Por Beatriz Casaus
"Aprovecha el corto día de tu existencia, vive, no ahorres el poder y la fuerza de tus alas" (Rumi)
Este post lo he hecho con mucho cariño, espero por favor que no lo juzguéis, y que, si no os gusta, no continuéis con la lectura ya que es un post bastante personal.
Es bastante probable que esté pasando este virus de forma asintomática, ya que no tengo fiebre, pero sí otros síntomas. No lo sé a ciencia cierta porque sabéis que no es posible hacerse el test si no estás grave. Hay que ser solidario y responsable y no sobrecargar más aún el sistema sanitario. Así que estoy en cuarentena y sin salir de casa durante el tiempo que haga falta como todos deberíamos hacer hasta nuevo aviso.
Quiero dar apoyo a todas las personas que han sido contabilizadas en las cifras estatales como positivos y a las que no, porque tienen síntomas leves también. Necesito deciros que no estamos solos y que vamos a salir de esta. Es importante en estos momentos ofrecernos compañía, apoyo o consejo. Aunque los principales consejos son los dados por los entes sanitarios y son los que se deben seguir a rajatabla. Tenemos que apoyarnos en este momento porque hay muchas personas que se sienten solas, tristes y desamparadas, pero no lo estamos. Por eso escribo estas líneas.
Lo primero de todo, tengo que agradecer con todo mi corazón a los verdaderos héroes de nuestra sociedad, que una vez más así lo demuestran. Son los sanitarios que están trabajando a destajo por el bienestar de todos. También las personas que se encargan del sector alimentario, en fábricas, almacenes, reponedores, cajeros, basureros, autónomos, personas que nos facilitan servicios de primera necesidad, policías, personal de la limpieza…a todos ellos no les puedo estar suficientemente agradecida por su enorme labor. Espero que a partir de ahora seamos conscientes de la gran labor que desarrollan y que se cambie la mentalidad clasista arraigada en algunos, por aquella que considera que el valor de las personas va mucho más allá de su puesto de trabajo, títulos o la cantidad de ceros que reporte una nómina o haya en su cuenta bancaria.
Me he estado formulando la pregunta “por qué está pasando esto” y como siempre que me hago esa pregunta, luego recapacito y la vuelvo a formular de otro modo. No hay un por qué sino un para qué. En estos días de enclaustro, paso mucho tiempo conmigo misma. Observando,simplemente. A los pájaros y su forma de moverse, a los árboles y sus incipientes hojas primaverales o las nubes y el cambio de forma que van experimentando. En la tarde de ayer, sin ir más lejos, contemplé un bello atardecer que poco a poco se fue cubriendo de nubes oscuras y rayos que resplandecían en todo el cielo. Fue un espectáculo visual digno de contemplar que aprecié con toda atención.
Si no estuviera pasando esto, no tendría este tiempo de silencio y recogimiento. Tiempo para leer, pensar, meditar, observar, estar conmigo misma, en definitiva. ¡Observar con detenimiento! No lo hacía desde hacía meses, porque mi vida no me lo permite. Siempre voy con prisas y no tengo la preciosa oportunidad de parar, estar en silencio y observar.
¿Y si esto fuera un toque de atención del universo, de Dios, del destino o lo que sea que cada uno crea, si es que cree en algo, para que por fin paremos de una vez y estemos solos con nosotros mismos y nos demos cuenta de una vez por todas, de las cosas importantes?
La gente que tiene hijos pequeños alegará que no tienen tiempo porque ahora están cuidando de ellos. Animo a que les enseñéis eso a los niños también. Que aprendan a aquietarse, a estar en silencio y a observar. Los niños de ahora están sobre estimulados. Cuando yo era pequeña, quizá porque no disponía de todos los dispositivos que hay ahora, era más tranquila y tenía una gran imaginación que utilizaba para jugar durante horas. Aprovechemos este momento y enseñémosles eso. Creo que estamos permanentemente distraídos para evitar ese encuentro con nosotros mismos.
Antes, cuando me he referido a que no estamos solos, lo decía de verdad. Muchas personas están pasando este momento solos en sus casas, y en ocasiones pueden sentir miedo y soledad. Yo me atrevo a decir que si supieran lo amados que son y que en todo momento están acompañados, se sentirían confortados. Y no estoy alucinando, lo digo de verdad. Es cierto que estamos en un mundo limitado por nuestros cinco sentidos y, ello nos impide darnos cuenta de este hecho metafísico. Este mundo es realmente difícil y frustrante. Si os preguntáis porqué hablo con tanta seguridad, (soy consciente que alguno que otro ya haya dejado de leer o se estará riendo en este momento) dejadme decir que ya que estoy siendo honesta, lo voy a ser también en otro aspecto, en mi aspecto espiritual. Ahora sabréis la razón por la que he afirmado eso.
Lo que voy a contar a continuación, supone desnudarme completamente. Pensé que nunca lo contaría de forma pública, pero quizá sea importante contarlo en estos momentos para dar esperanza. Durante muchos años, no se lo conté a nadie y guardaba esta vivencia en silencio, tanto por ser un secreto preciado e íntimo como por si no me creyeran o tildaran de loca y siempre me ha importado mucho la opinión de los demás. Solo las personas cercanas a mí saben este hecho que voy a relatar a continuación y que espero lo toméis como un regalo de esperanza.
Allá voy. Cuando tenía 17 años, vivía en un pueblo de la montaña de Madrid, tenía una terraza preciosa y muy grande con preciosas vistas que daban a la montaña. A mí me gustaba pasar ratos en esa terraza, leía en una hamaca que había y hasta a veces comía allí. En ese tiempo he de decir que leía mucho sobre temas espirituales, bueno, siempre lo he hecho desde pequeña, pero por aquel entonces sí es cierto que estaba bastante enfocada en ello en vez de en las preocupaciones ligadas a la adolescencia.
Lo recuerdo todo con claridad meridiana. Un día estaba sola en casa y me fui a la terraza como de costumbre. Me puse en la barandilla y miré hacia la montaña. En ese momento, hice una pregunta en mi cabeza. La hice muy tranquila y segura de que iba a ser respondida. Dije: “si tengo un ángel de la guarda, por favor que me diga su nombre” Hice una respiración, cerré los ojos y esperé tranquila. Al cabo de unos segundos me pasó la cosa más bonita que me ha pasado en esta vida y que recuerdo con total nitidez. De pronto todo se volvió lento. Noté como una brisa me recorría todo el cuerpo, y hasta me tocó la cara cargada de paz y amor. Esa misma brisa, trajo un susurro en mi oído derecho. El susurro me dijo lentamente y con voz masculina: “LEHAHIAH” al mismo tiempo que estaba siendo pronunciada la palabra con la más absoluta dulzura y suavidad, las letras se iban dibujando lentamente en mi mente una a una, a la altura de mi frente, como para que supiera exactamente como se pronunciaba y escribía. Cuando esto paró, yo me quedé con una sensación de paz indescriptible a la par que perpleja y muy emocionada, sabía perfectamente que había sido real y que mi ángel me había hablado. ¡Eso significaba muchas cosas! ¡Significaba que efectivamente tenía un ángel de la guarda y me había hablado! Que somos seres espirituales y que probablemente, aunque nuestro físico se vaya, continuaremos existiendo.
Me guardé esta experiencia y no se la dije a nadie durante muchos años porque fue lo más íntimo y profundo que me había pasado. Desde entonces, ese fue mi pensamiento positivo. No fue hasta años después que me dispuse a buscar en Google esa palabra y cuando vi lo que ponía, os aseguro que di un salto de la silla donde estaba sentada y desde la que casi me caigo. Lehahiah es el ángel guardián de los nacidos entre el 9 y 13 de septiembre. ¡Yo nací un 13 de septiembre! Así que tengo una prueba fehaciente y la evidencia de que esto es real. Ahora con la edad que tengo, ya me veo preparada para afrontar a los que no quieran creer esta historia pensando que me la he inventado, o que duden de ello alegando que me lo sugestioné porque leía muchos libros espirituales. Doy mi palabra que lo que me pasó fue algo físico, y absolutamente ajeno a mí. Nunca había leído los nombres de ningún ángel. Fue real y es la verdad. Esa experiencia me llevó a la certeza de saber que todos tenemos ángeles, que estamos protegidos y nunca estamos solos.
En estos momentos, elijo estar tranquila, contenta y alegre ante la adversidad. Aunque la información que recibimos a diario no sea nada halagüeña y muy triste, ¿qué otra nos queda? prefiero vivir alegre y con ánimo en un mal momento que deprimida. Esto me recuerda al año 2017. Pasé gran parte de ese año pensando que tenía un linfoma. Cada vez que iba a los especialistas o salía de las mil pruebas a las que fui, no me daban esperanzas y su actitud era muy negativa y seca, pero recuerdo que en ese momento yo me decía a mí misma, que nadie me iba a quitar mi alegría, ni felicidad. Aunque lo pasé bastante mal, en ocasiones, me sentía feliz y plena y llegué a la conclusión de que quería aprovechar mi vida en ese momento con una buena actitud. Gracias a Dios todo pasó y no fue nada importante, aunque pasé unas intervenciones. Los médicos se confundieron durante meses. Eso pasó y esto también pasará.
Espero que lo que os he contado os haga plantearos cosas y que os ayude en este difícil momento por el que estamos atravesando. Esto nos confronta directamente con nuestros miedos más profundos, la enfermedad, la muerte, el sufrimiento, o la incertidumbre sobre qué pasará de ahora en adelante. Podemos utilizar este momento como un aprendizaje y una oportunidad de salir reforzados. Estamos asistiendo a un momento en el que, si lo sabemos aprovechar, nos volveremos más amorosos con los demás, solidarios, centrados en lo importante de la vida y creceremos, estoy segura.
Todo va a salir bien. Saldremos más fuertes porque habremos encarado nuestros miedos. Os mando un abrazo a todos y cada uno de vosotros. Os deseo curación para quien esté malito, protección, para quien no lo esté, luz para el que se haya ido y todo el consuelo del mundo para sus familiares.
¡Salud y cuidaros!
Beatriz Casaus 2020 ©
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