Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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2 de enero de 2025

Remembranza

Por Jorge Rendón Vásquez

Llegúe a Buenos Aires, por primera vez, un día de comienzos de mayo de 1955, con solo 25 pesos que me alcanzarían solo para un día de hotel y de comida.
Con mis otros cinco compañeros de exilio y aventura nos hospedamos en el hotel Odeón de la calle Esmeralda, a unos pasos de la avenida Corrientes que, entonces como ahora, desbordadaba de teatros, librerías, bares y restaurantes y, por supuesto, también de tangos.
Pero, aunque deslumbrado por esta bella ciudad, a la que quería conocer desde mi infancia en Arequipa, yo tenía que encontrar en seguida un trabajo.
Advirtiendo mi precaria situación, José Espinal Salinas, uno de mis compañeros de exilio, me prestó 200 pesos.
Ese mismo día le pregunté al portero del hotel cómo podría hallar algún trabajo y él me recomendó que comprase el diario Clarín y viese allí las ofertas de empleo. Salí, por lo tanto, a buscar un quiosco de venta de periódicos y compré ese diario y una guía de la ciudad.
De vuelta al hotel y ayudado por el mismo portero, que se interesó en mi caso, comencé a marcar las ofertas de trabajo cercanas al hotel.
Al día siguiente, desde las siete de la mañana, hice la cola de unas diez personas en una primera oferta para un trabajo de limpieza. Tomaron a los dos primeros y tuve que correr hacia otra oferta con un resultado similar. Al medio día, me di cuenta que había perdido ese día.
Compré de nuevo el Clarín y marqué un pedido de cuentacorrientista en la esquina de las calles Rivadavia y Maipú, muy cerca de mi hotel. Al día siguiente, me levanté temprano y a las 7 de la mañana me puse en la cola de unas quince personas, la mayor parte jóvenes vestidos con traje y corbata. Estábamos ante la Casa Paúl Hermanos, una de las empresas más importantes proveedoras al campo argentino de fertilizantes, insecticidas y otros artículos químicos.
A las 8 de la mañana comenzaron a hacer pasar a los concursantes. Mi turno llegó pasadas las 9 de la mañana. En la oficina del Director de Personal, un señor de más de sesenta años, según supuse, de escaso cabello, no muy alto y mirada penetrante, me dijo:
–Póngase a la máquina de escribir y copie el papel de al lado.
Tratando de sobreponerme a mi turbación, me acomodé frente a la máquina, puse en ella una hoja de papel y comencé a copiar al tacto el texto indicado, sin detenerme. Yo era ya un dactilógrafo profesional y había trabajado como tal en la Corpac de Lima enviando mensajes por teletipo. Cuando acabé de copiar, entregué la hoja de papel al Director de Personal quien la observó y, luego, me dijo que copiase el mismo texto a mano. Lo hice con la caligrafía elegante que mi padre había insistido en enseñarme. El Director de Personal miró el papel escrito y me hizo una pregunta sobre las cuentas corrientes que también respondí. Luego, observándome fijamente, me preguntó:
–¿Por qué quiere usted este trabajo?
Le respondí:
–Porque solo tengo unos pesos en el bolsillo. Estoy aquí hace dos días y no por mi gusto. Soy peruano, estudiaba en la Universidad de San Marcos y el gobierno de mi país me deportó a Bolivia y el gobierno de Bolivia me expulsó hacia Argentina por Jujuy, sin documentos. Mi documento de identidad es ahora una tarjeta de asilado político expidida por el gobierno argentino.
El Director de Personal meditó un momento y, luego, me dijo:
—El empleo es suyo. Comenzará usted mañana a las 8 de la mañana. Su sueldo será 800 pesos por mes.
Yo le respondí:
—Agradecido, señor.
Y salí de la oficina.
Caminé hacia la avenida de Mayo y entré a un café. Extendí el Clarín sobre la mesa y busqué el rubro pensiones. Marqué una en la avenida Bernardo de Irigoyen, a un lado de la avenida 9 de Julio, a unas ocho cuadras de donde debía trabajar. Y me dirigí hacia ella. Ocupaba el segundo y tercer piso de una casa y pertenecía a una señora bastante mayor.
—Tengo sitio —me dijo—. Es una pieza con tres camas con desayuno, almuerzo y comida. Le costará 320 pesos.
—Señora —respondí—. Tomaría su pensión ahora mismo, pero no podría darle un adelanto. Le pagaría a fin de mes cuando me paguen en mi trabajo.


—No te preocupés. Me pagás como dices. Parecés buena persona.
Retorné al Hotel Odeón y pagué 75 pesos por los tres días que estuve allí. Mis únicas pertenencias eran la ropa que llevaba puesta, un juego de ropa interior y un par de libros que cabían en una pequeña valija de mano.
Algún tiempo después, un compañero de trabajo me relató que el Director de Personal tenía un hijo que era oficial de la Fuerza Aérea y que había tenido que exiliarse en Uruguay por su oposición al gobierno. Entendí, entonces, por qué ese hombre me había ayudado. No fue solo por mi habilidad para hacer el trabajo requerido que efectué correctamente durante el tiempo que estuve en esa empresa.
Algunos meses después, un sábado por la tarde, mi ayudante, un joven de 18 años, me invitó a la casa de sus padres. Vivían en el barrio Florida de Vicente López, muy cerca de la estación del ferrocarril Mitre.
Su familia me trató amablemente y casi me adoptó. Por la tarde, me llevaron al club del barrio donde conocí a otros jóvenes y a varios de sus dirigentes.
El local tenía un gran salón de actos y una cancha de básquet. Estimulado por su entusiasmo, se me ocurrió decirles que podrían organizar allí una función de teatro. Para mi sorpresa, se interesaron de inmediato por esta idea y unos minutos después comenzó a delinearse una función de tango. Mencionaron a dos jóvenes que estudiaban bandoneón, a dos chicas que tocaban el violín y a un joven que tocaba el contrabajo.
El sábado siguiente, por la tarde, cuando fui al club, estos jóvenes estaban ya practicando como un conjunto. Recuerdo que uno de los tangos era Remembranza, que data de 1934 y es, a mi juicio, uno de los más bellos, sobre todo por su música.
Varias semanas después, la función fue un éxito. El conjunto se instaló en un proscenio y los vecinos en sillas, en torno a la cancha de basquet, cuyo centro fue convertido en una pista de baile. En los rostros de los hombres y mujeres que bailaban se advertía pasión por el tango y que querían vivirlo.
Recordando aquella noche, he seleccionado para mi comento de congratulación por el año 2025 el tango Remembranza, ejecutado por un conjunto de Uruguay.


Estimados amigos, les deseo muchas satisfacciones, éxitos y, lo que no es poco a partir de ciertad edad, salud.


(Comentos, 31/12/2024)
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Remembranza
Tango. Letra de Mario Battistella y música de Mario Melfi.


Cómo son largas las semanas
cuando no estás cerca de mí
no sé qué fuerzas sobrehumanas
me dan valor lejos de ti.
Muerta la luz de mi esperanza
soy como un náufrago en el mar,
sé que me pierdo en lontananza
mas no me puedo resignar.
¡Ah
¡qué triste es recordar
después de tanto amar,
esa dicha que pasó...
Flor de una ilusión
nuestra pasión se marchitó.
¡Ah
¡olvida mi desdén,
retorna dulce bien,
a nuestro amor,
y volverá a florecer
nuestro querer
como aquella flor.
En nuestro cuarto tibio y rosa
todo quedó como otra vez
y en cada adorno, en cada cosa
te sigo viendo como ayer.
Tu foto sobre la mesita
que es credencial de mi dolor,
y aquella hortensia ya marchita
que fue el cantar de nuestro amor.

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