Por Roberto Carlos Cordova García.
Ojos bellos asomados en mi mente, esos que forman una herida profunda de melancolía por no verte, apareces de repente en mi albor, donde mi destino diario empieza a construirse, sin mejorar mis desconciertos por esas soledades, guía que no libera este laberinto de contrariedades, sin lograr redescubrír esa emoción, sin poder detener esos tiempos oyendo tu voz, sin el placentero recuerdo de tu susurro en mi razón.
Sólo así comprendí lo que es amar, solté mis sentimientos para aceptar que no volveré a verte, glorioso tu aliento de misterio que condena mi pensamiento, en mi reflexión nada serena, que se va como vapor con las nubes del cielo, transparentes anhelos de esos ojos bellos que como corazón de ángel viven en mis plegarias como mísero consuelo.
Recuerdo aquellos momentos donde la duda y la confusión dominan, es cuando entendemos que la distancia duele más de lo que comprendemos, formas de acercarme que no prevalecen, con sinceras y dulces palabras sin respuesta, deformes despertares sin ti a mi lado, con negadas promesas de esperanza, sin vida a mis costados.
El amor que siento entiende lo frustrante, kilómetros, resignación, impaciencia, que te mantienen lejos sin voluntad, todo está perdido, lo que eres, lo bello, lo perfecto, lo exótico, lo generoso, sin poder abrazar ese consuelo de tocarte donde la tinta en mis dedos es lo único que tengo para formarte.
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