Gustavo Espinoza |
Escribe: Gustavo Espinoza M. (*)
Luego de las Fiestas Patrias, el Perú ingresó, consciente o inconscientemente, a una faz electoral.
En octubre, habrá de convocarse a los comicios nacionales de abril del 2016 y entre agosto y diciembre deberá procederse a la inscripción de candidatos, alianzas y otros requerimientos formales para la participación en la contienda en la que se disputará la Presidencia y el Congreso de la República.
En este marco, pareciera perfilarse en el escenario nacional una vaga esperanza: la de la unidad de las fuerzas progresistas para hacer frente a la ofensiva de la Mafia dispuesta a arrasar con todo lo que existe.
Daría la impresión, en efecto, que la fuerza “de abajo”, es decir de los militantes de a pie que no tienen necesariamente que ver con las precarias estructuras partidistas existentes; es arrolladora. Y que impone un cierto aire de Unidad que, esta vez, no puede ser impunemente ignorado.
En este marco, los líderes de la llamada “izquierda oficial” parecieran darse cuenta que están en un disparadero, colocados ante una disyuntiva fatal: la unidad pesa más que los apetitos personales y/o partidistas. Optan por ella, o simplemente desaparecen del estimado de la gente.
Pareciera que ahora toma fuerza la categórica frase que, como un reto imperativo, les lanzara el Comandante Sandinista Tomás Borge el 2011: “¡Únanse, o muéranse…!”, y que, en ese momento, ante la imposibilidad de lo primero, los hizo marchar como soldados de fila tras la precaria e inconsistente candidatura presidencial de Ollanta Humala.
En la circunstancia -se recuerda- esos dirigentes colmaron de elogios al candidato del Partido Nacionalista como una manera arrebatarle pequeñas prebendas y justificar el acuerdo con él. Más tarde, cuando se evidenciara la fragilidad de esa figura, no vino la autocrítica, sino la excomunión: ¡Nos ha traicionado!, sueltos de huesos.
Hoy las cosas parecen marchar por otro carril. La polarización marca otro rumbo y hasta las encuestadoras del sistema lo recogen: casi un 50% de los entrevistados divide sus preferencias entre Keiko, García y Kuczynski, en tanto que otra mitad de los entrevistados opta por el voto en blanco, nulo o viciado, o por candidatos que asoman apenas con un 1% de aceptación ciudadana..
En Estricto Sensu, el segmento progresista de la vida nacional, que incluye las fuerzas democráticas y también las más avanzadas, cuenta con casi el 50% de los votos ciudadanos. Ocurre, sin embargo que, como estas fuerzas tienen 50 candidatos, cada uno de ellos recibe el 1% de las preferencias electorales. Si sumaran voluntades, otro gallo cantaría.
Es en ese esquema en el que se basan quienes hoy apuntalan la idea de un acuerdo que haga viable una salida democrática a la crisis que agobia a los peruanos. ¿Podría ocurrir? Por lo menos en la teoría, si. Y quizá, en la realidad.
Hay varios referentes formales que hoy responden a un espectro electoral en la vida peruana. Cada uno de ellos, a su vez, contiene diversas fuerzas que conforman el precario rompecabezas que refleja nuestra “izquierda”.
“Frente Amplio”, “Unete”, “Bloque Nacional Popular”, pueden considerarse algunas de las que suman este abigarrado conglomerado. Sólo ellas, aglutinan a 12 movimientos, a los que hay que añadir por lo menos unos 7 u 8 que proclaman expectativas de orden electoral, y otros dispersos “lanzamientos individuales” que complementan el cuadro.
Como por algún lado debe comenzar, hay quienes se esmeran por asegurar, como paso inicial, un acuerdo entre los tres primeros segmentos enunciados. Para ese efecto conciben una suerte de “cónclave” destinado a acordar “una fórmula electoral unitaria”.
Sí, claro. Bien valdría la pena encerrar bajo llave a todos los conspicuos “cardenales de la izquierda”, y no permitirles salir hasta que no asome humo blanco por la chimenea de la casa de la cita.
Si la medida diera resultado, esa “fórmula” podría ser llevada a una suerte de “referéndum” de base en el que -“un militante, un voto”- los electores “de abajo” puedan confirmar su aceptación.
Claro que eso pasaría, inevitablemente, por la retiro de todas las “candidaturas voceadas” y por el surgimiento de figuras nuevas, que despuntan hoy en el cielo peruano y que prometen -por lo menos, prometen- un manejo mejor de la realidad que nos acosa.
En un país como el nuestro, en el que virtualmente están cerradas las tres puertas vitales de cualquier sociedad -la educación, la salud y la justicia- por cuanto son objeto del comercio más vil y desenfrenado y donde tienen precio y sirven al lucro de los usureros; que eso fuera realidad, sería extraordinario. Y constituiría una obligación respaldar los pasos que conduzcan a su concreción.
No importa, finalmente, los nombres de las personas. Lo que importa, es que convoquen a la ciudadanía desde el Puerto de la Unidad y que rescaten un Programa elementalmente democrático y popular. El resto, será construido por la misma marcha de un pueblo que está hoy al borde de un acantilado.
Que esto resulta absolutamente indispensable, lo confirma la fiereza con que ataca la Mafia. Ella busca obsesivamente alzarse con el Santo y la Limosna y escarmentar a los peruanos para que nunca más se repita aquí un 5 de junio del 2011, cuando el pueblo hizo morder el polvo de la derrota a toda la derecha reunida y cohesionada tras la bandera del Keikismo.
A eso apunta la campaña de la “prensa grande” contra el gobierno de Humala. De manera directa, a través de sus propias figuras, y haciendo desfilar por las pantallas de la tele a cuanto títere con cabeza se avenga a decir lo mismo, asegura que el gobierno de Humala será considerado “el peor gobierno de la historia” y que el Presidente deberá ser tenido como “el más grande traidor”.
La otra cara de esa medalla esta pintada: el mejor gobierno fue el de Fujimori y éste, el más grande Presidente del Perú. Lo dicen todos los que responden al concierto puesto en marcha, desde Aldo M. hasta Cecilia Valenzuela, pasando por Fernando Rospigliossi, Agustín Figueroa, Víctor Andrés Ponce, Luis Rey de Castro y otros columnistas y “opinólogos” de pacotilla.
Y lo dice también sin ambages el Instituto Peruano de Economía, a través de la entrevista que el diario de “La Rifa” hizo al Presidente del IPE, Roberto Abusada, quien fuera Vice Ministro en los años del condenado J.J. Camet, el todo poderoso ministro del Fujimorato.
Este, asegura que el Presidente “no conoce el territorio ni a sus pobladores, como él los llama. No se refiere a ciudadanos porque él no piensa en ciudadanía, sino en cómo darles dádivas y mantenerlos en ese nivel”
Pienso -añade con ilimitada insolencia- que el Presidente “es una persona ‘innumerada’, equivalente matemático al analfabeto”.
No es, por cierto, ésta una opinión personal del servil economista neo liberal que impuso al margen de la voluntad ciudadana, y a partir de una aviesa dictadura, un programa económico que lanzó a la miseria a millones de peruanos y condenó incluso a la muerte a otros muchos.
Es el punto de vista de una estructura artificialmente montada -el IPE- que refleja muy claramente los designios y los intereses de los organismos financieros internacionales.
Ellos usaron la fragilidad del mandatario peruano y arrancaron su anuencia para la continuación de ese modelo, contando para ese efecto con la decisiva complicidad de Washington, pero hoy se lucen desacreditando su figura no porque les importe una higa en el plano personal, sino porque saben que la bandera levantada el 2011 puede volver a flamear, quizá en manos mas firmes y consecuentes Y a eso, sí que le tienen miedo.
(*) Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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