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17 de septiembre de 2024
Alcides Arguedas
Aristóteles
Por Jorge Aliaga Cacho
Podemos apreciar cómo la vida de Aristóteles siempre estuvo ligada a la vida de los gobernantes. Por tanto, sus ideas sobre las mujeres, los niños y los esclavos estaban influenciadas por la clase dominante. Aristóteles, consideraba "superiores" a quienes ocupaban cargos públicos, eran de "buena cuna" o propietarios. Según Aristóteles, los "superiores" tienen las cualidades morales de justicia y coraje; un alto nivel de cultura y educación. En su opinión, ellos eran los que debían participar en el funcionamiento de un Estado cuyo objetivo era garantizar la "buena vida". (Aristóteles, ''La Política'', página 193, Penguin).
Aristóteles escribió: "Los grupos superiores siempre serán mejores en educación y capacidad, pero también debe considerarse la superioridad numérica de otros sectores de la población". Nos preguntamos si Aristóteles, temería una rebelión de los "inferiores" cuando consideró su importancia numérica. Además, deberíamos preguntarnos: si las clases 'bajas' tenían acceso a la educación o a ocupar cargos públicos. La respuesta a ambas preguntas es no.
(Jorge Aliaga Cacho es sociólogo, graduado con honores por la Universidad de Glasgow, Escocia, Gran Bretaña).
(Ensayo completo, versión en inglés: https://jorgealiagacacho.blogspot.com/2024/09/aristotle.html)16 de septiembre de 2024
CON EL CONDE DE LEMOS
Por César Vallejo
Abraham Valdelomar |
En el eléctrico, a los parques de la Exposición.
Vamos a la orilla de verdes alamedas. El Conde sentado a mi lado, me conversa, envolviendo su frase en un gris confidente y desvaído.
- Ya ve usted -me dice- hay tantas gentes imbéciles. Yo tengo que huir de tantas...
Y sorprendiendo numerosos ojos que absortamente nos observan, agrega, como si fuera a escapar de una mazmorra oscura: -Hoy leeremos algunos capítulos de mi libro sobre Belmonte.
Yo, después, persiguiendo todas las líneas de tan raro temperamento, le inquiero sobre su viaje al norte; le digo que esa gira será fecunda; que en especial podría aprovecharla en suscitar, rudimentariamente siquiera, el criterio artístico en esos pueblos, por medio de numerosas conferencias.
En el Paseo Colón, al bajar, de nuevo hay curiosos que nos atisban y cuchichean.
El Conde se lleva olimpicamente sus enormes quevedos a sus ojeras que recientes ''cuidados pequeños'' subieron su tono.
Y luego reanuda la charla:
- Vaya usted a ver como todo el mundo los admira. ¡Oh, esto es horrible!
Valdelomar, al hablar así, se refiere a los seudo-literatos; a esos que por su dinero o posición, se creen capacitados para hacer un soneto o publicar un libro. Acalorado, y derramando piedad para estos en el desdén danunziano de una pose trágica, me cuenta sus luchas con los prejuicios, con la obesidad ambiente, con las vacías testas ''consagradas''.
Descubiertas nuestras frentes al aliento de la tarde, el autor de ''El Caballero Carmelo'' se pone a leer, y yo escucho con íntima fruición los primeros trozos del próximo libro que, tomando al Fenómeno como pretexto, será una de las obras más serias y más robustas de Valdelomar. Una explicación originalísima de la ley del ritmo universal, valiéndose de un pasaje pitagórico, y una disecación luminosa del mito romántico del Genio, sobre la base de la naturaleza orquestónica del ritmo.
-¡Estupendo! ¡Conde! ¡Soberbio!
Y él sonrié; y yo emplazo: ¡Es necesario que usted dé a los periódicos esto, antes de la edición!
Y siempre afilando un gesto de tedio en las comisuras de sus labios pálidos, me responde: ¡Pero si no me comprenden!...
Una pausa dolorida. Los autos y los coches y las gentes, toda la grosera grita urbana llega a rasguñar el hábito sentimental de un orgullo desolado.
Entre el humo de un cigarrillo, los boscajes se secan al crepúsculo amarillo; y el día estival se vuelca en el espacio infinito, como una hornada fantasmagórica y sangrienta.
-Es necesrio, pues, una agrupación -exclama el Conde- una agrupación de lo mejor del país, que sintetizando las mayores energías nacionales, imponga una nueva y más sana orientación intelectual, y que haga luz en la presente inmoralidad artística creada y mantenida por esos malos hombres!...
Oh, la labor de Colónida me disparo yo, exaltado y admirativo,. Felizmente ella tuvo la virtud de crear con sus tres únicos números, un sistema de valores nuevos, triturando muchas momias y fantoches, y mostrando ante el país a los verdaderos, hasta entonces negados y oscuros. Colónida hizo mucho. ¡Debería reaparecer! Seamos abnegados; Y, sobre todo, tengamos fe. Hay más de medio campo ganado; esto está en todas las conciencias. Y sabemos ya quienes somos todos...
-Ah, sí -afirma enfáticamente el Conde-, tal es mi propósito. Y tal es uno de los motivos de mi gira en toda la República. Formar un especie de federación intelectual, con los mejores elementos de todo el Perú; y publicar una revista, órgano de esta nueva fuerza espiritual, que acaso será la misma Colónida...
Hemos dejado los jardines, y regresamos. El jirón central está en su hora. La noche gana. Las confiterías iluminadas, los lujosos coches particulares, los dandys y las mujeres bonitas, en el momento más amable, frívolo y elegante y sobre todo más democrático de la vida limeña.
Tornamos ya con otro tono, Valdelomar trae una cara más lozana, bajo su grueso sombrero de invierno. Al llegar al Palais, volvemos a los talleres de 'Mundo Limeño' Y me advierte el Conde de Lemos, con una sonrisa de fina ironía que acaso es lamento.
-''¿Cuánta gente que no piensa, no?''.
(La Reforma, Trujillo, 18 de enero de 1918.)
15 de septiembre de 2024
Las Mujeres de París
-En París la mujer ya no es mujer. Tiene horror a ser madre. Esto es escalofriante.
Yo le respondo:
- Es la misera.
- No hay miseria mayor que la de Rusia y Alemania: y sin embargo, en Rusia y en Alemania la natalidad supera actualmente en un setenta por ciento a la de Francia.
- Entonces es la civilización...
El doctor se hecha a reír. Repongo:
- Entonces es la raza.
No atino a explicarme. Mi amigo tampoco. Me dice él en crudo:
- Oiga usted. Yo soy médico y visito los hospitales de París. Yo conozco esto. Hay mujeres aquí que para procurarse un aborto pagan miles de francos.
Recuerdo entonces a miseras mujeres de América, que dan su vida por la vida del hijo que llevan todavía en las entrañas. El médico me arguye.
- Eso es primitivo, brutal, antiestético, feo. Los griegos de Alejandría no comprenderían semejante atentado a la euritmia e integridad del mármol femenino.
-Entre la Manca de Milo y una madre que da a dos manos el seno a su bebé, yo, naturalmente, me inclino ante ambas. las dos cosas puede ser la mujer, al mismo tiempo.
(El Norte, Trujillo, 4 de abril de 1924)