Wilsón Izquierdo Gonzáles |
Por Jorge Aliaga Cacho
Wilson Izquierdo Gónzales es uno de esos hombres que podrían ser extraídos de un cuento o novela clásica. Efectivamente este gran escritor peruano tiene la fineza y elegancia que se nos ha ido perdiendo con los siglos. Lo conocí en Cajamarca. Llegando a esa casona colonial, mi hospedaje, me dirigí al lugar donde bebían pisco un grupo de escritores, entre ellos, Santiago Aguilar, Miguel Garnett Johnson, Manuel Rodríguez, Herminia Alemany, Edgardo Nieves y Wilson. Inmediatamente me hicieron sentir bienvenido invitándome una copa de pisco. Les dije que tenía que retirarme para darme una ducha pero inmediatamente me pidieron que volviera para seguir platicando. A mi regreso ya no solo había el pisco sino que Santiago había traído dos botellas de wiskey. Wilson había traído una botella de vino de tres litros y una bolsa de roscas. Debo de ser sincero que me sentí mareado solamente al comprobar el tamaño de la botella que había ido a comprar nuestro amigo Wilson. Ese día entre pisco y wiskey empezó una tertulia y amistad con estos nobles representantes de la literatura peruana. Wilsón es natural de Moyobamba pero vive en Cajamarca desde 1957. Ha publicado "La marcha del Shaplinco....y algunos otros más" (2006), "Al pie del Cajamacorco" (2009), "La Ochora" (2010) y "Entre gradientes y travesías" (2011). Tuve la gran satisfacción de alternar con Wilson en varios momentos. Viajamos juntos con Santiago Aguilar, Carlos Cabrera, Manuel Rodríguez a Kuntur Wasi. Wilson conducía su auto y siempre estaba atento a responder con una cortesía propia de los hombres de su estirpe. En San Pablo cuando habíamos terminado de visitar el Kuntur Wasi, ya casi agotado, escuché que me llamaban desde un boliche. Era Manuel Rodríguez que blandía una botella de aguardiente del lugar: 'Jorge te estábamos llamando'. Allí en ese hermoso lugar con una vista espectacular de la naturaleza del lugar me apuré dos tragos llenos de ese aguardiente que sellaron el placer de haber conocido a estos hombres de buena voluntad y excelsa creación literaria.
En Cajamarca me tocó visitar un colegio secundario acompañado por Wilson, Jack Flores y Edgardo Nieves. Todos leímos nuestro trabajo. Wilson me dijo que iba a leer un cuento inspirado en Sucre, la tierra de mis ancestros. En su lectura descubrí la gran habilidad que tiene Wilson para hacer de la narrativa, fundamentalmente, placentera. Lo lúdico en Wilson tiene la razón. El, como profesor, añora que la lectura se defienda de la televisión y como lo advierte Esteban Quiroz, de LLUVIA EDITORES, 'que la gente convierta a la lectura en un modo de disfrutar la vida'. Para los seguidores de éste blog me complazco en transcribir el cuento de Wilson Izquierdo Gonzáles: "¡Clarinete!... Señor Cura".
"¡Clarinete!... Señor Cura".
Por Wilson Izquierdo Gonzáles
Serían las once de la mañana cuando, en la iglesia del Huauco el señor cura dio inicio al matrimonio religioso de Dionisio Silva Zamora y María Concepción Chávez Aliaga - más conocida en toda la comarca simplemente como Mariquita-.
Frente al altar mayor, allá por esos tiempos en que el señor cura hacía la misa de espalda a los feligreses y dando frente al Santísimo -al que tenía encerrado con llave en una cajita de madera primorosamente labrada para ese único fin- se encontraban bien enfundados en sus ternos de casimir inglés los varones y en sus "trajes de luces" de diferentes modelos las mujeres, haciendo compañía a una bien bañada novia reluciente de blancura de la cabeza a los pies, ya a un novio de terno azul marino noche, camisa blanca y corbata roja, impecables.
Todos ellos habían esperado pacientemente a que el señor cura terminara la misa, para ir a colocarse en ese lugar, después de participar en la ceremonia, con la devoción y el entusiasmo apropiados para esta clase de rituales religiosos.
El novio que tenía vocación de ateo no se sabe desde cuando, fue el único que sólo para sus adentros, masculló entre dientes uno que otro reniego, cada vez que le ordenaban pararse, sentarse o arrodilarse -justo según él- cuando todas sus coyunturas ya se habían acostumbrado a la posición anterior.
Obviamente, renegaba al no encontrarles sentido a todas estas "movidas" propias de una misa católica. Sin embargo, como era de esperarse en esta ocación, obedeció a todas y cada una de las consignas que el monaguillo del cura fue dando al lo largo de la misa.
La novia María Concepción Chávez era de Huacapampa. Su casa quedaba en "El Torno", por las cercanías del cerro de Huasminorco y a un lado del camino real a Celendín. Con la venta de uno de los carnero que le ayudaba a pastar a su madre por las pampas del Pachamanco y que ésta le obsequiara como pago por realizar esos trabajos, se fue al Huauco para hacerse curar un diente que tenía careado y que alguna vez ya le había dolido. El dentista al obturar el incisivo -grande como el de un conejo-, encontró que no había otro remedio que enfundarlo en oro, a fin de que el diente no se terminara de podrir, y le pudiera seguir sirviendo para hacer lo que hacen esa clase de muelas, con lo que él se ganaría "alguito" de lo que le significaría ganar por una obturación simple.
Hechos los arreglos econoómicos, María Concepción encontró que el dinero que había obtenido por la venta del "huacho", le alcanzaba de sobra para pagar la muela de oro, por lo que no sin antes hacer el regateo de ley, pagó adelantado por el trabajo y pactó el día y hora en que se lo colocarían. Ya se imaginaba ella......mirándose en el agua del puquio o en el espejo adosado a la pared de la sala de su casa, sólo para comprobar cuan reluciente le quedaría. Pero se sintió más contenta aún, al calcular la envidia que iba a generar en sus paisanas, con semejante joya dental.
CONTINUARÁ........................