Recibe este nombre el pensamiento elaborado en Francia durante el siglo XVIII, que condujo a la redacción de la Enciclopedia, preparó el advenimiento de la revolución francesa y contó entre sus miembros, más que a filósofos, a pensadores sociales, moralistas y políticos, como Condillac, Voltaire, Rouseau, Condorcet. No predican los nuevos doctrinarios la sumisión ciega a la experiencia del simple hecho, como Bacon ni tampoco su practicismo para el cual saber es poder, una ciencia fundada exclusivamente en las luces de la razón. La Razón y no el empirismo, es lo que endiosará la Convención Revolucionaria.
Se ha dicho que nadie caracteriza mejor la época entera que Voltaire: «Un caos de ideas claras» lo ha definido alguien. Taine en el Ancien Regime lo define: criatura hecha de aire y flama, el más excitable de los mortales, compuesto de más átomos etéreos y palpitantes que los de cualquiera otro hombre; su maquinaria mental era de las más delicadas y su equilibrio mental exacto y variable». En torno a Voltaire han exagerado las alabanzas y los vituperios, según las simpatías del lector. Enemigo declarado de la escolástica, el viejo régimen y el clericalismo, pronto se convirtió en bandera de progreso. Y llegó a bautizar naciones como cuando dio a Ben-jamin Franklin el lema: «Dios, Patria y Libertads. Su in fluencia social fue enorme y sus doctrinas perduran en no pocas instituciones y prácticas de los pueblos del Nuevo Mundo. Nos llegaron unas directamente, otras por medio del liberalismo de Norteamérica.
Voltaire no elaboró un sistema, en cambio ha dejado sin número de sentencias y frases brillantes: «Los libros gobiernan al mundo, o por lo menos aquellas naciones que tienen lenguaje escrito, las demás no cuentan. A un niño se le ocurre que puede haber libros perjudiciales... pero en aquel tiempo, reciente el uso de la imprenta, se hablaba de difundir la luz del espíritu, a la vez que se negaba el espíritu; se practicaba la difusión de abstracciones, la justicia, la verdad la razón, a diferencia del empirismo inglés que buscaba, hechos, colonias, mercados que explotar, esclavos que revender. Afirmativo de vaguedades y abstracciones y más bien negativo en toda su acción. Voltaire tuvo por tarea favorita destruir, aplastar la infamia» o sea la trilogía: «el fanatismo, la intolerancia y la crueldad". Y como estaban entonces representados éstos por la Iglesia, era natural que contra ella volviese Voltaire sus diatribas. En lo político fue Voltaire el precursor del gobierno de clase media ilustrada que es lo único que lleva a los pueblos a la grandeza. Su credo se confunde con el credo liberal y adolece de todos los vacíos de éste. Los principios de Igualdad, Libertad y Fraternidad, son de base cristiana y representan por lo mismo, un alto ideal. Lo malo es querer convertir en filosofía de la vida, lo que no es otra cosa que humanismo social limitado. Tal como se hizo, por ejemplo en México, a raíz de la Reforma, y cuando toda una generación de hombres distinguidos adoptó el naturalismo filosófico que no basta ni para mentalidades primarias. No es la de Voltaire una filosofía y los argumentos con que aniquila la Metafísica en su candidez, no pasan de ser dignos de la farsa que es su obra. Por los dos lados la doctrina liberal fracasa; por el lado social en cuanto que no atinó a reglamentar la libertad, y sí en cambio produjo la monstruosidad del capitalismo; y por el lado de la cultura, porque no sospecha siquiera los valores supremos de la con-ciencia. La Diosa Razón es digna de la pantomima. «La religión de la Patria» es rito gastado y el mito del progreso, último refugio de la escuela liberal, es quimera hecha pedazos por los cañones Krupp en Europa, por la depresión y el gansterismo en Norteamérica. Se puede alegar en provecho del liberalismo, el éxito norteamericano del primer siglo y medio nacional, y las libertades, las instituciones de Francia bajo la Tercera República. En el caso de Norteamérica, sin embargo, no hay que olvidar que por debajo de los teóricos, lo que sostenía el nervio de colonos y "pioners", lo que impulsaba el esfuerzo nacional era el sentido cristiano de la vida, el tesón de cuáqueros y puritanos. En Francia, la vieja cultura, aliada con el liberalismo abstracto, pudo crear florecimientos notables como el período científico francés del siglo diecinueve, pero tómese en serio el liberalismo volteriano y roussoiano, aplíquesele como se le aplicó en México, por imposición extranjera, en calidad de única doctrina o doctrina oficial y el resultado es el que nosotros hemos palpado: la disolución de un pueblo, su corrupción y ese desierto de almas en que pasan las décadas y no aparece siquera un libro capaz de revelar una preocupación superior.
En Voltaire, un fondo de caridad humana y de rebelión contra las injusticias sociales, levanta todo el pensar y le ha dado perduración.
En la versión anglosajona, el liberalismo, consuma su descrédito máximo cuando se convierte en imperialismo, que reserva la libertad para los amos, los blancos de Kipling y la niega a los coloniales y los extraños. En la América Española. el liberalismo, instrumento de disolución en manos del imperialismo anglosajón, sobrevive apenas a la esperanza que animó a Bolívar, a Miranda y a Sucre, después se convierte en la jerga prostituída de los tiranuelos: los Rosas, los Porfirio Díaz. los Vicente Gómez, los Calles, lugartenientes del extranjero.
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