Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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3 de mayo de 2025

LA CHINA GADEA, COMPAÑERA DEL CHE

EL "Che" e Hilda Gadea

EN GUATEMALA Y MÉXICO

Por Ricardo Gadea Acosta

Hilda Benita Gadea Acosta, la China, como la llamábamos todos, nació en Lima, en una vieja casona de la calle General, en el corazón de los Barrios Altos, el 21 de marzo de 1.921. Fue la mayor de los seis hermanos. A lo largo de su vida sobresalió como una mujer idealista, de gran carácter, dinámica y entusiasta, con inteligencia e ideas muy avanzadas para la época. No fue casual su entrañable relación con Ernesto Guevara en Guatemala y México.

Hilda estudió la educación primaria y secundaria en el colegio particular Hermanos Haro, de Lima. Concluyó la secundaria en 1.938. Se matriculó inmediatamente después en un curso acelerado de un año en el colegio particular Divino Maestro para titularse de Contadora Mercantil. Al mismo tiempo, con mucha dedicación, estudiaba 3 idiomas: francés, inglés y alemán, que años después le permitirían leer con Ernesto algunos textos clásicos en sus lenguas originales.

En 1.940 ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se matricula en la Facultad de Ciencias Económicas y en 1.944 egresa con el título de Contadora Pública. En 1.946 se gradúa como Economista. Quienes la conocieron en esa época concuerdan en que era una brillante estudiante en la universidad, pese a sus limitaciones económicas.

Porque la verdad es que mi familia no contaba con suficientes recursos

económicos para costearle los estudios universitarios a Hilda y ella tuvo siempre que apoyarse sobre todo en sus propios esfuerzos. Trabajó, durante años, como secretaria, ayudante de contabilidad, traductora. En 1.946, el año de su graduación, organiza y dirige la Peluquería de Señoras Amarilis, un pequeño negocio familiar, situado en la calle Amargura, en pleno centro de Lima.

Lo que definió su vida para siempre es que desde muy joven Hilda comienza a implicarse activamente en los conflictos sociales. Cuando muy pocas mujeres peruanas se atrevían a demandar el ejercicio de sus derechos ciudadanos y romper los convencionalismos machistas, ella opta tempranamente por el compromiso político y social. Algunos contemporáneos la recuerdan vivamente por su rol de lideresa y agitadora en las manifestaciones escolares contra la dictadura del general Benavides.

En la Universidad, la China Gadea pronto se hizo conocida como activista de la Juventud Aprista Universitaria (JAU). Combativa, gran oradora, vehemente, se convierte en dirigenta estudiantil universitaria y en cuadro político de la JAP. Fue elegida en varios períodos como representante estudiantil en el Centro Federado de Ciencias Económicas y en la Junta Directiva de la Federación Universitaria de San Marcos. Después de la definitiva derrota del gobierno de Benavides, el APRA pasó a liderar lan movilizaciones populares contra el gobierno oligárquico de Manuel Prado, con el movi miento estudiantil como uno de sus pilares fundamentales. La oposición popular al gobier no pradista jugó un papel decisivo en la victoria electoral del Frente Democrático, encabeza do por el jurista Bustamante y Rivero. El nuevo gobierno abrió un corto paréntesis democrático (1945-48), que hizo posible la legalización del Partido Aprista y el Partido Comunista. Entonces regresa del exilio Haya de la Torre y el APRA alcanza la primera mayoría parlamentaria. En medio de una inusitada ebullición popular, el país entra en una coyuntura histórica decisiva. Ricardo Temoche, que fuera dirigente aprista y parlamentario en el gobierno de Bustamante, recuerda a Hilda en esos días:

-La conocí cuando ella llegó al Parlamento, en 1946, presidiendo una comisión de estudiantes de Ciencias Económicas de San Marcos, que querían viajar al sur del Continente. Yo, entonces, presidía la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados y les conseguí una partida para que fueran a Santiago y Buenos Aires. Por su destacada labor en los medios juveniles y estudiantiles, Hilda alcanza en el II Congreso Nacional del APRA un sitial extraordinario. Es elegida Secretaria Nacional de Estadística a los veintisiete años de edad. Era una de las dos únicas mujeres y la más joven del Comité Ejecutivo Nacional del APRA. Mas la apertura democrática del gobierno de Bustamante y Rivero naufraga en una profunda crisis política. La oligarquía conspira con los jefes del ejército para derrocar al gobierno. Bustamante se muestra indeciso para enfrentar la conspiración. Con escasos recursos, las bases del APRA y los militares constitucionalistas se preparan también para combatir a los golpistas.El 3 de octubre del 48 se insurrecciona la base naval del Callao. La marinería con el apoyo del pueblo aprista se levanta en un confuso movimiento que es aplastado a sangre y fuego por el ejército. Los líderes apristas, que en realidad no respaldaron el levantamiento, son acusados por la derecha oligárquica de intentar tomar el poder por la fuerza. Es el pretexto para el golpe militar del 27 de octubre, que encabeza el general Manuel A. Odría en la ciudad de Arequipa. La dictadura desata una persecución brutal contra las organizaciones populares. El partido aprista es puesto de inmediato fuera de la ley. El gobierno militar entre sus primeras medidas dicta orden de prisión para todos los miembros de su dirección. Miles de militantes son llevados a los campos de concentración. Muchos son asesinados y torturados. Hilda tie-ne que pasar a la clandestinidad para salvar su vida.

En tan aciagas circunstancias la ayudan sus compañeros de partido y de San Marcos, Enrique Hermosa, Carlos Elguera y Pedro Lozada. Este último, junto con su esposa Irma, gran amiga de Hilda, la protege en su casa durante las primeras semanas de persecución. Finalmente Hilda se asila en la embajada guatemalteca de Lima.

El embajador y su familia recibieron a Hilda con mucha cordialidad y durante el corto tiempo que estuvo con ellos le tomaron gran afecto. Después de obtener el salvoconducto de las autoridades golpistas, Hilda viajó a Guatemala en la Navidad de 1948.

La hermosa tierra del quetzal vivía entonces un esperanzador proceso democrático, tras el derrocamiento cívico-militar de los generales Ubico y Ponce, en octubre del 44. Un año más tarde, en las primeras elecciones libres de su historia, había sido elegido presidente de la República el maestro Juan José Arévalo. La Revolución de Octubre despertó enormes expectativas de cambios y reformas sociales en el pueblo guatemalteco.

Al arribar a Guatemala, Hilda consigue trabajo en el Instituto de Fomento de la Producción (INFOP), institución creada por el gobierno de Arévalo para dar créditos a los agricul-tores. Como economista, ganaba un modesto sueldo equivalente a 350 dólares mensuales, que gastaba muy metódicamente según sus amistades más cercanas.

Quienes compartieron con ella el exilio guatemalteco recuerdan que Hilda era sumamente abnegada en su trabajo profesional y político en el hermano país que la había acogi-do. El referido Ricardo Temoche destaca:

-Ella elaboró muchos proyectos económicos que influyeron en el destino guatemalteco, entre otros sobre el cultivo del algodón y el aprovechamiento de las pepitas de esa planta en la industria oleaginosa, algo que ya se había experimentado en Perú.

En Guatemala se encuentran en el mismo período otros muchos dirigentes apristas exiliados y se constituye el Comité de Apristas en el Destierro, del cual formó parte Hilda como Secretaria de Asistencia Social.

Al terminar su período Juan José Arévalo, en las elecciones democráticas de 1950, asume la presidencia el coronel Jacobo Árbenz, artífice del derrocamiento de la dictadura. La prin-cipal bandera de su gobierno fue la reforma agraria, demandada por las mayorías campesinas. Al ser afectadas las tierras de la United Fruit Co., la mayor empresa latifundista del país y de Centroamérica, Guatemala se convierte en blanco de las maniobras agresivas de Estados Unidos, que la denigra como avanzadilla de la "intervención comunista" en el continente, mientras crecen la simpatía y la solidaridad internacionales hacia esta insólita revolución democrática.

Hilda logra reunir a un buen número de militantes latinoamericanos refugiados en esta suerte de oasis democrático agrarista. Peruanos, hondureños, nicaragüenses, venezolanos, cubanos, provenientes de las más diversas experiencias políticas, conforman un amplio colectivo fraternal. Hombres y mujeres de distintos países, animados de una gran pasión social y de ideas revolucionarias todos ellos. Hilda vincula a Ernesto Guevara y a Gualo García con este inquieto grupo de jóvenes, a fines del 53.

Era muy hábil para comprometer a sus amigos en la ayuda de los exiliados y para organizar fiestas, paseos y actividades culturales y solidarias. Myrna Torres, hija del gran intelectual nicaragüense Edelberto Torres, fue íntima amiga de Hilda en la época:

-Por Hilda conocimos a los cubanos exiliados que habían intervenido en el asalto al Cuartel Moncada: Antonio Nico López, Armando Arencibia, Antonio Gallego López y Mario Dalmau. También a otros dos cubanos, Benjamín de Yurre, auténtico, que después llegó a ser secretario del presidente Urrutia, cuando triunfó la Revolución Cubana, y José Manuel Vega, Cheché. Los primeros eran realmente buenos revolucionarios, aunque no muy preparados; los últimos eran simpáticos, y todos llegaron a ser buenos amigos. Pero al que llegué a apreciar verdaderamente como a un bermano fue a Nico López.

-Conocí también por Hilda a muchos venezolanos, peruanos y hondureños exiliados, pero los que mejor impresión nos causaron a mis amigas y a mí, fueron los argentinos Ernesto Guevara y Eduardo García, que se destacaban por su sencillez y naturalidad del resto de argentinos, demasiado atildados y suficientes.

La relación de Hilda con Ernesto Guevara crece al calor de los decisivos acontecimientos que se van produciendo en Guatemala. Surge entre ellos una fuerte atracción de ideales y de amor, que se prolonga durante tres años, hasta la definitiva partida del Che en el Granma

La-China, curtida en la militancia y dirigenta exiliada de uno de los principales partidos latinoamericanos de la época, y Ernesto, de enorme talento intelectual y político, sin experiencia partidaria previa, coinciden en una idéntica pasión revolucionaria. La flagrante intervención de los Estados Unidos contra Guatemala, definió su relación de pareja, les obligó a huir hacia México y a optar por nuevos proyectos políticos de mayor calado.

En los años decisivos de Guatemala y México, Ernesto e Hilda comparten múltiples experiencias felices, sus infinitos diálogos sobre literatura y política, los amigos, los viajes, el encuentro con los cubanos del Moncada, su matrimonio en Tepozotlán y el nacimiento de Hildita, la "pequeña Mao". Y también instantes terribles como el artero ataque contra Guatemala y el derrocamiento de Árbenz, la represión, la prisión de Hilda, su paso por la frontera a México, la clandestinidad y la cárcel poco antes de la invasión a Cuba. Hilda no pudo zarpar en el Gramma porque debía quedarse con su bebita de pocos meses de nacida.

Hilda regresa con su niña al Perú, después de 8 años de exilio, a mediados de diciembre del 56. Recién pude conocer familiarmente a la legendaria China, casi no la recordaba. Sabía que mi hermana era una mujer enteramente dedicada a la política, algo que entonces me parecía muy audaz y peligroso, pero no me imaginé que le gustara cocinar ni que cuidara de Hildita con tanto amor. De la mano de Hilda hice mis primeros pinitos "políticos": siendo cadete del colegio militar Leoncio Prado, me comprometió a dar clases de matemáticas a varios grupos de jóvenes apristas.

La dictadura odriísta había llegado a su fin, con el ascenso al poder por segunda vez de Manuel Prado". Hilda constata que al interior del APRA se han agudizado las divergencias internas acerca de la vigencia o no de las posiciones primigenias del partido. Sobre todo es polémica la convivencia con el pradismo, el precio que debía pagar el partido por su regreso a la legalidad.

En el III Congreso Nacional del APRA", Hilda es reelegida en la Secretaría Nacional de Estadística y miembro del Comité Ejecutivo Nacional. Con el apoyo de un sector de la dirigencia y la participación de muchas bases partidarias, se aboca de inmediato a promover el apoyo y la solidaridad con la Revolución Cubana. Aunque esta causa no es vista con simpatía por los viejos líderes, que temen el contagio revolucionario, la guerrilla de la Sierra Maestra despierta el fervor de la juventud.

Hilda fue la representante del Movimiento 26 de Julio en Perú hasta la victoria de los guerrilleros. Funda el Movimiento Pro-Liberación de Cuba, con el apoyo de la corriente izquierdista dentro del APRA. Acoge en Lima a varios exiliados y perseguidos cubanos. Su actividad se hace cada vez más intensa: organiza conferencias de prensa, promueve encuentros y debates, canaliza el apoyo moral y material para los combatientes.

Sin embargo, no está contenta con su papel de apoyo en la retaguardia. El día que Hildita cumple 2 años de edad, le escribe a Ernesto manifestándole su intención de incorporarse a la lucha guerrillera en las montañas de Cuba. La respuesta tarda varios meses. El Che le responde que no es el momento adecuado porque la guerra entraba en una fase decisiva con la ofensiva de la Sierra Maestra hacia Las Villas y que él mismo no iba a estar en un lugar fijo."

Cuando la revolución triunfa, Hilda viaja con su hijita, lo más pronto que puede, a La Habana. En medio de la efervescencia popular, las concentraciones de masas y las iniciales leyes revolucionarias, se encuentra con Ernesto, convertido por sus propios méritos en uno de los principales líderes de esta revolución "de verdad", con la que tanto habían soñado y que ahora se hacía realidad.

Ernesto, más allá del júbilo de la victoria, le dice con mucha franqueza que se ha comprometido con otra mujer, a la que conoció durante la ofensiva en Santa Clara. Fue un choque terrible para Hilda. Sufre inconsolablemente pero comprende que el destino los ha separado y decide continuar su vida política en Cuba y Perú. Se divorcia en mayo de 1959, por mutuo disenso, sin pedir ni exigir nada. Pese a la separación, ambos deciden mantener relaciones amistosas por Hildita y por los objetivos revolucionarios comunes.

El primer centro de trabajo de Hilda en Cuba es el Instituto de Reforma Agraria (INRA), en Viviendas Campesinas, un organismo abocado a la construcción de nuevas viviendas para los campesinos afectados por los bombardeos y represalias del ejército de Batista. Luego trabaja durante varios años en la Agencia de Noticias Prensa Latina, en el Departamento de Información Económica, formando parte de un destacado grupo de especialistas económicos, que la recuerdan con afecto por su calidad humana y profesional.

Hilda se mantiene informada de la evolución del APRA. En un primer momento son invitados a visitar Cuba los representantes oficiales del partido, que ven con creciente desagrado la definición antimperialista de la Revolución. Por su parte, Hilda aboga ante Ernesto y logra que sean invitados también los dirigentes de la corriente izquierdista dentro del viejo partido, los apristas rebeldes, que se identifican con el rumbo del proceso cubano.

En la IV Convención Nacional del APRA, los acontecimientos se precipitan. Luis de la Puente y sus seguidores son expulsados del partido. Surge formalmente el Apra Rebelde, escisión izquierdista del partido de Haya. A fines de diciembre de 1959, Hilda hace pública en Lima su carta de renuncia al APRA, el partido al que ha dedicado sus mejores años.

1 de mayo de 2025

A orillas del río Piedra me senté y lloré

NOTA DEL AUTOR

Por Paulo Coello.
Un misionero español visitaba una isla, cuando se encontró con tres sacerdotes aztecas.
¿Cómo rezáis vosotros? -preguntó el padre.
- Sólo tenemos una oración -respondió uno de los aztecas. Nosotros decimos: «Dios, Tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros.>>>
Bella oración -dijo el misionero-. Pero no es
exactamente la plegaria que Dios escucha. Os voy a enseñar una mucho mejor.
El padre les enseñó una oración católica y prosiguió su camino de evangelización. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a España, tuvo que pasar
de nuevo por la isla.
Desde la cubierta, vio a los tres sacerdotes en la
playa, y los llamó por señas.
En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua hacia él.
¡Padre! ¡Padre! -gritó uno de ellos, acercándose al navío. ¡Enséñanos de nuevo la oración que Dios escucha, porque no conseguimos recordarla!
- No importa -dijo el misionero, viendo el milagro.
Y pidió perdón a Dios por no haber entendido antes
que Él hablaba todas las lenguas.
Esta historia ejemplifica bien lo que quiero contar en A orillas del río Piedra me senté y lloré. Rara vez nos damos cuenta de que estamos rodeados por lo Extraordinario. Los milagros suceden a nuestro alrededor, las señales de Dios nos muestran el camino, los ángeles piden ser oídos...; sin embargo, como aprendemos que existen fórmulas y reglas para llegar hasta Dios, no prestamos atención a nada de esto. No entendemos que Él está donde le dejan entrar.
Las prácticas religiosas tradicionales son importantes; nos hacen participar con los demás en una experiencia comunitaria de adoración y de oración.
Pero nunca debemos olvidar que una experiencia espiritual es sobre todo una experiencia práctica del Amor. Y en el amor no existen reglas. Podemos intentar guiarnos por un manual, controlar el corazón, tener una estrategia de comportamiento... Pero todo eso es una tontería. Quien decide es el corazón, y lo que él decide es lo que vale.

Todos hemos experimentado eso en la vida. Todos, en algún momento, hemos dicho entre lágrimas: <<Estoy sufriendo por un amor que no vale la pena», Sufrimos porque descubrimos que damos más de lo que recibimos. Sufrimos porque nuestro amor no es reconocido. Sufrimos porque no conseguimos imponer nuestras reglas. Sufrimos impensadamente, porque en el amor está la semilla de nuestro crecimiento. Cuando más amamos, más cerca estamos de la experiencia espiritual. Los verdaderos iluminados, con las almas encendidas por el Amor, vencían todos los prejuicios de la época.
Cantaban, reían, rezaban en voz alta, compartían aquello que San Pablo llamó la «santa locura». Eran alegres, porque quien ama ha vencido el mundo, y no teme perder nada. El verdadero amor supone un acto de entrega total.
A orillas del río Piedra me senté y lloré es un libro sobre la importancia de esta entrega. Pilar y su compañero son personajes ficticios, pero símbolos de los numerosos conflictos que nos acompañan en la búsqueda de la Otra Parte.
Tarde o temprano tenemos que vencer nuestros miedos, pues el camino espiritual se hace mediante la experiencia diaria del amor.
El monje Thomas Merton decía: «La vida espiritual consiste en amar. No se ama porque se quiera hacer el bien, o ayunar, o proteger a alguien. Si obramos de ese modo, estamos viendo al prójimo como un simple objeto, y nos estamos viendo a nosotros como personas generosas y sabias.
Esto nada tiene que ver con el amor. Amar es comulgar con el otro, es descubrir en él una chispa divina.>> Que llanto de Pilar a orillas del río Piedra nos lleve por el camino de esta comunión.
A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río -las hojas, los insectos, las plumas de las aves- se transorma en las piedras de su lecho.
Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos.
A orillas del río Piedra me senté y lloré. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí.
En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que -lejos de mis ojos y de mi corazón- todas esas aguas se confunden con el mar.
Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el mo nasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos.
Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi nstante mágico, de aquel momento en el que un «sí>> o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia.
Parece que no sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura, y tenía que descansar continuamente.
Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos -decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve más jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿cómo no recordar aquellos momentos? Por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos.
Para que, cuando acabara de contarme a mí misma
esta historia, pudiese jugar en el Piedra; eso me había dicho la mujer que me acogió. Así recordando las palabras de una santa- las aguas apagarían lo que el fuego escribió.
Todas las historias de amor son iguales.
Habiamos pasado la infancia y la adolescencia juntos. Él se fue, como todos los muchachos de las ciudades pequeñas. Dijo que quería conocer el mundo, que sus sueños iban más allá de los campos de Soria. Estuve algunos años sin noticias. De vez en cuando, recibía alguna carta, pero eso era todo, porque él nunca volvió a los bosques y a las calles de nuestra infancia. Cuando terminé los estudios, me mudé a Zaragoza, y descubrí que él tenía razón. Soria era una ciudad pequeña y su único poeta famoso había dicho que se hace camino al andar. Entré en la facultad y encontré novio. Comencé a estudiar para unas oposiciones que no se celebraron nunca. Trabajé como dependienta, me pagué los estudios, me suspendieron en las oposiciones, rompi con mi novio.
Sus cartas, mientras tanto, empezaron a llegar con más frecuencia, y al ver los sellos de diversos países sentía envidia.
Él era mi más viejo amigo, que lo sabía todo, recorría el mundo, se dejaba crecer las alas mientras yo trataba de echar raíces.
De un día para otro, sus cartas empezaron a hablar de Dios, y venían siempre de un mismo lugar de Francia. En una de ellas, manifestaba su deseo de entrar en un
seminario y dedicar su vida a la oración.
Yo le contesté, pidiéndole que esperase un poco, que viviese un poco más su libertad antes de comprometerse con algo tan serio.
Al releer mi carta, decidí romperla: ¿quién era yo para hablar de libertad o de compromiso? Él sabía de esas cosas, y yo no.
Un día supe que estaba dando conferencias, me sorprendió, porque era demasiado joven para ponerse a enseñar nada. Pero hace dos semanas me mandó una carta diciendo que iría a Madrid, y que deseaba contar con mi presencia.
Viajé durante cuatro horas, de Zaragoza a Madrid, porque quería volver a verlo. Quería escucharlo, sentarme con él en un bar y recordar los tiempos en que jugábamos juntos y creíamos que el mundo era tan grande que no se podía recorrer.

30 de abril de 2025

La religión solar

Por Carlos Cid - Manuel Riu
Significa un estado espiritual muy superior al animismo y насна nores, a los que reemplazo desde la llegada de Manco Capac hasta la introducción del cristianismo en los dias de la conquista del imperio por los españoles

El dios principal en los primeros momentos de este credo era elad también Lupi y Vilca. Como Apu Punchau, se le consideraba jefe o chords aspecto era humano y enviaba a los hombres la luz, el calor y hacia fracti chas. De el descendia la familia imperial de los incas, que llevaban el titulo de Intip Churi o Hijos del sol, y eran los únicos que podían pronunciar su nombre, prohibido a las gentes del pueblo.

Lógicamente, la divinización del sol se extendió a otros cuerpos celestes, que virtieron en su cortejo, parientes... y, de este modo, la religión del sol se convitó 

toŕnómica. La Luna, transformada en Quilla, fue la hermana y esposa del astro diurno, pareja celeste y divina tenía su equivalente terrestre en el Inca y su esposa, por lo que Quilla también recibe el nombre de Coya (reina), titulo de la esposa del Emperador. Entre los servidores de los supremos esposos se contaba Illapa o Chucuylla (el rayo), Chaca llur (Estrella de la Mañana, el planeta Venus) que en algunos lugares se conocía por Auque-Illa (Princesa de la Luz) y se la consideraba protectora de las princesas reales, de las doncellas en general, creadora y conservadora de las flores.

La Luna poseía un cortejo de seguidores celestes o atmosféricos, conocidos genéricamente por Coyllur; entre ellos, los planetas eran patrones de las corporaciones y oficios. También recibían culto las constelaciones, sobre todo las Pléyades, protectoras de las plantas gramíneas. La tierra se adoraba como Pachamama o Chuco Mama (la Madre Tierra), y el fuego con el título de Nina. Completaba el panteón peruano la turba de los Conopas o dioses domésticos, de los que poseemos escasa información.

La religión solar evolucionó poco a poco hasta dar formas espirituales más elevadas. Para justificarlas se inventaron leyendas que relacionaran a los nuevos dioses con el sol, y no faltaron identificaciones y asimilaciones de dioses. Por ejemplo, uno de los grandes dioses primitivos, Cun, especie de larva aérea, carente de miembros, de huesos y nervios, que creó a los hombres y los colmó de beneficios, es fase del Viracocha ya reseñado. Cun, Pachacamac y Manco Capac se convirtieron en hijos del sol.

29 de abril de 2025

La Perricholi y el Teatro Limeño


Lima fue ciudad aficionada al teatro desde el mismo día de su fundación. ¡Teatro primitivo: se rehacía en tierra de Indias la epopeya de la comedia española! Se identificaba hasta en ciertos pormenores: ambas empiezan en la plaza pública, continúan en el atrio eclesiastico, deambulan en carretones por los caminos: ciclo cabal. En 1548 -la ciudad databa de 1535-, para celebrar el triunfo del taimado Presidente de La Gasca sobre el atolondrado y ambicioso Gonzalo Pizarro, hubo juegos escénicos más o menos desafortunados, conforme lo describe el Palentino. Se engarzaban así dos tradiciones, la incaica y la ibérica, ya que, según lo revelan las ruinas arqueológicas, hubo un escenario prehispánico en las afueras de Lima y en las del Cuzco. Los amautas de la época imperial incaica eran comediógrafos, al decir del Inca Garcilaso. El Padre Bernabé Cobo nos habla de frecuentes y pomposas fiestas de base coreográfica y escénica. Pedro Cieza de León completa el cuadro con sus abundantes y propias observaciones. Más tarde, ya instalado el Virreinato, uno de los criollos de más alto linaje, miembro del Cabildo limeño, don Sancho de Rivera y Bravo de Lagunas, aparece en las actas del mencionado cuerpo edilicio como organizador y autor de loas, entremeses y pasos de comedia: nos ha puesto al dedillo en semejantes actividades el investigador Guillermo Lohmann Villena, hombre de contradictorio patronímico, en el que se dan cita el linaje de los Fúcar y el de aquel nigromante Marqués de más feliz memoria mágica, que poética. Más estábamos relatando. Volvamos al cuento. El primer corral de comedias de Lima, en que se representaron piezas teatrales criollas y peninsulares, fue el situado por las calles de San Bartolomé, San Andrés y Peña Horadada, anexo al entonces Hospital de San Andrés, hoy de Sant Ana. Lo inauguró en 1604 don Juan Gutiérrez de Molino.

Dice el ameno Obispo Villarroel, gran entusiasta de la comedia, que los fines de aquella fundación fueron muy caritativos. Si pudo entretener las largas murrias, realizó, de juro, eximia caridad.

El cuarto Virrey, Conde de Nieva, fue gran farandu-lista y amicísimo de cómicos (y cómicas), músicos y danzarinas (que importó en alta escala). El Marqués de Montesclaros, medio Mecenas; el Príncipe de Esqui lache, notable poeta de "Nápoles recuperada", quien en 1617 oficializó el gusto por la farsa y aumentó la exigua dotación monetaria con que se acudía a la incipiente comedia, fueron otros tantos promotores de teatralerías limenses. Para que nada faltase en el cuadro, Santa Rosa ofreció su biografía y sus milagros como asunto de edificantes representaciones teatrales.

Lima era una ciudad aquietada a partir de 1600. Piratas y corsarios habían dejado de merodear por sus costas. Ni siquiera se realizaban muchos Autos de Fe. Los mismos herejes gozaban de cierto seguro, a condición de que no se les fuera demasiado la lengua. Los litigios duraban más o menos lo que los procesos criminales y civiles de ahora, pero su menor publicidad acrecentaba la devoción al bostezo y la proclividad a los chismorreos a la sordina. Por una diferencia de criterio para apreciar la preeminencia correspondiente a su carruaje al doblar de una esquina, se estuvo quieta, apontonada en ese lugar, una pareja de coches pertenecientes a linajudos señoritos, tal cual un vehículo de nuestros días chocado, a la espera de levantamiento de plano y permiso del juez. El pecado, tan numeroso co mo siempre lucía menos a comienzos del XVI que a mediados del XVIII. La Comedia traería consigo vulgarización de corridas de toros y peleas de gallos. El teatro llenaba una función terapéutica, artistica y social. Un público anhelante, formado por clérigos y se-glares, atestaba las escasas aposentadurías. De ahí que, en 1643, Su Majestad, bajo la presión de escandalizados informantes, amonestara a sus propios funcionarios ultramarinos, previniéndoles de cuidar mejor de los intereses reales a ellos confiados que de sus veleidades

Micaela se hallaba dentro de un círculo de fuego, bajo la amenaza de sus propias circunstancias, las reticencias maternas, las tentaciones de Maza y la indiferencia de su padre. Estaba, con todo, decidida a hacerse cómica, y a valer por sus propios medios. La pobreza no suele asesorar a la conciencia. Además, ¿no habían llevado a las tablas episodios de la vida de Santa Rosa de Lima, y no era ésta la flor más pura y emblemática de la ciudad?

Claro le argumentarían: aquello sucedió en tiempos del Virrey Conde de Lemos, cuya beatería llegó a tanto, que bien pudo confundir lo terrestre con lo célico y viceversa, dando un salto mortal sobre lo posible. La confusión entre lo divino y lo humano escapaba a los ojos impreparados; sólo adquiría relieve para los escogidos del Señor. Por ejemplo, Monsieur de Frézier no pudo dejar de hacerse cruces frente al convencional catolicisno limeño de esa época. Le pareció y lo dijo que los capitalinos, concedían excesiva importancia a la Comedia, y que en esta se representaban piezas o escenas de discutible moralidad, Monsieur de Frézier pareció ser demasiado pacato y hasta andaluzado según el

volumen de sus exageraciones: llegó a sostener que, en materia de divorcios, como suena, Lima era más audaz que Francia. Como fuese, el hecho indudable es que Micaela, después de sus primeras experiencias con Gomuzo y Mottau (Motau), dos perillanes frecuentadores de la Comedia, alzó la vista y el vuelo y accedió a los requerimientos del empresario Maza, actor y administrador, director de escena y figura principal de su compañía. Parece que Maza no tuvo nada de tonto, si-no, más bien, de vivaracho y cazurro, adicto a las mo-zas de buen palmito y devoto incondicional de la jarana. Manejaba diestramente su negocio, "poniendo", como se dice en la jerga del oficio, ora un auto sacramental, ora una zarzuela, ora un sainete, ora un drama, ora un fin de fiesta, ora una jácara, ora un paso de comedia, ora una loa; todo ello sabiendo donde le apretaba el zapato, y cuidando con esmero de madre-de-hija-única-en-trance-de-casamentarla, todo lo referente al fin de fiesta y la zarzuela, pues con ello se encandilaban y por ello acudían los coroneles, generales, jueces, oidores (y luego el Virrey), bobos, babeantes y bisqueantes ante las actricillas y bailadoras cuyos tacones, dengues y repiquetear de crótalos, palillos y panderetas rom-pían la siesta erótica de la ciudad. Buen observador, a Maza le deleitaba atisbar por los consabidos agujerillos del telón de boca las expresiones encendidas de los se-ñorones. Aguaitaba desde bastidores cómo se relamían no bien salían los tocadores de guitarra, mandolina, arpa y laud, listos a acompañar a las figurantas cuyos dedos chasqueaban como látigos en zambra, fandanguillo o jota, muy erguido el pecho redondo y puntiagudo, muy sonoro y veloz el zapateo de los tacones altos y aperillados, inverosímil remate de unos pies increíbles. Micaela se estrenó como comparsa. Ascendió a partiquina. Antes de los veinte figuraba como actriz. Maza no se cansaba de mirar y remirar a la trigueña y picante mozuela, de ojos fulgurantes, todavía modesta en el vestir, pero bajo cuyo rebozo y apretadas faldas, se adivinaban -¡contárselo a él! las anatematizadas curvas del pecado.

Entre piropo y piropo, favor y favor, el histrión empresario se allegó primero a la carne, y después -al menos, él lo creía así al corazón de Micaela. La reja de los Villegas se vio pronto asediada de nocturnas estudiantinas, preludiando serenatas: Voces aguardientosas y finas, versos intolerables y de buena cepa, menos frecuentes, en la medida en que Maza se entregaba a esa inesperada pasión que le quitaba calma, frialdad y negocio. (Nos provoca incurrir en un feroz anacronismo en este punto, para usar una comparación de alto bordo literario: "Y bajo el raso de tu pie verdugo-puse mi esclavo corazón de alfombra"... ¿Góngora? No, algo mucho más cerca: Julio Herrera y Reissig: Tableau!). Micaela no pensaba sino en los aplausos, aun más en los doblones. Pensaba en las miradas de codicia con que la atravesaban desde la platea y los palcos. Estaría entre sus dieciocho y veinte años, cuando mucho, pues, si no lo admitimos así, Amat se nos pone demasiado viejo para tan exigente juventud, y se nos frustra la historia. A Mica la deslumbraban los suntuosos ropajes, las engañadoras luces de las candilejas, la dicha fugaz de sentirse siquiera por un par de horas, Reina, Ninfa, Princesa, Maja, Santa, Heroína y hasta pagana Diosa, o lo que fuese, siempre que no coincidiera con su figura y situación efectiva. En la soledad de la alcoba, ante el prejuiciado tribunal de alguna amiga, que oficiara de criada, y el inapelable dictamen del espejo, Micae-la había decretado ya que ella, la Villegas, cantaba mejor que la Inesilla (su rival más cercana, tanto en el halago del público, cuanto en la predilección de Maza), y que, tratándose de bailar y menear cadera y cara, mostrando el pie y algo más, nadie la superaría.
Viejos y jóvenes, los dos extremos de la verde escala coreográfico zoológica, se peleaban por los asientos de primera fila, cuando alguna de ellas, o ambas cómicas actuaban. Las damás les encontraban mil defectos fisicos; los maridos sonreían al socaire, burlándose de sus exigentes cónyuges. Ellas bisbeaban entre los apretados dientes, muy agudo y malicioso el mirerío:
-¡Psh! ¡No vale nada! Fíjate, Catita, fijate, ¡esos ojos achinados! Y esos bracitos... Ja, ja...!
(Y los varones: -Relumbran como soles, hieren como saetas: me quisiera morir entre esas cadenas!...)
-¡Se le van a salir por el escote! ¡Guá, que inde-cencia!
-Y ellos: Si estuviera Salomón aquí, yo tendría el paralelo de sus cabritillos: ¡qué senos, Señor, qué senos!).
-Ni gracia tiene... Mira que feo alza la pierna para que se la vean!
(Y los maridos: ¡Y lo que se ve! ¿No le podríamos pedir que mostrara un poquito más?).
Micaela se percataba de esos diálogos, no por
mudos menos elocuentes, ya en la calle, ya en la Iglesia. De memoria sabía lo que ocurría a su paso: cien rostros vueltos: los de ellas para no darle cara, los de ellos, comiéndosela a ojazos. Ellas, con el clásico mirar de la tapada, oriflamas del soslayo, ellos, súbitamente buzos: tal el ansia de atrapar esos encantos.
Maza la tenía clasificada como tiple ligera de
zarzuela. Doña Teresa ganada a la causa de su hija, celebró el acontecimiento. No daba para mucho el salario, pero "peor es nada, hija, peor es nada", 150 pesos al mes obligaron al hambre a batirse en retirada.
Ahora bien, ¿cómo era Micaela Villegas? Don Ricardo Palma, amigo de algunos de sus contemporáneos (y de su propia fantasía) nos la pinta asi
"De cuerpo pequeño y algo grueso, sus movimientos eran llenos de vivacidad; su rostro oval y de un moreno pálido, lucia no pocas cacarañas u hoyitos de viruela, que ella disimulaba diestramente con los pri mores del tocador; sus ojos eran pequeños, negros es mo el choroloque y animadísimos; profusa su cabellera, y los pies y manos microscópicos; su nariz nada tenía de bien formada, pues, era de lo que los criollos Ilaman ñata. Un lunarcito sobre el labio superior hacia irresistible su boca, que era un poco abultada, en la que ostentaba dientes menudos y con el brillo y limpidez del marfil; cuello bien contorneado, hombros
incitantes y seno turgente".
He aquí otro retrato, el que trasmite Lavalle, más halagueño que el anterior:
"Es completamente seductora; de formas pulidas y graciosas, sus movimientos estaban llenos de vivacidad y ligereza; su tez ligeramente morena, era suave como el terciopelo; sus grandes y acerados ojos, ora lanzaban dardos ardientes, bajo la doble cortina de sus rizadas pestañas; ora se velaban lánguidos; su boca roja como la granada entreabierta, dejaba ver una doble hilera de dientes blancos y menudos: de su pequeñа cabeza pendía una abundante y rizada cabellera negra de azulados reflejos; sus pies y sus manos hubieran de sesperado por su perfección y pequeñez al cincel de un artista... Hablaba con gran locuacidad, y salpicaba sus conversaciones de chistes y de apreciaciones
originales; pronta para descubrir el lado ridiculo de las personas, imitaba maravillosamente el modo de ser de cuántos conocía; y estas condiciones de su carácter la hacían sumamente apta para el desempeño de papeles cómicos en lo que era verdaderamente
sobresaliente".
Descontando los atavíos de Pompadour criolla de que la inviste Lavalle, (la inverosímil "rizada
cabellera negra" incongruente con su origen mestizo, y la ritual pequeñez de pies y manos, algo muy limeño y de toda estirpe, sexo, nación, clase o raza alejada del trabajo manual), coinciden ambos Palma y Lavalle, en lo despercudido del carácter de Micaela, quien era una "ñatalisa", como se dice en el caló limeño a las
mujeres de nariz corta y genio vivo y desaprensivo: cualidades muy apropiadas al oficio e inclinaciones de la moza.
El empresario de marras miraba y remiraba a su actriz de 150 pesos mensuales, realmente encalabrinado de ella. El donaire y lisura de la muy ladina lo justificaban. Sabemos que además tenía Micaela atrayente palmito, chispa, facilidad de imitación, grata vocecilla, bien torneada pierna, "microscópicas" extremidades: un tesoro para la Comedia. Además ¿o ademenos?-, desatada juventud, una juventud hambrienta de lujo y novedades, avasalladora. Maza relegó a la Inesilla, la otra actriz, a un segundo plano debido a las exigencias de la recién encumbrada "estrella". El compartía los principales roles con su amada o amante. Y ella se dejaba hacer. Sus primeras armas con efímeros galanes, la habían dotado de cierto sentido estratégico, lo cual fue acicateado por las murrias y estrecheces de don José, su padre, los achaques de doña Teresa, su madre, y las carantoñas y pedilonerías de José Félix, su hermano preferido. Aunque brillara por fuera, algo dormía en el corazón de Micaela, algo que la cariacontecía a menudo. Maza no acertaba a comprender aquella congoja tan a deshora, según él. Mas, el hecho era que a pesar de los halagos del público, la nube de pretendientes de
bastidopres, los piropos y los aplausos, a pesar de los pesares, Mica no estaba satisfecha del todo. Ambicionaba más. ¿Es que acaso las damiselas de moda valían tanto como ella? El espejo, ese gran corruptor, respondía: no.
Finalmente ocurrió el esperado prodigio. Ya había advertido ella que el Virrey no obstante su cara de ma-las pulgas, su boca plegada como una cicatriz, su aire solemne, su constelado pecho y su erecto talante, ya había advertido ella que don Manuel de Amat y Junyent, asistía continuamente al teatro y se esforzaba por de-mostrarle sus complacencias. Sin embargo de su gesto acre, el Virrey parecía a ratos de buen humor, lo que alentaba a los limeños, duchos en el arte de "amansar leones". Desde luego, sobrevino lo que tenía que sobre-venir. Una noche, de cuya fecha no guarda recuerdo el calendario (como tampoco la guarda del día en que On-falia unció su rueca a Herakles, ni de aquel en que Ра-rís raptó a Elena, ni del que señaló la entrega de San-són mediante los eficacísimos dengues de Dalila), una noche, las actrices Inesilla y Micaela recibieron en sus respectivos camarines (o vestidores) el magnífico recado: el Virrey las esperaba en su Palacio. Condición: secreto. Conveniencia: secreto. Necesidad: secreto. La Inesilla, seguramente, pegó un grito de alborozo y violó la condi-ción, al menos al oído de Maza. Micaela, nó. ¡El Virrey! ¡Palacio! Midió en un santiamén la proyección de su futuro.


¿Por qué la llamaban al Palacio del Virrey? ¿por buena? ¿por bella? ¿por graciosa? ¿por fácil? Por algo sería. Ese algo tendría que ser su brújula. Desde la hu-milde casuca de la Parroquia del Sagrario, ¡qué larga distancia! Ella lo había salvado en un segundo. ¿Por qué? ¿para qué?


Micaela se miró al espejo. Se vio joven, apetitosa, mona.


Ensayó un felino escorzo y se le vinieron las ganas de negarse. Le habría gustado siempre le gustaría-entrar a Palacio por la puerta grande, no por la portezuela de los discreteos y alcahueterías... A través de un hueco del telón corrido, atisbó la sala. Todavía estaba alli Amat con sus validos. Las damas de la concurrencia, muy peinadas y alhajadas, lucían ricos paños. Ella, en cambio... Miróse las manos: ensortijadas de similor; miró su cuerpo; telas baratas aunque de apariencia. Miróse más y más; sólo entonces pudo sentirse confortada.


Después de todo, no la ropa, sino lo que había de-bajo, decidiría la contienda, y ella estaba segura, oh, si, segurísima de que en ese terreno el triunfo tendría que ser suyo, era de hecho suyo por decreto inapelable de Cupido y corroboración final del Destino.


¡Canela fina! Así la habían piropeado día a día al pasar por los Portales de la Plaza de Armas. ¡Canela fina! ¿Canela para quién? Torció el gesto en un mohín precursor de rabieta o llanto. En ese instante tocaron a la puerta del camerino, llamándola a escena por última vez en la que debía ser su noche de triunfo. Mica bailó, dijo y cantó como embriagada, poseída de un demonio desconocido, casi sin saber lo que hacía... Hasta al agradecer los aplausos estaba lejos de sí.
-¡Como nunca, como nunca!, comentaban los admiradores.
-¡Un encanto, la Villegas! ¡Canela fina!


Amat no ocultaba su entusiasmo. Batía palmas a lo soldado más que a lo Virrey.
-El viejo se la come con los ojos, murmuró un chusco.
-Menos mal que nada más acotó una "tapada". ¡Canela fina!


Terminó la función. Misteriosa garlocha esperaba a Micaela y a su rival. En el silencio de la noche repercutía extrañamente el isócrono tranco de las mulas: sus cascabeles tintineaban, vestidos de sombra, pespuntando el silencio. La vieja puerta de Palacio rechinó delatoramente sobre sus mohosos goznes. El coche se detuvo al pie de una escalera angosta, retorcida y de un solo tramo. Las dos muchachas subieron precedidas por los hachones de sendos lacayos. Desde la baranda del corredor, Micaela alcanzó a distinguir abajo, en el huerto, unavieja higuera nudosa y negra como una bruja:
la higuera de Pizarro. En seguida se sintió tragada por un infierno de candelabros y casacas de vivos colores. En medio de ellas, como una imagen de Brahma, como un Buda de peluca empolvada, como un sonriente Moloch setecentista y cortesano, surgió el cuadrado rostro del Virrey. Las cejas encrespadas culebreaban sobre los ojos lijos, pequeños y penetrantes. No permitió que Mica terminara la muy teatral genuflexión con que inició su saludo. La tomó de la mano, como si fuera una dama, y la condujo por el salón, hacia adentro.


¡Canela fina!


Arpas, vihuelas, laúdes, bandolas y bandurrias preludiaron un aire picaresco. Como entre sueños, le pareció a Micaela oír el canto de la Inesilla y el suyo propio. Dominando el cuadro, la máscara hipnotizante, codiciosa y enérgica, los ojos de mando y la boca de ruego de un anciano cubierto de entorchados, traspasado de perfumes, maquinal el gesto de la mano sobre la caja de rapé.
Le pareció que él también decía, como los donjuanes esquineros: ¡Canela fina!
La Villegas inició el último baile del sarao: una
zamacueca criolla, al viento-bandera de amor dispuesta a capitular, al viento el pañuelo de encaje un poco oliente a pachulí -150 pesos nada más era el salario, señor Maza-; enarcando el talle (eso sí fuera del alcance del salario mísero), ondulando las caderas (gloria sin precio), repiqueteando de punta y talón el "microscópico pie"... Zamacueca de Micaela. Zamacueca de Lima. Baile de reto y entrega. Fuego y ceniza del amor bailante. Travesura y mimo, desplante y rendición. Repiqueteaban las palmas, relinchaban los hombres en jipíos de celo, todo era rebrillo y deslumbramiento, empaque e igualdad. Todo, sí, todo homenaje y deseo. Ella se sintió la diosa de aquel infierno. Ella, la Villegas, de la Pa-rroquia del Sagrario. ¡Canela fina! ¡Canela fina, sí señor!

Por Luis Alberto Sánchez 
De su obra: "La Perricholi".

28 de abril de 2025

Concilio de Trento

Por Carlos Cid - Nanuel Riu

Los jesuitas y dominicos tuvieron ocasión de prestar un buen servicio a la Iglesia, en Tren to. El concilio de Trento (1545-1563), que dictaría el camino inequívoco a la catolicidad moderna, se reunió, tras no pocas dificultades, presidido por tres cardenales: los italianos y Cervini (luego papas con los naldo Pole, quienes ostentaban la representación de Paulo III. Interrumpido por dos veces y prolongado durante dieciocho años, ejercería una influencia decisiva El concilio de Trento -XIX Concilio Ecuménico- aceptó el símbolo de la fe católica, fijó el canon de los Libros Sagrados, declaró auténtica la Vulgata, versión latina de la Biblia, y prescribió el modo de interpretar la Sagrada Escritura. Puntualizó la doctrina católica sobre el pecado original (Sesión v, año 1546), sobre la justificación por la fe y por las obras (Sesión vi, año 1547), sobre los sacramentos en general y sobre cada uno de ellos en particular (Sesiones VII, XIII, XIV, XXIII, XXIV, años 1547-1563). Precisó las cuestiones doctrinales respec to a la comunión bajo las dos especies-que propugnaban los utraquistas, y la comunión de los párvulos, y acerca del santo sacrificio de la misa (Sesión xxm, año 1562). Reafirmó la existencia del purgatorio y que las almas alli detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar (Sesión xxv, año 1563). Fijó las enseñanzas en torno a la invocación, veneración y reliquias de los santos, y sobre las sagradas imágenes. Mantuvo el uso de las indulgencias, condenó los matrimonios clandestinos realizados por libre consentimiento de los contrayentes (sin intervención de la Iglesia), dispuso el anuncio previo o amonestaciones antes de que los fieles contrajesen matrimonio, que la ceremonia se celebrase ante un sacerdote y en presencia de dos o tres testigos.

En el aspecto práctico, el concilio añadió a los cánones puramente doctrinales-motivados por la crítica protestante- en los que se procedió a esclarecer el dogma, la obligato-riedad de residencia de los prelados y párrocos, básica para ejercer una influencia eficaz pueblo fiel; la obligatoriedad de llevar y archivar los registros parroquiales (libros de bautismos, matrimonios y óbitos); la creación de seminarios-Seminarios tridentinos-en todas las diócesis, para la formación del clero; la confección de un catecismo con el resumen de las verdades de la fe, la reforma de los cabildos, del misal y del breviario, el establecimiento regular de la visita pastoral; la revisión de provisiones, exenciones y privilegios la elección de examinadores; reformación en sentido rigorista de monjas y frailes, asuntos inquisitoriales, moderación de los obispos en el gasto y distribución de rentas, décimos excomunión, abolición de las encomiendas (concesión de abadías a los no religiosos), etc.

27 de abril de 2025

Ignacio de Loyola: los jesuitas

Por Carlos Cid~Manuel Riu
Un noble vasco, Ignacio de Loyola (1491-1556), herido en Pamplona en 1521, debía medi-tar y recoger el doble aspecto de austeridad y lucha que caracteriza la Contrarreforma o Reforma católica. El propio Ignacio lo plasmó al fundar, en París, la Compañía de Jesús (1534), el arma más eficaz del catolicismo en aquellos tiempos. San Ignacio, combatiente del Señor, deseaba instruir al pueblo mediante la predicación. La enseñanza de la juven-tud, en que los jesuitas se especializarían -secundados más tarde por otras nuevas órdenes religiosas: la de los Clérigos regulares de las Escuelas Pías (escolapios), fundada en Roma (1597) por el aragonés San José de Calasanz, y la Compañía de la Doctrina Cristiana iniciada por César de Bus (Aviñón, 1592)-, debía ser el objetivo esencial del momento. Una orden secular femenina, la de las Ursulinas, fundada en Brescia (1535) por Santa Ángela de Mérici, extendió a las muchachas este apostolado de la pedagogía.
San Ignacio de Loyola, español-europeo, proyectó la espiritualidad española en su obra universal. Su libro de los Ejercicios, su Autobiografía y su Diario Espiritual ejercieron gran influencia en el mundo católico. En particular el primero, que extendía la meditación al campo seglar como medio de perfeccionamiento interior, y le convertía en el místico más trascendente de una época de grandes místicos: Santa Teresa de Jesús (1515-1582), carmelita descalza y mística eminente; el carmelita San Juan de la Cruz (1542-1591) que fundamentó la teología mística del catolicismo moderno; el beato Juan de Ávila, <apóstol de Andalucía>, el agustino Santo Tomás de Villanueva (1488-1555); el beato Alonso de Orozco (1500-1591), agustino también; San Pedro de Alcántara, fray Luis de Granada, fray Luis de León y otros.
Los primeros jesuitas recibieron la orden del presbiterado (1537) y vieron aprobada su compañía por el papa Paulo III en 1540, aunque con cierta limitación en el número de sus miembros, y eliminada en poco tiempo (1544). La organización rígida, el mando de un general electivo y vitalicio, dotado de amplios poderes, y la severidad de las pruebas para la admisión en la compañía, les proporcionaron pronto una gran fuerza, dependiendo directamente del papado, que les empleó en cuantos asuntos delicados creyó necesaria su intervención. Hacia 1616, los jesuitas habían extendido su influencia por Europa, Asia y América. Contaban con unas 400 casas y más de 13.000 miembros. Con ellos cobra nuevo empuje la obra misionera de la Iglesia, se reafirma la catolicidad de Polonia, y bajo la protección de Portugal y de España, se entregan a la cristianización de América del Sur (desde 1549), del Asia lejana y del África central. Un jesuita español como Ignacio, San Francisco Javier (1506-1552), predicaba el cris tianismo en la India (1542) y en Japón (1549-1551), obteniendo los primeros éxitos que la presencia de holandeses e ingleses anularía más tarde (1640). Se ha escrito que el jesuitismo significa la españolización de la Iglesia (Kaser). Podría añadirse que el espiritu de la Contrarreforma fue en buena parte obra de españoles.

El Caballero Andrew Ramsay