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Manuel Pedro Navarro Vásquez.
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Por Manuel Pedro Navarro Vásquez.
A la mitad de la ventana
¡Así como la aurora!
Desnuda frente a la espera de sus finas caricias
Se ve.
Su delantal de dulce mirada,
contemplar su llegada, cual horizonte vendrá.
¡Decidme mujer!
El enojo de tu ancha vereda
Cual frio aún no llega, en la angustia de una madrugada.
Mientras la voz.
Entibia la sola almohada,
deseosa de su abrigo.
¡Decidme mujer!
Si tenéis algo que contar.
Que yo sabré escuchar ¡Desde mis arrecifes desnudos al frio!
Y pondré el aliento en cada una de tus letras.
¡Letras dolidas! En busca de esperanza.
¡Letras de ensueños inesperados!
Que en el camino perdieron el color de aquel brillo.
¡Contadme!
Contadme la tuya angustia de aquellas lágrimas dormidas
que se ven reflejadas tras aquellas ventanas decaídas.
Decaídas en una mañana purpura al frió de ayer.
Donde la tuya mirada,
ha de encontrar el consuelo en su haber.
¡Mirad! mirad como la aurora desnuda
¡No pierde la suya esperanza aun fuego primigenio!
¡Mirad! mirad frente al remolino ¡Que mis olas dispersaran!
El enojo de la dulzura de aquella floresta tuya
Y en mí, encontraras
aquél eslabón guerrero.
Guerrero que aún sin cuerpo
sacará las fuerzas y te hará sonreír
a la angustia de tu nostalgia.
¡Aquella nostalgia! Tenue y aburrida
que en ocasiones solo te trajo ¡Desolación!
Desolación en los caminos que no supo asfaltar.
Aquel despreocupado y atizado en su loco quehacer
¡Sin contar que tú existías!
Y despedazo a los tuyos con un falso interés
junto a lo poco, que queda de ti.
¡Decidme mujer! Decidme si tenéis algo que contar.
Cual viento conocedor.
Haz de reiniciar en el ocaso de un nuevo amanecer
¡El calor que esperas de él!
¡Marea!
Por Manuel Pedro Navarro Vásquez.
¡Que hay!
De la voz de aquellos ojos ¡Testigo de mi descalzo!
En los brazos de un mar de cruces
que levantaron sus manos al frio follaje.
¡Que hay!
De aquella la sabía mirada
¡Mirada sentada ante la lumbrera de su propio espejo!
Espejo que guarda aquel enojo
que destripa el hambre en los bolcillos.
del silencio de una meza
¡Que hay!
de aquel que observa un rostro sonreír
mientras en él el punto oscuro.
acecha al impío e injusto
La razón anteponerse al placer y al desorden
que reprende su fría mirada ¡Ante el enojo de su espejo!
Más allá de su quehacer
¡Que hay!
De aquella carne que se hincha y sus pasos se detienen
a la distancia que no alcanza el bastón
que entristece a la solo sonrisa a punto de morir
ante el recuerdo por llevar.
¡Que hay!
De aquellos miles y millones de generaciones.
Testigo de mi descalzo
líbrame aún más lejos de mis transgresiones
Apártame del escarnio del insensato y de aquella mirada en el espejo
Dejadme
y tomare la fuerza ante mi propia partida
y agradeceré a este buen día
que no les cabria la duda
por ese buen proceder
y si Dios a de adornar con aureolas al rostro en el espejo
por el resto de la vida y más allá de la muerte
ha de ser al buen proceder
que en todo tiempo tuvo misericordia en él
ante el poder que fuisteis investido
Y si Jonás se atrevió a desobedecer a Dios
¡Terrible fue su dolor!
Llevándose a la sepultura de vida
el vómito de un arrepentimiento en él
¡Aquí morimos todos sin llevarnos nada!
A no ser ¡Vuestro arrepentimiento!
Tan solo para la eternidad en el silencio escuchado
y destejido en la lumbrera malva amortajada
bajo los mares de tus ojos.
Derecho de Autor: (2-11-2014) Manuel Pedro Navarro Vásquez.