Eleodoro Vargas Vicuña |
Su obra, breve y precisa, es de alto valor en la literatura latinoamericana.Vargas Vicuña nació en La Esperanza en Cerro de Pasco pero gustaba en provocar llamándose arequipeño. JUAN Rulfo, en México, escribió su obra completa en dos volúmenes a propósito sucintos, a propósito no más que dos. Vargas Vicuña, en Lima, publicó también a propósito dos únicos libros y con el mismo propósito de la brevedad. Ellos eran compadres a propósito y sin ponerse de acuerdo entre ellos pero proponiéndoselo cada quien por su cuenta trabajaron el lenguaje con extraña y singular pulcritud. Con esa narrativa de palabras contadas para adentro que tienen los poetas de por vida para la vida. Rulfo murió hace unos años. Esta semana anterior, en el abril de siempre, falleció Eleodoro Vargas Vicuña. No hay, efectivamente, un parangón entre ellos en tanto a la significación de sus respectivas obras, sí la constancia de su amistad y sus libros de cuidadas palabras, de exacto decir, de intenso oficiar de contador.Eleodoro Vargas Vicuña tuvo la sensatez pese a ser grandilocuente en el hablar y sobrexpresivo en el gesto, de acordarse de sus lectores. De saber que ante el papel no puede existir el disimulo o la frase recargada, la artimaña o el juego retórico. Ejerció con talento la sencillez de la frase bella, de la palabra poética. Supo impregnar a sus textos, cuentos y poemas, su afán de amar, ese mismo gesto de brazos abiertos para desear lo mejor de la vida a cada uno a quien encontraba en su camino silencioso y abstraído. Tuvo, además, la claridad de la humildad y también la certeza de que no hacía otra cosa que ser escritor. Inscrito por los estudiosos de la literatura en la "generación del cincuenta", Vargas Vicuña fue animoso y hasta espectacular animador de la vida cultural del país. Primero en Arequipa, cuando en esa ciudad vivió como estudiante de la universidad San Agustín en los últimos años de la década del cuarenta. Y luego en Lima. Contertulio de una zona de heroica bohemia que en la historia de la literatura peruana forma parte casi consubstancial con las obras que se produjeron por los años cuando los bares del centro de Lima (el Palermo, el Zela) eran virtuales ágoras. Por eso, al saberlo muerto hay convencimiento que con él se va también una forma de hacer literatura, una tradición, otro tiempo, otra cadencia. Eleodoro Vargas Vicuña decía, se dice, al saludar ¡Viva la vida, carajo! Así se le despide hoy. (Edmundo de los Ríos). – Publicado por la revista “Caretas” de Lima.
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