La muerte de un poeta urgido de vivir |
El ilustre poeta chileno, Gonzalo Rojas, Premio Cervantes 2003, murió ayer lunes 25 de abril, a los 93 años de edad en Santiago de Chile, al no poderse recuperar de un infarto cerebral que sufrió en febrero.Se apagó así la vida de quien, junto a Nicanor Parra, era considerado uno de los dos poetas vivos más grandes de Chile. Gonzalo Rojas, surgió de la pobreza provinciana del sur de Chile para convertirse en uno de los más celebrados poetas de un país conocido por grandes cultores de este género literario. En su extensa obra destacan, sobre todo, los escritos de fino contenido erótico, así como aquellos donde expresó el dolor del exilio durante los largos años de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Rojas, nacido el 20 de diciembre de 1917 en el puerto minero de Lebu, además del Premio Cervantes 2003, el más importante galardón literario de la lengua española, recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Premio de Poesía Reina Sofía, de España. En 1938 se unió al grupo de escritores surrealistas chilenos La Mandrágora, pero su permanencia fue breve, ya que muy pronto se sintió limitado por el estilo del grupo y no lograba conformarse a una escuela determinada de escritura. Hijo de un minero, conoció la pobreza desde la infancia. En la década de 1940 enseñó a leer y a escribir a los hijos de los mineros del norte de Chile, en el árido desierto de Atacama. En 1948 publicó su primera colección de poemas, “La miseria del hombre”, y casi dos décadas después su segundo libro, “Contra la muerte”. El verdadero reconocimiento en su patria llegó en 1977, con la publicación de “Oscuridad”. En Cuba fue diplomático de la unidad Popular de Salvador Allende y colaborador de Casa de las Américas. Amaba a Cuba y fue un defensor de su Revolución. Su última visita a la nación caribeña fue en enero del 2008 para inaugurar la 49 edición del Premio Literario Casa de las Américas. En su discurso de aquella ocasión señaló: “Yo estaba en Roma aquella vez leyendo el diario esa mañana de enero del 59, del otro siglo, cuando le dije al Rodrigo, primogénito mío de 15 años que iba conmigo por el Mundo: -«A ver, muchacho, de las dos noticias ¿cuál?, ¿la terrestre de Fidel entrando en La Habana o la otra con lo del razzo en la Luna?». – «La de Fidel, me dijo, ésa no va a pasar nunca.» Dio en el clavo. Nunca iría a pasar. Ésa sí que era «nueva» diría Apollinaire hablando de lo nuevo, ésa sí que era nueva de novedad heroica. Ahora tengo 90, el otro día los cumplí, y sigo siendo “fidelista” como sigo siendo “allendero”. Mundano de mundanidad, con todos los riesgos. Habré nacido carbonífero, tiznado de carbón, pero mundano. Marítimo y fluvial, pero mundano, en ese puerto del extremo sur donde el gran personaje es el ventarrón”. (web pcp) |
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