En la madrugada del 6 de octubre de este año falleció, en el retiro de su casi-ta de Miraflores, el patriarca de la literatura peruana, don Ricardo Palma. Desde uno de los portales de la Plaza de Armas vimos desfilar el cortejo con César y luego continuamos a pie hasta el cementerio. César no habló una sola palabra durante el trayecto. Regresamos tarde y en silencio por las viejas calles de Lima de los Barrios Altos.
Y en el atardecer del 3 de noviembre, apareció en mi casa en un estado de agitación y angustia, César, repitiendo en forma insistente esta frase: "Abraham Valdelomar ha muerto, Abraham Valdelomar ha muerto..., así dice la pizarra de La Prensa..." No obstante lo inesperado de la noticia (Valdelomar tuvo para nosotros muy amables distinciones cuando estuvo en Trujillo, en plan de conferencista, co-mo cuando nos volvimos a encontrar aquí en Lima), ésta nos afectó - asimismo-profundamente; sin embargo, tratamos de apaciguar a César. Su estado emocional era intenso y sólo comparable a los momentos que siguieron al recibir la noticia del fallecimiento de su madre. Pero mientras ésta le llevó a un estado de llanto y abandono, la noticia del fallecimiento de Valdelomar, que él tanto estimaba, le produjo un estado de agitación dolorosa.
Un tanto calmado, se sentó en la mesa del comedor y escribió el artículo que con el título de "Abraham Valdelomar ha muerto..." se publicó en la edición de la tarde de La Prensa del 4 de noviembre de 1919 (año XVII, Nº 9.486). Aparte de las muchas frases tomadas de Valdelomar y de las frases dirigidas a César en su presentación en la revista Sudamérica (2/3/1918), "Hermano en el dolor y en la belleza", Vallejo termina este emotivo artículo con la frase que Rubén Darío le dedica a Leconte de Lisle a su muerte: ". Las campanas de la Basílica lírica están tocando vacante".