Héctor Rosas Padilla y Jorge Aliaga Cacho |
Por Jorge Aliaga Cacho
Enigma. Como el título de uno de sus poemas, 'una sombra que está y no está', un enigma fue para mi recibir el encargo de leer y comentar los poemas de Héctor Rosas Padilla reunidos en su libro "De repente un poema". Conocía acerca de la labor de Héctor en su quehacer como científico social, y particularmente, en el campo de la educación de los sectores hispanos en los Estados Unidos, tema bien documentado en su libro “La Educación y los Hispanos en los Estados Unidos de América”.
Hoy me toca leer y comentar su obra poética que, al igual que su obra de corte científico social, empieza con su preocupación por la fábrica social que nos corresponde, pues en su poema ´Sodoma y Gomorra´ hace las comparaciones pertinentes como denuncia a la situación similar que golpea a la realidad en nuestros días.
'Adoré ídolos y cautivé vírgenes que dejaron de serlo
en las orillas de arcilla del Mar Muerto.
Estuve en los templos que fueron sus prostíbulos de cada día.
Toqué la cítara en ciudades como éstas del siglo veintiuno
donde su hedor a corrupción me trae la memoria
de las últimas noches de Sodoma y Gomorra".
Cumpliendo con su deslinde poético social el bardo pasa a incursionar en su yo subjetivo para recordar vivencias que han formado y alimentado la conciencia del hombre-poeta. Y para el hombre-poeta no podía pasar desapercibida la presencia de las mujeres noctámbulas de San Francisco que aunque lo creyeran grillo, este supo, aunque con el corazón dolido, rescatarlas del ruido de las guitarras eléctricas para perennizarlas en las colinas de San Francisco.
Héctor Rosas Padilla, como todo buen poeta, tiene desarrollada la intuición. Por ello intuye a la amada, la imagina rubia, poseedora de una voz y ojos seductores. Imagina el fondo del bolso femenino y hasta el lugar de comida rápida donde se encontrarán algún día. Este recuerdo o encuentro con el modernismo será más tarde olvidado para tumbarse sobre sus recuerdos infantiles y ver pasar el río, la naturaleza, la niñez que será lo más cautivante de este tierno libro de poemas. Pero el poeta también se encuentra con la desilusión, y niega lo que alguna vez supuso, y se da cuenta que los cabellos de Julieta no fueron desprendidos de ninguna noche, ni que el cuerpo de la fémina sea un cerezo vestido de flores,ni que lo que más quieran los felinos sean sus labios.
Hernán Rosas Padilla, nacido en Cochahuasi, un caserío de Cañete, le rinde homenaje al lugar que lo viera nacer. Y lo hace con trazos descriptivos que pintan un bello paisaje de su pueblo: 'no tiene puentes inmensos, ni edificios que acerquen la tierra al cielo', apunta el poeta. Hernán Rosas sin romanticismos que lo alejen de la realidad: 'solo casas de adobe que a duras penas se alejan un poco del polvo y los charcos de sudor de mi gente'. El poeta es consciente que su pueblo ha sido olvidado por el resto del mundo, pero definitivamente no por él, pues él registra sus versos en la piel del aire que besa el recuerdo de Cochahuasí. Y su tierra es bella, es un lugar cortado por un riachuelo y adornado por un puente construido por hombres que no conocieron París.
Y el poeta ama a todo lo que se puede contemplar en el recorrido del cuerpo de una mujer: su pelo, sus labios, sus senos que no se rinden a las amatorias del bardo, pero sobre todo, ama el alma prodigiosa de la amada, así lo anuncia en su poema 'Mujer'. También nos deja su explicación de la poesía: que es y está presente cuando la sangre bulle como la tinta de un lapicero, cuando ella viene, cuando se desnudan, una fruta nocherniega gimiendo y tiritando de pasión, implorando ser devorada. Cuando convertida en palabras, sobre la página de un libro, ruegue la pasión. Eso es poesía.
El poeta ha contemplado a la Venus de Botticelli. Las mujeres lo conocen mejor que nadie para sustraerle palabras a su silencio. y nadie mejor que él para tenerlas en su boca de fauno enamorado como si fueran frutas eternas. El bardo crea poemas para no caer en repentina soledad. Y el poeta sueña aún con las memorias de Cañete: 'aquella mitad mujer, mitad ola' con quien gritara gozosamente al crepúsculo. Y el cantor salvaje de amor no respeta distancias y corre, vuela, de su Cañete querido a Laketahoe, va a la nieve, va en busca de unos pechos enhiestos que provocan la liberación del lobo.
"De repente un poema" es la dicotomía de la vida, sus contradicciones, negaciones, es la vida misma. Es infierno y es paraíso:
"Tengo miedo de Lima, de sus ratas fungiendo de políticos
de sus microbuses siempre al filo del abismo
de su miseria ganando terreno como la podredumbre
y de la podredumbre hablando de probidad y sacrificio moral
en los burdeles embanderados.
Sin embargo, cuánto no daría yo por dar un par de vueltas
por sus jirones como una sombra furtiva
en busca de unos choclos sonrientes,de un triste de guitarra
o de un emoliente".
"De repente un poema" es un libro valiente, sin mordazas, es una lección de compromiso social que debieran tener los cultores literarios en nuestra patria. Y el poeta no espera a nadie en este parque sin pálpitos pero conoce de memoria a todas sus sombras, como lo dice en uno de sus poemas. El libro de Hernán Rosas Padilla es un canto a la tierra nuestra, nostalgia, añoranza a Cochahuasi, Huayabamba, Rodríguez de Mendoza, sinónimos del paraíso. Pero también es comprobar que el país reza a un dios ensordecido donde viven niños con rostros sin auroras. Así lo denuncia el poeta.
Para finalizar quisiera manifestar que hay muy pocos libros que puedan alcanzar el cognitivismo ético de esta bella obra poética. Libros como "De repente un poema" debieran servir para formar la conciencia crítica de nuestra juventud. En este bello libro existe arte comprometido con el devenir histórico del país. Anuncia la necesidad de un nuevo Perú. Por ello lo recomiendo y aplaudo. Para mi es un gran honor haber tenido la oportunidad de leer y escribir un comentario acerca de esta gran obra de Hernán Rosas Padilla, dilecto hijo de Cañete y ciudadano del mundo.
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