Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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4 de octubre de 2013

Falleció hijo de Mariátegui

Jorge Aliaga Cacho y Sandro Mariátegui Chiappe
 
 
 
 
 
 
Publicado: Domingo 29 de setiembre del 2013
Por César Lévano, en "La Primera"

La partida de Sandro

Ayer murió Sandro Mariátegui Chiappe, hijo del Amauta. Hace pocos meses falleció Sigfrido, y antes habían partido José Carlos hijo y Javier Mariátegui.
César Lévano
César Lévano
Razón Social cesar.levano@laprimeraperu.pe
Fui amigo muy cercano de los dos últimos, no así de Sandro, ni menos de Sigfrido. Creo que el país debe agradecer a José Carlos, Javier y Sandro el haberse ocupado intensamente en la publicación de las obras de su padre.

José Carlos Mariátegui Chiappe fundó una gran empresa gráfica, en la que se editaron millones de libros de su padre, en ediciones populares de bajo precio. En este campo fue algo así como un precursor de Manuel Scorza. Amigo fraterno de Alejandro Valle, fue el editor constante de la obra del poeta. Muchos autores, que no habrían encontrado otro editor, fueron impresos en la imprenta de José Carlos. Varios de mis libros llevan el sello de editorial Labor, creada por él.

Con Javier cultivé una amistad respetuosa. Era, como se sabe, un siquiatra notable y un hondo estudioso de la obra y la vida de su progenitor.

Nunca fui asiduo de Sandro; pero reconozco que también él fue un gran editor y difusor de la obra de su padre. Hay un episodio anecdótico en mi relación con él. En cierta etapa política, su militancia en el partido Acción Popular de Fernando Belaunde lo condujo a asumir un ministerio. Esto le acarreó juicio y prisión. Yo investigué el caso y me atreví a escribir a favor de que se le reconociera debido proceso. Nada más. En el PC, en el cual yo militaba, me sometieron por ese hecho a comisión de control, lo cual condujo a mi expulsión.

Se me acusó de lo peor: de haber recibido favores, supongo que monetarios. En verdad, nunca recibí de Sandro ni saludos.

Sospecho que Sandro no se enteró de esto. En todo caso, entre nosotros continuó la lejanía de siempre.

Sigfrido es un caso distinto. No sé por qué razón se unió al Apra. Admiraba a Víctor Raúl Haya de la Torre a pesar de los ataques injuriosos de éste contra su padre. Alguien me ha dicho que en un programa de televisión, Aldo Mariátegui sostuvo que yo había inventado el aprismo de su padre, Sigfrido.

En realidad, esa militancia la conozco desde hace mucho tiempo. Lo confirma por lo demás, Luis Alva Castro en su libro El Señor Asilo, en cuya página 168 se lee:

“Linares le había sido presentado a Víctor Raúl por Sigfrido Mariátegui Chiappe, hijo del gran pensador socialista. El “chico” Mariátegui, como le llamaba Haya de la Torre, era fervoroso aprista, apoyaba a Jorge Idiáquez en la impresión de La Tribuna clandestina”.

Un dirigente aprista me dijo hace poco que Sigfrido, que no parecía aprista, era el enlace entre Haya, asilado cinco años en la embajada de Colombia, y el partido.
 

3 de octubre de 2013

Vallejo y Neruda: Dos modos de influir

Pablo Neruda
Por Mario Benedetti

César Vallejo


(Letras del continente mestizo, Montevideo: Arca, 1972, pp. 35-39)

Hoy en día parece bastante claro que, en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman Palo Neruda y César Vallejo. No pienso me­terme aquí en el atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes, del chileno, o el lenguaje seco a veces, irre­gular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo sin embargo que es posible relevar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magis­terio.
En tanto que Neruda ha sido una influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la ri­queza de su torrente verbal sólo permitiera una imitación sin escapatoria, Vallejo, en cambio, se ha cons­tituido en motor y estímulo de los nombres más au­ténticamente creadores de la actual poesía hispanoame­ricana. No en balde la obra de Nicanor Parra, Sebas­tián Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar y Juan Gelman, revelan, ya sea por vía directa, ya por influencia interpósita, la marca vallejiana; no en balde, cada uno de ellos tiene, pese a ese entronque común, una voz propia e inconfundible. (A esa nómina habría que agregar otros nombres como Idea Vilariño, Pablo Armando Fernández, Enrique Lihn, Claribel Alegría, Humberto Megget o Joaquín Pasos, que, aunque situados a mayor distancia de Vallejo que los antes mencionados, de todos modos están en sus respectivas actitudes frente al hecho poé­tico más cerca del autor de Poemas humanos que del de Residencia en la tierra).
Es bastante difícil hallar una explicación verosímil a ese hecho que me parece innegable. Sin perjuicio de reconocer que, en poesía, las afinidades eligen por sí mismas las vías más imprevisibles o los nexos más eso­téricos, y unas y otros suelen tener poco que ver co lo verosímil, quiero arriesgar sobre el mencionado fenó­meno una interpretación personal.
La poesía de Neruda es, antes que nada, palabra. Pocas obras se han escrito, o se escribirán, en nuestra lengua, con un lujo verbal tan asombroso como las primeras Residencias o como algunos pasajes del Canto general. Nadie como Neruda para lograr un insólito centelleo poético mediante el simple acoplamiento de un sustantivo y un adjetivo que antes jamás habían sido aproximados. Claro que en la obra de Neruda hay tam­bién sensibilidad, actitudes, compromiso, emoción, pero (aun cuando el poeta no siempre lo quiera así) todo parece estar al noble servicio de su verbo. La sensibidad humana, por amplia que sea, pasa en su poesía casi inadvertida ante la más angosta sensibilidad del lenguaje; las actitudes y compromisos políticos, por de­tonantes que parezcan, ceden en importancia frente a la actitud y el compromiso artísticos que el poeta asume frente a cada palabra, frente a cada uno de sus en­cuentros y desencuentros. Y así con la emoción y con el resto. A esta altura, yo no sé qué es más creador en los divulgadísimos Veinte poemas: si las distintas estancias de amor que que le sirven de contexto o la formidable capacidad para hallar un original lenguaje destinado a cantar ese amor. Semejante poder verbal puede llegar a ser tan hipnotizante para cualquier poeta, lector de Neruda, que si bien, como gen imborra­ble, inextinguible.

El legado de Vallejo, en cambió, llega a sus des­tinatarios por otras vías y moviendo quizás otros re­sortes. Nunca, si siquiera en sus mejores momentos, la poesía del peruano da la impresión de una espontaneidad torrencial. Es evidente que Valle (comtodo paradigma, lo em­puja a la imitación, por otra parte, dado el carácter del deslumbramiento, lo constriñe a una zona tan espe­cífica que hace casi imposible el renacimiento de la originalidad. El modo metaforizador de Neruda tiene tanto poder, que a través de incontables acólitos o se­guidores ó epígonos, reaparece como un o Unamu­no) lucha denodadamente con el lenguaje, y muchas veces, cuando consigue al fin someter la indómita palabra, no puede evitar que aparezcan en ésta las cica­trices del combate. Si Neruda posee morosamente a la palabra, con pleno consentimiento de ésta, Vallejo en cambio la posee violentándola, haciéndole decir y aceptar por la fuerza un nuevo y desacostumbrado sentido. Neruda rodea a la palabra de vecindades insólitas, pero no violenta su significado esencial; Vallejo, en cambio, obliga a la palabra a ser y decir algo que nó figuraba en su sentido estricto. Neruda se evade pocas veces del diccionario; Vallejo, en cambió, lo contradice de con­tinuo.
El combate que Vallejo libra con la palabra, tiene la extraña armonía de su temperamento anárquico, di­sentidor, pero no posee obligatoriamente una armonía literaria, dicho sea esto en el más ortodoxo de sus sen­tidos. Es como espectáculo humano (y no sólo como ejercicio puramente artístico) que la poesía de Vallejo fascina a su lector, pero una vez que tiene lugar ese primer asombro, todo el resto pasa a ser algo subsi­diario, por valioso e ineludible que ese restó resulte como intermediación.
Desde el momento que el lenguaje de Vallejo no es lujo sino disputada necesidad, el poeta-lector no se detiene allí, no es encandilado. Ya que cada poema es un campo de batalla, es preciso ir más allá, buscar el fondo humano, encontrar al hombre, y entonces sí, apo­yar su actitud, participar en su emoción, asistirlo en su compromiso, sufrir con su sufrimiento. Para sus res­pectivos poetas-lectores, vale decir para sus influidos, Neruda funciona sobre todo como un paradigma literario; Vallejo, en cambió, así sea a través de sus poe­mas, como un paradigma humano.
Es tal vez por eso que su influencia, cada día mayor, no crea sin embargo meros imitadores. En el caso de Neruda lo más importante es el poema en si; en el caso de Vallejo, lo más importante suele ser lo que está antes (o detrás) del poema. En Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de rebelión, de desgarramiento, de algo que podríamos llamar soledad fraternal, y es en ese fondo donde hay que buscar las hondas raíces, las no siempre claras motiva­ciones de su influencia.
A partir de un estilo poderosamente personal, pero de clara estirpe literaria, como el de Neruda, cabe en­contrar seguidores sobre todo literarios que no consi­guen llegar a su propia originalidad, o que llegarán más tarde a ella por otros afluentes, por otros atajos. A partir de un estilo como el de Vallejo, construido poco menos que a contrapelo de lo literario, y que es siempre el resultado de una agitada combustión vital, cabe encontrar, ya no meros epígonos o imitadores, sino más bien auténticos discípulos, para quienes el magis­terio de Vallejo comienza antes de su aventura literaria, la atraviesa plenamente y se proyecta hasta la hora actual.
Se me ocurre que de todos los libros de Neruda, sólo hay uno, Plenos poderes, en que su vida personal liga entrañablemente a su expresión poética. (Curio­samente, es quizá el título menos apreciado por la crí­tica, habituada a celebrar otros destellos en la obra del poeta; para mi gusto, ese libro austero, sin concesiones, de ajuste consigo mismo, es de lo más auténtico y va­lioso que ha escrito Neruda en los últimos años. Someto al juicio del lector esta inesperada confirmación de mi tesis: de todos los libros del gran poeta chileno, Plenos poderes es, a mi juicio, el único en que son reconoci­bles ciertas legítimas resonancias de Vallejo). En los otros libros, los vericuetos de la vida personal importan mucho menos, o aparecen tan transfigurados, que la nitidez metafórica hace olvidar por completo la validez autobiográfica. En Vallejo, la metáfora nunca impide ver la vida; antes bien, se pone a su servicio. Quizá habría que concluir que en la influencia de Va­llejo se inscribe una irradiación de actitudes, o sea, después de todo, un contexto moral. Ya sé que sobre esta palabra caen todos los días varias paladas de indignación científica. Afortunadamente, los poetas no siempre están al día con las últimas noticias. No obstante, es un hecho a tener en cuenta: Vallejo, que luchó a brazo partido con la palabra pero extrajo de sí mismo una actitud de incanjeable calidad humana, está milagrosa­mente afirmado en nuestro presente, y no creo que haya crítica, o esnobismo, o mala conciencia, que sean capaces de desalojarlo.

(1967)

2 de octubre de 2013

La experiencia guerrillera del MIR


Julio Yovera Ballona

Julio Yovera Balllona nació en Catacaos, distrito del departamento de Piura que en el periodo prehispánico fue capital de la cultura Tallán.
Estudió Licenciatura y Maestría en Educación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
 
Elio Portocarrero y la historia que nunca se contó
Publicado el 27 de setiembre de 2013 en NUESTRA BANDERA    

 Por Julio Yovera B. 

Ayavaca es cuna de hombres trabajadores, sencillos y cordiales; es también la tierra de personalidades notables como Hildebrando Castro Pozo, el intelectual que desde una posición socialista y con el rigor de las ciencias sociales de su tiempo, estudió las comunidades campesinas; Juan Luis Velásquez Guerrero, autor de Perfil de Frente, amigo de Vallejo, quien asumió la pasión de la poesía y la vocación del político revolucionario; Lizardo Montero, Florentino Gálvez Torres, Ignacio Paucar, Jorge Hurtado Pozo, José Hurtado Pozo, entre otros más. También el líder fascista del Perú, Luis Alberto Flores Medina, nació en Ayavaca. 
De Ayavaca es el Señor Cautivo, ese ícono de la fe que creyentes de distintas partes del mundo católico llegan a visitarlo y a agradecerle por la gracia recibida. En Octubre, ese pueblo enclavado en una de las vertientes de los andes occidentales, se convierte en la Meca del peregrinaje peruano.
Ayavaca es la sede de Yantuma, de Cerro Negro, de los montes de Olleros, de la ciudadela de Aypate, de las figuras misteriosas de los laberintos pétreos, de los páramos de Cuyas. Ayavaca es la tierra de los bravos guayacundos que resistieron, a sangre viva, la invasión quechua. Es la sede donde hoy se juega el destino de una parte del país sintetizada en esa dicotomía que polariza: o agricultura, turismo y medio ambiente o minería y contaminación.
Esa tierra fue, por su ubicación estratégica, una de los tres frentes guerrilleros que abrió el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, organización que planificó, impulsó y desarrolló una de las experiencias de insurrección que se dieron en el Perú de la década del 60 y que lideró el comandante Luis Felipe de la Puente Uceda.
Hasta ahora no había un documento, una sistematización de esta experiencia. Hoy, gracias al esfuerzo de uno de sus protagonistas, Elio Portocarrero Ríos, natural de Ayavaca, tenemos un libro, que no obstante su carácter de testimonio de parte, y por eso mismo, cargado de emoción y probablemente de subjetividad, es un documento valioso que nos permite conocer uno de los capítulos heroicos de la lucha del pueblo peruano y latinoamericano en pos de su liberación.
Llegamos al libro de una manera casual, pese a que nuestro amigo, el infatigable promotor cultural, periodista Raúl Fernando Moscol León (RAFEMOLE), lamentablemente fallecido y por entonces Decano de la orden, en Piura, después de presentar y comentar el libro (viernes 9 de marzo de 2012), nos comunicó telefónicamente que había guardado un ejemplar para quien escribe estas líneas. Hace poco, Junior Velasco, joven universitario de la Coordinadora de Izquierda de Piura, me prestó el libro y en 3 días de intensa lectura puedo decir que su lectura nos ayudó mucho a conocer mejor esta experiencia.
Cuando se ama la tierra, por muy lejos que se esté, siempre se le añora y la distancia, paradójicamente, hace que el ausente se arraigue más a ella. Recuerdo el caso de César Vallejo. Quienes lo conocieron y acompañaron en París, refieren que siempre hablaba de su Santiago de Chuco, que lo llevaba en el alma y que en cierta ocasión, interrogado por las autoridades sobre su origen y procedencia, no aludió al Perú, sino a su tierra natal. De otro lado, me contaron no hace mucho, que Don Alejandro Pozo, ayavaquino, en los últimos años de su vida, en pleno invierno parisino, paraba un taxi y preguntaba si podían llevarlo a su casa de Ayavaca. Hago esta digresión porque la portada del libro no exhibe una foto del mítico comandante, tampoco hay una alegoría a la epopeya, no. En la portada se exhibe la foto de Aypate, la ciudadela inca, obra magnífica construida cuando el poder quechua avanzaba hacia el norte. Puedo afirmar que Elio ha escrito su libro en el extranjero pero arraigado a su tierra.
En la obra, Portocarrero describe con emoción y aprecio infinitos a sus camaradas líderes como Luis de La Puente, Máximo Velando, Guillermo Lobatón, Walter Palacios, Héctor Gadea, hace referencia a compañeros como Gonzalo Fernández Gasco, Julio Rojas, Gerardo Benavides, Jorge Merino Jiménez, Raúl More, Luis Pizá, el Dr. Albán Ramos, Mario Calle, entre otros muchos más. A los históricos, a los que murieron, llegamos a tenerles profundo respeto; con los que aún viven, con una parte de ellos, hemos cultivado una relación cordial, y, con otros, hemos sentido admiración y afecto. Hace algunos años, con Walter Palacios tuvimos en Santiago de Chuco un grato encuentro, fue con motivo de la Telúrica de Mayo, cónclave mundial que organiza Capulí, Vallejo y su Tierra, en homenaje al poeta planetario. Don Walter nos dijo algo que nos conmovió, “antes de irme, he venido a encontrarme con Vallejo y a reencontrarme con Lucho”. Y es que, en efecto, las casas de ambos son templos que se visitan para reflexionar sobre sus vidas y el destino de nuestros pueblos.
Volviendo al texto, más allá de discrepancias o de probables diferencias que el autor guarde con algunos de los personajes que refiere, lo cierto es que ahí están los que intentaron –los que se atrevieron – a “tomar el cielo por asalto” y eso ya es bastante.
Cada capítulo, diez en total, nos deja una lección, una enseñanza. Aquí no vamos a referir cada uno de ellos, lo que hacemos es comentar brevemente algunos. Hay un capítulo dedicado a la sinuosa historia del APRA, cómo fue que el partido que emergió con un neto carácter antiimperialista terminó convirtiéndose en un partido sin personalidad histórica, al extremo de traicionar a sus postulados, a su militancia, a su pueblo. Degeneración ideológica y oportunismo tienen que ver con ello.
Vista los fenómenos sociales desde una perspectiva dialéctica, vale decir revolucionaria, la oligarquía, las clases dominantes están descalificadas para emprender un proceso realmente liberador. En el Perú de hoy, cuando vemos que todos los gobiernos, no obstante que algunos de ellos llegan al poder con promesas de reformas, se ratifica como válido el pensamiento del Amauta José Carlos Mariátegui Lachira, en el Perú no tuvimos nunca clase dirigente, sino dominante y coincidimos con el autor del libro cuando dice que la burguesía criolla llegó tarde a la historia.
Un capítulo conmovedor es el que se refiere a la descripción física y espiritual de Luis de la Puente Uceda, el líder del movimiento guerrillero y con seguridad uno de los hitos sobresalientes de los revolucionarios del mundo, que se entregó con pasión y mística a la tarea de trocar el camino hacia la liberación de la patria, entendiendo ésta como parte de la lucha por la libertad de la humanidad. Elio Portocarrero, basándose, de un lado, en sus largos años de amistad y, segundo, tomando como fuente el texto del Dr. Sigifredo Orbegoso sobre el jefe guerrillero, tiene frases de admiración para el hombre que como pocos no ordenaba nada a sus huestes si es que él primero no lo hacía, y que, como pocos también, unió la acción a la palabra:
(Lucho) “Siempre tuvo el respeto, cariño y admiración de los que lo rodeaban…” “siempre estaba alegre y trasmitía ese estado de ánimo a todos los compañeros, pero cuando se molestaba, su rostro se ponía tenso y rojo. Por eso lo llamábamos el “colorado” cariñosamente. Siempre tuvo nuestra admiración y respeto y a la vez, merecedor de gran confianza en su persona, por parte de los que lo rodeábamos”. Podemos conocer esa elevada ética que lo hacía ser absolutamente respetuoso con los bienes del pueblo, “los recursos del pueblo son sagrados” solía decir y esto era para él un principio que nada ni nadie podía quebrantar.
Fue de La Puente quien diseñó los planes militares, partiendo de la concepción que la revolución se hace y que en sociedades como la nuestra, un camino seguro, que garantizaría el éxito de la hazaña guerrillera sería el de instaurar bases con capacidad de movimiento y con vínculos sólidos con la población. Esto, como el mismo autor reconoce, no siempre lo entendieron sus camaradas. En oportunidades se priorizó más el trabajo gremial de las masas campesinas, lo que iba en contra de los acuerdos tomados en su C.C.
El trabajo de Portocarrero también explica cómo se fue tejiendo la organización y como es que se deciden la creación de los tres escenarios estratégicos: del Norte, del Centro y del Sur. Obviamente porque su experiencia fue en la zona de Ayavaca, nos narra con más detalle las actividades del frente del Norte. Admirable su relación, acaso porque era natural de ahí, con la población, no solo con el campesinado sino con todos los sectores sociales, incluyendo las autoridades, que les daban refugio; acertada también la decisión de tomar una zona de difícil acceso, que le permitiría a la guerrilla una facilidad de desplazamiento para ingresar o salir del país desde o hacia el Ecuador, y para avanzar desde la base guerrillera a la costa o sur andino o hacia la zona amazónica.
En el libro aparece de manera explícita la solidaridad que en todo momento mantuvo la revolución cubana, que fiel a su internacionalismo, apoyó las gestas que buscaban liberarse del yugo que por siglos han impuestos los imperios.
Al mismo tiempo, es desalentador los fracasos permanentes por lograr la unidad de las fuerzas de izquierda. Esto se ha convertido en un estigma difícil de superar. No se pudo en el pasado histórico lograr la unidad del pueblo para hacer frente a retos comunes. Fracasó todo intento de unidad con propuestas revolucionarias insurreccionales, como fracasaron también los intentos de unidad para hacer frente a la lucha política electoral. En las dos formas de lucha, la unidad no se ha logrado hasta ahora. Pese a los esfuerzos, el MIR, el ELN, los llamados “becados”, la unidad no fue posible y esa fue una de las debilidades que aún marca a nuestro pueblo.
El libro es autocrítico y nos deja una lección. Las organizaciones pueden estar bien preparadas, muy bien organizadas, cohesionadas ideológica, política y militarmente, pero un solo error equivale a la derrota. El libro, aun cuando no lo dice de manera explícita, deja entrever que si ben el CC era un colectivo, había una distancia enorme entre el nivel logrado por Luis de La Puente con los demás miembros de la dirección. La autoridad política, ideológica y militar del comandante era el nervio de su cohesión. Cuando cayó, ninguno de los que le sucedieron tenía la capacidad para darle salida favorable a los problemas.
Los principales líderes fueron cayendo, otros tuvieron a adecuar su vida a las nuevas condiciones. Y, entendemos, que la duda jugó su rol. El imperialismo suele crear desconfianzas, maquinar. Eso también sucedió en el MIR, aún no está esclarecida la situación del destacado guerrillero Enrique Amaya, sobre cuya vida, la CIA ha afirmado que, con él infiltró a la organización, cosa que es refutada por Portocarrero.
En suma, el libro ayuda, nos vuelve la mirada a un pasado reciente, nos permite admirar el coraje de un núcleo de hombres que en pos de ideales dejaron familia, amores, en tanto que otros perdieron la vida. Hay en el trabajo de Portocarrero un homenaje a Basilio Chanta Granda, nombre que escuché por primera vez cuando era estudiante de la Ex Escuela Normal de Piura, cuando los compañeros dirigentes estudiantiles vinculados al MIR de entonces, lo coreaban en sus consignas, para demostrar que cuando un revolucionario muere, nunca muere. Con el libro he llegado a conocer su procedencia campesina y su pureza revolucionaria.
El libro, en el Perú, ha sido ignorado. Nadie, ni crítico ni comentarista de publicaciones ni politólogos, han dicho una palabra sobre este trabajo, que ayuda a entender mejor la experiencia guerrillera y que, por eso mismo, debe resultar incómodo abordar a aquellos que suelen calcular o graduar sus opiniones. Nosotros lo hacemos porque creemos que la palabra de un guerrillero que habla de su experiencia, es un valioso testimonio de parte; más aún, cuando las grandes metas e ideales que los llevó a la acción, aún son vigentes. Si con las reformas del general Velasco se avanzó, lo que ha venido después ha sido un permanente retroceso. Otra gran lección: la revolución es un acto de amor, de respeto a las masas, al pueblo. Los que agreden a las masas a nombre de la revolución sencillamente están descalificados para llamarse revolucionarios. Esto lo dice, Elio Portocarrero, que junto con todos sus camaradas tuvieron el coraje de intentar hacer la revolución.

¿Qué es la poesía?


Vladimir Holan









“Te ha preguntado una jovencita: ¿Qué es la poesía?
Le has querido decir: El hecho de que existes, sí, de que existes,
y que con miedo y asombro
que son la prueba del milagro,
estoy dolorosamente celoso de la plenitud de tu belleza,
y que no te puedo besar ni puedo dormir contigo,
y que no tengo nada, y que el que nada tiene que ofrecer
debe cantar…”

(Vladimir Holan)


Date of Birth:September 16, 1905
Place of Birth:Prague, Holešovice-Bubny
Date of DeathMarch 31, 1980

Vladimír Holan (Czech pronunciation: [ˈvlaɟɪmiːr ˈɦolan]) (1905 - 1980) was a Czech poet famous for employing obscure language, dark topics and pessimist views in his poems. He was nominated for the Nobel Prize in the late 1960s. He was a member of the Communist Party of Czechoslovakia.
Holan was born in Prague, but he spent most of his childhood outside the Capital. When he moved back in the 1920s he studied law and started a job as a clerk, a position that was a large source of dissatisfaction for the poet. He lost his father and in 1932 married Věra Pilařová. In the same year he published the collection of poems Vanutí (Breezing), which he considered his first piece of poetic art (there were two books preceding it: Blouznivý vějíř /1926/ and Triumf smrti /1930/). It was his only collection to be reviewed by the knight of Czech critics, František Xaver Šalda, who compared Holan favorably with the French poet Stéphane Mallarmé.

29 de septiembre de 2013

Una mujer desnuda y en lo oscuro

Por Mario Benedetti
 
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.