César Vallejo y Vladímir Maiakovski se conocieron en Moscú
Texto de Vallejo publicado en el diario El Comercio.
Domingo 14 de setiembre de 1930. Suplemento Dominical.
Domingo 14 de setiembre de 1930. Suplemento Dominical.
En una reunión de escritores bolcheviques, Kolvachef me había dicho en Leningrado:
– No es Mayakovski, como se cree en el extranjero, el más grande poeta soviético, ni mucho menos. Maiakovsky no pasa de un histrión de la hipérbole. Antes que él están Pasternak, Biedny, Sayanof y muchos otros.
Yo conocía la labor de Maiakovsky y mi opinión concordaba absolutamente con la de Kolvachef. Y cuando unos días después, hablé en Moscú con el autor de “150.000,000”, la conversación que tuve con él, confirmó para siempre la sentencia de Kolvachef. No es en realidad Maiakovski el mejor poeta del Soviet. Es solamente el más difundido en el extranjero. Si aquí se leyese a Pasternak, a Kazin, Gastev, Sayanof, Viesimiensky, el nombre de Maiakovski perdería muchas ondas sonoras en el mundo.
¿Pero por qué había de ser mi conversación con Maiakovsky la clave definitiva de su obra? ¿Hasta qué punto puede una conversación definir el espíritu y, más aún, el valor estético del artista? La respuesta en este caso, depende del método del pensamiento crítico. Si partimos del método superrealista, freudiano, bergsoniano o de cualquier otro reaccionario, no podemos, basarnos en un simple diálogo con un artista para fijar la trascendencia de su obra. Según estos diversos métodos espiritualistas, el artista es un instinto, o, para expresarnos en léxico más ortodoxo, un intuitivo. Su obra, le sale natural inconscientemente y subconscientemente. Si se le pregunta lo que él opina del arte y de su arte, responderá, seguramente, banalidades y muchas veces todo lo contrario de lo que hace y practica. Un genio, según esto, se desmiente, se contradice o pierde casi siempre en sus conversaciones. Atenerse a estas, como fundamento crítico, resulta, por eso, falso, absurdo. Mas no sucede lo propio si partimos del método del materialismo histórico, caro precisamente a Maiakovski y a sus amigos comunistas. Marx no concibe la vida sino como una vasta experiencia científica, en la que nada es inconsciente ni ciego, sino reflexivo, consciente, técnico. El artista, según Marx, para que su obra repercuta dialécticamente en la historia, debe proceder con riguroso método científico y en pleno conocimiento de sus medios. De aquí que no hay exégeta mejor de la obra de un poeta, como el poeta mismo. Lo que él piensa y dice de su obra, es o debe ser más certero que cualquiera opinión extraña. Maiakovski, en las declaraciones que me hiciera, designó, pues, mejor que ningún crítico el sentido y monto verdaderos de su obra.
¿Había, en suma, en Maiakovski un poeta auténtico, que la carátula marxista ahogó? No lo creo.
Maiakovski me hablaba con un acento visiblemente penoso y amargo. Contrariamente a lo que dicen de él todos sus críticos, Maiakovski sufría, en el fondo, una crisis moral aguda. La revolución le había llegado a mitad de su juventud, cuando las formas de espíritu estaban ya cuajadas y hasta consolidadas. El esfuerzo para voltearse de golpe y como un guante a la nueva vida, le quebró el espinazo y le hizo perder el centro de gravedad, convirtiéndole en un “désaxée”, como a Essenin y a Sobol. Tal ha sido el destino de esta generación. Ella ha sufrido en plena aorta individual las consecuencias psíquicas de le revolución social. Situada entre la generación de Maiakovski, Essenin y Sobol se ha visto literalmente crucificada. Dentro de esta misma generación, el calvario ha sido mayor para quienes fueron tomados sorpresivamente por la revolución, para los desheredados de toda tradición o iniciación revolucionaria. La tragedia de transmutación psicológica personal ha sido entonces brutal, y de ella han logrado escapar solamente los indiferentes con máscara revolucionaria, los insensibles con “pose” bolchevique. Cuanto más sensible y cordial fuera el individuo para permearse en los acontecimientos sociales, más hondos han tenido que ser los transtornos de su ser personal, derivados de la convulsión política, y más exacerbado el “pathos” de su íntima e individual revisión de la historia. El juicio final ha sido entonces terrible, y el suicidio, material o moral, resultaba fatal, inevitable, como única solución de la tragedia. Al contrario, para los otros, para los insensibles, indiferentes “bolcheviques”, fácil ha sido y nada arriesgado dar gritos “revolucionarios”, ya que respecto de ellos la revolución se quedaba fuera, como fenómeno o espectáculo de Estado, y no llegaba a hacerse revolución personal, íntima, psicológica. No había entonces dificultad ni peligro en asociarse a la corriente de los otros. Esto ha hecho y hace la mayoría de los escritores de Rusia y otros países. No es en realidad Maiakovski el mejor poeta del Soviet. Es solamente el más difundido en el extranjero. En el caso Maiakovski hay que distinguir, desde luego, dos aspectos: su vida y su obra. Después de su suicidio, la primera ha quedado redondeada como una de las expresiones individuales más grandes y puras del hecho colectivo. Sin duda, el suicidio no ha sido más que el milésimo trance de una larga viacrusis moral del escritor, “deraciné” de la historia y embarcado al propio tiempo, en una sincera y poderosa voluntad de comprender y vivir plenamente las nuevas relaciones sociales. Esta lucha interior entre el pasado que resiste, aún perdiendo ya todo punto de apoyo en el ambiente, y el presente que exige una adaptación auténtica y fulminante, fue en Maiakovski larga, encarnizada, tremenda. En sus profundos estratos orgánicos, dominaba tenaz e irreductible, la sensibilidad pequeño-burguesa y, solamente afuera, bregaba el afán voluntarioso y viril para ahogar el ser profundo de la historia pasada para reemplazarlo por el ser, igualmente profundo, de la historia nueva. El injerto de éste sobre aquel, fue imposible. En vano cambió al día siguiente de la revolución, su chaleco por la blusa del poeta bolchevique. En vano anduvo, desde entonces, declamando sus versículos soviéticos por calles y plazas, en las fábricas, en los campos, en las “itsbas”, en los sindicatos, en los cuarteles del ejército rojo… En vano buscó en las multitudes la sugestión necesaria para sovietizar su ánima íntimamente “desaxée”… Gigantesco de cuerpo, fuerte, con una voz robusta y metálica de alto parlante, recitaba: “Oh mi país. Tu eres un bello adolescente! Oh mi joven república! Tu te yergues y encabritas como una potranca! Nuestros impulsos van derechos al porvenir! Y a vosotras patrias viejas, os vamos a dejar a cien kilómetros atrás. Salud a ti, oh mi país, que eres la juventud del mundo…”. En vano todo. En vano… la verdadera vida interior del poeta, aherrojada en fórmulas postizas de un leninismo extremo e inorgánico, seguí un curso diferente de sus versos, un curso probablemente de invernadero o como el de cualquier espíritu apolítico que no tuviese nada que ver con la revolución. la conversación que tuve con él, confirmó para siempre la sentenciad de Kolvachef. Mientras Maiakovski continuaba confundiéndose en literatura con esa farándula de artistas “revolucionarios”, que aparentan serlo con la misma facilidad con que aparentarían ser valientes, mayores de edad o nocherniegos, la vida del poeta, en abierto divorcio con un arte que no la traducía, seguía pugnando subterráneamente y debatiéndose en la agonía… Pocos casos de divorcio más rotundo entre la vida y el arte de un escritor, como este de Maiakovski. El contenido revolucionario de sus versos, resultó, por esto, artificial, falso. Maiakovski fue, en fin de cuentas, un mero literato, un simple versificador, un retórico hueco. “Es un bufón”, dije de él en otra ocasión.
– “Guerra a la metafísica”- me decía el autor del “Misterio bufo”. Guerra al subconsciente y a la teoría según la cual el poeta canta como canta el pájaro. Guerra a la poesía apocalíptica, a la gramática, a la metáfora… El arte debe seguir a la propaganda política y debe ser controlado por la razón… La poesía debe trabajar con ideas preconcebidas y desarrollarse en tesis, como una teoría algebraica… La expresión debe ser directa, a boca de jarro. ¿Sus versos respondían a estos enunciados? Evidentemente sí. Sólo que la teoría en Maiakovski sirvió únicamente para ser de él un fabricante de versos “sous commande”, fríos y muertos. Las declaraciones de Maiakovski expresan la verdad sobre su obra, en el sentido en que confirma el hecho de que ella responde a un arte basado en fórmulas y no en la sinceridad afectiva y personal. Al sujetarse a un programa artístico, sacado del materialismo histórico. Maiakovski hizo tan sólo versos desprovistos de calor entrañable y sentido, suscitados por tracción exterior y mecánica, por calefacción artificial. ¿Había, en suma, en Maiakovski un poeta auténtico, que la carátula marxista ahogó? No lo creo. Desde sus primeros versos, que datan de 1910, cuando aún no le coactaban las preocupaciones políticas, no hay un solo renglón poético, un solo instante creador. Maiakovsky fue un espíritu representativo de su medio y de su época, pero no fue un poeta.