Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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4 de marzo de 2019

Perú. Vizcarra y el tema de Venezuela.

Perú. Vizcarra y el tema de Venezuela
Por Gustavo Espinoza M.
La imagen puede contener: Gustavo Espinoza Montesinos, sonriendo, gafas
3 marzo, 2019 / Diario UNO
Más que sinuosa, ha sido errática la actitud de Martín Vizcarra en torno al caso de Venezuela. Ha tomado acciones en algunos casos contradictorias, pero ha formulado declaraciones inequívocas que lo alejan del proceso emancipador bolivariano y lo sitúan más bien a la sombra del Imperio.
En el extremo –y por qué no, en el colmo de la huachafería- se ha ido a España para felicitar a su gobierno por haber reconocido a Guaidó como “presidente de Venezuela”.
Hay que admitir que Vizcarra “heredó” una orientación así marcada desde que integró la fórmula presidencial de PPK. El mandatario electo en junio del 2016, dedicó buena parte de sus esfuerzos a “bienquistarse” con Donald Trump como una manera de “desandar” la distancia que tomó en la pelea por la Casa Blanca, cuando cerró filas con Híllary Clinnton y aseguró que el hoy amo yanqui, era “un peligro para el mundo”. Quién creyera, ¡acertó el hombre!
Como un modo de “reconciliarse” con él, PPK le puso la puntería a Nicolás Maduro, llamó a desconocer su gobierno y alentó la “ola migratoria” que alimentada desde diversas fuentes, generó el drama continental que hoy agobia a millones de personas. Después, redujo la representación diplomática en el Perú y expulsó al embajador Diego Molero, un destacado y digno exponente de la Patria de Bolívar.
En el extremo, creó el Grupo de Lima con regímenes antibolivarianos y abrió las puertas del país a los venezolanos que huían “del hambre y la miseria” ofreciéndoles el oro y el moro para que radicaran en el Perú. No pudo hacer más, porque finalmente fue forzado a renunciar por quienes le criticaron todo, menos su posición ante Venezuela, que compartieron con beneplácito, aunque en silencio. Ésta, se la “legó” a Vizcarra como un fardo funerario.
En un inicio, dio la impresión que MVC asumiría una actitud más discreta en la materia, pero no fue así. La administración yanqui tomó sus medidas y, sumándose bajo cuerda a su gestión, le impuso dos alfiles muy claros: un ministro de Economía que obedeciera en silencio al Fondo Monetario y cumpliera los dictados del “modelo” neoliberal; y un canciller que cumpliera los dictados de Washington sin dudas ni murmuraciones. De ese modo, mientras en el despacho Junín se afirmó la tendencia heredada del fujimorismo, en Torre Tagle el embajador Luna cedió el paso a Néstor Popolizio, un “funcionario de carrera” que cumplió a la tarea encomendada.
Popolizio tonificó al Grupo de Lima y le alcanzó “nuevos aires”, alentado por procesos ocurridos en algunos países de la región en los que se afirmó la corriente pro norteamericana que hoy hace crisis.
Y fue él quien “metió” al gobierno peruano en el callejón sin salida en el que se ubicó por esa vía. Para el efecto, se valió de un lenguaje procaz y agresivo y alentó acciones funestas, francamente contrarias al Derecho Internacional.
En las últimas semanas –con el agravamiento de la crisis en la región- Popolizio dio rienda suelta a sus ideas y propuestas. Como parte de ellas, el Gobierno “reconoció” al impostor, el inquilino del Palacio de Miraflores -a donde no puede ni entrar- al tiempo que incrementó los beneficios a sus connacionales refugiados en el Perú.
Así lo acredita el cúmulo de “reuniones” sostenidas por la cancillería con “representantes” del gobierno falso de Caracas y orientadas a “dar trabajo” y otros beneficios a los venezolanos que hoy abundan en nuestro suelo.
Recientemente, Vizcarra recibió en Palacio de Gobierno al presunto e ilegítimo “embajador” de Guaidó y le confirió rango diplomático, en lo que fue una auténtica “metida de pata”, incompatible con los procedimientos establecidos para la relación entre los Estados. Es claro que el Perú no ha roto relaciones diplomáticas con Venezuela.
Y aunque les duela a algunos, las mantiene. Y es claro también que el único gobierno de Venezuela que reconoce tanto la OEA como Naciones Unidas, es el gobierno de Nicolás Maduro. Por eso el embajador que los representa en esas instancias internacionales, es el que acredita el Mandatario Bolivariano y ningún otro. Eso, lo acaba de confirmar hace muy pocos días en la Asamblea General de la OEA, Samuel Moncada, el vicecanciller venezolano.
En estricto derecho, un gobierno como el peruano, podría incluso “romper relaciones” con Venezuela, pero nunca “reconocer” a un “embajador” que no haya sido designado por ese gobierno. Y eso, lo acaba de confirmar Costa Rica, que superó correctamente un incidente que los golpistas prepararon para apoderarse de la embajada venezolana en San José.
Lección de diplomacia para Torre Tagle. Y para que la cosa no quede en pequeño, dio 15 días de plazo a los diplomáticos venezolanos que laboran en Lima para desconocer sus funciones, conminándolos a abandonar el país. Castigó así a Reinaldo Segovia, un excelente funcionario diplomático y a sus colaboradores, sin derecho alguno.
No obstante estas acciones erráticas y repudiables, Vizcarra ha tenido un par de aciertos que no hay que subestimar: no asistió ni al “concierto de Cúcuta” ni a la reunión de Bogotá del Grupo de Lima, lo que indignó a Del Castillo y a los enemigos de Venezuela –que él encabeza.
Y en la cita allí celebrada, reemplazó a Popolizio con el vicecanciller, y rechazó la intervención militar como “salida a la crisis”, con lo que dejó a Mike Pence, Iván Duque y a Juan Guaidó con “los crespos hechos”.
Aunque una golondrina no hace verano, hay que anotar ese acto. Bien mirada la cosa, Washington no lo habrá de perdonar. Y sus áulicos, aquí, tampoco.

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