Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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18 de mayo de 2021

Amor y Beriberi


Por Jorge Aliaga Cacho

Emilio Aliaga Reyna


Jorge Aliaga Cacho visita la tumba de Emilio Aliaga Reyna, su abuelo,  en Sucre, Cajamarca, Perù.

Familia Aliaga en el Huauco, hoy llamado Sucre, en Cajamarca, Perù


Amor y Beriberi
Por Jorge Aliaga Cacho

Había una vez una hermosa joven de dulce rostro y figura gràcil. Era hábil tejedora de sombreros y vivìa en las tierras del Huauco. La joven era alta, de pelo largo castaño que, al levantarse en las mañanas y acostarse por las noches, cepillaba con esmero. La joven era hija de brasilero y llevaba por nombre Santos. Santos solìa vestir prendas que los comerciantes traían al pueblo a costa de sacrificio y fatiga. Ellos sorteaban la selva y el beriberi. Grandes hazañas vivìan aquellos hombres que, en su afàn de negociar, cruzaban la selva a golpe de machete y picaduras de mosquitos. Tambièn portaban pìstola por si acaso se cruzaran, en su camino, con una vìbora de dos patas. Asì llegaban esos hombres al Huauco con sueños de fortuna. Allì los mercaderes ofrecían sus productos: mostacillas, paraguas, telas, shakiras, dagas, ponchos de jebe, diversidad de ropa y calzado de cuero fino. Los Celendinos, llamados shilicos, tambièn iban al Brasil para vender sus productos. Allà llevaban sus famosos sombreros de paja-toquilla, quesos, natillas, telares y buena cantidad de sencillo, para llevar a cabo sus transacciones mercantiles. Sabían que cuando faltaba suelto para dar el vuelto, se apagaba el negocio en cualquier lugar del mundo.

Neptalí Chávez era joven inteligente y apuesto. Èl pretendía a la bella Santos. Pero, para su mala suerte, a ella la pretendìa tambièn su hemano menor, el Clodomiro, que llamaba a la Santos en sus sueños.

La vida del pueblo transcurría tranquila. Las mujeres, como dice Joan Manuel Serrat, 'hacìan bolillo buscando ocultas tras los visillos a ese hombre joven que, noche a noche, forjaron en su mente'. 'Fuertes para ser su señor y tiernos para el amor'.

La tranquilidad del pueblo terminaba cuando al Emilio, que tambièn era huauqueño, se le antojaba montar a caballo y, en compañìa de sus compadres, incursionar en Celendìn haciendo disparos al aire. Asì entraban al pueblo que sacudìan de su letargo. Al oìr los ¡bang!; ¡pam, pam!, las mujeres shilicas sabían que llegaban Los galanes del Huauco y asomábanse a sus ventanas. Se escondìan gozosas detrás de las cortinas, encendían sus ojos zarcos y arrojaban suspiros al ver pasar a los jinetes de sus sueños.

Entre los de a caballo no faltaba algún mataperro que entraba a algún almacén para exigir cupo. Entonces los mercaderes, de apariencia àrabe, les alcanzaban una botella de caña y un paquete de cigarrillos 'Inca', conocidos como los 'matagarganta'. Los celendinos tenían una jurada rivalidad con sus pares huauqueños, y ellos también solían hacer ese tipo de incursiones 'cosacas' en el vecino pueblo, llamado hoy Sucre, a 15 minutos de Celendìn, capital de la provincia del mismo nombre, en el departamento de Cajamarca. En Celendìn, descansaba una plaza, un hotel familiar y una iglesia pintada de celeste. En esa plaza se reunìan las doncellas del pueblo los fines de semana. Allì ellas paseaban en duos o trìos, conversadoras, pìcaras, ojitos, se le corriò la media, zapatos de charol, medias canilleras, esperaban ser presas de las miradas de los mozos que animaban su hombrìa, con alguna copla de carnaval, interpretada por los mùsicos flacuchentos de un destacamento militar en el cual destacaban el gordo que tocaba el bombo y un enano que tocaba el tambor.

Esa era la dinámica de esa vida puebleril, siempre marcada por la rivalidad entre los habitantes de esos distritos vecinos: El Huauco y Celendìn.

Emilio era huauqueño y pretendía a Angélica, una mujer celendina de finos cabellos y ojos azúles. Angèlica era pequeña de estatura, era todo ternura y trabajaba como maestra en la escuela del pueblo. Emilio la querìa mucho pero tambièn tenìa su 'punterìa' dirigida a la bella Santos de gràcil figura, cortejada por los hermanos Chàvez.

Pasaban los días y las muchachas casanderas esperaban ansiosas las incursiones de sus pretendientes que llegaban al galope hasta la plaza del pueblo. Algunos vestìan espuelas de plata que relucìan en las ancas de sus rocines. La excepción de este detalle era el 'El moco' Manuel que trotaba montado en un burro o en una mula alazana. Ello motivaba risas que las muchachas apagaban en el umbral de sus ventanas. Grimaldo, 'El orejòn', hermano de 'El moco', se preocupaba. 'El moco' sufrìa del corazòn que, a veces, le bombeaba con dificultad.

Pasaron varios meses y llegò la lluvia con nuevas cargas de los enamorados jinetes. En una de estas a 'El moco' le vino una descompensaciòn cardìaca y cayò de la mula sobre un terral. Allì muriò y terminò la incursiòn de los celendinos. De luto se vistieron los dos pueblos. Pasado el tiempo, el Emilio conquistò el amor de Santos, la de la gràcil figura y Angèlica la de la ternura infinita. Los hermanos Chàvez quedaron despechados y le tejieron mala fama al Emilio: Hoy circulan en el pueblo esas despechadas historias: 'que el Emilio era torpe, que no sabìa bailar, que no usaba pañuelo para sonarse los mocos'. Una noche, el Emilio, entrò a una casa de adobe donde se celebraba una fiesta. Allì bailò placenteramente con mujeres huauqeñas que admiraban su porte distinguido y vida bohemia. El era alto de estatura y formaba un garabato, para acercarse al oìdo de sus parejas de baile. Les contaba historias picarescas, historias de amor. Entre mùsica, trago y bocanadas del cigarrillo 'Inca', pasò la noche bailando, cantando, fumando, comiendo. Antes de llegar el alba, en las ùltimas horas de la oscuridad, el Emilio se puso su abrigo, se acomodò el sombrero y saliò a la calle rumbo a su hogar. Por allì corrìa una acequia turbia y peligrosa. Emilio habìa disfrutado la vida plenamente, a su manera. Sonreìa al ver correr las aguas turbulentas pues la alegrìa de lo vivido era superior, pura y cristalina. Contento volvìa a casa el Emilio, pero de imprevisto, sintiò trastabillar y cayò a la acequia. En ella lo encontraron muerto con los brazos levantados al cielo. Unos dicen que lo matò el beriberi, yo digo que lo matò el amor.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Primo gracias por hacerme conocer un poco más de la historia familiar.
Hermoso relato del pueblo y los ronderos de cajamarca .

Unknown dijo...

Bella historia

Unknown dijo...

Que bonita historia