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Elid Rafael Brindis Gómez |
Por Elid
Rafael Brindis Gómez
Nota preliminar
Antes
de abordar el tema propuesto, quiero hacer la aclaración pertinente que este no
es un estudio profundo. Es tan sólo un esbozo, la mínima cimentación para un
análisis de más amplio espectro, debido a la naturaleza propia de la relación
existente entre el “fenómeno Vallejo” y la filosofía convergente de dos grandes
pensadores, sobre todo la del danés Sören Kierkegaard (1813-1855), con quien
encuentro mayores afinidades.
En
esta ocasión sólo busco puntos de similitud entre uno y otros, o entre uno y
otro. No analizo las obras en forma desmenuzada sino de manera general. Tampoco
busco establecer una influencia del danés en la obra del peruano, sino
rescatar, o mejor aún, sentar un precedente más allá de la universalidad de la
persona. O parafraseando a Arne Grön, profesor de la Universidad de Copenhague:
“Aquí se analiza la angustia como una de las claves de la antropología
kerkegaardiana”, y yo añado: también de la antropología vallejiana.
En
cuanto a Martin Heidegger (1889-1976), sólo tomaré su concepto de la angustia
como la Nada, la Nada sustantivizada, la Nada absoluta, o como el cero absoluto
si habláramos en términos matemáticos para definir el sentimiento experimentado
durante un proceso angustioso.
La angustia como
reflexión
Definida
entonces la idea central, partamos de dos hechos que han acompañado a la
humanidad a través de los tiempos: la angustia, que está tan presente en la
vida de cada ser humano para definir sus propias situaciones y marcar momentos
específicos tomando como parámetro el grado de sufrimiento; y la existencia,
que a través de los siglos el ser humano, a través de la filosofía o la
sociología, aún no alcanza a definir en su total plenitud.
Para
llegar a determinado grado de profundidad en la experiencia, resulta
imprescindible definir el significado —lo más acertado posible, debido a que no
existen sinónimos perfectos— del término “angustia”, es decir, lo que esta
palabra o su efecto significa para cada quien, para intentar arribar a una idea
concreta.
Pero
el enorme Diccionario ideológico de la
lengua española, como referente obligado de consulta, no define a la
angustia como tal y sólo aporta dos escuetos sinónimos de este adjetivo
femenino: aflicción, congoja. Por sí, y más por costumbre que por disección
lexicológica, podríamos imprimirle nuestro personal significado a cada cual.
Entonces,
la circunstancia queda menos clara aún, ya que para sentar un estamento preciso
dentro de las inquietudes filosóficas se haría necesario recorrer cada escalón
sinonímico de la estructura lingüística española hasta alcanzar un objetivo no
tan claro, en relación estrecha con el tema que nos ocupa.
Sin
embargo, el paso más próximo hacia la consecución del fin determinado lo
encontramos en el elemento “afligir”, que en su derivación sucinta indica, es
decir, significaría “Causar tristeza o pena”; mas no la palabra “congoja”, que
nos aleja de ese fin perseguido, pues al implicar los términos “Desmayo,
desvanecimiento”, que nos da el diccionario, éstos resultan diametralmente
opuestos a la angustia como elemento principal conocible.
Ahora
bien, esa serie de ecuaciones silábicas, por llamar de alguna manera esta
revisión sintáctica para despejar la incógnita subyacente, encuentran una nueva
expresión en el filósofo y estudioso Jean Wahl (1888-1974), quien dice: “…la
experiencia de la angustia nos conduce a sentir que estamos allí, en el mundo,
indefensos, sin una ayuda y sin recursos; hemos sido arrojados a este mundo y
no comprendemos por qué”.
Y
más aún, el filósofo alemán Martin Heidegger pone ante la aparente luz de la
solución una pared, un obstáculo todavía más grande que la angustia o la aflicción:
la existencia o el ser como problema ontológico.
Pero
no nos adelantemos y vayamos dando un paso a la vez, en lo que Kierkegaard
denomina angustia/temor, aduciendo precisamente que la angustia es el camino a
la salvación de la humanidad.
El
filósofo danés escribió en su libro El
concepto de la angustia, en 1844: “El que la angustia sea una determinación
de reflexión lo muestra el mismo idioma; porque siempre digo: ‘angustiarse por
algo’, con lo que diferencio la angustia del objeto que me produce la angustia
y nunca puedo emplear la angustia en un sentido objetivo, mientras, cuando digo
‘mi pena’, expreso tanto lo que me apena como mi propio dolor”.
En
otras palabras, citado por el profesor Arne Grön, de la Universidad de
Copenhague, dice, “un individuo es plenamente consciente de su potencial tras
la experiencia de la angustia”, y es exactamente aquí donde encontramos el
resultado esperado de la ecuación, donde despejamos gran parte de la incógnita,
y hallamos el vínculo de César Vallejo con su poesía. “Por lo tanto —agrega—,
la angustia puede ser una posibilidad para pecar, pero también puede ser el
reconocimiento o la realización de nuestra propia identidad y libertad”.
Ahora
bien. En tanto Kierkegaard y Heidegger nos marcaron el camino hacia la angustia
reflejada en la obra de Vallejo, es el momento de centrarnos, aunque de forma
somera, en este último, en César Vallejo, en su experiencia en tanto ser y como
existencia propia, como “jerarquía de realidades”, si parafraseamos a Jean
Wahl.
Llegamos
entonces ya a un estadio aparentemente firme en el que por sí, ha sido
medianamente definido ese sentimiento llamado angustia, la “Nada” de Heidegger,
la “angustia de libertad” de Kierkegaard, y el vínculo del poeta universal con
su obra, específicamente para con estos pensadores.
Pero
despejada ya esta incógnita, aún queda pendiente una ecuación en este breve
estudio: el origen de la angustia de Vallejo en tanto ser o existencia, y para
ello es necesario recurrir a otras opiniones para equilibrar nuestro discernimiento
más allá de simples palabras personalizadas.
“El
poeta, incapaz de desprenderse de su experiencia inmediata, para asumirla en
forma abstracta, no puede, en el exceso de abandono, sino formar un deseo, una
aspiración contra los límites inexplicados que lo encierran (…) De todas
maneras ese momento de gloria y liberación, anunciado en La Cena Miserable y casi realizado en Enereida, es excepcional y no logra hacernos olvidar la expresión
de angustia que traduce de ordinario el sentimiento irremediable del tiempo…
[en sus poemas] tan sólo subsiste la necesidad de transmitir la experiencia
agónica y lógicamente paradójica de una vida con más carga de muerte que de
vida…”.
Tales
comentarios corresponden al escritor André Koyné vertidos en su libro César Vallejo y su obra poética (s/f).
Pero en lo personal, la explicación o el análisis del escritor resulta
incompleto pues sienta la base de la angustia del poeta en su propia obra, mas
no nos ayuda a definir, por otra parte el origen de esa angustia antes de ser
vertida a las venas de su poesía. Porque todo tiene un inicio, un origen, el
cual en la mayoría de las ocasiones es difícil definir.
Permítaseme
aquí, entonces, esgrimir las palabras dirigidas a un Ateneo ávido de cultura,
la descripción que de Vallejo hiciera un poeta compatriota, Daniel Robles, en
una conferencia disertada en 1962 en mi tierra natal, Chiapas, que a la vez nos
da las primeras líneas en cuanto origen de la angustia del vate universal.
Daniel
Robles dice: “Desde sus primeros pasos poéticos, César
Vallejo, ese espíritu solitario, enamorado de lo doloroso, de las palabras
distantes de un crepúsculo rojo que caen hacia la tierra como incontenibles
borbotones de sangre; de la piedra asaltada solarmente por todas las
crepitaciones del universo, ya daba muestras de una verdadera vocación por la
melancolía, por las palabras que nos retuercen las raíces del alma cuando se
las pronuncia y nos rompen lentamente —con sonido hueco— los huesos de las
manos cuando se las escribe”.
Tan
sólo leer un fragmento de estos dos analistas de la vida y obra de Vallejo nos
aportan cuatro términos más, que refuerzan el sentido, mejor aún, el
sentimiento de angustia: abandono y agonía en Koyné, y dolor y melancolía en
Robles. Y en este círculo vicioso retornamos al inicio de nuestras conjeturas,
es decir regresamos a la angustia y la existencia citadas al inicio.
De
esta manera llegamos también a un punto de mediana conclusión en la que cada
nuevo analista, cada nuevo intérprete del vallejianismo, habrá de aportar un
elemento adicional en el afán de descubrir la verdadera esencia de ese universo
de angustia, de ese sistema gravitacional en el que en torno a la angustia
giran otras partículas que conforman la cosmogonía poética, lo que al inicio
llamé el “fenómeno Vallejo”.
Marco
Martos, Ricardo González Vigil, Mara García, Danilo Sánchez Lihón, Maigualida
Pérez, Steven Hart, por citar un reducido número de estudiosos del vate,
abordan la angustia desde la obra poética de Vallejo, por ejemplo, desde el
punto de vista del miedo y lo sobrenatural en tanto ser existente; aún más,
desde el punto de vista premonitorio del cual todos hemos dado fe a través de
la lectura de sus versos.
Quién
no recuerda “Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el
recuerdo…” (“Piedra negra sobre una piedra blanca”, 1 y 2). Esta es acaso la
más nítida aproximación a esa angustia premonitoria, a eso sobrenatural del
no-ser por cuanto estado metafísico, a esa opresión interna del ser, al dolor y
la melancolía que menciona Robles o el abandono y agonía rescatados por Koyné.
En
este instante me recuerda de nuevo a Kierkegaard, quien a su teoría de la
angustia añade otra, la de la soledad completa del hombre frente a Dios y del
carácter trágico del destino humano, y convierte la tragedia bíblica en una
forma de arraigo existencial que condena a la angustia por la pérdida de la
espiritualidad.
Pero,
¿a qué obedece esa pérdida de la espiritualidad? ¿Cuál sería su posible origen,
si a Vallejo nos referimos?
Antes
de responder estas preguntas quiero pedir permiso para esgrimir una conjetura y
dilucidar en torno a la diferencia entre angustia y resentimiento, cuyos
efectos, en determinados momentos de la existencia humana, pueden llegar a
confundir al lector y por lo tanto intuyo que se impone aquí una aclaración
pertinente.
En
Apaseo, Guanajuato (México), en 1833, nació Antonio Plaza Llamas, militar,
poeta y periodista. Fue considerado un niño precoz y liberal por sus instintos.
En su juventud se alistó como soldado en las fuerzas progresistas, hasta que en
1861 se retiró con licencia y con un pie inutilizado por una bala de cañón en
pleno campo de batalla.
Esa
mutilación de la extremidad equivalió a mutilarle parte del alma, pues a partir
de entonces cambió radicalmente su percepción de la vida y construyó poemas
rimados de largo aliento en los que prima el resentimiento; por ejemplo, en su
poema “Sin fe y sin amor”, su primer cuarteto destila toda la amargura que un
ser humano puede ser capaz de proyectar, bajo el estigma de la baja o nula
autoestima: “Arrastro una vida / de luto y dolor; / a todos les choco, / me
choco hasta yo”.
En
esta aclaración pertinente podemos advertir que la palabra “dolor” por la
pérdida de una extremidad adquiere en Plaza una connotación distinta al “dolor”
en Vallejo por la pérdida de seres queridos. En el primer caso se manifiesta
como un resentimiento y en el segundo como una sensación de angustia, como una
atmósfera asfixiante, aunque ambos sucesos sean igualmente mutiladores y ambos,
también, de aspecto existencial.
Y
de nuevo recurro a Kierkegaard y El
concepto de la angustia y me atrevo a repetir: “El que la angustia sea una
determinación de reflexión lo muestra el mismo idioma; porque siempre digo:
‘angustiarse por algo’, con lo que diferencio la angustia del objeto que me
produce la angustia y nunca puedo emplear la angustia en un sentido objetivo,
mientras, cuando digo ‘mi pena’, expreso tanto lo que me apena como mi propio
dolor”.
Aclarada
la situación, me ocuparé ahora de intentar responder, siempre desde una
perspectiva personal, las preguntas citadas líneas antes: ¿a qué obedece la
pérdida de la espiritualidad? ¿Cuál sería su posible origen, si a Vallejo nos
referimos?
Para
ello me apoyo en el psicólogo argentino Enrique Eduardo Krapf, quien afirma que
“La angustia es el afecto desplacentero que resulta de una amenaza contra la
existencia de un ser (citando a Golsdtein). En otras palabras, toda angustia
‘es’, en el fondo, angustia de muerte (citando Freud), aun cuando seguramente
no siempre se trata de la vivencia de la muerte próxima, sino también, muchas veces —al menos en el ser humano—, de
la experiencia de la muerte posible”.
”(…)
Es sabido —añade el galeno— que algunos de los pensadores más eminentes (desde
San Agustín y Pascal, hasta Kierkegaard y Heidegger) han indicado que la
angustia es ‘constitutiva’ de la vida psíquica del hombre, que sabe que su
existencia se dirige necesariamente hacia la muerte”.
”(…)
Sin embargo —continúa—, será necesario aclarar que me adhiero al criterio de
los autores —en su mayor parte psicoanalíticos— que dividen los estímulos
angustiantes en externos e internos y que consideran a los últimos como los responsables de las
angustias más importantes en el ser humano civilizado (…) en lo referente a las
angustias de fuente interna, la cadena motivacional no es nunca consciente en
todos sus eslabones y que muchas veces en la vivencia consciente faltan los
eslabones más significativos (basado en Freud). Esto se relaciona, sin duda,
con la circunstancia de que las angustias de fuente interna son casi todas
angustias ‘morales’, provocadas por impulsos instintivos inadmisibles que el yo
rechazó en su época con tanta energía que permanecen desterrados en la esfera
consciente, pero guardan su valor motivacional, que es despertado en
situaciones vitales más o menos comparables”.
Este
nuevo argumento nos da una luz, o dos, en todo caso, pero quiero por ahora sólo
ocuparme del aspecto externo que pudo haber afectado al vate universal y que,
como mencioné líneas antes durante la comparación del dolor, puede deberse a la
pérdida de seres queridos —y sólo como probabilidad— durante su infancia, que
es la etapa que marca la existencia de un ser humano para toda su vida; o quizá
más allá, durante su juventud, porque como refiere Maigualida Pérez en El cholo Vallejo. La voz universal de
América, “el 3 de noviembre de 1919 a los 31 años muere dramática y
lamentablemente Abraham Valdelomar. Vallejo se sintió profundamente consternado…
‘y tampoco me resigno a aceptar semejante noticia’...”.
Y
qué decir de las noches serranas, de las noches de “sepultura”, de “funerales;
incluso, más allá, su proximidad a la guerra civil española; todo, como el
objeto angustiante en su doble función que menciona Kierkegaard.
Bien.
Con esta última experiencia de César Vallejo, la de vivir una guerra civil, la
de la España franquista, llego al primer final del periplo que significa
estudiar al poeta como persona en tanto ser y existencia; y digo “primer
final”, puesto que una vez establecidas las conclusiones mínimas, quizá
inconclusas, como era mi objetivo, comprendo que este es un tema inacabado, que
todavía queda mucho por analizar; porque comprendo que César Abraham Vallejo
Mendoza no es persona ni es obra, sino que debe ser, en sentido filosófico,
como debieran ser el amor, la felicidad y la paz —excepto la angustia—, un
estado permanente.
Bibliografía consultada
Libros
Casares, J. (1963). Diccionario ideológico de la lengua española.
Real Academia de la Lengua. Editorial Gustavo Gili, 2ª edición. Barcelona,
España.
E.E. Karp. (1958). “La
angustia: su naturaleza, sus orígenes y sus motivos”, en: Angustia, tensión, relajación. Paidós. Buenos Aires, Argentina.
García, Mara L. (2013). César Vallejo: poeta universal. Fondo
Editorial UNMSM. Lima, Perú.
Koyné, André. (s/f). César Vallejo y su obra poética.
Editorial Letras Peruanas, serie “Crítica”. Lima, Perú.
Pérez González, Maigualida.
(s/f). El cholo Vallejo, la voz universal
de América. (Sin pie de imprenta).
Wahl, Jean. (1954). Historia del existencialismo. Editorial
Deucalión. Buenos Aires, Argentina.
Revistas
Grön, Arne. “‘El concepto de
la angustia’ en la obra de Kierkegaard”. Thémata, revista de
filosofía nº 15. Copenhague, Dinamarca. 1995.
http://institucional.us.es/revistas/themata/15/02%20Grom.pdf
(Revisado el 12/05/14)
Robles, Daniel. “Encuentro
con Vallejo en la tierra del hombre”. Revista ICACH nº 8. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; México. Enero-junio, 1962,
pp 84-95.
Enlaces virtuales Wikipedia
http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9sar_Vallejo
http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Plaza