CRÓNICA : ELEODORO VARGAS VICUÑA
Memoria Por Eleodoro Vargas Vicuña
En
agosto de 1992 Eleodoro Vargas Vicuña asistió al VI Encuentro de
Escritores y Poetas del departamento de Ancash, en la provincia de
Aija. Fue la primera y última vez que lo vi, me impactó su sencillez y
la cordialidad con quienes lo acompañamos durante esos días. Desde esa
oportunidad lo busqué en Lima e intenté conversar con él, pero siempre
fue renuente a conceder entrevistas. Cuando me enteré de su deceso, tuve
que resignarme a la memoria que me dejó su presencia en Aija. El
siguiente, es el reporte de los últimos momentos de vida de este
escritor que se nos fue en silencio y un recuerdo con su viuda.
Caminábamos en silencio...
La
mañana del 13 de abril de 1997 en el cementerio de Acobamba, Tarma, bajo
un sol esplendoroso, Eleodoro Vargas Vicuña fue enterrado en una bella
lomita desde donde se podía ver Acobamba a la derecha, y a la izquierda
desplegar la mirada hasta Tarma. Esa fue una de las últimas voluntades
de nuestro escritor, quien, enterrado con una cerveza negra y otra
blanca como pago de una apuesta hacía más de treinta años con su hermano
Marcelo en el bar Palermo, dio por terminado su camino en este mundo.
Eleodoro
había fallecido el 11 de abril en la madrugada, víctima de un cáncer en
el hospital Rebagliatti de Lima. Varios meses de agonía desencadenaron
un triste final que enlutó a las letras peruanas. A su amigo el escritor
Oswaldo Reynoso le diría en su lecho de muerte: “Gracias, Oswaldo, por
haberme enseñado a reír. Ya sabes, me entierran en Acobamba y nada de
tristezas”. Los días 10
y 12 de marzo escribió dos textos que entregó a su “hermano menor”
–como él lo llamaba–, el escritor Andrés Mendizábal. En uno de ellos se
puede leer: “Lo
más bello: sé que mi vida ha tenido el sentido y forma que elegí: la
felicidad en la austeridad. Elegí la austeridad como una afirmación del
arte y la filosofía. En la poesía, me conseguí a mí mismo como la
expresión de una búsqueda. Nunca supe lo que escribía. Sabía lo que no
estaba bien, pero lo que no estaba bien, por ello no me atreví a más. La
filosofía me ayudó a encontrar el día. He participado plenitudes. Una
mujer y mis amigos coronaron la vida, ahora estoy sereno, Eleodoro L. L.
H. 10.III. 97”.
El
segundo texto, que también compartió con el fallecido escritor Manuel
Jesús Baquerizo, expresa la importancia de la filosofía en su vida. Por
su parte, Andrés Mendizábal recuerda sus últimas palabras en su lecho de
muerte como si fuera ayer: “Sé sincero, sé siempre puro, hay que leer a
nuestros padres”. Recuerda también cuando, terminando el horario de
visitas en el hospital y todos se tenían que ir, él decía: “Ustedes se
van, pero yo me quedo con ustedes”. Pedía vivir un año más de vida para
terminar el gran proyecto que estaba madurando, recuerda acongojado
Mendizábal.
A
su amiga Esperanza Ruiz, quien estuvo cerca de él desde que fuera
estudiante en la Universidad de San Marcos, le concedió el 4 de febrero,
con grabadora en mano, el último testimonio sobre su vida, Lima, la
universidad y la familia; información que esclarece muchos aspectos de
la vida de Eleodoro y que fue publicado en la Revista Casa de Cartón en setiembre de 1997.
En 1996 obtuvo el Premio Pucará de Huancayo con el poemario Florida llama pensamiento de la noche. Fue Andrés Mendizábal quien transcribió los poemas de sus cuadernos y los presentó al concurso. Relata Andrés el temor que el poemario no obtuviera premio alguno. Su seudónimo fue Helius y
en el sobre interior colocó su nombre de pila Jesús, lo que ocasionó
una confusión en la búsqueda del ganador del premio. En noviembre del
96, cuando Andrés le dio la noticia del premio, Eleodoro se alegró
muchísimo, al principio no le creyó, pero como su amigo traía el acta
consigo, supo que era cierto. Sin embargo, esa gran alegría se cubrió de
un velo de tragedia cuando esa misma tarde, mirándolo a los ojos,
Eleodoro le confesó a Andrés que padecía cáncer y que sus sospechas eran
ciertas: había empezado a llegar la oscuridad en su vida.
El
día de la entrega del premio se sentía muy mal, pero la amabilidad del
alcalde de Pucará en ponerle una movilidad de ida y vuelta lo animó –en
ese corolario de su vida– a recibir los aplausos que alimentaban su
alma.
En 1959 había obtenido el Premio Nacional de Poesía Fomento a la Cultura “José Santos Chocano” con Zora. Imagen de poesía, publicado en 1964 por La Rama Florida. Su trabajo poético completo se publicó póstumamente en Cántaro de agua enamorada,
que reúne sus dos libros. “No se sienten ni se explican los dos libros
separados, son el cuerpo poético de una búsqueda de toda la vida”,
explica Eleodoro en la solapa del libro, que él vio sólo en borrador y
que gracias al Centro Distrital Acobamba se publicó en junio de 1997.
Óscar
Colchado Lucio recuerda haberlo visto por última vez en el mes de
diciembre de 1996, cuando retornaban del Encuentro de Narradores de
Arequipa. Bajaban del avión y Eleodoro buscaba la compañía del grupo de
escritores, pero cada quién marchó por su lado. Como Óscar lo había
notado delicado y enfermo, bajó del avión y lo esperó, Eleodoro se
mostró muy agradecido. Al final compartieron la tarifa del taxi. “Era
compañía lo que él quería”, nos dice un Colchado muy emocionado.
El 4 de abril de 1999 el Diario La República publicó en su revista Domingo lo
que sería una de sus últimas entrevistas, la realizó el escritor
huancaíno Sandro Bossio y llevaba el título de “Nunca estuve en
silencio”. Este testimonio periodístico reafirma lo que en 1965 le
respondió a un, todavía escolar, Andrés Mendizábal sobre la poca
importancia de su lugar de origen. Le habló sobre tres nacimientos: el
primero, intrascendente, físico, en Cerro de Pasco; el segundo, más
importante, cuando aprende a decir mamá, papá, vida, amor, en Acobamba; y
el tercero, el que estaba viviendo en el momento de la entrevista en
Lima, a la que llamaba “Lima, la hermosa”. A Bossio, de igual forma, le
respondió: “El poeta es de donde sus lectores quieren”. Su amiga
Esperanza Ruiz, en un artículo de homenaje, dice: “Nunca supimos dónde
había nacido. Por mucho tiempo nos hizo creer que era arequipeño. Su
edad también era una incógnita”. El nacimiento físico era un acto
intrascendente, lo más importante era nacer a la vida pública y eso fue
lo que Eleodoro siempre trató de reflejar. Nació en La Esperanza, Cerro
de Pasco, en 1924, y vivió parte de su infancia y adolescencia en
Acobamba; luego se fue a estudiar a Arequipa, donde empezó a bosquejar
sus primeros relatos. Posteriormente llegó a Lima para enrolarse en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos y ser parte de la prolífica
generación a la que perteneció.
“Yo soy Eleodoro Vargas Vicuña. Todos me conocen, por eso me respetan”
Deshilachando
la entrevista que realizamos a Andrés Mendizábal cinco meses después de
la muerte de Vargas Vicuña, hallamos pistas todavía desconocidas de su
vida. Eleodoro admiraba a tres escritores: Manuel Velásquez Rojas,
Walt Whitman y un poeta de apellido Broum que siempre citaba. Por otro
lado, los libros que siempre recomendaba eran: Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, El coronel no tiene quién le escriba de García Márquez, El reino de este mundo de Alejo Carpentier y Pedro Páramo de Juan Rulfo.
“Una
imagen que siempre mostró fue la ternura –nos dice Andrés–, una tarde
se despertó su hija menor, la tomó en sus brazos y dijo: ‘Más hermoso
que las palabras de Cristo o Mahoma, esta niña sin zapatos y de mirada
tierna como una laguna”.
Fue gran
amigo de Manuel Velásquez Rojas, Oswaldo Reynoso, Hugo Bravo, Houdson
Valdivia y Miguel Gutiérrez. Su lugar preferido era el bar Palermo. Era
mano suelta, brindaba con todos, estaba siempre embriagado pero no
borracho, un estado que lo mantenía iluminado durante la conversación.
Oswaldo Reynoso, respecto a la vida bohemia de Eleodoro, comenta: “Un
escritor, después de su intensa labor intelectual, necesita beber; y
Eleodoro se encontraba embriagado de vida”.
“Fue
un gran conversador y un finísimo lector, con la simple hojeada de un
libro podía saber si éste era bueno. Leía eliminando palabras. Agarraba
un libro y empezaba a subrayar, hacia un nuevo libro, como él hubiera
querido que se publicara; decía que era una manera de captar la esencia
de la obra”, nos cuenta Andrés Mendizábal.
Según él, Eleodoro nunca tenía metas, era muy modesto.
Con referencia a la poesía, decía que en el poema no puede sobrar ni
faltar una palabra o un elemento, debe estar lo necesario para entender
el mensaje. “Cuando ponía las comas –nos cuenta Andrés riéndose– lo
hacía con fecha y hora; corregía sus poemas constantemente, intentando
la austeridad en la palabra. Hubo un poema que tardó doce años en
concluirlo, se llama ‘En tus ojos el mundo’; era muy duro y exigente con
su trabajo”.
Según
Mendizábal, dejó un promedio de doce cuadernos escritos a mano que no
publicó porque estaba culminando su obra narrativa, otro aspecto puede
ser el económico. Decir que Eleodoro fue neoindigenista quizá sea
limitar su obra, podríamos decir que fue el creador de una nueva visión
del mundo. Tengamos presente que después de leer Nahuin, José María Arguedas escribió Los ríos profundos.
En 1993 Eleodoro y Mendizábal reeditaron el poemario Noval de Mario Florián, después de 50 años. “Si no hubiera leído Noval no hubiera hecho Nahuin”, así decía Eleodoro en reconocimiento a Florián. En las últimas épocas de su vida empezó
a tocar guitarra y a cantar; pero una cosa que caracterizó siempre a
nuestro escritor fue su vibrante grito a la vida que pidió que vaya en
su lápida: “Acobamba es mi destino. Viva la vida, carajo”.
Ha comenzado la pena. No te diré de que modo... Conversación con doña Enedina viuda de Eleodoro Vargas Vicuña.
Seis
meses después de la muerte de Eleodoro Vargas Vicuña, llegue a la casa
donde vivió sus últimas alegrías acompañado de la mujer que quiso toda
la vida. Doña Enedina, Eleodoro solía decirle sólo Ene, resultado del
cariño de más de treinta años de casado.
Doña
Enedina vive en una casona virreinal en la avenida Washington en pleno
centro de Lima, para llegar a ella se pasa por un portón viejo, se sube
una escalera de madera que se estremeció con mis pisadas. En el segundo
piso en el departamento 14, el último de todos, hallé a la viuda del
escritor.
Toqué la
puerta seguro de encontrar muchas respuestas. Cuando le dije que quería
conversar con ella acerca de su esposo, me hizo pasar con desconfianza,
diciéndome que si quería algunos de sus escritos me comunicara con su
abogado. Le dije que no, que solo buscaba su testimonio. Entonces se
tranquilizó, nos sentamos en un mueble viejo, a la derecha de unos
cuadros y diplomas que recuerdan la presencia de Eleodoro.
“A
Eleodoro no le gustaban los periodistas – me dice con seriedad -, se
escondía o me pedía que les dijera que se había ido de viaje”. Cuando
entramos en confianza, me sacó un álbum fotográfico donde encuentro
imágenes de Eleodoro en las diversas fiestas familiares a las que
concurría.
“A mí me gusta tomar fotos” me
sorprendió de pronto con su cámara fotográfica colgada al cuello. De
pronto, me di cuenta que ya me había hecho una fotografía .Pero había
una preocupación que la perturbaba : su casa, en cualquier momento
podían desalojarla de ella o podía venirse abajo por
su antigüedad . “ Eleodoro – me contó – vendió un terreno y todo el
dinero lo depositó en CLAE” , refiriéndose a la financiera que fracasó y
jamás devolvió el dinero a sus ahorristas.
Doña Enedina, morena de
ojos grandes y cabello rizado, logró conmoverme con las historias de su
esposo, el escritor que partió en silencio y que ahora después de ocho
años logramos imprimir esta huella imborrable que nos dejó en una tarde
gris.
Publicado En La Revista Cultural Kordillera Nº 17 Febrero 2005 - Mishki Rimay Reportaje a 6 escritores andinos (2005) - FOTO : Con Óscar Colchado, Eleodoro Vargas y el autor de la nota (AIJA -1992)