Miao-yi Tu, escritora y pintora de Taiwan.
Miao-yi Tu |
Por Miao-yi Tu
Cuando el sol tocó el techo ella dio de comer a los pollos mientras su mamá laboraba en el campo. Después, sentada en el porche con su hermanita, ambas se dedicaron a espulgarse mutuamente los piojos de la cabeza, con unos golpes suaves sobre el piso de terrazo, el peine de bambú de su mamá extrajo unos piojos asustados. Al ver a los bichos la hermanita se puso alegre y la alegría la contagió también a ella.
Como un gorrión que dice 'pío pío', sin cesar, la hermanita chismeaba,
“el viejo buey de los Go To-Tzui fue vendido, el padre de Li Tzun-Kui ganó mucho dinero en la ciudad, la hermana de Ten Siok-Jua le regaló un par de zapatos de cuero, So Siu-Lan...”
«Mia», se le ocurrió algo a la hermanita, «¿somos pobres?». La hermana la miró estupefacta. Como nunca había pensado en eso, no supo qué contestarle. Apretó a un piojo con las uñas de sus pulgares y el insecto reventó bajo presión con un gemido débil. Tras el suspiro de la muerte el piojo no era más que una mancha roja untada a las uñas.
Los rayos del sol llegaron a reflejar hasta la vasija de agua y las dos hermanas se olvidaron completamente de la conversación anterior. Tomadas de la mano, Mai y Lily se dirigieron hacia la plaza del templo, donde se divertían todos los días.
Las dos hermanas pasearon por el campo de camote y el corral de cerdos. Al llegar a la puerta de la casa de su tío, Mai metió la cabeza para ver si estaban sus primos. Mientras andaban por el camino de ripio, ella reflexionaba sobre la pregunta de su hermanita Lily. ¿Cómo se sabe si uno es pobre? Su familia tenía menos personas, más campos, menos cerdos e igual número de vacas que la de su tío. Era muy difícil hacer la comparación. Pero su tío tenía unos árboles de longan y ganaba bien con la venta de las frutas, entonces, ¿Su familia era más pobre que la de su tío? No estaba segura.
La pequeña Lily se detuvo, de golpe, frente de una tienda de abarrotes. Miraba ansiosa al bote de ciruela en polvo. La chiquilla se puso terca, como el búfalo acuático, de tal manera que no hubo forma de sacarla de allí: con un paso hacia adelante dio otro paso hacia atrás; dos pasos hacia adelante y tres pasos hacia atrás. Sostuvimos una trifulca interminable frente a la tienda.
El dueño del almacén asomó su cabeza para ver cuál era el alboroto. Desesperadamente, Mia jalò con, toda su fuerza, a la pequeña niña e hizo que tropezara y cayera. El berrinche de Lily fue tan estruendoso como el silbato de un barco a vapor.
Cuando pasaron por la plaza del templo, Mia sintió como si alguien la hubiera reconocido y bajo la cabeza instintivamente, avergonzada, y apuró el paso .
Después del camino empedrado se encontraron de nuevo en la puerta, semi abierta, de la casa del tío. Esta vez, el tìo, sí se encontraba en casa, entonces entraron. La despensa les dio la bienvenida con una mirada furiosa, como si fuera un monstruo gigantesco, y ella se sintió como sapo de otro pozo. Mia mró hacia la ventana, tomando firmemente de la mano a su hermanita. Afuera el sol brillaba en las ramas del árbol de longan que se movían suavemente con el viento.
Con la ayuda de una silla de bambú Mia subió a la despensa y abrió el compartimento superior. Luego, con un movimiento elegante, como el de un felino, entreabrió la fiambrera y sacó una moneda de un dólar taiwanés. La moneda le dio una sensación de electroshock y sentía algo familiar, un déjà vu. Acaso ¿Era aquello una prueba de que amaba a su hermanita?, pensaba. La pequeña la miraba con los ojos grandes como platos, esa era la expresión típica de la niña cuando estaba sorprendida. Entonces, en seguida recobró la calma y bajó de la silla.
Cada día, antes de ir a trabajar al campo, su tía mandaba a su prima a dejar un dólar taiwanés bajo la fiambrera. Era para casos de emergencia. Ahora que ella lo tenía en la mano se sentía confusa. Le ordenó a su hermanita que la esperara en el cuarto de mamá y salió corriendo. Se detuvo, en frente de la tienda de abarrotes, respirando entrecortadamente.
Mostró la moneda, señaló al bote de ciruela en polvo, y el dueño lo empaquetó cuidadosamente en una bolsa de papel. Mia agarró la bolsa y echóse a correr. Corría por necesidad porque, cuando estaba inmóvil, sus piernas le temblaban más que a un médium en plena comunicación extrasensorial.
En el camino a casa Mia sintió las piernas menos pesadas y pensó: “¿Acaso cometer crímenes te aligera el cuerpo? O quizás la pérdida de autoestima también quita el peso... Sería fenomenal si tuviera hermanos, seguro que ellos hubieran podido resolver estas dudas''.
Lily la llamó desde el cuarto de mamá. Mia se acercó. Cerró la puerta con un ¡pon! Echó cerrojo. Luego, se embadurnaron las palmas de la mano, y se pusieron a lamer. Lily sonreía felizmente. Mia, siguiendo el ejemplo de la pequeña, también sonreía al lamer el polvo de ciruela.
Sus risas flotaban en el aire sobre el pueblo silencioso. Mia sintió que el viento levantaba su cabeza y vio levantarse la cabeza de Lily: advertía dos caras graciosas en el espejo del tocador de mamá. Sus bocas estaban pintadas de color carmesí y tenían rastros de polvo de ciruela sobre sus narices.
Mia miraba fijamente a las caras en el espejo de mamá y no pudo resistir más... Su sonrisa comenzó de repente a convertirse en una incontrolable risa...
Publicado originalmente en el Suplemento de China Times Express el 13 de enero, 1991
(Traducido por Yok-Him Devn).