Daniel Baruc Espinal |
A veces soy la noche
y el aroma
marino, que atraviesa los jardines,
y de rodillas entra en nuestra alcoba.
A veces, mientras tú, desnuda, duermes,
yo, nuevo Prometeo, escribo versos
y reto al destino en cada sílaba.
A veces soy el punto o soy la coma
que limitan el paso de los júbilos
que la pasión derrama del tintero;
a veces, sin morirme, casi muero,
en el intento de llenar de sol
la oscuridad de mi paso por la tierra.
A veces, con la muerte como almohada,
me detengo a mirarte tan serena,
sumergida en las aguas del instante,
sobreviviente de mi amor que es fuego
inaudito
que no se apaga nunca.
¡Una vez despreciaron estas llamas,
pero eso nunca ha de repetirse!
Entonces les robé el fuego a los dioses
y con él, alejé las navajas del dolor, las puñaladas
de mis carnes de bronce y de mis días.
A veces soy la noche y la morada
cristalina
donde habitan las luciérnagas.
Otras veces, soy el junco
que se inclina sobre el agua,
y soy el pez
que hace de la raíz del junco un laberinto.
Y el murmullo de un dios que me socava
y la sed que me llena los labios de cascajo,
y el perdón matinal que los vencejos
se traen de la frontera con llovizna.
A veces, como todos, soy oscuro
sacramento de sal y soy tormenta,
y a veces un vocablo
que la muerte utiliza como un cántaro,
y que abandona
sobre el brocal de un pozo.
y el aroma
marino, que atraviesa los jardines,
y de rodillas entra en nuestra alcoba.
A veces, mientras tú, desnuda, duermes,
yo, nuevo Prometeo, escribo versos
y reto al destino en cada sílaba.
A veces soy el punto o soy la coma
que limitan el paso de los júbilos
que la pasión derrama del tintero;
a veces, sin morirme, casi muero,
en el intento de llenar de sol
la oscuridad de mi paso por la tierra.
A veces, con la muerte como almohada,
me detengo a mirarte tan serena,
sumergida en las aguas del instante,
sobreviviente de mi amor que es fuego
inaudito
que no se apaga nunca.
¡Una vez despreciaron estas llamas,
pero eso nunca ha de repetirse!
Entonces les robé el fuego a los dioses
y con él, alejé las navajas del dolor, las puñaladas
de mis carnes de bronce y de mis días.
A veces soy la noche y la morada
cristalina
donde habitan las luciérnagas.
Otras veces, soy el junco
que se inclina sobre el agua,
y soy el pez
que hace de la raíz del junco un laberinto.
Y el murmullo de un dios que me socava
y la sed que me llena los labios de cascajo,
y el perdón matinal que los vencejos
se traen de la frontera con llovizna.
A veces, como todos, soy oscuro
sacramento de sal y soy tormenta,
y a veces un vocablo
que la muerte utiliza como un cántaro,
y que abandona
sobre el brocal de un pozo.
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