Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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http://www.jorgealiagacacho.com/

15 de marzo de 2025

Homenaje a Javier Heraud

Javier Heraud

¿Qué significa este encarnizamiento de la muerte con los jóve-nes poetas del Perú de talento probado y sentimientos nobles? ¿Qué maldición fulmina a los mejores de nosotros apenas comien-zan a vivir y a crear? Ayer, Enrique Alvarado, Oquendo de Amat, el chiclayano Lora cayeron aniquilados en plena juventud, cuando su vocación acababa de cuajar en obras precozmente maduras; hoy, Javier Heraud. Todavía no consigo asimilar, en sus escandalosas dimensiones, la noticia de esta muerte atroz. ¿Javier Heraud muer-to por la policía en la selva amazónica? ¿Javier Heraud arrojado a la fosa común de Puerto Maldonado por los propios homicidas? ¿Ja-vier Heraud enterrado lejos de los suyos, en los umbrales de la jungla? Los diarios de Lima mienten y calumnian como un hom-bre respira, son la abyección hecha tinta y papel. Pero esta vez quie-ro creerles, tiene que ser cierto que ese muchacho al que todos queríamos ha muerto con las armas en la mano, defendiendo su vida hasta el final. No es posible que los guardias, esos perros de presa del orden social de gamonales, generales y banqueros, lo ma-taran a mansalva. Sería inicuo, demencial. Estoy seguro que este amigo entrañable ha caído como caen los héroes, derrochando co-raje, sereno y exaltado a la vez, con la bella tranquilidad con que afirmaba en ese poema suyo que es un estremecedor vaticinio: «No tengo miedo de morir entre pájaros y árboles».

Que Javier Heraud decidiera empuñar las armas y hacerse gue-rrillero sólo significa que el Perú ha llegado a una situación límite. Nadie más ajeno a la violencia que él, por temperamento y convic-ción. Los que no lo conocieron pueden abrir sus libros, esas dos breves entregas de poesía diáfana, El río y El viaje, en los que un joven de palabra melancólica expresa su encantamiento ante la na-turaleza y el tiempo irreversible, y su ternura, su infinita piedad por las cosas humanas: las casas, los jardines, los objetos, los libros. 

Que negra debe ser la injusticia, qué feroz miseria tiene que asolar al Perú para que este adolescente que cantaba la soledad y el paso de las estaciones decida convertirse en un guerrero. Cuando alguien como Javier Heraud estima que ha llegado la hora de tomar el fusil para mí no hay duda posible, su gesto me demuestra mejor que cualquier argumento que hemos llegado a lo que Miguel Hernán dez, otro poeta mártir, llamaba «el apogeo del horror», que son inútiles ya la persuasión y el diálogo.

Yo no puedo hablar de él ahora como quisiera. La perplejidad y la ira me turban demasiado para evocar su obra y decir hasta qué punto son limpias y conmovedoras las imágenes de sus poemas, qué irreprochable su música. Ni el presentimiento de la muerte que ronda su segundo libro crispa esta poesía que fluye siempre serena-mente, pone nombres a las cosas, contempla gozosa las nubes, las aves y los árboles, cruza las ciudades y discurre con inocencia sobre el corazón humano, la vida y el amor.

El hombre y la obra no son disociables, pero en este momento trágico sólo quiero evocar el recuerdo de ese muchacho grande y de gestos desamparados, que pasó por París hace dos años. Juntos re-corrimos librerías, museos, hicimos largas caminatas hablando de literatura y del Perú, pasamos una noche entera leyendo poemas. Es difícil, es horrible aceptar la evidencia. ¿Cómo admitir que ese cuerpo vivo, que esa voz honda y cordial pertenecen ya al pasado? Acabo de releer la última carta que recibí de él. Es fogosa, llena de pasión por Cuba, que lo había deslumbrado, de un optimismo insólito pues era predispuesto a la tristeza. Pronostica un porvenir ancho y hermoso para el Perú. Él no podrá ver ya ese país que am-bicionaba, ni sabrá que, vencido este período de sacrificios cruen-tos, las futuras generaciones pronunciarán su nombre con respeto y dirán: «El primero de nuestros héroes fue un joven poeta».

Mario Vargas Llosa

''El pais de las mil caras''

París, 19 de mayo de 1963

14 de marzo de 2025

El Monstruoso Pinochet en Kirkcaldy

Ken Currie (n. 1960), Estadio Nacional, 2000 (Òleo sobre lienzo)

En 1973, un golpe militar liderado por el general Augusto Pinochet derrocó al gobierno democráticamente elegido de Chile, presidido por Salvador Allende. En las semanas siguientes, los opositores de Pinochet, principalmente comunistas, socialistas y sindicalistas, fueron encarcelados en el Estadio Nacional. Allí, más de 3000 de ellos fueron asesinados y miles más fueron torturados.

Aprovechando la visita de mi hija, Andina, visitamos la Galería de Arte de Kirkcaldy donde se exhibía la obra de Ken Currie titulada: "Estadio Nacional". Esta es la respuesta de Currie, artista escocés, a esta oscura historia. La obra de Currie suele ser abiertamente política, condenando a los autores de la violencia y la inacción de quienes no intervienen. Fue gratificante ver la denuncia de este artista escocés plasmada en su magnífico lienzo. El lienzo forma parte de una exhibición en homenaje a las luchas de los trabajadores mineros escoceses. Buena labor del Concejo Municipal de Kirkcaldy que viene desplegando una variada actividad cultural en la tierra de Adam Smith. En la actualidad la representante por Kirkcaldy ante el parlamento británico es la diputada laborista, Melanie Ward.

Andina Aliaga y Jorge Aliaga 

11 de marzo de 2025

La maga

Publicado por Literatura y psicoanalisis 

Compartimos aquí una carta que Cortázar envió en 1951 a Edith Aron, la mujer que, según creen muchos, se convertiría en la Maga, el personaje más famoso de Rayuela. El escritor y su musa se habrían visto por primera vez –aunque sin conocerse ni presentarse– en un barco rumbo a Europa en 1950. Más tarde se encontraron por casualidad en distintos sitios de París, antes de que Cortázar la invitara a tomar algo y entablaran una relación. El escritor regresó a Buenos Aires y pronto obtuvo una beca del gobierno francés. Pronto partiría a París con el firme propósito de establecerse en esa ciudad. Antes de viajar escribió a la muchacha la carta que a continuación reproducimos. 
En una entrevista publicada en La Nación Revista en 2004, Edith afirmó: “Él me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios, como ese en el que encontramos un paraguas viejo en las calles de París y le damos una ceremonia de entierro, que ocurrieron más o menos como los cuenta. Pero la Maga es un personaje literario”.

Fuente: La Nación Revista, 7 de marzo de 2004, pág. 4.

Agoto de 1951

“Querida Edith:
No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre de este año. Y desde ahora pienso, Edith, en el gusto de volverla a encontrar y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, sea una parisiense completa, hablando el lenguaje de la ciudad, y los hábitos de la ciudad, y todo eso que yo tendré que ir aprendiendo poco a poco, con cuanto trabajo.
Tengo además miedo de que a usted no le divierta la posibilidad de verme, que al contrario le fastidie este recuerdo de Buenos Aires –ya que yo soy un poco Buenos Aires, eso que usted dejo atrás–. Por eso le pido desde ahora, y se lo pido por escrito porque me es más fácil, que no vaya a crearse problemas de “buena educación” cuando yo la busque en París. Si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, le pido que me lo diga sin rodeos. ¿Por qué no? Sería mucho peor disimular el aburrimiento.
Si le choca este tono un poco vehemente, le pido perdón. Sobre todo cuando nunca le escribí una sola línea, ni hice nada por comunicarme con usted. La verdad es que deseaba volver, no escribir; arreglar mis cosas para volver a París, y allí, un buen día, encontrármela, y seguir siendo buenos camaradas como antes. A usted no le reprocho que no me haya escrito. Me parece perfectamente natural. Demasiado intensamente estará viviendo para dedicarse a las pálidas tareas epistolares. Pero me gustaría que alguna vez se haya acordado de mí, como yo me he acordado mucho aquí, cada vez que el recuerdo de aquel tiempo me volvía como un aire fresco.
Creo que estaré en París en la primera semana de Noviembre. Gané una de las becas del gobierno francés, y probablemente iré a alojarme a la Cité universitaire. Por lo demás, estoy quemando aquí las naves, y tengo la firme intención de quedarme en París. Algunos amigos que tengo me buscan en estos momentos algún trabajo para completar mi presupuesto (las becas son miserables y no alcanzan para nada); espero poder irme arreglando.
(…)
Con toda franqueza le digo que me fue bastante mal con sus amigos. Por supuesto que Miss Mayer fue gentilísima, pero Gerber y yo no sintonizamos, y mucho menos con Zubrisky. Cumplí con sus encargos, repartí las postales y lo que usted me había dado, y me volví a mi rincón. Es evidente que no siempre se puede simpatizar con una persona por intermedio de otra. La simpatía es cosa directa y personal.
Por correo aparte le mando un libro de cuentos que he publicado en estos meses. Ya me dirá si le gusta. Jorge D’Urbano me dijo que le había encontrado en París, y que usted estaba bien. Pero como no agregó nada más, supuse que no había ningún mensaje especial para mí. (Esto explica un poco el tono inicial de esta carta, que me hace reír ahora que la releo).
En fin, me gustaría verla y que usted esté igualita, y que todavía vaya a Chantecler a escuchar suites de Bach. Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día pueda prestarle un pulóver o que usted pueda prestármelo a mí –aunque esto último va a ser trágico, porque apenas me va a llegar al estómago.

Querida Edith, no se enoje por esta carta o si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustara –vea como repito las palabras, y eso que mi maestra de quinto grado se mataba corrigiéndome el vocabulario y enseñándome sinónimos–, me agradaría que le agradara alguno de mis cuentos. Si usted ya no está en la dirección donde le mando mi carta, y con todo se la hacen llegar, ¿será buena y me mandará su dirección para que yo, una tarde, lleno de alegría, pueda…? (¡Suspenso! Lo que quiero decir es que no me gustaría encontrar la casa vacía, o que usted se mudó a Burdeos, o a Lyon, o que vive en la tour d’Olivier de Clisson, que tanto me gusta). ¿Verdad que me va a mandar su dirección, si ha cambiado?

Edith, hasta dentro de poco, con el mucho afecto de

Julio Cortázar

Lavalle 376, 12° “C”

https://elhistoriador.com.ar/carta-de-julio-cortazar-a-edith-aron-la-mujer-en-la-que-se-habria-inspirado-cuando-creo-su-personaje-la-maga/