El presidente del Perú y su ministro de Economía notificaron al país que la fiesta ha terminado. Pero suavizaron después sus declaraciones. La gente del pueblo nunca tuvo fiesta. La tuberculosis campea; la corrupción se extiende; escuelas y hospitales siguen en ruinas; se consume más comida chatarra; hay malnutrición y desnutrición al mismo tiempo; hay muchos celulares, tablets y ipads, pero son pocos los que pueden leer, comprender y menos escribir, un texto. El analfabetismo computarizado se extiende como mancha de aceite en la juventud.
La alianza con los Estados Unidos para quebrar a la Unión Soviética, realizada por Richard Nixon y Mao en los setenta, permitió a los chinos realizar la modernización de los ochenta y convertirse en potencia mundial. El mercado norteamericano que se cerró a Cuba se abrió de par en par a China como antes se había hecho con Japón. Los capitalistas de Estados Unidos lograron deshacerse de sus monstruos industriales, pudieron dejar en la calle a los trabajadores que tenían derechos; y transfirieron a China la misión de ser la planta industrial del mundo con su inagotable fuerza de trabajo barata y disciplinada por el partido comunista, mientras Norteamérica se dedicaba a la fabricación de armas, los servicios financieros y el trabajo también barato y flexible de millones de jóvenes alienados por el consumo. La desregulación de los capitales realizada por Clinton en los noventa liberó montañas de dólares de computadora que fueron dedicados a comprar a precio regalado los activos de los países endeudados, entre ellos el Perú, cuyas masas populares fueron paralizadas con shocks económicos e hipnotizadas con telebasura, migajas y baratijas.
Wall Street dominó al planeta vía la especulación financiera y la concentración de los activos que cayeron en manos de sus empresas globales; China quedó como la fábrica mundial; Perú y otros países se convirtieron en proveedores de insumos a China, fueron la cola de la locomotora.
En lo fundamental, el Perú fue oro para especuladores nerviosos que no se fían del dólar; hierro y cobre para las fábricas chinas; harina de pescado para los cerdos y pollos que alimentan a los mil millones que empezaron a comer en el gigante asiático. Antes fuimos oro y esclavos. Hoy somos oro e informales.
La quiebra del sector inmobiliario en los Estados Unidos y Europa en 2008 obligó a los estados a salvar a los capitalistas. Estos últimos se hicieron de más dinero todavía. Pero los Estados Unidos y Europa, mercados de China, empezaron a comprar menos y China empezó a demandar menos hierro y cobre a sus proveedores de insumos. Cubiertas las necesidades de los especuladores que buscan el oro como refugio alternativo al tembloroso dólar, el precio del oro empezó a bajar. Con ello, muchos proyectos mineros dejaron de ser atractivos para los inversores.
Los congresos del Partido Comunista Chino vienen insistiendo en que el país necesita pasar a una industria de alta tecnología no contaminante, con energías alternativas y menos dependiente del exterior. Es posible que en el curso del siglo, otros países como Tailandia e Indonesia pasen a jugar el actual rol de China.
El ciclo continuará pero en condiciones más costosas para el Perú. Más de cuatro por ciento del PBI en lagunas perdidas, montañas de escoria, ríos convertidos en desagües, aguas de mercurio y cianuro. Más agujeros en los Andes, más contaminación. Menos producción, precios más bajos. Menos dinero para el Estado.
El corrupto establishment peruano quiere ahora vender más el país, sin pararse en obstáculos arqueológicos o ambientales.
Hacer que la gente viva de su trabajo limpio y organizado y no de las migajas que dejan los envenenadores es la solución que aconseja el sentido común. Pero no son tiempos de racionalidad sino de ignorancia de los pobres y codicia de los ricos de arriba y abajo. La fiesta del saqueo, la contaminación, la violencia, el desorden, continuará. Mientras la parte honesta del país lo permita.
La alianza con los Estados Unidos para quebrar a la Unión Soviética, realizada por Richard Nixon y Mao en los setenta, permitió a los chinos realizar la modernización de los ochenta y convertirse en potencia mundial. El mercado norteamericano que se cerró a Cuba se abrió de par en par a China como antes se había hecho con Japón. Los capitalistas de Estados Unidos lograron deshacerse de sus monstruos industriales, pudieron dejar en la calle a los trabajadores que tenían derechos; y transfirieron a China la misión de ser la planta industrial del mundo con su inagotable fuerza de trabajo barata y disciplinada por el partido comunista, mientras Norteamérica se dedicaba a la fabricación de armas, los servicios financieros y el trabajo también barato y flexible de millones de jóvenes alienados por el consumo. La desregulación de los capitales realizada por Clinton en los noventa liberó montañas de dólares de computadora que fueron dedicados a comprar a precio regalado los activos de los países endeudados, entre ellos el Perú, cuyas masas populares fueron paralizadas con shocks económicos e hipnotizadas con telebasura, migajas y baratijas.
Wall Street dominó al planeta vía la especulación financiera y la concentración de los activos que cayeron en manos de sus empresas globales; China quedó como la fábrica mundial; Perú y otros países se convirtieron en proveedores de insumos a China, fueron la cola de la locomotora.
En lo fundamental, el Perú fue oro para especuladores nerviosos que no se fían del dólar; hierro y cobre para las fábricas chinas; harina de pescado para los cerdos y pollos que alimentan a los mil millones que empezaron a comer en el gigante asiático. Antes fuimos oro y esclavos. Hoy somos oro e informales.
La quiebra del sector inmobiliario en los Estados Unidos y Europa en 2008 obligó a los estados a salvar a los capitalistas. Estos últimos se hicieron de más dinero todavía. Pero los Estados Unidos y Europa, mercados de China, empezaron a comprar menos y China empezó a demandar menos hierro y cobre a sus proveedores de insumos. Cubiertas las necesidades de los especuladores que buscan el oro como refugio alternativo al tembloroso dólar, el precio del oro empezó a bajar. Con ello, muchos proyectos mineros dejaron de ser atractivos para los inversores.
Los congresos del Partido Comunista Chino vienen insistiendo en que el país necesita pasar a una industria de alta tecnología no contaminante, con energías alternativas y menos dependiente del exterior. Es posible que en el curso del siglo, otros países como Tailandia e Indonesia pasen a jugar el actual rol de China.
El ciclo continuará pero en condiciones más costosas para el Perú. Más de cuatro por ciento del PBI en lagunas perdidas, montañas de escoria, ríos convertidos en desagües, aguas de mercurio y cianuro. Más agujeros en los Andes, más contaminación. Menos producción, precios más bajos. Menos dinero para el Estado.
El corrupto establishment peruano quiere ahora vender más el país, sin pararse en obstáculos arqueológicos o ambientales.
Hacer que la gente viva de su trabajo limpio y organizado y no de las migajas que dejan los envenenadores es la solución que aconseja el sentido común. Pero no son tiempos de racionalidad sino de ignorancia de los pobres y codicia de los ricos de arriba y abajo. La fiesta del saqueo, la contaminación, la violencia, el desorden, continuará. Mientras la parte honesta del país lo permita.
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