Por David Lerma Gonalèz
En la obra lorquiana la pasiòn sexual es indisociable de la angustia. Esa ''impotencia del alma'' para satisfacer sus necesidades eròticas se convierte siempre en una tragedia inevitable. En estos momentos Federico vive todo el paroxismo de la juventud, pero tiene ''angustiosos deseos de abrazar''. Su homosexualidad, lejos de ser asumida, le lleva a decir que ''la vida es un camino triste que ilumina el sexo que en vano buscamos''. Por aquel entonces los muchachos de la burguesìa solìan iniciarse en los prostìbulos del barrio de La Manigua, pero la sola idea de yacer con una prostituta le espanta. Sin embargo, por un momento parece que el poeta puede descargar sus anhelos en una chica rubia de ojos azules que no se ha podido identificar y cuya presencia inundan los textos de su juvenalia. ¿Se trata sòlo de una amante literaria? Ian Gibson considera que no, ''dada la machacona insistencia de Lorca''. Sea o no cierta la existencia de esta muchacha, lo cierto es que el poeta proyecta tambièn sus frustaciones en diversos personajes que, como èl, pasan por ser encarnaciones de la soledad y el amor no correspondido. A su manera, siguiendo los pasos de Rubèn Darìo, Lorca toma una posiciòn moral fundamental, que le lleva a una sìntesis de paganismo e inspiraciòn cristiana. Aspira a la salvaciòn, pero està dispuesto a vivir en plenitud todas sus contradicciones. El contacto con Machado en Baea deja tambièn sus impronta en sus primeras obras. Tambièn Juan Ramòn Jimènez, el ejemplo de los jòvenes poetas de la època. De ambos consigue esa esforada sencilllez que hunde sus raìces en la poesìa popular, que Federico habìa mamado de niño cuando escuchaba al compadre pastor. Poco a poco, su poesìa va ganando en espontaneidad y frescura. Entretanto, Federico Garcìa Rodrìguez se pregunta si su hijo no estarà destinado a ser escritor, ya que en los estudios no parece encontrar acomodo. Ante la duda, pide consejo a Luis Seco Lucena, director de El defensor de Granada, al guitarrista Andrès Segovia y a Miguel Ceròn Rubio, que leen el manuscrito y aconsejan su publicaciòn. Costeada por su padre, la primera ediciòn de Impresiones y Paisajes aparece en las librerìas granadinas a mediados de abril de 1918. Dìas antes, Lorca tuvo ocasiòn de leer algunos fragmentos en el Centro Artìstico y Literario. El èxito inesperado de aquella presentaciòn fue recogida en una crònica del Noticiero Granadino, que lo clasifica ''en la categorìa del verdadero artista''. A pesar de ese primer triunfo, las ventas del libro son escasas -algo que ya anuncia en el pròlogo, y a los pocos dìas retira de las librerìas todos los ejemplares que puede. En general las crìticas fueron positivas, pero el hecho fue que el libro nunca tendrìa una relevancia nacional.
La lectura del manuscrito de Impresiones y Paisajes mereciò otra opiniòn por parte de los ''rinconcillistas''. Josè Marìa Guarnido considerò que algunas de las opiniones que Lorca vierte en el libro eran un calco de las de Berrueta, a quien detestaba por considerar que sus juicios artìsticos eran poco acertados. Federico reacciona reescribiendo algunos pasajes dedicados al San Bruno del escultor Pereira, al que criticaba con saña. Pero no se queda ahì, y alude a Barrueta, del que describe el fascinante èxtasis que le procura su contemplaciòn. Esto no agradò, claro, a su maestro, que ''se sintiò tracicionado''. Aùn hubo màs, porque Lorca no incluyò el pròlogo que habìa escrito el viejo profesor, sino una elogiosa dedicatoria a su desaparecido maestro de piano Antonio Segura Mesa. Dìas despuès, Lorca intentarà arreglar la situaciòn y con esa intenciòn le entrega un ejemplar dedicado, que rechaza. Nunca màs volverìan a dirigirse la palabra.
Màs seguro y convencido de su talenteo, la creatividad de Lorca se dispara. A pesar de su incidente con Berrueta, nuevos amigos aparecen en escena, llamados por la publicaciòn de Impresiones y Paisajes. De entre todos ellos, destaca el poeta Adrian del Valle, amigo de un tìo de Federico, quien se presenta por carta y elogia su literatura. Lorca le responde con avidez, imitando la retòrica modernias y desvelando tambièn, aunque de firna crìptica, su condiciòn homosexual. En su forma de describirse anotamos expresiones como ''roja rosa por fuera, azucenas imposibles de regar por dentro'' y menciones al bisexual Verlaine. El tono de carta es confesional, quizà demasiado explìcito en sus sentimientos, pero esto agrada a Adriano del Valle, que tenìa la misma edad que nuestro poeta. Asì mismo en agosto de 1918, traba amistad con Emilia Llanos Medina, cuya belleza le impresiona. Intercambian libros y durante ese verano se ven todos los dìas. A partir de esta intensa relaciòn, que durarà hasta la muerte del poeta, Lorca experimenta un creciente interès hacia las filosofìas orientales y los mìsticos españoles. Diez años mayor que Lorca, esta mujer acabarà reconociendo al final de sus dìas que Lorca fue ''el gran amor frustrado de su vida''.
Entretanto, los estudios universitarios de Federico se encuentran en punto muerto. Su reciente enemistad con Berrueta, con el que no podìa evitar encontrarse en los pasillos de la facultad, contribuyeron a que, como el año anterior, no se presentarà a ningùn examen de Filosofìa o Derecho. Sus padres, decepcionados por su indiferencia pero alegres por la publicaciòn de su primer libro, hablan con Fernando de los Rìos. Gracias al consejo del maestro, Lorca conseguirà realiar uno de sus sueños: marchar a Madrid pata estudiar en la Residencia de Estudiantes. A finales de abril o primeros de mayo de 1919, se desplaza a la capital, donde Josè Mora Guarnido y otros ''rinconcillistas'', sabedores de su talento, le esperan con los brazos abiertos. Meses antes fue rechazado para el servicio militar, suponemos que por su inverterada torpeza fìsica.
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