Por Julio R. Villanueva Sotomayor
La tierra ancashina se endiabló (31 de mayo de 1970),
rompió huesos, tragó carne
y se emborrachó con la sangre de miles de gentes.
Su encabritada hambre de destrucción
se desplazó por bárbaras hendiduras
de casas, carreteras y sumisos suelos.
Se hermanaron el susto y el llanto,
los brazos se buscaron en el desamparo,
muchos se toparon con sus pares
otros agarraron solo el viento agonizante.
Con feroz ímpetu sacudió al Huascarán,
le arrebató un pedazo de su piel,
y convirtió la cornisa en rocas voladoras,
al hielo en gigantescas balas,
al barro en monumental mortaja
y al agua en catarata infernal.
La desazón duró tres minutos;
luego el tiempo se enloqueció
y el espacio de Yungay
se nubló con un insondable pánico.
Doña Josefina Alvarado, ama de casa,
estaba por entrar a la cocina
y en el dintel de la puerta,
con el atizador en la mano,
pasó a ser doña nadie,
sepultada por un feroz golpe de barro.
Tres minutos de resurrección
para, luego,
volver a morir
¡Qué fatalidad!
El emolientero, Juanito, el de la esquina,
empezó a evaluar la ruina;
sus ojos estaban emitiendo sus últimas lágrimas;
¡maldito instante!,
él y su carretilla sintieron un feroz mazazo
y él cayó embarrado, inerte, bañado por su jarabe preferido.
La dura roca del Huascarán
viajó dieciocho kilómetros
y con cruel violencia eliminó
el rico sabor del refresco vespertino.
En la otra esquina, el del hospital,
el doctor Ángeles
estaba en el quirófano
operando a un niño con aguda apendicitis.
A las 3:26 p.m., el médico hendió más el bisturí
impulsado por el peso y la fuerza del aluvión.
El médico se convirtió
en instrumento de muerte
y un niño murió
sin saber cómo era la muerte.
- ¡La combi esta patinando!
- ¡Es la direccional
- ¡Es un terremoto! ¡Virgen del Rosario, sálvanos!!!
En eso, la combi voló por los aires,
se ensortijó con rocas, hielos y aguas,
y volvió al suelo convertido en espantoso féretro.
En tres minutos, la chatarra
y los huesos humanos
se perdieron en charco de muerte,
para siempre.
Unos perdieron la vida viendo la muerte,
como los que se remecieron con el terremoto;
otros pasaron a la muerte luego de otra muerte
cuando Yungay hermosura
se convirtió en tres fatídicos minutos,
en Yungay sepultura.
Lima, 31 de mayo de 2019
La tierra ancashina se endiabló (31 de mayo de 1970),
rompió huesos, tragó carne
y se emborrachó con la sangre de miles de gentes.
Su encabritada hambre de destrucción
se desplazó por bárbaras hendiduras
de casas, carreteras y sumisos suelos.
Se hermanaron el susto y el llanto,
los brazos se buscaron en el desamparo,
muchos se toparon con sus pares
otros agarraron solo el viento agonizante.
Con feroz ímpetu sacudió al Huascarán,
le arrebató un pedazo de su piel,
y convirtió la cornisa en rocas voladoras,
al hielo en gigantescas balas,
al barro en monumental mortaja
y al agua en catarata infernal.
La desazón duró tres minutos;
luego el tiempo se enloqueció
y el espacio de Yungay
se nubló con un insondable pánico.
Doña Josefina Alvarado, ama de casa,
estaba por entrar a la cocina
y en el dintel de la puerta,
con el atizador en la mano,
pasó a ser doña nadie,
sepultada por un feroz golpe de barro.
Tres minutos de resurrección
para, luego,
volver a morir
¡Qué fatalidad!
El emolientero, Juanito, el de la esquina,
empezó a evaluar la ruina;
sus ojos estaban emitiendo sus últimas lágrimas;
¡maldito instante!,
él y su carretilla sintieron un feroz mazazo
y él cayó embarrado, inerte, bañado por su jarabe preferido.
La dura roca del Huascarán
viajó dieciocho kilómetros
y con cruel violencia eliminó
el rico sabor del refresco vespertino.
En la otra esquina, el del hospital,
el doctor Ángeles
estaba en el quirófano
operando a un niño con aguda apendicitis.
A las 3:26 p.m., el médico hendió más el bisturí
impulsado por el peso y la fuerza del aluvión.
El médico se convirtió
en instrumento de muerte
y un niño murió
sin saber cómo era la muerte.
- ¡La combi esta patinando!
- ¡Es la direccional
- ¡Es un terremoto! ¡Virgen del Rosario, sálvanos!!!
En eso, la combi voló por los aires,
se ensortijó con rocas, hielos y aguas,
y volvió al suelo convertido en espantoso féretro.
En tres minutos, la chatarra
y los huesos humanos
se perdieron en charco de muerte,
para siempre.
Unos perdieron la vida viendo la muerte,
como los que se remecieron con el terremoto;
otros pasaron a la muerte luego de otra muerte
cuando Yungay hermosura
se convirtió en tres fatídicos minutos,
en Yungay sepultura.
Lima, 31 de mayo de 2019
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