(Extracto del libro ''El hombre mediocre''
El buen lenguaje clásico llamaba doméstico a todo hombre que servía. Y era justo. El hábito de la servidumbre trae consigo sentimientos de domesticidad, en los cortesanos lo mismo que en los pueblos. Habría que copiar por entero el elocuente Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escrito por La Beotie mirativo elogio de Montaigne. Desde él, miles de páginas fustigan la subordinación a los dogmatismos sociales, el acatamiento incondicional de los prejuicios admitidos, el respeto de las jerarquías adventicias, la diciplina ciega a la imposición colectiva, el homenaje decidido a todo lo que representa el orden vigente, la sumisión sistemática a la voluntad de los poderosos: todo lo que refuerza la domesticación y tiene por consecuencia intevitable servilismo.
Los caracteres excelentes son indomesticables: tienen su norte puesto en su Ideal. Su ''firmeza'' los sostiene; su ''luz'' los guía. Las sombras, en cambio, degeneran. Fácilmente se licúa la cera: jamás el cristal pierde su arista. Los mediocres encharcan su nombre cuando el medio los instiga; los superiores se encumbran en la dicha y en la adversidad, amando y despreciando, entre risas y entre lágrimas, cada hombre firme tiene un carácter. Las sombras no tienen esa unidad de conducta que permite preveer el gesto en todas las ocasiones.
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