tierra
grandes zanjas en busca de agua. Arañaron surcos para sembrar de nuevo las
semillas que rescataban de la tierra devastada.
Exprimían a retazos algunas
neblinas pasajeras en exploración de unas gotas de agua que dejaran caer sobre
los terrones resecos y esparcidos.
Delinearon viviendas en el
arenal reseco y en la tierra resquebrajada. Y levantaban los ojos al cielo
clamando por la lluvia a que volviera.
Más allá, el desierto se
extendía sediento e interminable. Todo era árido, rugoso y cuarteado. Pero, aun
así, el hombre pugnaba por hacer crecer una planta que hiciera estallar una
flor y un fruto.
La gente que sobrevivía
batallaba por hacer que se erigieran y ondularan al viento las espigas.
Hombres, mujeres y niños
luchaban porque las ramas con las hojas se tejieran y aliviaran con sus sombras
y crecieran frescas y se esparcieran otras cabañas por la llanura. Challhua
sollozó de compasión y de pena.
5.
Es su
ídolo
Ella es hija de Pachacámac
y hermana de Rímac, el más jovial de los mancebos, dos hijos preciosos del dios
compasivo.
Challhua es mayor y Rímac
menor. Pero ambos hermanos se aman entrañablemente. Es conmovedor el afecto que
se tienen.
Como mujer ella es fina,
delicada y sensible. Con una extraña rareza en los ojos, que no se sabe qué
color o destello poseen.
Rímac, como varón, es
impredecible, súbito, de alegrías desbordantes y explosivas, así como de amargas y lacerantes
tristezas. Le gusta la música, el canto y el baile. Es hablador hasta más no
poder.
Challhua le reprocha a
Rímac por el temperamento impetuoso que tiene, pero en el fondo lo adora. Es su
ídolo. Él le habla así:
– ¡Challhua, hermana mía!
¡Mira lo que te he traído y desde muy lejos! ¡Toda clase de frutas para que
seas más fuerte y saludable! Pero veo que aún no pruebas las que te traje
anteayer, arriesgándome tanto para cogerlas por los caminos.
– ¡Claro que las saboreo,
Rímac, y me deleitan sobremanera, hermano! ¡Pero, traes tantas! ¿Cómo pretendes
que voy a poder comerlas todas y así terminarlas?
6.
Hermanos de
alma
– ¡Es que yo quiero una
hermana fuerte, que me gane en la carrera y me detenga en la lucha! ¡A ver!
Rímac como es impetuoso y
estallante la alza en sus brazos y juega con ella en el aire. Le gusta hacerla
reír. Es locuaz. Hechiza. Y a todos cae bien.
– ¡Rímac! ¡Detente! ¡Vas a
destrozarme con tus brazos que parecen rocas!
– Challhua, hermana, ¿por
qué no vas a las fiestas? En vez de estar aquí, encerrada. ¿Por qué no te
diviertes? Ven conmigo. Hay dioses que a cada momento me preguntan por ti. Y
que quieren casarse contigo.
– ¡Rímac!, si quieres hacer
de tu vida un jolgorio, tú sufrirás las consecuencias. A mí me gusta la calma y
el silencio. ¡Y las cosas tranquilas que hago! Y deja de fastidiarme, por
favor.
Así hablan, a veces
aparentando resentirse. Pero, en realidad son hermanos que se quieren de alma.
Challhua es recogida y
discreta. En todo bondadosa. Es la hija más querida de su padre, el dios
Pachacámac.
7.
La gente es
buena y sencilla
A ella le gusta caminar
solitaria por estas y otras riberas. Le encantan las orillas del mar,
¡deambular por sus playas y ensenadas! Por eso, ahora ha ingresado abrupta,
impaciente e indignada:
– ¡Padre! ¿Estás? ¿Padre?
¿Dónde estás? Padre: yo sé que tú me quieres y siempre harás que se respete el
lugar por donde pasea, permanece y se distrae tu hija amorosa y querida, ¿no es
cierto?
– Sí, preciosa, ¿qué
ocurre? ¿Qué sucede que te noto alterada?
– Padre. Hoy deambulando y
deteniéndome más allá de donde suelo ir siempre, paseando por la playa y por la
costa, por territorios que tú asignaste a Kon, he visto cómo cruel e implacable
ha castigado a los pobladores de este lugar. ¡Y sufren una horrible condena!
¡Mueren de sed entre piedras y guijarros quemantes! ¿Por qué permitir eso,
papá?
– Hija mía. Tú sabes cómo
es Kon. Tiene un carácter obstinado e indomeñable. No vaya a ser que por
ayudarlos les traigamos peores y más amargos pesares y aflicciones. Según sé,
la gente no le rendía culto ni hacía ofrendas.
– ¡Quizá!, pero si bien no
le hacían reverencias, la gente es buena y sencilla. Por eso, intercedo ante
ti, padre: ¡no es justo que padezcan tanto!
8.
Y crezcan las
espigas
Y continuó rogando:
– Observa, padre mío, cómo
los hombres se afanan por sembrar. Míralos agobiados y sedientos. Y no es justo
que purguen tanto si dedican empeño y afanes en superarse. Tú me enseñaste que
hay que ayudar a quienes se esfuerzan.
– Sí. Es cierto. Pero es a
Kon a quien asignamos dominio y mandato sobre ellos.
– Por eso recurro a ti.
Para que hables con él. O tú mismo envíes alivio a esa gente.
– ¡No puedo hija mía! No
puedo hacer eso. A Kon ya lo he desautorizado en varios aspectos. Y no es bueno
que tenga con él una mayor desavenencia.
– Entonces permíteme a mí,
padre, ayudarlos.
– Y, ¿de qué modo lo
harías?
– Convirtiéndome en lluvia,
para aliviar y hacer húmedo el clima y amena la tierra. Y caer pródiga para que
renazcan los campos, aparezcan los manantiales, carguen las acequias, broten
las flores y crezcan las espigas. Y se remocen los bosques murientes y resecos.
Contra mí no va a poder descargar Kon su furia, porque soy hija tuya.
9.
¿Quien te
causa pesar?
– No preciosa. Yo te quiero
a mi lado. Eres a quien más prefiero. Y a quien anhelo encontrar cuando regreso
cada tarde a mi morada. Quédate con tu padre, hija mía.
– Yo estaré contigo
siempre, padre. Como una sombra o como una luz o como un aire fresco siempre en
esta casa. O como un rincón en tu alma. Nunca me apartaré de ti. Además, tú
podrás bajar a estar conmigo siempre. Me verás todo el tiempo que quieras desde
esta ventana, cuando te asomes a mirarme. Yo saldré para encontrarme contigo. Y
tejeré siempre para ti la más excelsa guirnalda y el más hermoso arco iris.
– No, no, ¡y no! Desiste,
hija mía. Y evita asimismo enojar a Kon. Esa es mi última voluntad y
determinación. ¡Y esta es una orden que debe ser estrictamente obedecida!
Y Pachacámac fue tajante en
esto.
Lloró Challhua y así lo
encontró Rímac, sollozando llena de congoja. A su hermano le conmovía mucho
verla sufrir de este modo. Y, ¿a quién no, siendo tan bella?
– ¿Qué ocurre Challhua, mi
hermana adorada? Dime, ¿quién te causa enojos que soy capaz de enfrentarme al
más fiero de los peligros? Dime, por favor qué ocurre.
10.
Y, ¿no tener alma?
Y Challhua le contó todo,
concluyendo así su relato:
– ¡Ay, hermano! Es quemante
el sol en lo que se ve que antes eran campos sembrados, huertos y jardines. Las
personas se agobian sin tener agua. Y si los vieras cómo se prenden de unos
cuantos chorrillos que penden desde los acantilados.
– ¡Challhua! ¡Challhua!
Tiemblo al oír tus gemidos y verte llorar de ese modo me exacerba. Pero si es
como me refieres, nuestro padre tiene toda la razón del mundo. Y en esto debes
ser juiciosa, perspicaz y obediente, ¡como siempre has sido!
– ¿Ver sufrir y no tener
alma es lo que me pides? ¿Eso es lo que quieres tú también de mí?
– Tú eres buena, pero
además muy frágil y delicada. Si intentas lo que piensas, no podrás ni siquiera
ser lluvia. En cambio nuestro padre te necesita. Tú eres su consuelo. Tu
presencia lo fortalece. Para ser lluvia hay que tener otro temperamento, y ser
incluso un poco torpe, arrebatada y salvaje. Tus buenos deseos no alcanzarán a
cumplirse. Ven, te voy a llevar por sitios amenos a fin de que no estés triste.
Pero Challhua cada día se
volvía más solitaria y apenada.
11.
Eso recordaba
Y así habló Rímac con
Pachacámac:
– ¡Padre, sé lo que quiere
Challhua!, pero tú nunca consientas lo que ella está pensando y te ha pedido.
Es muy débil y tenue. ¡Y nunca podrá ser lluvia que haga germinar las plantas!
Menos podrá ser tempestad para roturar la arcilla endurecida ni para deshacer
los terrones macizos como piedras.
– ¿Pero ves cómo se ha
puesto y anda por ahí entristecida?
– Sí, pero su carácter no
da para lo que se propone. Ella se aferra a esa idea descabellada. Tú no cedas,
padre. Nunca podrá ella hacer surgir la agricultura. En cambio es intuitiva,
maternal y sabia. Y, a tu lado, es imprescindible.
– ¡Tú no sabes de lo que
somos capaces y de lo que podemos hacer las mujeres querido hermano! –Dijo
Challhua entrando y sorprendiéndolos en la conversación a su padre y a su
hermano...
Eso recordaba ahora Rímac
que dijo ella aquella vez en su deambular casi enloquecido.
Pero hay que reconocerlo:
Nunca pudo Challhua convencer a Rímac de lo que ya había planeado y decidido:
hacerse lluvia, aunque pensó que con el tiempo llegaría él a aceptarlo.
Cuando Rímac se ausentó por
un tiempo, al volver ya no encontró a Challhua en la morada donde vivían.
12.
Tú sabes cuánto
te quiero
Pero aquella vez, él lo
recuerda muy nítidamente, ella terminó amargamente la confrontación, que como
nunca había sucedido:
– ¡No podrás ser lluvia,
Challhua!
– Y, ¿por qué no? –Gritó
ella.
– ¡Porque es así! Y te lo
voy a decir escuetamente: porque la lluvia es varón, para fecundar la tierra.
¡Y tú, eres mujer!
– ¡Ah, ustedes, que se
creen que lo son todo!
– La lluvia es ímpetu y
arrebato, que tú no lo tienes.
Esta manera de desestimarla
la hirió en su amor propio. Y solo alcanzó a decir, como si hablara consigo
misma:
– Yo probaré si eso es o no
es cierto.
– Ustedes las mujeres no
toman muy en cuento lo que decimos los varones. Y después lloran y gimotean
inconsolables. Y nos buscan para solucionar los problemas ya consumados. Tus
intenciones son buenas, Challhua, pero ilusas. Y no darán resultado,
¡pobrecita!
– Es que ustedes los
hombres dudan, no se arriesgan y no se arrojan.
Pachacámac, quien había
permanecido en silencio, pausadamente se expresó así:
– No voy a responder a
estas últimas palabras Challhua. Pero debes tú recapacitar acerca de cuánto te
queremos.
13.
Unas flores pequeñas
Challhua entró en una
profunda depresión.
Soltó su larga cabellera,
levemente purpurina. Y sus ojos se entrecerraron en un gesto de dolor. Y se
posaron en la lejanía.
Fue en ese instante que
Challhua, despidiéndose en alma de su padre y de Rímac apenas con un susurro y
un resuello imperceptible, se esfumó en lluvia.
Pero duró poco y tal como
lo había advertido Rímac, se fue haciendo una nube lánguida, un viento de agua,
una llovizna difusa, fina y casi imperceptible.
Eso sí, es una aparición
sutilmente cálida y encantadora.
Como si fuera una diadema,
o una aureola de brillo y de fulgor.
Claro que, es
extraordinariamente bella, porque dentro están los hermosos ojos de Challhua, y
su larga cabellera purpurada. Y sus brazos, más que rosados blanco azulados.
Ahora hay unas flores
pequeñas y finas que flotan en los desiertos o en los cercos de los corrales,
que son idénticas sus corolas a los ojos de Challhua.
Pero no pudo ser lluvia. Ni
dio solución al agobio y a la sed de los habitantes de estos parajes.
Era tan débil que solo
cubría con una leve capa de humedad la tierra reseca.
14.
La garúa de
Lima
Se entiende, pudo ser un
techo de neblina que alivia el calor de quienes moran por estos lugares, pero
no pudo dar de beber ni poder ayudar a sembrar a la gente menesterosa.
Pudo ser apenas lluvia
menuda y volátil: ¡Ella es la garúa de Lima!
Rímac sufrió un colapso
cuando se enteró y fue consciente de la ausencia definitiva de su hermana,
vagando sin rumbo fijo y totalmente perdido.
– ¡Ya ves Challhua, ya ves!
–Grita hacia lo alto–. ¿De qué ha valido tu sacrificio? ¿Has podido acaso ser
lluvia? En cambio me has dejado solo, triste y el corazón hecho pedazos, sin
compadecerte de tu hermano y tampoco de tu padre que te veneran. ¡Ingrata! ¿Así
has sido con nosotros? ¿A quién llevaré ahora flores y frutas del campo? ¡No te
he importado nada! –Y golpea las rocas con los puños hasta bañarse en sangre.
– ¡Rímac! ¡Soy Challhua!
– Challhua, ¿por qué has
hecho esto sin importarte lo que yo siento por ti? ¡Por qué te has ido!
– ¡Rímac, claro que me
importas mucho! ¡Y muchísimo! Mira, estoy aquí a tu lado, más que antes. ¿Acaso
te he abandonado? ¡Estoy aquí!
15.
Los colores del
vestido
– Tú sabes dónde estoy y
puedes hallarme. Y hablarme. Y mírame siempre, que yo te estoy mirando. ¿Acaso
me he escondido? ¿Acaso en esencia soy otra de la que siempre he sido?
– ¡Sí! ¡Te has ido para
siempre! ¡Me has dejado! ¡Ya no puedo abrazarte!
– ¡No, Rímac! ¡Sí puedes!
– ¡Oh, padre!, –le ruega
Rímac enloquecido.
– ¡Rímac, hijo mío, no
creas que yo no sufro también esta pérdida! ¡Pero los hijos también tienen una
voluntad que hay que respetar!
– ¡Oh, padre!, al menos en
homenaje a Challhua insúflale poder y has que llueva y germinen las plantas y
tengan frutos como ella tanto quería, para que su muerte no sea en vano.
Pero es inútil. La garúa en
que se ha convertido Challhua no alcanza a germinar ninguna hoja, ni una hierba
siquiera, salvo un breve musgo que ahora los campesinos llaman Challhua.
Es liquen pegado al suelo,
de flores mínimas, amarillas, violetas y blancas, que son los colores del
vestido que gustaba lucir Challhua y tenía puesto cuando ella misma se entregó
a la tierra.
16.
Lo ayudó a
cumplir su destino
Ya fuera de sí, Rímac
abandonó el palacio de su padre. Y se dedicó a caminar cada vez más lejos y
hacia las cumbres, subiendo por los contrafuertes andinos.
Se palpaba el rostro. Se
miraba las manos con heridas e impregnadas de sangre y a la vez de unas breves
gotas de lluvia. Y las besaba diciendo:
– Challhua, ya viste. Tu
corazón es grande, pero débil. ¿En qué te has convertido? ¿Alcanzas a ser
chubasco? ¿Llovizna siquiera? No. ¡Nada!
Rímac en su vagancia ha
subido hasta la serranía.
Y le basta ver el cielo
despejado, sin nubes ni neblina para sentirse más llamado por Challhua,
entonces busca cualquier recodo. Suspira y se esconde a llorar.
Y todas sus lágrimas se han
ido juntando y haciendo arroyuelos.
Su desconsuelo es también
que Challhua hubiera fracasado. Y que no alcanzara a ser lluvia. Que no tuviera
fuerzas. Que poco a poco se iría convenciendo que su vida había sido en vano,
sin alcanzar a cumplir su destino de fecundar la tierra. Y eso sí la hiciera
morir definitivamente.
17.
Y se hizo río
– ¿Qué harás Challhua
cuando veas que tu vida ha sido inútil? ¿Qué de tus gotas impalpables, leves y
que se secan sin alcanzar a hacer crecer árboles ni plantas ni a hacer brotar
flores ni a madurar en frutos, como tú querías? ¿Te irás secando entonces y
morirás de pena?
Y eso lo angustia más
todavía. Y lo atormenta a más no poder.
Por eso, subiendo a las
montañas ve que de sus lágrimas surgen enormes torrentes.
Entonces se inclina y se
tiende en el suelo con dos orificios en el lugar de sus ojos y sus lágrimas de
donde empiezan a correr más abundantes caudales de agua cristalina.
Ya es un río.
De sus lágrimas se fueron
formando arroyos diversos, luego torrentes que fueron cada vez más grandes y
ahora es un río.
– ¡Pero yo te ayudaré,
Challhua! –Exclama, a ratos contento–. Yo te ayudaré. –Grita de júbilo–. Ahora
me uno yo a ti hermana mía. Y empiezo a bajar aullando otra vez, alborozado,
feliz y retozón como he sido siempre.
Se despoja de sus
sandalias, se remanga la túnica que viste y se desliza por los pedruscos ágil y
pleno.
Y se hace un río caudaloso.
¡El río Rímac!
18.
Se unieron cuatro
hermanos
Así le entregó todo su
aliento, su sangre y su corazón a Challhua. Y baja fuerte, impetuoso, lleno de
gozo, cantando y dando alaridos de gozo, como él ha sido siempre.
Y con él empieza a florecer
y a fecundar la tierra de este valle.
Challhua es la neblina y la
garúa que nos alivia del calor sofocante dándonos frescura. Y nos enternece la
vida. Nos da gracia y esplendor. Y aureola con su traje estos paisajes.
Rímac calma nuestra sed, lo
estamos probando a cada momento. Y fecunda el valle del Rímac. Eso sí, es de
carácter indomable, impredecible y estacionario. ¡Pero nosotros lo queremos
así!
Es el agua que bebemos
todos los días.
Su padre Pachacámac se
conmovió mucho al enterarse de su sacrificio y del amor a su hermana. Y envió a
cuatro hermanos que quisieron acompañarlo a su lado para siempre, perennes y
firmes; y estar compartiendo su cauce y su destino.
Pachacámac dispuso que los
cerros se abrieran para que ellos se juntaran. Ellos son los ríos: Santa
Eulalia, San Mateo, río Blanco y río Surco, que acrecientan su torrente.
Y otro hermano bullicioso
como él se conmovió y quiso correr siempre paralelo, haciéndole la corte, como
príncipe que es. Es el río Chillón que desemboca muy junto a él en el océano.
19.
La flor de
amancaes
Y Pachacámac quiso que el
cauce del Rímac fuera el más hermoso de todo el continente. Que alrededor de
sus playas hubiera campiñas y en torno a sus chorreras se alzaran huertos y
bosques y comarcas.
– Mi cariño hacia ti,
Rímac, hijo amado, es que alrededor tuyo surjan muchos pueblos y la ciudad más
hermosa del universo que derivará de tu nombre y que se llamará: Lima. Será
además una ciudad acicalada de flores. También la llamarán “Ciudad jardín” y
“Ciudad de los amantes”. Será una perla bellísima que coronarán incluso reyes
lejanos. Con gente que será como tú, generosa, pujante y cariñosa, con puentes
airosos y alamedas de encanto. Y te celebrarán festejos por haberte consagrado
al amor de tu hermana y de tu pueblo.
– Padre amado, estoy feliz
otra vez de ayudar a mi hermana y a la gente. Te agradezco por tus regalos.
Pero quiero pedirte un favor. Siento ser música al bajar entre rocas y piedras
donde yo arrullo y canto. Pero quiero ser también palabra que enseña y
defiende.
– Concedido, hijo mío.
Serás palabra sabia y el oráculo más respetado en el confín de la tierra. Y
fundo ese pueblo digno arrojando esta semilla a tus aguas, que florecerá en tus
orillas: la flor de amancaes, símbolo de majestad, además de verdad y de
esperanza.
Lima ha tomado la figura de
Challhua: misteriosa, susurrante, soñadora y de Rímac su fuerza, su ímpetu y su
alegría.
20.
En un tiempo ya
infinito
Tiene en sus ojos el
misterio de los crepúsculos de Challhua, que estallan en los confines del
océano. Su clima es benigno y primaveral
siempre. Y tiene el arrojo de Rímac con los dones que le diera su padre.
Así empezaron a fundarse
aquí los primeros señoríos, las casas de adobe y de quincha.
La flor de amancaes
floreció en el patio del palacio del gobernante, y la adoptó como emblema el
cacique Taurichusco.
El dios Kon, de la aridez y
el desierto, fue confinado a habitar en las profundidades donde se mueve y se
lo siente revolverse, entonces la tierra tiembla y se sacude, y se desatan
temblores y terremotos.
– ¡Kon! –Le advierte
Pachacámac– ¡Respétala! Esta ciudad es sagrada, es la ciudad de mis hijos,
desde que ellos la han ungido y venerado con sus vidas! ¡Es ciudad sublime! ¡Me
escuchas Kon!
Y Kon se calma. Challhua y
Rímac fundaron Lima y Pachacámac la ha consagrado. La flor de amancaes luce en
el patio del Palacio de Taurichusco, donde ahora se levanta el Palacio de
Gobierno del Perú.
Así se creó Lima, Ciudad de
los Dioses, en un tiempo ya remoto. Después Ciudad de los Reyes. Siempre
“Ciudad de los Amantes”. Y ahora Ciudad de Todas las Sangres. Ciudad Sagrada,
de aquí al infinito.
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