Por Armando Arteaga
(Publicado el 02 de Octubre 2022, en Semana, Diario El Tiempo, Piura).
Carlos Augusto Salaverry es el más grande poeta romántico peruano, tanto por su espontaneidad y transparencia poética como por el manejo experto de su lenguaje. Su obra está teñida de un “spleen” idealista y de un afecto desesperado y fatalista. A los quince años se hizo soldado. Participó en política y viajó a Europa donde publicó en Francia su libro “Albores y destellos”, pero luego vino la incomodidad de la pobreza y el designio de cierta enfermedad que lo postró. Falleciendo en París el 09 de abril 1891. Ricardo Palma, Marcelino Menéndez y Pelayo, José de la Riva Agüero, Ventura García Calderón, Alberto Ureta, Raúl Porras Barrenechea, y Luis Fabio Xammar, celebraron siempre su obra singular: un mundo poético sentimental impregnado de fantasía y de una actitud reflexiva moderna, del vate piurano. César Vallejo en su tesis universitaria “El Romanticismo en la Poesía Castellana” destaca de Salaverry: “el espiritualismo erótico, que la informa, la concepción honda de la vida, y más que todo, por el ansia de inmortalidad que la anima”.
El poeta Carlos Augusto Salaverry nació en Piura en 1830, hijo natural del presidente y general Felipe Santiago Salaverry quien murió fusilado en 1836. Edmundo Cornejo Ubillus describe el nacimiento de Carlos Augusto Salaverry en este año de 1830: “un año después de haberse producido el desenlace de la Guerra con Colombia y el destierro del Presidente La Mar, don Felipe Santiago Salaverry, su Ayudante de Campo y Coronel en aquel entonces, residía en la Hacienda La Solana del Departamento de Piura, cumpliendo una misión fronteriza que el nuevo Gobierno le encargara y que, en realidad, solo fue un pretexto para lograr su alejamiento del ejército (Lima). En ese año -el 4 de diciembre- y de sus relaciones con doña Vicenta Ramírez nace don Carlos Avelino Salaverry, llamado más tarde Carlos Augusto, incluso por su progenitor.
Su partida de bautizo consta en la Parroquia de San Miguel de Piura, registrada por el P. Miguel de la Cruz. Ampliamente conocidos son los aspectos de su niñez, a partir de su llegada a la capital; su entrega al cuidado de la esposa del ya General Salaverry, doña Juana Pérez e Infantas, quién habrá de dedicarse efectivamente a él, por especial encargo del propio caudillo en su famosa carta-testamento; su estada en Chile por tres años, junto a su madre adoptiva y su hermano Felipe; su regreso al Perú y su vida de familia hasta su ingreso a la carrera militar en el Batallón Yungay, pasando por la vecindad en la calle Piedra de esta capital, donde al parecer surgieron ya sus primeras voces líricas. Un desengañado del mundo, Salaverry encabeza siempre el prestigio del romanticismo peruano. El yo romántico de Salaverry fue muy intenso. Su visión, aunque tardía, y su renovación, consagró nuevos aires para la poesía peruana.
Augusto Tamayo Vargas define así el ímpetu de su obra literaria: “Salaverry es, sin lugar a dudas, la más alta nota lírica de nuestro romanticismo”. Alberto Ureta en su estudio sobre Salaverry esboza la proyección de la obra del poeta sobre los avatares de su linaje provinciano: “Apenas si pudo alcanzar algunos años de estudio en una escuela rudimentaria”. La semblanza más certera la realizó también Teodoro Garcés en un Homenaje a Salaverry que en alabanza del autor de “Misterios de la Tumba” y “El sol de Junín”, sentenció hermosamente su final: “Salaverry, el poeta que cantó a la mujer y al infortunio en estrofas llenas de sonoridad y de luz”. Muchos años después, sus restos fueron trasladados de París al Perú y sepultados en el cementerio de la ciudad de Sullana donde actualmente descansan”.
En “El vocabulario romántico de Carlos Augusto Salaverry” (Lima, 1961) de José Miguel Oviedo destaca un suceso sobresaliente del poeta con el leguaje: “cuando Salaverry vuelve a los límites de la moderación, hace gala de un vocabulario generoso, bastante variado y, sobre todo, musical”. En los más plenos instantes, el escueto placer del acordamiento de la naturaleza, la musicalidad de su dicción prematura, su diestra y rítmica adjetivación, sus imágenes sencillas, lo llevaron a escribir uno de los poemas más bellos del parnaso romántico: “Acuérdate de mí”. Alberto Escobar ha realizado un excelente “análisis interpretativo” de este poema, que por supuesto nos parece una obra maestra. No es la única. Salaverry tiene innumerables poemas, a nivel de la poesía amorosa y erótica, dignos de ser vueltos a leer, y en espera de una nueva interpretación que revalore la obra de Salaverry. Ya lo dijo Escobar: “Leer, estudiar una obra literaria, comprenderla, es descubrir en ella ese ordenamiento de su estructura que posibilita el gozo total, el conocimiento profundo de lo que quiso decir el autor. Y este conocimiento, por ser demostrable, es legítimo y doblemente valioso”.