AREQUIPA
Por Luis Yáñez
¡Oh verdor jubiloso,
campiña donde a solas
clavé en el tiempo flechas de mi aljaba!
Una tarde,
por la entreabierta ventana de mi infancia,
sorprendí al cielo
enamorado de la inocente plenitud del valle.
Sonoros dardos
de las lluvias de enero
enardecieron el insurrecto somatén del río.
Arequipa,
hoy que mi vida declina,
ha llegado la hora del meridiano viaje,
del viaje ineludible
de ida y vuelta.
De ida a la certeza de mi vida
y de vuelta
al son crepuscular de tus aldabas.
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