Hace casi un mes que concluyó el "VII encuentro internacional de escritores de Tarija", Bolivia.
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La Casa Dorada, el centro cultural del Tarija |
Un mes quizá no sea tiempo suficiente para madurar la experiencia, pero no escribir algunas líneas sería desconocer no sólo la huella que ha dejado en mí, sino por sobre todo el trabajo de René Aguilera Fierro, el escritor Tarijeño que a pulso dio vida hace ya siete años a esta iniciativa, y que aún a puro esfuerzo la mantiene viva y saludable. Lo que quizá René no sabe es que dicho encuentro literario fue uno de los mayores acicates para mi carrera literaria. Fue en septiembre del año 2012 cuando recibí su carta de invitación para participar en el "V encuentro de escritores de Tarija"; entusiasmado, confirmé mi asistencia, al tiempo que me apresuraba en comprar los pasajes, inventando itinerarios improbables. En octubre, caí en cuenta que salvo algunas publicaciones en revistas, entre ellas Casa de las Américas, premios menores y la participación en dos antologías, carecía casi por completo de un currículo literario. Comencé a preocuparme. Ignoraba que la fraternidad que se vive en Tarija podía pasar por alto tales pecados. De inmediato, me di a la tarea de publicar un libro. Imaginaba que todos quienes asistirían llegarían con sus maletas sobrecargadas de libros, y algo de eso hubo, a decir verdad.
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Barrio bullicioso: el libro que no llegó a tiempo |
Después de diez años de casi absoluta sequía literaria, yo había renovado mi vocación por la escritura, gracias a haber logrado ser finalista en el I Concurso de cuento breve Ágora entre signos, del año 2012 y ver publicado mi micro-cuento en la antología "Épica batalla y otros cuentos breves", no siendo "Épica batalla" mi relato –qué duda cabe–, sino uno de los cuentos breves. Ese año había escrito más relatos que en toda la década anterior; pero no alcanzaba para un libro. Decidí, entonces, abrir el viejo baúl en que se acumulaban mis borradores y cuentos sin corregir de casi toda una vida garabateando historias y versos. Nueve cuentos me parecieron aceptables, el más antiguo, de 1986; la mayoría de los 90, y uno solo de 2012. Luego de corregirlos una y otra vez, tuve por fin el manuscrito de Barrio Bullicioso, y pensé, con el pecho, no henchido, sino a punto de reventar de puro orgullo, "ahora puedo viajar a Bolivia tranquilo".
Y sin embargo, cuando llegó noviembre, el libro aún no estaba impreso. Una ingente cantidad de títulos estaban antes que el mío en la cola de producción de la editorial, de modo que me presenté en Tarija con las manos vacías.
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Marietta Cuesta |
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Iván Carrasco (a la derecha) |
La primera noche en la ciudad terminó en una conversación en torno a varias cervezas, en las que me fui haciendo de los primeros amigos. Ignoraba que a dos de ellos, Iván Carrasco Akiyama y Marietta Cuesta, no los iba a ver nunca más; fallecieron, ambos, de un infarto al miocardio. A Iván lo bautizamos cariñosamente "el último de los clásicos", por su adicción militante al soneto, la rima y una métrica rigurosa, que le demandaba horas y horas de trabajo y le ponían los pelos de punta cuando leía verso libre, a despecho de la enorme calidad de algunas obras. A Marietta la recuerdo, no tanto por su bella y delicada poesía, no tanto por su estética pictórica, sino por la bufanda que protege mi cuello cada invierno; me la obsequió clandestinamente en el aeropuerto de Tarija, cuando el avión dilataba las horas de espera: no tenía regalos para todos. No he vuelto a ver, y era una de las emociones que esperaba repetir en el séptimo encuentro, a Guillermina Covarrubias, que nos deleitó con sus deliciosos versos, sobrellevando a duras penas un temor escénico que solo los que compartimos más con ella supimos palpitaba en su pecho. Tampoco estaba mi hermano en la literatura fantástica, el gran Marcos Rodríguez Leija, que desde México atravesó el mundo para estar con nosotros; pocos narradores alcanzan las alturas de sus letras, su imaginación y su estilística. Con él, como era de esperar, la conversación se centró en Monterroso, en Marco de Nevi, en Juan José Arreola, y claro, cómo no, también en Cortázar, algunos de nuestros más importantes referentes. Extrañé también a Fanor Ortega Dávalos, excelso cultor de la copla, a Alfred Asís, antólogo contumaz, a Cristina de la Concha, quien con su "Pulque para dos" me enseñó que la prosa y el verso pueden ser hermanos. Pero no es del 2012 que me proponía hablar. Tan solo quise recordar a los ausentes, a los que nos dejaron para siempre, y también a los que espero volver a ver, quién sabe, en el "VIII encuentro de escritores de Tarija", el 2015, porque René Aguilera Fierro no descansa.
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La Paz |
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La Paz |
Diré entonces que llegué tarde, y me perdí con ello las primeras complicidades, esas que a menudo acompañan hasta el final del viaje. El avión llegó a La Paz cuando el último vuelo a Tarija ya despegaba. Quedarme en La Paz no era una perspectiva halagüeña: la puna martilla en las sienes y dificulta dormir, y sin embargo, esa noche inesperada en las alturas, allí donde el aire se trasquila, me permitió deleitarme con mi hobby, la fotografía, y realizar algunas tomas nocturnas de la capital boliviana, que espero algún día logre terminar de seleccionar.
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René Aguilera Fierro |
El encuentro, al igual que el del 2012, fue fraterno y solidario, a despecho de cierto malestar que sentí respecto de actitudes demagógicas en torno del reclamo boliviano de una salida al mar; gentes bien intencionadas, los poetas, de latitudes y meridianos lejanos, tiñeron sus versos de reivindicación solidaria, de espalda a todo conocimiento de la materia, ajenos a toda conversación, en un afán de congraciarse con el anfitrión. Eso, para la galería, porque en privado, en la mesa del café, aparecía la pregunta: ¿qué es lo que ocurre?, ¿por qué no se ha podido?, ¿cuál es tu opinión? Entre los uruguayos apareció la pregunta, entre los argentinos, incluso entre los bolivianos. Casi todos ignoran que es un zapato chino en el que se encuentra involucrado no sólo Chile, no sólo Bolivia, sino también el Perú; Chile y Perú enredados en tratados; Perú y Chile, comprometidos en el desarrollo de la zona económica Arica-Tacna, que no admite la aduana de un tercero. Bolivia, empantanado en una reivindicación de soberanía que no afecta su crecimiento ni su acceso al Pacífico, porque dispone de libre tránsito y uso de los puertos chilenos como si fueran propios; es decir, desde el punto de vista económico, su reclamo no tiene significación; se trata más bien de un sentimiento y un símbolo que hace vibrar a un pueblo, como también un símbolo de hermandad que se pide y se hace necesario aun para Chile, cada vez más aislado en su propio vecindario. La propuesta de un enclave Boliviano en la costa chilena, en territorios que antes de la Guerra del Pacífico eran bolivianos, hecha por el senador chileno Alejandro Guillier, es una idea que se difunde poco, que pareciera no conocerse en Bolivia, y de la que nadie tenía noticia en el encuentro. Me hubiese gustado que más que poemas escritos a toda prisa en el avión, se hubiese organizado un foro en el que se hablara en forma clara del asunto. En Chile, la propaganda oficial inculca la idea del rechazo "con buenos argumentos" y una buena parte de la población se conforma con eso; pero un grupo importante de chilenos, entre los cuales me cuento, creemos en la necesidad de una salida al mar para Bolivia, con "buenos argumentos"; es decir, sin caer en el voluntarismo y la arenga, buscando una solución como la que plantea Guilier, que no se traduce en violar un tratado firmado con el Perú al término de la guerra, ni en un desmedro económico para Tacna y Arica, ni en una división del país en dos territorios asilados. Me extendí quizá demasiado en estas líneas, pero me pareció necesario para que se entienda el porqué de mi malestar frente a los versos escritos al voleo, que de alguna manera, y queriéndolo o no, demonizan mi patria.
Ese fue lo agraz, precisamente lo que no era literatura.
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Julio Albarracín |
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Al centro: Franco, Maruca y René |
Hubo en cambio encuentros y reencuentros, viejos cariños y afectos nuevos, amistades que se insinuaron y otras que se cristalizaron. Reencontrarme con René Aguilera Fierro, hoy empeñado en recoger las leyendas del sur de Bolivia; con Guido Medinaceli, el polémico y polemista historiador Tarijeño, atesorando documentos y humanizando la historia, con la deuda impaga de un libro no escrito; con Jorge Peñaloza, novelista de costumbres, que aún no se convence de que su prosa es mucho más rica que sus ingeniosos versos; con Juan José Montaño, mi dilecto colega, que cada encuentro tiene un libro para mí; con Luis Paulino Figueroa y su guitarra; con Raúl David Castro, y su deambular entre la crónica y la novela social; con Diego Albarracín, poeta del norte argentino; con Maigualida Pérez, su vocación planetaria, sus versos y su excelente narrativa erótica; con Edgardo Palacios y su cruzada-denuncia en contra de la prostitución infantil; con el inefable Amado del Pozo y sus medallas; con Patricia Ocaranza, la escritora
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Jorge Luis Borges |
de los niños; reencontrarme con todos ellos fue una alegría que solo atenuó la fugacidad de las conversaciones: René demasiado absorto en sacar adelante el Encuentro, y los demás, demasiado enfrascados en el tráfago de las actividades. Hizo falta, quizá, un día en que la única actividad hubiese sido departir. Pero en ese apretado espacio lúdico, en el tiempo mezquinado a la noche, en la pausa del café nocturno, me enriqueció el encuentro con Franco Gariboldi y su esposa Maruca, ambos narradores de fuste, ambos dignos de estar en librerías de Buenos Aires, Barcelona, Madrid y Ciudad de México, pero aún ignotos en un pueblito del Chaco argentino, sufriendo el injusto destino de los artistas de provincia… ¿Sufriendo? Esa palabra no les pertenece, es solo mía, y no sé si tanto. Una concesión a la retórica, para que se entienda de lo que hablo. En realidad ellos disfrutan la vida, luchan por contagiar su entusiasmo, por compartir con otros su amor a la cultura; Maruca, sonriendo callada, Franco, aprovechando un histrionismo innato, que lo ayuda a levantar optimismos, sonrisas y voluntades, logrando insuflar el entusiasmo por las letras hasta en los más reacios. Con ellos el café fue más grato, la caminata más breve, el viaje más entretenido.
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Julio Cortázar |
En nuestra mesa estuvo Borges, Sábato, Dostoievski, Cortázar, Giardinelli y Sorrentino; Franco trató de contagiarme a Dickens, yo traté de infestarlos con Anderson Imbert y Bolaño. El rock, el hipismo, SILO, la religión, los mitos y la política, condimentaron nuestras charlas. A ratos decíamos lo mismo, como si nos leyéramos la mente, y yo pensaba cómo este tipo (Maruca es más callada) puede llegar a las mismas conclusiones, pasiones y abominaciones que yo, si vive en el tórrido Chaco, en donde el monte se confunde con la selva y el calor impone la siesta, mientras que yo provengo del frío y la lluvia, de un sur verde y lejano, de mar y cordillera, de lagos y canales, sin considerar las diferencias de nacionalidad y años vividos. Fue en una de esas conversaciones que yo le dije: fíjate en los mexicanos, siempre traen a alguien interesante con ellos. Y estaba en lo cierto, solo que no era mexicano: Daniel Baruc Espinal, un sacerdote (solo después supe que era sacerdote) dominicano, residente en Acapulco. Su lírica fue, a mi juicio, la mejor del encuentro. Es un poeta de marca mayor, de un barroquismo sublime, en el que su fino trato de la palabra, el dominio de la metáfora y la imagen, el léxico preciso y ubérrimo, van tejiendo un poesía humana tan profunda que se amalgama con la palabra, para copular y parir el metalenguaje existencial al que aspiraba Cortázar y que encuentra un lugar en el Neruda de "Residencia en la tierra". Un poeta que es autor, además, de cuentos excelentes. Un poeta que sin aspavientos vino a engrandecer nuestro encuentro.
Fíjate en los mexicanos, le había dicho a Franco, y había más: un excelente guionista. Pero por desgracia, no retengo los nombres con la facilidad que debiera, y solo espero que un nuevo encuentro nos permita conocernos un poco
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Daniel Baruc Espinal |
En los mexicanos y en los uruguayos, debí decir, entre los cuales destaca otro poeta: Alberto Caraballo. En la experiencia del exilio, desarrolla una estética diferente de la de Baruc, más directa y llana, pero no menos poética, no menos eficiente, no menos humana, y de una estilística muy bien trabajada, que nos introduce en el horror y la tristeza, el amor y el desgarramiento, el compromiso y la tragedia, el dolor y las pequeñas alegrías de un hombre lejano, un doble exiliado: aquel que regresa con los sueños rotos.
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Alberto Caraballo y José Lissidini |
También, por qué no decirlo, hubo desencuentros, malentendidos. Jorge Aliaga fue uno de esos desencuentros. Mi distracción me llevó a no saludarlo en la plaza de Tarija, y él pensó que en realidad lo había ignorado olímpicamente. Un hombre como él, poco dado a los Olimpos, juzgó aquel gesto en forma equivocada. Mi sentido del humor también me jugó una mala pasada, y creo que lo ofendí. Mal comienzo, peor continuación. Por mi parte, encontré que su susceptibilidad era exagerada y me desentendí del asunto, pensando que poco podíamos tener en común, cosa, que, al oírlo, me pareció que también él pensaba. Nos equivocamos los dos: una lectura al blog de este escritor peruano-escocés me mostró una afinidad de ideas que nos hermanaba y me hizo añorar su conversación, compartir nostalgias de caminos por los que transitamos, sin saber que éramos compañeros. Queda entonces la esperanza de encontrarnos de nuevo en Tarija.
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"Chente" Vásquez |
Una mención aparte merece Vicente Vásquez, "Chente", quien con su breve ensayo "Mujer… Diosa o Demonio", se ganó la atención de las féminas, que no quisieron perderse la lectura de su texto, y como no pudo leerlo en toda su extensión, a modo de charla, en la Universidad Juan Misael Saracho, tuvo el público suficiente en uno de los almuerzos, para leerlo completo… a petición expresa de las mujeres, quienes no paraban de celebrarlo. Él, con una sonrisa entre picara e inocente, se dejaba querer. Entre los libros que me regalaron en el Encuentro, ese fue el único que mi esposa leyó de principio a fin, sin pausas. "Chente", "Chente", te las traes, ¿eh?
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René de la Barra lee sus obras |
Del encuentro en sí habría que decir fue una mixtura de estéticas, talentos y visiones de mundo. Hubo quienes convirtieron el sitial de lectura en púlpito y el proscenio en templo. "Viajar tres mil kilómetros para asistir a un culto evangélico", le comenté a Franco, con mi habitual irreverencia. Jamás supe qué escribía aquel pastor, que desarrolló su performance evangelista, su transformismo de escritor en profeta, su travestismo de predicador con ropas de vate, ante la mirada atónita y tolerante de los demás escritores, que aplaudieron educadamente cuando aquel hombre terminó su posesión mística sudoroso y de rodillas… aunque quizá solo fuera sudoroso y lo de rodillas es tan solo una alucinación de mi recuerdo.
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René de la Barra, dictando su conferecia |
Calidades diversas, estéticas diversas. Los anfitriones, los chapacos, cultores de una estética cercana al folclore, y a veces solo folclore, sin que esto importe un comentario peyorativo sino más bien descriptivo. En su narrativa, abunda la leyenda, la greguería, el chiste y el anecdotario; menos frecuente, aunque importante, destacan la narrativa social y el costumbrismo. Su poesía se vale de la métrica y la rima, y canta a sus pagos y sus mujeres, sus aventuras y desventuras, sus valores y creencias, la visión que su gente tiene de la realidad, aún más cercana al mundo rural que a la posmodernidad. La poetas del norte argentino, sus vecinos del otro lado de la frontera, ofrecen cierto parecido al respecto. Los cantos de amor, unos cursis, otros torpes, otros que entraron de lleno a la poesía, resultaron transversales, tanto entre las estéticas como en las no-estéticas, entre las nacionalidades y entre los años vividos; los cantos de amor erótico, de amor filial, de amor al prójimo, todos amalgamados en el sentimiento compartido, de plena humanidad que a todos pertenece, y que fue plasmado en los extensos párrafos del Manifiesto del VII encuentro internacional de escritores de Tarija.
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Sentados: cnel. Roger Centeno Sànchez, (Bolivia); Renè de la Barra (Chile); Jorge Aliaga Cacho (Perù); y de pie: Pimpo Adad (Argentina).
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