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Jorge Aliaga Cacho en el Callao |
Por Jorge Aliaga Cacho
Por fin, habían decidido realizar ese viaje a Roma. Lo habían planeado juntos, contentos. Contaba los días para ver realizado ese sueño: llegar al lugar mismo donde se encontraba el Coliseo Romano. Llegó el día esperado y ya se encontraba acomodándose en el asiento de la aeronave, que le pareció algo estrecho e incómodo. Emilio ponía su equipaje en la . El sueño de Karen empezaba a cristalizarse. Entonces, se acomodó en su asiento, se removió los tacones, estiró las piernas, le miró a los ojos y le preguntó:
- ¿Me amas, Emilio?
Él, sin dejar de hojear el periódico le respondió:
- Esa sería una buena idea – habló sin voltear para mirarla.
El vuelo duraría tres horas. Ella tendría tiempo para considerar la respuesta de Emilio más tarde. No quiso pensar más en ella y se dispuso a dormir. Durmió casi todo el vuelo. Se despertó cuando el capitán estaba próximo a anunciar el aterrizaje en Roma. Europa y el mundo vivía una crisis causada por los ataques terroristas de Al Qaeda. Había salido de Edimburgo un poco nerviosa. Los policías estaban dispuestos con metralletas. Llegaron al Aeroporto di Roma-Ciampino y de allí se dirigieron a la estación del tren donde un policía amenazó a Emilio con su metralleta. Le puso el cañón en el pecho. El militar estaba nervioso, sudaba. Sus ojos locos.
- ¡Alto! - gritó el policía: luego balbuceó otras palabras incomprensibles.
Karen quedó sorprendida pero no se asustó. A Emilio, por el contrario, lo invadió el pavor en los ojos, aunque solo un instante. Luego, de reojo, le sonrió a Karenina que tenía los ojos más lindos de la ciudad. Continuaron su camino en la estación de tren hasta que, de pronto, apareció en el lugar un hombrecillo que llamaba: ´Emilio, Emilio´, y Emilio, sorprendido volteó, y se sorprendió aún más, cuando calculó que, efectivamente, a él lo estaba llamando. El hombrecillo se acercó, con ademanes italianos. Ahora recordaba que se habían conocido en una fiesta, en Edimburgo. El italiano ahora lo abrazaba. Karenina quedó impresionada al ver la 'popularidad'de Emilio. Al salir de la estación, era ya el medio día. Se dispusieron a buscar el hotel, dejar el equipaje y salir en busca del Coliseo. Cuando salían de la estación, por una puerta que conducía a una calle angosta, Emillio divisó, entre dos automóviles, un culo grande, blanco y brilloso, cuya propietaria había dispuesto que miccionara allí, en el mismo centro de Roma. Emilio se quedó estupefacto, Karenina, por su parte, anonadada y los dos, finalmente, rieron juntos. Siguieron caminando por unas callejuelas simples, sin la grandiosidad que presenta París, ni lo compacto que te puede ofrecer Madrid o Barcelona. Iban contentos aunque el calor de Roma arreciaba, iban sin dirección propuesta, sin mapa, sin brújula. Parecían un par de caninos guiados por el olfato. Llegaron a una avenida ancha. Algunas viviendas estaban embanderadas con la bandera de la paz, colores que se le atribuye a la ciudad del Cusco. La diferencia era que esta bandera inka que recibía en su centro la palabra llevaba inscrita la palabra PACE, italiano por PAZ.
Karen intuyó que había algo de político en todas esas manifestaciones. Y aunque no se preocupaba mucho de a política si se preocupaba por las condiciones del sistema de salud de su país. Ella tenía una niña que padecía una condición difícil y procuraba que los estándares en la provisión del servicio de salud no disminuyera en Escocia. Hasta allí, era el límite de su preocupación política en el sentido que la palabra implica. La belleza escocesa de Karen se hacía notar por las calles. Los hombres volteaban al verla pasar. Yo entre alegre y celoso. Ella entre alegre y pudorosa. Sus ojos, grandes uvas, su cabellera rubia, larga y sedosa, no podrían dejar de admirarse.
Su cuerpo era un deleite para las miradas de aquellos hombres latinos.
El mal recibimiento por parte de la policía romana, había quedado atrás. Karenina se sentía segura con Emilio. Él era mayor que ella, con más experiencia de calle, de vida, un viajero. Y ella,en Roma, lo seguiría a cualquier parte. Y así caminaron por toda la ciudad buscando el Coliseo. Karen llevaba puestas sandalias blancas de cuero. Sentía que las correas le habían producido ampolllas en sus pies. El calor arreciaba. Ellos querían descubrir los misterios de Roma. En ello estaban cuando, al llegar a una avenida con gran fluido vehícular, se cruzaron con un hombre octogenario que llevaba un bastón en la diestra el cual agitaba al ritmo de los insultos que le lanzaba a un motorista que pasaba haciéndole zumbar el cuerpo. Karen estalló de risa dejando al anciano colérico en medio de la pista, echando ajos y cebollas por todas partes. La risa que ocasionó este hecho les acompañó varias cuadras de su camino.
Y tal vez pasen muchos años de sus vidas pero siempre recordarán este incidente que los vio reir juntos en tan prolongada manera que parecía que el tiempo no terminaría nunca. En eso estaba entre el zumbido de la ciudad, los recuerdos, la arquitectura tan distintas a la de Edimburgo, cuando de pronto, ipso facto, allí estaba, frente a sus ojos, entero como un sol: el Coliseo Romano, la escena histórica en frente de ellos mismos, justo en medio de la modernidad.
Les parecía extraño al principio, pero, poco a poco, Roma se proyectaba circundada por su propia historia. Todo ello era la simbiosis de la ciudad, la conciliación de la Roma antigua con la modernidad. Además de la arquitectura clásica a Karen le llamó la atención como personas mayores se concentraban formando grupos en diversas partes de la ciudad: conversaban, hacían vida socia y disfrutaban del sol. Era el mes de abril y el astro rey arreciaba con fuerza y Karen descubría el espíritu franco y comunitario de Roma. Le agrado ver la aceptación que los jóvenes brindaban a las generaciones mayores. Emilio y Karen pasaron días felices en Roma. Una vez cuando disfrutaba la paz que le ofrecía un parque de maduros árboles, Karen sintió que la miraban y efectivamente, era cierto, cuatro jóvenes romanos la estaban mirando. Más tarde, cuando se dirigían a comprar a una tienda cercana, Karen se dio cuenta que esos jóvenes la venían siguiendo desde el parque. Los osados cruzaron la pista y se dirigieron hasta la tienda misma. Allí los atrevidos silbaban, flirteaban, trataban de llamara la atención. La cabellera rubia, rubia, rubia, de Karen, les animaba los bríos. En otra ocasión Emilio y Karen decidieron salir a cenar a una trattoria, propiedad de una pareja de mediana edad quienes atendían el negocio. La mujer trabajaba en la cocina y el hombre hacía de mesero. El lugar olía el olor a la quinta esencia de la comida italiana. Cuando llegaron nuestros comensales se dieron cuenta que, entre los propietarios de la trattoria, se venía sucediendo una pelea de conyugal, la misma que subió en tensión, provocando mutuos insultos en italiano, Karenina no comprendió ninguna palabra pero sí logro entender por los tonos de voces y gestos que entre ellos había en marcha un argumento pasional latino. Emilio y Karenina continuaron disfrutando de la cena a pesar de la discusión doméstica que se desarrollaba alrededor de ellos. Karenina disfrutaba la pasta. Los dos brindaban, por momentos preocupados cuando se encendía fuego en la discusión. Podría suceder, pensaban, que algún utensilio, podría volar alrededor de ellos, cuando empezara la guerra. Hacía brindis con el vino de casa casi agachando la cabeza y sonreían. En ello iban cuando escucharon un cambio de tono en aquella conversación hasta ese momento acalorada. Alguno de ellos dijo algo que motivó un cambio de temperatura ambiental, pues, empezaron palabras que sonaban a ternura, sonidos de besos. La curiosidad los hizo mirar hacia la zona de la cocina para ver lo que pasaba. Lo que vieron fue a una pareja abrazada y entregada a la ternura de un beso. La tormenta había pasado. Esa noche cenando, en medio de esa trifulca amorosa Emilio y Karenina se habían olvidado que en el hostal donde se alojaban no se permitía el ingreso hasta después de las once de la noche, y ya eran las once. Al percatarse de la hora, pagaron la cuenta y salieron corriendo por las que parecían interminables calles. El hostal era administrado por un chino, que, cuando llegaron, al escuchar el timbre de la puerta, salió renegando en su idioma oriental y renegando también les abrió la puerta. Se habían salvado. Esa noche conversaron de lo sucedido en el restaurante e hicieron el amor entre risas y muestras de ternura. Pasaron unos días en Roma. Luego Karenina y Emilio alistaron maletas para viajar a Siena, lugar de nacimiento, lo sabía Emilio, de Anna Chiappe, esposa del gran pensador peruano José Carlos Mariátegui. Emilio era limeño y así como el sueño de Karenina era conocer Roma y visitar la Catedral de San Pedro, para Emilio su sueño era visitar Siena, caminar las calles que, tal vez, habría caminado ese intelectual peruano. El viaje que realizaron a Siena fue colorido, cruzaron campos de variados verdes, flores rojas, azules, amarillas, lilas y de todos los colores. El ómnibus que abordaron lo conducía un hombre de temperamento singular, un poco desajustado. Conducía el autobús bamboleándolo sobre el paisaje de Siena. Pasaría por pueblitos. En uno de ellos divisaría, en una callejuela, a un amigo suyo que caminaba relajadamente vistiendo un sombrero valentino. El conductor al verlo decidió frenar el vehículo. Estacionó el vehículo y encendió un cigarrillo para luego empezar una conversación amena con el dicho amigo. Los pasajeros abrasados por el sol de Toscana quedaron insólitos. La pareja de amigos dialogaba entre bocanadas de humo y carcajadas. Al terminar el cigarrillo continuaría el viaje. Siena estaba situada entre tres colinas llenas de color. Tenía un aspecto medieval. En la ciudad se destaca La Piazza del Campo, bella plaza. Dominan la vista la Torre dei Mangia construida en el siglo XIV. En esta plaza se realiza una carrera de caballos denominada Palio. Es una de las fiestas toscanas más importantes que se celebra desde 1283. El Duommo de Siena es uno de los más grandes del país, tiene en su colección varias obras de grandes maestros: Donatello, Miguel Angel, Bernini. En 1966, Siena cerró la plaza y calles al tráfico vehicular. Llegaron a Siena. Una pequeña calle tenía una joyería antigua, pequeñita. A Emilio le llamó la atención una sortija con la cabeza de un puma. También vio una con la cabeza del león clásico de la cultura romana. Luego se animaría a comprarla. También le compraría a Karenina una sortija con una piedra grande, con ello quería decirle que sí, que sí la amaba. El hotel en el que se alojaron en Siena quedaba cerca a la plaza, tenía como nombre “La Perla”. Era pequeño. El baño y la ducha ocupaban un espacio reducido y cuando se usaba la ducha el agua inundaba toda la habitación. Emilio solía bajar a una pasticcería que quedaba cerca al hostal. Allí compraba croissants, pan y café para el desayuno. Una tarde cuando hacían una siesta, Karenina se levantó para curiosear a través de los visillos de la ventana. Ella vestía solamente sus bragas. Iba hacía la ventana en puntillas, y en puntillas trataba de asomarse a la ventana para curiosear que pasaba allí, abajo, en esa calle de Siena. Karenina miraba a través de los visillos pero presentía que Emilio estaría ahora despierto, mirándola, como de puntillas curvaba su cuerpo, ahora ella estaba segura que él la observaba, entonces decidió darle el placer de su vida. Levanto el brazo hacía el cerrojo de la ventana para suavemente jugar con él, con los deditos al tiempo que estiraba una pierna hacía atrás e inclinaba su cabellera rubia hacía el marco de la ventana. Emilio efectivamente estaba observando con inusitado placer. Ella bajaba los dedos por sus piernas y los llevaba hasta el centro de las bragas, separaba las piernas para luego, lentamente, deslizar sus dedos entre las bragas. Emilio solo podía ver el espectáculo por detrás. No podría ver lo que ella hacía adelante pero podría imaginarse. Ella imaginaba su cara y lentamente repetía los movimientos con sus dedos. Su espalda desnuda se curvaba hacía adelante para ofrecerle a Emilio su delicioso trasero, y exploraba la humedad de su templo para mirar de reojo como Emilio acumulaba placer como un burro. Karenina y Emilio pudieron haberse comprometido en ese viaje pero no lo hicieron. Karenina le compró a Emilio un reloj que todavía él conserva. Emilio le compró a ella una sortija que también ella guarda. La sorpresa de su viaje todavía les esperaba cuando llegaron a la estación de autobuses. Llegaron a la estación de autobuses, tomaron sus asientos, en ello estaban cuando se percataron que quien iba a conducir el autobús a Roma sería el mismo chofer desajustado que los habría traído a Siena. Algunos pasajeros lo reconocieron y dijeron: Oh no! Y empezaron a apurarlo en italiano, sbrigati! sbrigati! Karenina y Emilio explotaron en risa. El chofer sin importarle los sbrigatis ni las carcajadas se sentó en el volante y encendió la radio para escuchar tangos. Emilio deseaba que esos días se alargaran para que el tiempo sellara esa posible relación futura. Habían hecho la parte turística y disfrutado el aroma cultural de la ciudad. Karenina guardó las fotos de esos momentos de amor en Siena en una caja, en su ropero. La relación terminó un día pero ella seguía conservando las fotos en aquel lugar. Un día empezó una relación con un marroquí y las fotos de Siena, especialmente las fotos que posaba con Emilio, fueron desapareciendo en forma misteriosa. Karenina, ha terminado ya la relación con el marroquí, tal vez lo esté empezando a olvidar pero todavía guarda escondidas con celo, en su ropero, las fotos de su viaje con Emilio que nunca podrá olvidar.