Federico Garcìa Lorca |
Por David Lerma Gonzàles.
Su hermano Francisco, su mejor consejero y testido de su màs que incipiente vocaciòn, que se habìa agudizado ese verano, anota en Federico y su mundo que su actividad ''era un llenar cuartillas sin cuento'' al que se abandonaba de noche y el que ponìa todo su apasionamiento. Entre 1917 y 1920 Lorca vivirà intensamente su grafomanìa: màs de dos centenares de poemas, una docena de apuntes teatrales e innumerables pàginas de prosa salen de su pluma. Y con ellas, muchas de sus grandes preocupaciones. Se habìa convertido, nunca mejor dicho, en un ''letraherido''. Aunque la calidad literaria de estos primeros textos es discutible, resulta interesante apreciar el odio que siente por el Dios Cristiano y la Iglesia Catòlica que contrasta, en cambio con la afectuosa admiraciòn que siente por Juesucristo, el ''socialista divino'', que ''clamò contra los odios y las mentiras''.
A pesar de su oposiciòn moral al dogma catòlico, el peso de su educaciòn es demasiado grande como para que Lorca se sienta còmodo con sus propias convicciones. Al tanto ya de su diferencia, interiormente vive una contradicciòn. Por una parte siente odio por el Dios terrible de las plagas y los castigos; por otra, se identifica con Cristo, cuya muerte llega a considerar inùtil. Pero la guerra tambièn le preocupa. Meses despuès, en una carta a su amigo Adriano del Valle, dirà; ''En un siglo de zepelines y de muertes estùpidas, yo sollozo ante mi piano soñando en la bruma haendeliana y hago versos muy mìos cantando lo mismo a Cristo, que a Buda, que a Mahoma y que a Pan''. En aquellos momentos España luchaba en Àfrica contra Abd el-Krim y Lorca no pierde ocasiòn para pronunciarse por escrito en contra del patriotismo, y clamar por el amor y la igualdad que considera la verdadera patria de los hombres.
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