Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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1 de julio de 2011

Las dificultades de Ollanta

Por Ivan Pinhero


Secretario General del Partido Comunista Brasileño 


www.pcb.org.br


Los camaradas del Partido Comunista Peruano y la izquierda peruana en general tuvieron que tomar una decisión muy fácil en las elecciones de este mes. Aparte de aquellos que defendieron el voto nulo como principio, cuya posición tenemos que respetar, no había dudas entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Las diferencias, en este caso, son mucho mayores que entre la opción entre Dilma y Serra. Después de ocho años de gobierno petista [en referencia al PT, Partido de los Trabajadores. N.T.], las diferencias entre los dos polos principales de la “americanización” de las elecciones brasileñas (PT y PSDB) son cada vez menores, como en Europa, donde se turnan en el poder, con receta parecida, los socialdemócratas y los conservadores. La diferencia es la gestión del capitalismo.

En Europa, con el agravamiento de la crisis capitalista, la ”americanización” electoral ha provocado casi invariablemente la llamada “alternancia en el poder.” Como ningún gobierno consigue siquiera mitigar los efectos y los costos de la crisis, que son pagados por la mayoría del pueblo, generalmente la oposición gana las elecciones, porque estas son llevadas al campo de la competencia para gestionar la crisis. Si el gobierno es conservador, los socialdemócratas ganan las siguientes elecciones, y lo mismo al contrario. Véanse los casos de las recientes elecciones, con victorias de las oposiciones: en Portugal y en España, la victoria de la “derecha”; en Italia y en Francia, victoria de la “izquierda”.

Pero volviendo a las elecciones peruanas, allí las diferencias eran clamorosas, no porque Ollanta sea de “izquierdas”, sino porque Keiko no es sólo la hija de Alberto Fujimori, sino que suponía el retorno de lo que los peruanos llaman fujimorismo, o sea, una forma de gobierno basada en la más descarada corrupción, en la represión y en el terrorismo de Estado. De hecho, Allan García (el político más parecido a Fernando Henrique Cardoso en América Latina) había vencido a Fujimori por la “izquierda” hace ocho años.

Es natural la euforia que embargó a la izquierda peruana y de gran parte de latinoamérica con la victoria de Ollanta. Después de todo, además de evitarse el retorno del fujimorismo, se cerró el ciclo neoliberal de García, que gobernó para la burguesía y el imperialismo. El gobierno Ollanta tiende a ser más progresista y nacionalista que el de Allan García. Pero va siendo hora de poner los pies en el suelo, ya que podemos no estar en las vísperas de un gobierno que podamos llamar de “izquierda”.

La primera cuestión a considerar es que, en realidad, fue Keiko la que perdió, mucho más de que Ollanta ganara. Si la segunda vuelta no hubiese sido con la hija de Fujimori, posiblemente cualquiera de los otros tres candidatos conservadores que no pasaron de la primera vuelta podrían vencer en la segunda.

En segundo lugar, hay que ponderar el precio que se ha pagado por la victoria en la segunda vuelta, en lo que se refiere a la dilución del discurso, en forma y contenido, y sobre todo del programa. Los publicistas y asesores al servicio del PT transformaron al candidato en “Ollantita paz y amor”, que sustituyó la camisa roja para la azul celeste, se distanció de Chávez y cambió el programa a unos días de la segunda vuelta, divulgando una réplica peruana de la famosa “Carta a los Brasileños”, en realidad a los banqueros, con los que Lula asumió el compromiso (y lo cumplió fielmente) de no alterar los fundamentos de la política económica del gobierno FHC.

Si Ollanta cumple los compromisos ya asumidos por el gobierno de Alan García, los cambios serán muy difíciles. El presidente saliente firmó un TLC (Tratado de Libre Comercio) con los EEUU y comprometió al país con una integración económica anti-ALBA, que incluye además de Perú, a Chile, México y Colombia. Otro compromiso que Ollanta asumió fue el de mantener la llamada ”autonomía” del Banco Central, o sea, permitir que los banqueros siguan dictando la política monetaria, como en Brasil. Otra dificultad va a ser mantener el crecimiento de la economía peruana, de casi el 8% anual, el mayor de América Latina. Este crecimiento se basa en un modelo de exportación de minerales que es excluyente y depredador, además de contrariar los intereses de los que fundamentalmente eligieron a Ollanta: los campesinos pobres, sobre todo indígenas, como él.

El apoyo que, sin disimulo, el petismo dio a la candidatura de Ollanta, será obviamente cobrado por el capitalismo brasileño, que plantará una bandera más  en su ambición de convertir a Brasil en una gran potencia mundial, en el contexto del imperialismo. Las multinacionales de origen brasileño, financiadas por el BNDES [Banco Nacional de Desarrollo de Brasil] en el gobierno Lula, como nunca en la historia de este país, ya tiene hoy más de cuatro mil millones de dólares invertidos en Perú, disputando el liderazgo en sectores como el petróleo y el gas, la electricidad y la construcción civil.

Algunas diferencias entre el nuevo y el viejo gobierno ya se hacen sentir. En la disputa de los mercados sudamericanos y por las alianzas estratégicas, el capitalismo brasileño va a tener más peso en la economía y en la política exterior peruanas. Por lo que el nuevo Presidente declaró hace unos días en Brasil,  simbólicamente su primer viaje internacional, va a implantar en su país algunas políticas compensatorias, como la Bolsa Familia.

Pero hay otros factores que van a jugar un papel más decisivo en el rumbo del gobierno Ollanta, ya antes de la toma de posesión y del nombramiento de los ministros, periodo en el que las disputas políticas se intensifican.

Lo que vimos principalmente en Chile, en Paraguay, en Argentina y en Brasil es que, si las masas no dan un salto cualitativo en su organización y movilización, podemos elegir presidentes que parezcan de izquierda, pero que no se separarán ni un milímetro de los intereses del capital.

Uno de los problemas es la falta de una mayoría progresista de diputados en el parlamento unicameral. Para cambiar, Ollanta debe gobernar con el respaldo de las masas para presionar al Parlamento. De lo contrario será obligado a caer en la trampa de la gobernabilidad institucional, que lo llevará a diluir o abandonar el proyecto de cambios sociales, a favor de negocios y de concesiones de todo tipo.

Otra complicación, tal vez de mayor peso político, es el riesgo de que los recientes movimientos regresivos del gobierno Chávez se conviertan en una inflexión política y no sólo una táctica, alterando negativamente la correlación de fuerzas en América Latina en favor del imperialismo.

La izquierda sólo tendrá alguna posibilidad de éxito en la disputa política del gobierno Ollanta si cuenta con una explícita movilización popular. Y la izquierda peruana tiene diferencias en relación con la mayoría de los países de América Latina que pueden tener un peso decisivo en la lucha de clases que ciertamente arreciará en Perú; movimientos de indígenas y campesinos fuertes, cohesionados y combativos, un frente de izquierdas orgánico que reúne partidos y movimientos populares (la Coordinadora Política y Social) y, principalmente, la CGTP (Confederación General de Trabajadores Peruanos), una legendaria central sindical clasista, de masas, afiliada a la Federación Sindical Mundial, que hegemoniza cerca de un ochenta por ciento de los sindicatos.



Pero con todas las dificultades y limitaciones, la lucha debe ser librada, con independencia política, para tratar de llevar al nuevo gobierno a un proceso de cambios sociales, hasta donde sea posible. En estas circunstancias, los revolucionarios deben conjugar unidad y lucha, no cometiendo el error de someterse acríticamente al nuevo gobierno, como hacen los reformistas. Tampoco se debe colocar en una oposición ciega y hacer el discurso que hoy interesa a la derecha y al imperialismo, como hacen los que se proclaman ultra-izquierdistas, subestimando la capacidad de las masas para influir en el proceso político. 

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