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Por Jorge Aliaga Cacho
Entraste como viento al alma,
remolino,
para acariciar mis penas,
botitas irlandesas repiqueteando,
mi corazón enfermo.
Cuánto puede durar un vendaval.
Inesperado.
Sorpresivo.
Mirada negra de luz blanca y negra,
figura etérea,
cabellera africana, sonajitas.
Volviste.
¡Oh hebdomadaria espera!
El profesor espera,
Llegaste, viento sonriendo,
Sentose en esa aula de dolor,
pena y defunción.
¡Pongan sus diccionarios sobre los pupitres!
Hoy vamos a conjugar el verbo SER:
Soy
Eres
Es
Somos.
¿Qué soy corazón?
Dímelo tú, viento.
Tus manitas se agitaban.
Diccionario, páginas, felices,
y mi corazón lloraba tu alegría.
Volaste,
a una de tus estrellas,
mi alma quedó con el recuerdo,
botitas marrones,
canillitas abrazadas,
sujetadas por pasadores gastados,
como mi espera.
Desde ese día busqué el céfiro,
susurro de tu brisa.
Huracán de tu boca que nunca
Arrasó mi boca.
Quiso Dios un día,
Que mi pena se convirtiera en tifón,
busqué,
te encontré,
lluvias,
nos unimos en trueno,
lloramos,
y juntos volamos suertes de alegrías y desgarros,
¡Ay de mí, corazón!