Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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jorgealiagacacho@hotmail.co.uk
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http://www.jorgealiagacacho.com/

11 de mayo de 2018

Jorge Aliaga Cacho en Tánger

Con el botones del Hotel Continental 
En el Hotel Continental, Marruecos
 
Por Jorge Aliaga Cacho

Corría el 2004, habíamos decidido viajar a España. Sylvia iría conmigo. Acordamos que, desde Madrid, nos dirigiríamos a la frontera meridional española. Planeábamos llegar a Cádiz y, para ello, deberíamos bordear las ciudades que miraban al Atlántico: Valencia, Alicante, Almería, Málaga, Algeciras y, finalmente, Cádiz. De ese último punto cruzaríamos al África. En Algeciras tuve un altercado cuando viajábamos en el autobús. Sucedió que, al hacer una parada para beber café en un modesto restaurante, un tipo de apariencia gitana me dirigió bruscas miradas y algunos insultos sin haberle hecho nada. Recuerdo que lo reté a que saliera a la calle, hacia la pista, 'para dar un par de vueltas', le dije, pero no recuerdo que más le dije; ni como se desarrollaron los incidentes. Sólo recuerdo que el tipejo me cayó antipático. Además, no podía permitirle que me humillara delante de Sylvia. Pensé que a alguien como yo, de los Barrios Altos, limeño, no lo podría amedrentar ningún gitanillo bravucón de camisa negra, parecida a la que yo vestía en ese momento. Al final, para mi suerte, el gitano nunca salió del restaurante. Sylvia quedó entre impresionada, miedosa y enamorada. Me abrazó y me condujo de regreso al autobús. Luego, llegamos a Cádiz donde esperamos la embarcación que saldría para Tánger, una ciudad situada en el extremo norte de Marruecos, en el estrecho de Gibraltar. Yo viajaba con pasaporte peruano y me agradó la conducta de las autoridades de migraciones que estampaban nuestros pasaportes a bordo de la nave. A Sylvia le demoraron más el sellado de su pasaporte. Recordaba que un trámite similar realizaría cuando cruzaba la frontera de Francia hacía España, algunos años atrás. La gendarmería española hizo bajar del vehículo  a todos los pasajeros, menos a mí. La mayoría de viajeros eran británicos. Cuando me disponía a entregar mi pasaporte peruano, un policía, de buen porte, me dijo, educadamente: 'usted no señor, usted siéntese'. Fue allí cuando sospeché que estos se traían algo malo contra los británicos: 'el Morro de Gibraltar' -me dije. Eso sucedió hace ya muchos años. En esa época, no se habían abierto las fronteras de la Comunidad Europea. Sylvia, había reservado una habitación en el Hotel Continental. Tánger es una ciudad que ha heredado gran influencia extranjera, particularmente, en la arquitectura mixta de sus calles. Poco a poco, los turistas bajaban del autobús con dirección a sus alojamientos. Nosotros también deseábamos llegar al nuestro. El vehículo iba quedando casi vacío. Sólo nosotros quedábamos. Nuestro destino demoraba. Yo empezaba a sospechar que ese Hotel Continental sería un cuchitril. En eso lo divisamos. El edificio lucía impresionante, tenía su frontis embanderado. Flameaban todas las banderas europeas, 'pero alto', 'alto', me dije, también flameaba entre ellas, lo estaba viendo: la blanquirroja peruana. Entonces, bajamos del vehículo y al llegar al lobby del hotel, nos esperaba un mulato que, por su indumentaria, lucía como virrey: llevaba puesta una peluca blanca, y camisa con puños de encaje. Sus zapatos frescos, bien lustrados, llevaban en los empeines hebillas rectangulares. Sylvia, parecía contenta. Yo sentía pánico sólo al pensar en la futura factura del hotel. Parecía no haber nadie más que nosotros en el hotel. Pensamos que veríamos algunos turistas más tarde, tal vez, en el restaurante, a la hora de la cena. Teníamos tiempo para dar un 'stroll', como dirían lo ingleses. Pasearíamos las estrechas callejuelas de Tánger, la Plaza 9 de Abril, los Jardines de la Mendoubia. Le echaríamos un ojo al Cinema Rif que, siendo reformado y convertido en centro cultural,  hoy aloja talleres y una biblioteca. Nos impresionaron las baldosas blanquiazules que decoraban el Gran Teatro Cervantes. A nuestro paso, unas mujeres mantenían su rostro cubierto pero encendían sus ojos curiosos. Otras demostraban preocupación en la mirada. Ya habíamos sentido el vibrar de la ciudad. Ahora, era tiempo de regresar al hotel, tomar una ducha y bajar a las instalaciones del comedor por esa fina escalera de mármol que hacía juego con los dientes del botones. Luego, bajamos al comedor. No vimos a nadie en los corredores. La decoración era de fino gusto morisco. Ahora, ¡no podía creerlo! Habían puesto, valses peruanos por el hilo musical. Sylvia reconoció la música y me miró contenta. A mí, me volvió a dar una sensación de pánico. Éramos los únicos comensales. Los platos se sucedieron unos a otros. Tres personas atendían nuestra mesa. Al fondo había una entrada grande que daba al bar. Podíamos ver a un barman enano que paseaba su cabeza por el filo del mostrador. Al finalizar la cena, sentí que me había reconfortado el baño de peruanidad y, decidí acercarme al enano que nos seguía con la mirada desde el filo del bar, lugar al que alcanzaban sus ojos. Con suerte, me dije, me ofrecería un pisco sour. Pero no, no quise complicarlo. El barman era un conversador. Hablaba bien, muy bien debo decir, el español. Había trabajado en Alicante. Pedimos dos 'gin and tonic', no supe como ordenarlo en español. Trago viene trago va, el enano nos dijo que eramos los únicos huéspedes en el hotel. No quise preguntar cuál era la razón. Seguimos la conversa y en una de esas, zas, el enano me hizo la pregunta. '¿Usted sabe como nació el nombre de Alicante para esa ciudad?'. Pensé, lo miré, y le dije que no lo sabía. 'Mire señor', me dijo: había una vez, en Alicante, un hombre que hacía la limpieza de la mezquita. Su nombre era Alí. Un día, al imán de dicha mezquita,  le dijeron que el fiel que se encargaba de los cánticos,  y que conducía el ritual de la oración con gran esmero, no iba a presentarse al ritual por motivos de salud.

En esas circunstancias...el enano me seguía contando... Luego, mirándome a los ojos, el chato me preguntó:'¿Sabe lo que el imán le dijo a Ali?' 'No, no lo sé', le respondí. 'Pero quiere saberlo', me volvió a preguntar el enano, ahora estaba subido sobre un banquito de madera charolada para servirme la última ginebra. 'Sí, claro', le dije. El enano, entonces, me dijo que el imán se había dirigido a Alí con las siguientes palabras: 'Alí: cante'. Yo no pude evitarlo y me maté de risa pidiendo me sirviera otro 'gin and tonic'. Estaba claro que había aprendido algo para volcarlo en este cuento. Han pasado los años y Sylvia ya no está, al menos nose encuentra a mi lado. Me pregunto si me recordará. Me pregunto si sabrá que a esa ciudad, y posiblemente a ese hotel, supieron llegar, aunque el enano no nos lo dijo: Sean Connery, Jimmy Hendrix, Pío Baroja. Winston Churchill, o el mismo Paul Bowles, escritor y compositor estadounidense, que alternara con Orson Welles, John Houston y Salvador Dalí.

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