Victor Escalante, Arturo Corcuera y César Calvo
Por Victor Escalante
El tiempo no se detiene y todo va quedando en el pasado. Y cuando se rememora a grandes amigos, que han partido, todo parece una fantasía.
Esta foto de 1984, detuvo el reloj. En ella aparece tres amigos viajeros en una de las ciudades más hermosas del planeta: Florencia
El viaje a Florencia se cristalizó por la insistencia de César Calvo, pues debía de encontrarse con su traductor Antonio Melis y recoger ejemplares de su libro "Las tres mitades de Ino Moxo".
En la fotografía aparecemos César Calvo, Arturo Corcuera y yo, apoyados en un muro en la rivera del Arno, después de haber visitado el Ponte Veccio y de caminar por las calles empedradas del Renacimiento, pensando visitar La Galería degli Uffizi.
Pero César había amanecido con malestares. Por ello, tuvimos que llevarlo de emergencia a una clínica de la ciudad en un taxi. Nos guiaba una estudiante peruana de grabado, que conocimos en la ciudad y que actuaba como nuestra cicerone.
En la clínica conversamos con con el médico principal. Éste nos informó, que César tenía que ser internado. Lo instalaron en una habitación, junto a un anciano que nos hizo recordar al cómico italiano Totó. Preocupados, retornamos al centro histórico, pensando en César internado y dónde pasar la noche.
Junto a otro amigo poeta, Winston Orrillo, nos dirigimos a la Piazza della Signoría.
Preocupados conversábamos, sobre nuestro regreso a Roma y en tomar nuestro vuelo de retorno a Lima, pues nuestra estadía en Roma y Florencia había agotado casi todo nuestros recursos. En algún momento un joven alto y barbudo, con rostro amable, que nos había estado observando, se acercó, y en perfecto castellano, nos indicó que nos había escuchado nuestro problema, y que conocía a César, pues era amigo de su madre y también sabía sobre nosotros. Por esas suertes, que a veces obsequia la vida, nos ofreció su habitación, ya que esa misma tarde partía de vacaciones. Nos indicó la dirección, y nos contó un secreto: la llave la escondía debajo del felpudo.
Arturo, Winston y yo, nos miramos asombrados, e incrédulos, le agradecimos. El joven se despidió, nos abrazó y nos deseó una buena estadía. Winston, dijo, que no parecía peruano, Arturo replicó, parece una broma, y yo, sugerí que había que esperar la noche.
Al atardecer, tomamos nuestros maletines de mano, recorriendo el embrujo de las calles del fantástico Renacimiento. Comenté medio en broma, que en Florencia existían ángeles, y si Leonardo, ya nos había enviado a la estudiante de grabado, hay que confiar en Dante, que nos había mandado al otro ángel, el joven, que resultó ser hijo de una famosa fotógrafa de Lima.
En las primeras horas de la noche, al encontrar la dirección, subimos a un segundo piso, ubicamos la puerta, y el felpudo. Rápidamente lo levanté, y como si estuviéramos asistiendo a un milagro, vimos en la semi oscuridad, la bendita llave. Se abrió la puerta, y Arturo, con su cara sonriente, exclamó "¡El paraíso de Dante!.
La habitación era amplia, de techo alto. Al fondo divisamos un sofá amplio lleno de mantas y cojines, y al costado detrás de una cortina una cama bien tendida.
Seguimos observando, y divisamos una mesa antigua , con tres sillas. En el centro un frutero con manzanas, lo cual nos hizo presumir que habían sido comprados por el joven para sus invitados. . Sobre otra pequeña mesa, había una cocinita, y al costado una pequeña y vieja refrigeradora, donde encontramos quesos, mantequilla y leche en cartón.
Arturo dijo,: "Lo único que falta es una botella de vino". Pues lo encontramos sobre una repisa, junto a vasos y gaseosas.
Hasta ese momento, todo los que nos pasaba, eran sorpresas. Cansados nos sentamos los tres alrededores de la mesa., y dijimos, que verdaderamente Florencia, era una ciudad de milagros..
Momentos después, divisamos, entre las manzanas, una peque ña nota que decía: "Pásenla bien, todo es comestible. Abrazos de mi parte y de mi madre. Mis saludos al poeta Calvo"
Tomamos el queso, un poco de pan campesino, y con la tensión del día y el hambre al acecho, nos deleitamos, con tres copas servidas, brindando por el joven barbudo, su madre y César.
Después de pasar la noche en la habitación renacentista. nuestra otra preocupación era César. Nos dirigimos de nuevo a la hermosa clínica , y caminando por el corredor al encuentro de su habitación, ya se escuchaba sus inconfundibles risotadas. Al ingresar encontramos al poeta con la bata de su viejito acompañante , rodeado de varias jóvenes universitarias con el libro Ino Moxo en sus manos, y César con lapicero en la mano, preguntando a cada una por sus nombres , y repitiendo solemnemente, cada una de sus dedicatorias.
Conversamos después con él, y optimista nos dijo, que Antonio Melis, el traductor de su libro al italiano, que en esos momentos se hallaba de viaje, se iba encargar de todo. Esperaba sus Derechos de autor.
Así, ya más tranquilos, pudimos recorrer Florencia y preparar nuestro viaje de retorno por tren a Roma y el vuelo a Lima.
-Nunca pudimos ubicar después a la estudiante de grabado. Nos enteramos mucho después que el joven barbudo y generoso, se llamaba Pablo Bellatín, hijo de la conocida fotógrafa Alicia "Chichi" Benavides, y que, prematuramente había fallecido. Dijimos, que hubiéramos asistido a su despedida, pero no nos habíamos enterado.
Un 21 de agosto del 2000, partía con gran sorpresa César. Tres días antes, nos habíamos encontrado en la imprenta de Walter Noceda, quien visitaba, para conversar sobre su libro: "Edipo entre los incas". Al no encontrarlo, se dirigió a la oficina de diagramación, donde trabajaba mi hermano Alberto. A su regreso, nos ubicó a Germán Carnero, Oscar Araujo y yo, que nos encontrábamos coordinando el final de la edición de la antología de la generación delos 60´: "Como una espada en el aire". Después de conversar con Germán, se acercó y a su estilo, me abrazó fuertemente y me dijo: "Flaco, nos debemos varios encuentros".
Pasaron diecisiete años, y en el trámite de su dolencia busqué a Arturo en Miraflores, para despedirme por mi viaje a Barcelona. Lo encontré con Rosi, su hermano Oscar, su primo José, tomándoles fotos. A mi regreso, sabiendo de su gravedad yo y mi familia nos dirigimos a la clínica Delgado, pero lo encontramos inconsciente. Esa misma madrugada del 18 de agosto del 2017, partía para siempre.
El tiempo ha pasado y sigo recordando historias, regresando a viejas fotos y agradeciendo siempre a César, por su insistencia de acompañarlo a la bella ciudad de Italia.
Miro de nuevo la foto, y me pregunto, ¿Seguirán volando los ángeles por los cielos de Florencia?
JUNTO A SU SOMBRA
(A César Calvo)
Aunque sus palabras no persistan
Y nos lleven al confín de una espiga
Escucho sus sonoras carcajadas
Voz profunda de escaladas ironías
Y el recuerdo de poemas escondidos
De soledades y templanzas
De una vida tempestuosa
Y amores extraviados
Aquí recordándolo sonriente
Con su rostro enfrentando a los vientos
Como si preguntara a las tormentas
Si aún conmueve sus versos
O si la neblina puede doblegar
Sus infinitas caminatas
Porque todavía galopa en las calles
Su nombre entre las sombras
Abigarrados tratando de envolver
Las tres mitades de un rostro
-Quien pudo negar su presencia
Solitario riendo como un niño
Buscando una imagen añorada
En cualquier paisaje de la selva-
Nadie sabe que vendrá en el futuro
Si las cenizas de sus sueños harán eco
O los años confundidos
Serán indolentes con sus versos
Ni qué pasara en el camino de sus huellas
Que retrata el humus de su ausencia
Pero
Aún quedan en la Tierra
Desparramados hojas secas y doradas
Cubriendo su cuerpo eterno sepultado
Con tardes dichosas de pasadas primaveras
Reposando donde cobija feliz acompañado
Un cuerpo amado que lo cubre
En una soledad verde
En su eterno y silencioso sueño sosegado.
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