VALLEJO LOS SUCESOS DE LA CÁRCEL
por Danilo Sánchez Lihón
“el que perdió su sombra en un incendio”
César Vallejo
1. Viajes arduos y costosos
Hoy es el amanecer del 1 de agosto del año 1920 y desde la madrugada se han escuchado disparos de bala, gritos y un vocerío de protestas en las calles. Es el inicio de la segunda fiesta del Patrón Santiago y don Francisco de Paula ya anciano pregunta por su hijo:
– ¿Dónde está Cesítar?
– Muy temprano salió al campo a recorrer la campiña. Pronto vendrá para el desayuno.
Desde inicios del mes de mayo y todo el mes de junio del año 1920 César Vallejo, acompañado de su amigo Juan Espejo Asturrizaga ha permanecido en Santiago de Chuco, recorriendo la campiña y gozando de días plácidos y amenos en el seno del hogar paterno, situado en el barrio Cajabamba, o Santa Mónica, como también se lo llama. Su madre ya ha muerto, pero la familia numerosa lo colma de mimos y finezas.
Visita a Otilia, su sobrina, en Irichugo donde es maestra y adonde ella lo invita a pasar algunos días. Terminando junio con Juan Espejo dejan Santiago de Chuco y regresan a Trujillo, llegando a esta ciudad el 3 de julio, después de cuatro días de penosa caminata a lomo de acémila, haciendo escala en Menocucho, desde donde toman el tren para llegar a la ciudad colonial.
2. ¿Por qué regresa?
Estos son viajes arduos y costosos que se dejan pasar largos períodos antes de emprenderlos, por lo difícil y arriesgada que resulta la travesía.
Sin embargo, pese a recién arribar a la capital departamental, César Vallejo inesperadamente ha regresado a Santiago de Chuco.
– ¿Cómo? –Se alarma Juan Espejo su compañero que acaba de regresar con él.
– Sí, se acaba de ir otra vez.
– ¡Pero cómo si recién hemos llegado anteayer! ¿Está loco? ¡No será cierto!
A menos de dos días de haber llegado a Trujillo otra vez emprende viaje a su pueblo, después de haberse despedido de él con mucho sentimiento. Esto deja perplejo y sorprendido a Juan Espejo y a sus amigos de Trujillo.
– ¿Ha regresado? ¡Pero si acabamos de llegar! ¡Esto es rarísimo!
¿Por qué regresa así? La razón es el amor a su sobrina Otilia. Al no haber aceptado él proseguir la relación, ella abruptamente ha decidido casarse con Augusto Ciudad Escobedo, quien ha estado cortejándola y que ha muerto repentinamente en el distrito de Citabamba.
3. Hechos funestos
Arrepentido en el camino César Vallejo vuelve, decidido a cambiar el curso que están tomando los acontecimientos y el rumbo del destino.
Participa en la primera fiesta y uno de esos días apadrina al hijo de su hermano Manuel Natividad.
Mientras tanto, el alférez Carlos Dubois quien jefatura el Puesto Policial, la noche del 31 de julio lleva al puesto de gendarmes las botellas de pisco generosamente donadas por don Carlos Santa María, opositor del actual subprefecto Ladislao Meza.
Allí, los custodios del orden conjuntamente con el alférez beben toda la noche. Se embriagan y se exaltan.
Al amanecer del 1 de agosto, día que se inicia la Segunda Fiesta Patronal o “La octava del Apóstol”, increpan, vociferan, hacen desmanes y lanzan varios disparos al aire.
Profieren gruesos insultos a las autoridades del nuevo gobierno, que los tiene impagos. Abren la puerta de la cárcel y dejan libres a los presos comunes, hechos deplorables y funestos.
4. ¿Qué dicen?
Hay gran inquietud y nerviosismo entre la gente. Pasada la procesión vuelven a escucharse disparos y se ve a la gendarmería salir armada a reclamar sus sueldos atrasados ante el Subprefecto Ladislao Meza.
Esta autoridad previendo desmanes que pudieran atentar contra su vida ha apostado frente a su casa a su guardia personal de gente armada traída especialmente de Huaraz.
Los gendarmes agrupados y portando sus armas han dejado el Puesto policial, cruzan la plaza y han llegado hasta la casa de Ladislao Meza.
La manera de insistir de los custodios del orden, que están ebrios y furibundos, es descomedida e insolente; de tal modo que las personas que han seguido al cortejo se sienten indignadas.
Todos reconocen que en el pueblo no debe faltarse al principio de autoridad, si es que se anhela un clima mínimo de paz ciudadana.
– ¿Qué dicen? ¿Qué dicen? –pregunta desesperado Ladislao Meza, que es sordo y no oye casi nada.
5. Sale un disparo
– ¡Le han insultado señor Subprefecto! ¡Le han insultado! – ¡Han insultado al Subprefecto! –es la voz que corre apremiante por las calles.
– ¡A la autoridad política no se le falta el respeto! –Repite la gente–. ¡No se le puede faltar el respeto a la autoridad!
– ¡Los cachacos han insultado al Subprefecto con palabras soeces! ¡Su jefe es un insolente, descomedido y un crápula! –Alegan los partidarios de Ladislao Meza.
– ¡Esto no lo podemos consentir! –Profieren los viandantes.
Los gendarmes han vuelto a su local, amotinados y delirantes. Ahora se ha congregado un grupo de personas que han visto por conveniente acercarse al Puesto Policial para reclamar que se guarde la debida compostura y cómo es que han liberado a los presos que están atemorizando la ciudad.
Los uniformados se han acuartelado. Entre ellos, y una comitiva que se ha parado al frente, intercambian palabras que cada vez resultan más airadas. Repentinamente desde dentro sale un disparo que pasa rozando la cabeza de Telésforo Paredes, del Subprefecto Ladislao Meza y de César Vallejo, presentes en la comitiva.
6. Campanas a rebato
La bala va a dar en el cráneo de Antonio Ciudad, cuyos sesos se esparcen y quedan esparcidos en la pared de enfrente, que es la casa de don Santiago Calderón.
Todo esto ocurre a las 3.20 de la tarde del 1 de agosto del año 1920.
Vicente Jiménez el alcalde de la ciudad enterado de estos sucesos baja desde su casa situada en la parte alta del pueblo. Porta un fuetecillo en la mano y se le oye arengar a la gente: “¡El pueblo se levanta!” “¡Santiago se subleva!”. “No pueden ocurrir aquí semejantes desmanes!”
Ya en la plaza insta a Manuel García, apodado el “cojo García”, quien es el guapo del pueblo, a que suba a la torre y toque la campana llamando a la gente.
García trepa por un lugar denominado La Huairona y, caminando por el borde de las paredes, llega al campanario donde echa a volar las campanas llamando a rebato.
– ¡Justicia!
– ¡Justicia! –Repite el pueblo.
La gente enfurecida arremete contra el puesto de gendarmes, destroza la puerta e ingresa.
7. El arma le cuelga
Mientras tanto Pedro Lozada, el “zambo Lozada”, ha entrado por el hueco que hay en una pared posterior y dispara dando muerte a dos guardias civiles mientras los otros huyen por los tejados.
A uno de los agentes a quien le han caído los disparos ya muerto es arrastrado hasta la vereda de la calle donde la gente le hinca con cuchillos. Es el cuerpo del custodio Lucas Guerra. El otro que yace inerte es Julio Ortiz.
Los policías que escapan con el alférez Carlos Dubois lo hacen saltando por paredes y techos de las casas en dirección al establecimiento de Carlos Santa María, en donde se refugian.
El pueblo al asaltar el Puesto de gendarmes captura armas, las que se distribuyen entre los presentes.
César Vallejo recibe un fusil y una cartuchera de balas que se la amarra a la cintura.
El arma le cuelga del hombro y con ella recorre las calles de Santiago de Chuco, junto a otros ciudadanos que han recibido rifles y carabinas de la armería capturada.
8. Tres casas ya ardían
Otro grupo ha violentado las oficinas de correo y telégrafos, cuyo titular responsable es el ciudadano César de la Puente.
El Subprefecto está preocupado en informar de todos estos desmanes a Trujillo. Al no contar con el secretario de su oficina Américo Escobedo, quien en estos días de fiesta se ha ausentado, solicita los servicios del escritor y poeta César Vallejo.
Ambos se dirigen a la casa de Demetrio García donde se reúnen para hacer los comentarios del suceso y redactar los informes correspondientes.
Hasta ahí llegan simpatizantes del Subprefecto y amigos de los presentes.
A las once de la noche les avisan que están saqueando e incendiando la tienda comercial y el domicilio de Carlos Santa María Aranda, el mejor establecimiento comercial de la ciudad y de toda la provincia.
Salen apurados y ven con horror lo que acontece. Tres casas ya arden simultáneas. Y encuentran que aquel bien dotado almacén ha sido saqueado, rociado de kerosén y ahora arde envuelto en un fuego grande que compromete a otras casas vecinas y amenaza con cruzar y propagarse a las edificaciones de enfrente y al otro lado de la calle.
La desesperación de sus dueños es atajarlo profiriendo gritos y arrojando baldes de agua.
9. Oculta consigna
Los días siguientes son penosos y sombríos.
César Vallejo viaja a Huamachuco a encontrarse con su hermano Néstor Pablo.
Desde Trujillo se envía a Santiago de Chuco a un juez especial, el Dr. Elías Iturri, especialmente comisionado por el Tribunal Correccional Superior para levantar instrucción de los sucesos.
Lleva la oculta consigna de perseguir e involucrar a los simpatizantes de Leguía y opositores de Carlos Santa María Aranda, entre los cuales se encuentran los miembros de la familia Vallejo Mendoza.
Es interesante consignar que el Juez titular de la ciudad, Martínez Céspedes, al iniciar el proceso, no inculpó en absoluto a César Vallejo.
Sin embargo, el día 31 de agosto Iturri ordena la detención de 18 personas. Entre ellas están los hermanos Víctor, Manuel, Néstor y César Vallejo Mendoza.
Néstor posteriormente atestiguó y demostró que el día de los sucesos había despachado en su juzgado de la ciudad de Huamachuco, detalle que muestra la marca y contraseña en contra de los Vallejo.
10. El momento más grave de mi vida
César Vallejo después de algunas semanas de permanecer oculto en aquella ciudad capital de la provincia, Huamachuco, viajó a Trujillo donde Antenor Orrego le otorgó refugio en su casa de Mansiche.
El día 5 de noviembre recibe la recomendación de una persona a quien él nunca delató, de que debía de cambiar de lugar, ofreciéndole la casa del Dr. Andrés Ciudad, adonde había llegado también el perseguido Héctor Vásquez Ruiz.
Allí se traslada, casa que es allanada al día siguiente por los gendarmes, el día 6 de noviembre de 1920.
Ese mismo día César Vallejo ingresa a la cárcel a las 5 de la tarde, para permanecer en ella 112 días con sus noches, hasta el 27 de febrero del año 1921.
En este lapso rescribe los poemas que después estructura bajo el título de Trilce, alcanzando con ello una transformación completa del lenguaje poético e inaugurando una nueva estética para las letras universales.
Más tarde diría:
“El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”.
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