Ingrid Ramírez Ariza |
A RITMO DE REBELDÍA
(Yo no enamoré sólo de sus ojos camarada, o de sus besos
en la noche luego de una reunión. No camarada, yo me enamoré de sus ideas, de
su pasión, de su amor por el mundo. Yo me enamoré de usted, entendiendo este
amor como hechura social, cómo el inevitable desenlace del proceso histórico).
En
el pasadizo oscuro hay un eco,
Ese
eco que está cantando memorias de otro tiempo.
Está
contando el encuentro de dos espejos,
Que
se vieron en un baile de fusiles e ideas,
Una
noche de abril mientras el reloj anunciaba las 12 campanadas.
También
hay sombras en el pasadizo, son a veces trampas,
Porque
el pasadizo es un campo minado.
Hay
mucha pasión derretida y servida en cocteles,
Entre
sus largas paredes de adobe frío que parecen murallas.
Ordenan
la alabanza a las armas y a las cadenas,
Incineran
los restos de fe que quedaban de las religiones,
Implantan
normas absurdas a ritmo de elecciones,
Prohíben
bailar en cualquier lugar, sobre todo en los bailes.
Feroz
es el golpe al que recibe la música en el cuerpo,
Porque
empieza a quemarle el hecho de estar vivo,
La
rebeldía le ha costado caro a la pareja que ritmo de jazz,
Se
subió a la platea y ensayó un movimiento al compás del saxo.
Y
entonces, todos anonadados empezaron a parecer estatuas,
Tan
fríos y tan lóbregos que daba pena mirarlos.
Se
les hundieron las ganas de moverse, en el ancho mar de sus desgracias,
Haciéndose
sordos como mecanismo de defensa, como escudo ante las balas.
Un
hombre con barba, boina y pantalones verdes está caminando por el salón
Habla
con mucha gente, va de un lado para el otro, armando una especie de complot,
Y
en una pequeña esquina del gran salón ha logrado congregar a los más valientes,
A
las más desafiantes, a los más decididos a bailar. Empiezan a hacerlo a ritmo
de rebelión.
Y es
un espectáculo tan hermoso, que la música se vuelve a escuchar en oídos de los
sordos.
Inmediatamente
la voz desconocida del tirano ha dicho basta, y por la escalera bajan,
Cientos
de soldados con audífonos donde escuchan discursos sin ritmo y sin entonación.
Ellos
se acercan a los rebeldes, y ellos
volteados frente a frente, alcanzan a rezar una oración.
Las
balas, los métodos de tortura, el fuego y los palos han terminado con la última
canción.
Sin
embargo, de entre la sombra clandestina surge la figura del hombre con barba,
Convertido
en fantasma, de esos a los que ya no puedes matar, de esos que nunca
desaparecen.
Está
mirando fijamente a una pareja vestida de negro, agazapada ante un bar,
Clava
sus pupilas eternas en ellos y ellos le devuelven la mirada: Es un juramento.
Esos
muchachos, son dos espejos.
Hechos
de un solo cristal, forjados por la misma mano, en el mismo fuego.
El
fantasma lo sabe y por eso sabe también, que valen lo mismo que un tango,
Y
por sus ojos vivaces, sabe que están oyendo las notas que vienen del segundo
piso.
Desde
donde la música llega fuerte y clara para los que aún no se han vueltos sordos.
Echan
a correr rápidamente hacia las escaleras, seguidos del fantasma
Y
de un par de rebeldes que llevan al hombro las guitarras y las zampoñas.
Son
un grupo pequeño y sin embargo, no les importa: es un ataque kamikaze.
En
la única puerta del segundo piso, están los soldaditos y sus grandes audífonos,
Convenciéndose
a sí mismos de su poder, de su fuerza y su razón
Ellos
lo miran y la batalla decisiva que duró siglos de siglos ha sido iniciada
El
duelo de baile vs la crueldad de los
soldados es de nunca acabar,
Pero
esta vez, ellos parecen temblar. Temblar de ira y de derrota cuando los rebeldes
Aunque
cansados ya, logran entrar, bailando twist, a las puertas prohibidas que solían
cuidar.
Las
puertas cerradas caen con estrépito frente a los rebeldes.
Ya
no hay murallas, ellos han ganado el duelo y sigue bailando.
Tienen
sangre cayendo por sus ropas y sonríen al ritmo de su corazón acelerado.
Han
conquistado la música para todos, y todos bailan ahora,
Y
bailarán para siempre, hasta la victoria final.
(Publicado en el blog de Julio Solórzano Murga)
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