Bajo la denominación de literatura masónica se comprenden una serie diversas de escritos; desde los textos de las partituras musicales concebidas para el oficio masónico (por ejemplo, la letra prestada por el masón Emanuel Schikaneder a las piezas específicamente masónicas compuestas por Mozart), hasta los relativos a rituales masónicos (oficiales o no), pasando por las planchas o trabajos relativos a historia, principios, etc. de la Orden, incluida también la correspondencia oficial girada entre logias, o los reglamentos y normativa de cada Obediencia, etc.
Pero por otro lado, también existe una literatura generada por masones inspirada, en mayor o menor medida, por la cultura y valores más positivos de la Orden tales como la paz, la fraternidad, el recurso al simbolismo como medio de expresión suprarracional, etc.
Ciertamente, al estudiar la obra literaria de algunos de los masones seleccionados en este Museo Virtual, resulta extremadamente difícil determinar las líneas de influencia específicamente masónica que aparecen reflejados en los temas y detalles de cada una de sus obras. A fin de cuentas, los llamados “valores masónicos” no son algo exclusivo de la Orden, sino que forman parte de lo más noble de la naturaleza humana, con independencia de las formas o credos que adopte. Aun con tales matices, merece la pena presentar algunos autores masones con sus obras confiando en que el lector sabrá suplir tales obstáculos.
Museo Virtual de Historia de la Masonería (M:.H:.M:.)
¿HAY UNA LITERATURA MASÓNICA?
Podemos preguntarnos con toda legitimidad si existe o no una literatura masónica propiamente dicha. Cuestión que, si bien es muy debatida en algunos foros, no nos ofrece la mínima duda.
Parece indispensable dejar constancia de que, bajo la denominación genérica de literatura masónica, se encuadran una serie de muy diversos escritos. Pongamos un ejemplo: los textos de las partituras musicales que se conciben para el oficio ritual, entrarían sin problemas en este apartado, igual que los reglamentos de logias y obediencias, las recopilaciones de actas, la correspondencia postal y el resto de documentos escritos que genera de hecho la actividad propia de los talleres. Ni que decir tiene que las planchas selectas de los francmasones también formarían parte de este cajón de sastre literario; a éstas, probablemente, sí podríamos considerarlas como textos literarios en el más estricto sentido del término, aunque solo a las más escogidas y bien confeccionadas, que son las menos.
Es evidente que nosotros no queremos hablar aquí de toda esta literatura de gestión, sino exclusivamente de la que denominamos literatura creativa, es decir, de la que nace de la imaginación del escritor o de su personal experiencia comunicativa como autor original y distintivo.
Algunos escritores han generado obras en las que se nota algún tipo de espíritu o inspiración masónicos. En esos títulos suelen aparecer los valores esenciales que predicaba la histórica Masonería, como la fraternidad, la igualdad, la paz social, la filantropía, la libertad de conciencia o la compasión respetuosa, y no suelen hallarse exentas de un simbolismo más o menos patente. Sin embargo, desde un punto de vista racional, resulta muy difícil determinar y concretar las líneas de influencia puramente masónicas, dada la universalidad de los valores aludidos; en realidad, la presencia de los mismos nada tiene que ver directamente con el hecho de que el autor sea o no iniciado en la Francmasonería. Por lo tanto, debemos señalar que no existe ni de lejos una literatura masónica propiamente dicha, como tampoco existe una arquitectura masónica ni una música masónica.
No obsta lo dicho para afirmar que nos parece razonable admitir llanamente que sí hay una música de uso prioritariamente masónico, es decir, un determinado tipo de música que resulta ideal en los rituales de la Masonería y que se utiliza en ellos de manera generalizada y preferente; o hasta incluso que se conocen determinadas composiciones concretas de inspiración masónica, bien escritas por francmasones –como sucede en el caso de La flauta mágica de Mozart– o compuestas ex profeso para determinados ritos de la Masonería. De entre todos, recordaremos aquí por su repercusión a Gotthold Ephraim Lessing, Joann W. Von Goethe, Walter Scott, Rudyard Kipling, Rabindranath Tagore, León Tolstoi, Oscar Wilde, Victor Hugo, Arthur Conan Doyle, Henri Beyle Stendhal, Gabriel d'Annunzio, José Martí, Vicente Blasco Ibáñez, Tomas Mann y Antonio Jerocades. Grandes pensadores y escritores iniciados en la Orden han sido también, por ejemplo, Johann Gottfried Herder, Vittorio Alfieri, Giacomo Casanova, Jonathan Swift, James Thomson, Edmundo de Amicis, Alexander Pope, Eugène Sue, Carlo Goldoni, Alexander Pushkin, Rafael Sabatini, Salvatore Quasimodo, Giosuè Carducci, Robert Burus, Carlo Lorenzini y Charles de Coster, entre otros. Téngase en cuenta, además, que tres de ellos fueron premios Nóbel de literatura: Kipling, Carducci y Quasimodo. Y aun citando semejante ramillete de grandes intelectuales, estamos convencidos de que nos olvidamos en el tintero un buen número de celebrados autores que se dejaron seducir en algún momento de sus vidas por los principios y misterios de la Francmasonería y que, en mayor o menor medida, han colaborado en la extensión universal de los principios que rigen esta controvertida institución.
Son legión los escritores –prosistas o poetas– que han dado su nombre a la Orden a lo largo de los siglos, porque en su día tuvieron el sueño de una humanidad libre y en paz bajo el imperio del respeto y el dictado de la fraternidad. Sin embargo, abundan más fuera de España que en nuestro país, porque las circunstancias históricas de los siglos XIX y XX han marcado nuestro suelo como zona peligrosa para el desarrollo en plenitud de los postulados masónicos.
La utopía masónica será, para muchos intelectuales europeos, un ideal a tener en cuenta a modo de faro, guía y referencia en sus vidas cotidianas. Ideales que harán de la praxis masónica un vehículo ágil hacia vías de superación, tanto en el ámbito privado como en el círculo social frecuentado por cada iniciado. Los escritores somos muy dados, no a creernos utopías lejanas y espurias ensoñaciones, sino a ver nobles ideales –como los de igualdad, libertad y fraternidad, que predica la Masonería– a manera de esperanzas factibles de convertirse en hechos irrefutables. El literato forja en su interior el sueño de un mundo mejor; escribe porque quiere cambiar algo, porque tiene inquietudes, porque anhela dejar para el futuro su modesto legado: una pequeña muestra de su pensamiento irrepetible. En definitiva, el escritor, el poeta, pretende fijar y legar un testimonio de su pasar. La iniciación en Masonería es contemplada con frecuencia como la herramienta de acceso hacia el laberinto de la búsqueda y la perfección. En el peor de los casos, puede trocarse para algunos escritores defraudados en una sugestiva experiencia digna de ser vivida y relatada.
El hecho de que existan tantos y tan notables literatos iniciados en la Masonería –en especial en los siglos XIX y primera mitad del XX–, no es óbice para que demos por sentado que existe una literatura masónica. La Masonería, o mejor dicho su aliento, su espíritu, embebe mundos personales en los que sus principios son respetados y juegan un papel. Los escritores iniciados trabajan en libertad, al menos algunos poco celosos de una libertad anchurosa y sin cortapisas, aunque sin perder de vista en ningún caso esos sutiles horizontes que van acotando las vías adecuadas o políticamente correctas por las que conviene caminar. El hálito de la Francmasonería lo hallamos en universos literariamente tan dispares como el de la política, la historia, el periodismo, la educación… y hasta en el cómic.
Por lo tanto, si bien no existe una literatura masónica de creación –y menos todavía una literatura masónica de género lírico–, sí vemos en cambio una literatura con hechuras e influencias masónicas en la que reconocemos con facilidad la presencia de ese hálito al que nos hemos referido más arriba.
La iniciación masónica de un escritor, de un poeta, no hace de su literatura posterior una obra masónica; seguirá siendo literaria sin más, pero no cabe duda de que su pluma tendrá desde entonces un componente intelectual nuevo que de alguna manera condicionará sus escritos. No podemos identificar como masónica la obra de un escritor por el mero hecho de que éste fuese masón. Lo mismo que tampoco se puede despreciar la importancia iniciática en el rasgo creativo de los literatos masones.
En cualquier caso, el corpus literario de un autor será de dicho autor, no de la Masonería. Nos parece absurda, y poco inteligente además, la pretensión de identificar la grandeza literaria o cultural de la Francmasonería en función de la suma de los grandes escritores iniciados que en el mundo han sido. En este sentido, estamos muy de acuerdo con el profesor Ferrer cuando escribe desde la sabiduría y la experiencia que «así como la masonería no tiene, ni puede tener religión propia, ni filosofía, ni doctrina política, sociológica, económica o científica propias, ni una música o arquitectura propias, de igual modo la masonería no tiene, por supuesto, una específica y vinculante poética o narrativa» (José Antonio Ferrer Benimeli, “Prólogo” a Ricardo Serna, Masonería y Literatura. La Masonería en la novela emblemática de Luis Coloma, Madrid, 1998, p. 11).
Ricardo Serna
Bibliografía:
Ricardo Serna, La corona dorada. Poesía de iniciados, Oviedo, 2013 (En prensa).
Ricardo Serna, “Masonería y literatura, dos ámbitos en confluencia”, Revista La Página nº 77, Año XXI, nº 1, Santa Cruz de Tenerife, mayo 2009, pp. 27-45.
Ricardo Serna, Estudios masónicos. Cinco ensayos en torno a la Francmasonería, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2008.
Los poetas contemporáneos (1846), del pintor Antonio María Esquivel
En él retrató a numerosos literatos que constituyeron la pléyade del Romanticismo español, junto con políticos, pintores, músicos, actores e intelectuales. Aparecen Antonio Ferrer del Río (1814-1872), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), Juan Nicasio Gallego (1777-1853), Antonio Gil y Zárate (1793-1861), Tomás Rodríguez Rubí (1817-1890), Isidoro Gil y Baus (1814-1866), Cayetano Rosell y López (1817-1883), Antonio Flores (1818-1866), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), Francisco González Elipe, Patricio de la Escosura (1807-1878), José María Queipo de Llano, conde de Toreno (1786-1843), Antonio Ros de Olano (1808-1887), Joaquín Francisco Pacheco (1808-1865), Mariano Roca de Togores (1812-1889), Juan González de la Pezuela (1809-1906), Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1791-1865), Gabino Tejado (1819-1891), Francisco Javier de Burgos (1824-1902), José Amador de los Ríos (1818-1878), Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), Carlos Doncel, José Zorrilla (1817-1893), José Güell y Renté (1818-1884), José Fernández de la Vega, Ventura de la Vega (1807-1865), Luis de Olona (1823-1863), Antonio María Esquivel, Julián Romea (1818-1863), Manuel José Quintana (1772-1857), José de Espronceda (1808-1842), José María Díaz (? - 1888), Ramón de Campoamor (1817-1901), Manuel Cañete (1822-1891), Pedro de Madrazo y Kuntz (1816-1898), Aureliano Fernández-Guerra (1816-1891), Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), Cándido Nocedal (1821-1885), Gregorio Romero Larrañaga (1814-1872), Bernardino Fernández de Velasco y Benavides, duque de Frías (1873-1851), Eusebio Asquerino (h.1822-1892), Manuel Juan Diana (1814-1881) y Agustín Durán (1793-1862).
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