Vallejo y Georgette |
Individuo y Sociedad
Por César Vallejo.
Cuando se inició el interrogatorio, el asesino dio su primera respuesta, dirigiendo una larga mirada sobre los miembros del Tribunal. Uno de éstos, el sustituto Milad, ofrecía un parecido asombroso con el acusado. La misma edad, el mismo ojo derecho mutilado, el corte y color del bigote, la línea y espesor del busto, la forma de la cabeza, el peinado. Un doble absolutamente idéntico. El asesino vio a su doble y algo debió acontecer en su conciencia. Hizo girar extrañamente su ojo izquierdo, extrajo su pañuelo y enjugó el sudor de sus duras mejillas. La primera pregunta de fondo, formulada por el presidente del Tribunal, decía:
—A usted le gustaban las mujeres y, además de Malou, tuvo usted a su doméstica, a su cuñada y dos queridas más...
El acusado comprendió el alcance procesal de esta pregunta. Confuso, fue a clavar su único ojo bueno en el sustituto Milad, su doble, y dijo:
—Me gustaban las mujeres, como gustan a todos los hombres...
El asesino parecía sentir un nudo en la garganta. La presencia de su doble empezaba a causar en él un visible aunque misterioso malestar, un gran miedo acaso... Siempre que se le formulaba una pregunta grave y tremenda, miraba con su único ojo a su doble y respondía cada vez más vencido. La presencia de Milad le hacía un daño creciente, influyendo funestamente en la marcha de su espíritu y del juicio. Al final de la primera audiencia, sacó su pañuelo y se puso a llorar.
En la tarde de la segunda audiencia, se ha mostrado aún más abatido. Ayer, día de la sentencia el asesino era, antes de la condena, un guiñapo de hombre, un deshecho, un culpable irremediablemente perdido. Casi no ha hablado ya. Al leerse el veredicto de muerte, estuvo hundido en su banco, la cabeza sumersa entre las manos, insensible, frío, como una piedra. Cuando en medio del alboroto y los murmullos de la multitud consternada, le sacaron los guardias, sólo miraba fijamente a la cara de Milad, su doble, el sustituto.
A tal punto es social y solidaria la conciencia individual.
*
Sin mostrar el menor signo de temor, ni siquiera disfrazarse, el asesino siguió viviendo normalmente, a la vista general. Lejos de esconderse, como lo habría hecho cualquier matador ramplón, anduvo por todas partes. La policía no pudo encontrarle, precisamente porque él no se escondió. Pascal ha tenido razón, cuando ha dicho: "Tú no me buscarías, si no me hubieras ya encontrado".
A tal punto el individuo es libre e independiente de la sociedad.
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