Jean de La Fontaine |
Son escasos lo escritores peruanos que ademàs de escribir en el idioma cervantino nos hayan entregado tambièn obras de traducciòn tanto en el idioma inglès como en el galo. Uno de estos escritores es el tacneño Raùl Gàlvez Cuèllar que tuvo el privilegio de estudiar en Francia, lugar donde bebiò in situ el nèctar de lo mejor de la literatura francesa. Gàlvez Cuèllar, como se sabe, es un autor que domina todos los gèneros literarios pero muy pocos conocen que tiene en su haber exquisitas traducciones de autores del 'viejo mundo'. A mi insistencia, el maestro Gàlvez Cuèllar, ha buscado y encontrado en el baùl de sus recuerdos y notas casi olvidadas, una bella traducciòn del gran poeta y fabulista, Jean de La Fontaine, autor de obras maestras de la literatura francesa. A la manera del poeta galo, Gàlvez Cuèllar es un escritor que basa su obra en la vida y reflexiòn profunda sin perder la comicidad siempre presente en su creaciòn literaria.
Jean de La Fontaine a travès de la conducta de los animales encontrò una forma de ver los comportamientos del hombre para elevarles la conciencia y dotarles de sensibilidad. En el poema traducidò por Gàlvez Cuèllar, el poeta francès nos hace ingresar a un mundo gallinàceo que no abandona la comicidad. Traducir un poema a un determinado target language nunca es fàcil, pero Raùl Gàlvez Cuèllar demuestra su dominio del lenguaje no materno al entregarnos la traducciòn de este poema, dirìa yo, cuasi fabulado, del gran autor francès que naciò en Champagne el 8 de julio de 1621 y fallece en Parìs el 13 de abril de 1695. Edad 74 años.
Jorge Aliaga Cacho.
LAS MUJERES Y EL SECRETO
Por Jean de La Fontaine.
Traducido por Raùl Gàlvez Cuèllar.
Nada pesa menos que un secreto,
pues llevarlo lejos no es difícil a las damas:
y sé que sobre estos hechos
un buen número de hombres parecen mujeres.
Para probar a la suya, un marido exclama
en la noche ante ella: "Oh Dios, ¿Qué es esto?
¡Ya no puedo más! ¡Me desgarro!...
¿Qué?. ¡He parido un huevo!. ¿¿Un huevo??...Sí, aquí está
fresco y recién puesto. No lo digas a nadie;
me llamarían gallina. En fin, no lo hables más".
La mujer nueva en este caso,
así como en otros asuntos,
cree la cosa y promete a sus dioses callar:
pero ese juramento se desvanece
con las sombras de la noche.
La esposa indiscreta y poco fina,
sale de la cama cuando el día apenas se levanta
y corre a casa de su vecina:
"Comadre -le dice-, tengo la última;
pero no lo cuente porque me haría usted azotar:
mi marido acaba de poner un huevo, grueso como cuatro.
En el nombre de Dios tenga mucho cuidado
de no divulgar este misterio".
¿Usted se burla? dice la otra. Ah !qué poco sabe
quién soy yo!. Vaya y no desconfíe de mí.
La mujer del ponedor vuelve a su casa,
y la otra ansiosa de contar la noticia
va a repartirla en más de diez sitios,
y en lugar de un huevo, dice tres.
Esto no es todo, ya que otra comadre dijo cuatro,
contando el chisme a la oreja,
precaución poco necesaria,
ante lo que ya no era secreto,
porque el número de huevos iba creciendo,
y antes de acabar el día,
ellos se elevaban a más de un ciento.
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