Por Vicente Antonio Vásquez Bonilla
¡Hola! Que bueno verlos de nuevo y que sigamos juntos por estos senderos de la vida. Me encanta saber que les gusta la lectura. Al leer, escuchamos las voces de personas que ya partieron para no volver jamás, pero que milagrosamente nos siguen hablando a través de las letras.
Leer, es una aventura emocionante. Cultiven ese hábito y a su debido tiempo, herédenselo a sus descendientes. De esa manera, les enriquecerán la vida y les quedarán eternamente agradecidos. Claro, al leer, también escucharemos las voces de personas que aún viven, pero que se encuentran lejos de nosotros y que quizás nunca conoceremos personalmente, pero nos compartirán sus experiencias, sus puntos de vista, sus sueños, sus ilusiones... De otra manera nunca nos enteraríamos de sus costumbres, hábitos o puntos de vista.
Bueno, lo prometido es deuda. Así que sigamos compartiendo la gran aventura de la vida.En uno de mis viajes, visité la metrópoli de Panamá y después de recorrer la ciudad vieja, la parte moderna y naturalmente las esclusas de Miraflores en el conocido Canal interoceánico, decidí, con espíritu de aventurero, adentrarme en el interior del país. Me llamó la atención la Provincia de Darién, y la escogí por ser la más grande de ese país, en ella falta por construir un trecho de la Carretera Panamericana, la que ya terminada en su totalidad, iría sin interrupción, desde Alaska hasta Argentina, por dicha carencia se le conoce con el nombre del Tapón del Darién y por su relativo aislamiento aún conserva muchas de las cualidades del continente virgen. Entre otras cosas, me llamaba la atención la variedad de flora de la región, que a no dudar contaría con gran surtido de deliciosos platillos vegetarianos y como es sabido, es la comida favorita de nosotras las orugas.
Tomé el vuelo de ciudad de Panamá a Jaque, un pequeño aeropuerto cerca de la frontera con Colombia y desde ahí iniciaría mis recorridos terrestres. El avión llevaba a varios pasajeros famosos, algunos de ellos, artistas de cine y por tal razón, los reconocí de inmediato. Ahí iban Lassie, una chucha Collie, que se considera la perra más famosa del mundo; Rin tin tin, pastor alemán de pura cepa y otro perro de la misma raza, conocido como El comisario Rex, estrella europea de una popular serie policíaca. Supongo que todos ustedes los conocen, pues no dudo que les gusta la televisión. Además viajaban varios miembros de un equipo cinematográfico. Según me enteré después, estaban filmando una película de aventuras con la participación de las tres estrellas mencionadas.
El vuelo inició de forma normal, pero a medio camino, ya sobre la provincia del Darién, la nave aérea perdió comunicación radial y sufrió desperfectos que la obligaron a efectuar un aterrizaje forzoso en un claro que providencialmente estuvo al alcance de los hábiles pilotos.
Nadie sabía en qué lugar estábamos, ni que rumbo tomar para llegar al más cercano poblado. Sin embargo, uno de los pasajeros, un perro mestizo y a todas luces, sin pedigrí; quien hasta ese momento había permanecido callado y sólo observando, dijo de pronto.
—Yo sé en dónde estamos y cómo llegar a un lugar poblado —todas las miradas convergieron sobre él—. Pertenezco a la tribu de los Chocoes y comercio con los Kunas, los Guaymíes y con los colonos blancos. La selva es mi hogar y conozco todos sus secretos.
—Qué bueno —dijo el Capitán, mientras todos con gestos y palabras mostraban su alegría—. Sáquenos de aquí y será recompensado.
El hasta entonces, discreto perro, se subió sobre el tronco de un árbol caído y habló con autoridad.
—Mi nombre es Chokú. Como ya oyeron, pertenezco a la tribu de los Chocoes y conozco la región como mi propia casa. No sé quiénes sean ustedes, ni me interesa saberlo, porque en este momento no tiene importancia. Usted, por ejemplo —señaló a alguien al azar—, puede ser rey o presidente. Y lo será, pero en su despacho. Aquí, es un pasajero perdido como todos los demás. Sepan que en esta región operan varias pandillas de coyotes y que sin miramientos de ninguna clase siembran el terror entre los seres que se aventuran por estos lares.
El silencio se apoderó del grupo.
—Yo, los voy a conducir a lugar seguro, pero deben obedecer a mi voz, con presteza y sin chistar. Sólo así sobreviviremos. Que quede claro, que éste no es un juego, Nuestra seguridad y nuestras vidas dependen de ello. De no ser así, no me comprometo a nada y que cada quien luche por su lado. ¿Están de acuerdo?
Los náufragos del cielo se veían entre sí y uno a uno fue accediendo. No les quedaba de otra. Era cierto que dentro de ellos había tres héroes mundialmente reconocidos, pero sólo eran héroes de ficción y en ese lugar la realidad se imponía. Quedé complacido, al ver la actitud de Chokú. Podía ser un perro corriente, sin trayectoria heroica, pero a todas luces, tenía madera de líder. Había dominado la situación, ganado la obediencia del grupo y, lo principal, su confianza. En ese momento me sentí la oruga más protegida del mundo y la tranquilidad anidó en mí. El recién aceptado jefe y guía, nos reunió a todos, nos instruyó sobre la manera de sobrevivir a las inclemencias del tiempo, a la forma de suplir los alimentos tradicionales y nos dio indicaciones precisas para movernos y pasar desapercibidos ante los ojos de los potenciales enemigos. Luego, iniciamos la marcha en busca de la civilización. Caminamos por dos o tres horas y de repente, Chokú hizo las señales silenciosas convenidas para detenernos y ocultarnos. Todos obedecimos las órdenes con rapidez, de acuerdo a las instrucciones previas.
—Muy bien —dijo el líder—. Esta vez, fue una práctica y estoy complacido por los resultados. Pero que quede claro que este ejercicio no se volverá a repetir, porque no quiero que se atengan y me pase lo que le sucedió a Pedrito y el lobo. La selva puede ser nuestra mejor aleada o nuestro peor enemigo. A cada paso hay peligros y delaciones. Se pueden escuchar ruidos, pero también los silencios. Por ejemplo, una repentina bolsa de silencio, indica que seres ajenos al entorno ingresaron a ese espacio y que sus moradores habituales están a la expectativa de un eventual peligro. O, puede suceder lo contrario y un griterío anunciar una invasión no deseada. De esa manera los conocedores de la jungla, pueden detectar la presencia de extraños, en este caso, la presencia nuestra.
Todos los miembros del grupo reafirmamos nuestra confianza en el líder, colaboramos y obedecimos en todo momento. De esa suerte, después de largos días de penosa marcha y varias peripecias que resultaría largo enumerar y en las que se jugó varias veces, con éxito, al ratón y al gato con las pandillas de coyotes y otros peligrosos depredadores; llegamos a un sendero en donde se veían las inequívocas huellas del ser humano. Antes de llegar a un recodo del camino, el jefe nos marco el alto y dijo:
—Nuestra odisea ha terminado. Al doblar esa curva que ven, está el poblado en donde los auxiliarán. Les deseo suerte. Y de inmediato, sin esperar agradecimientos o emotivas despedidas, Chokú se internó en la espesura y como fantasma huyendo de la luz del día, desapareció. Habíamos salvado el pellejo. En una oportunidad, durante el trayecto, Chokú, quien me veía con simpatía y confianza, sintiendo la necesidad de confiarse a alguien, me dijo: Al igual que tú, yo sé quiénes son esas estrellas del celuloide, pues también voy al cine, pero me niego a reconocerlos públicamente, porque con seguridad esperarían trato especial o algún tipo de granjería. Nuestra situación no está para distinciones de ninguna especie, aquí todos actuamos al unísono o corremos el riesgo de morir. Su confidencia me halagó y aumento mi confianza en él, y como ven, no me equivoqué. Mis queridos amigos, se dan cuenta, el liderazgo es una cualidad deseable y muy apreciada en todo tiempo, principalmente en momentos de peligro o necesidad. El líder, tiene don de mando y sabe conducir a sus seguidores hacia el logro de objetivos específicos. El líder posee “cualidades de personalidad y capacidad que favorecen la guía y el control de otros individuos”. El liderazgo, al igual que el poder, se ejerce. Naturalmente, ser líder no es mandar por mandar. Imponerse a otros a toda costa, sin ton ni son. ¡No! El líder debe saber a dónde va y a donde conduce a sus seguidores. En esta experiencia, como se dieron cuenta, cuando yo pensaba que no volvería a ver a mi prima Trofa, a mi abuelo Dumas o a otros miembros de mi familia, nuestro inesperado líder surgió con su don de mando y nos condujo con bien a puerto seguro. Por supuesto, no todos los líderes son dignos de ser seguidos. Hay dirigentes buenos que nos conducen por senderos sanos y otros malos que ejercen su cualidad para destrucción y muerte. Si en nosotros descubrimos ese preciado don, esforcémonos en ser líderes dignos y confiables o de lo contrario, sigamos a adalides de carácter positivo que nos conduzcan a logros rectos y meritorios.
Les deseo el don del claro discernimiento y los invito a continuar marchando por el camino positivo de la vida.
Chao. Los espero en el siguiente capítulo.
Extraído de la SOCIEDAD VENEZOLANA DE ARTE INTERNACIONAL
Milagros Hernández Chiliberti.
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