Por Jorge Aliaga Cacho.
Pulsaba el instrumento dentro del bolsillo del gabán. El mango iba relleno de algodón y sostenido por una cinta aislante. El fondo del bolsillo amenazaba romperse. Demoró tres meses en preparar, confeccionar y perfeccionar el arma: punta agudísima. Podría penetrarla como si fuese mantequilla. Jugaba con la idea de matarla. Es decir: meter y sacar el puñal de su cuerpo tantas veces como fuera necesario. Con pulso firme produciría algunos traquidos en el tejido cartilaginoso de la infausta y muestras de placer absoluto en su propio rostro. Ese viernes sería su último día de trabajo. Se retiraría luego a solaces pastizales. Dentro de poco escucharía el discurso del Jefe de Personal. Le darían de regalo, por sus servicios prestados a la empresa, un reloj con sus iniciales grabadas en letras mayúsculas. Para él sería un día inolvidable. Y para Rebecca su día final. Al finalizar el brindis, Pliridiano Ulyses, bajó presto al tercer piso donde se encontraba la oficina de Rebecca. Desde la puerta la observó hacer anotaciones en el libro de planillas. Eran las tres de la tarde y había silencio. Pliridiano entró y saludó cordialmente. Ella le regaló una sonrisa.
-¿Te acuerdas cuando prometiste amarme siempre?
- ¿De qué hablas Pliri?
- Yo no olvido, Rebecca.
- ¿Recuerdas los cuernazos?
- Estás loco, Pliridiano.
Pliridiano, puso el reloj sobre la mesa, y dijo:
- ¡Vengo a obsequiarte esto!
Cálmate Pliri, le dijo Rebecca, sus manos transpiraban; él se acercó lentamente, sacó el cuchillo del gabán y le clavó y desclavó, sin respirar, cuarenta y cinco puñaladas: a razón de una estocada por cada año de su puta vida.
Seguidamente, Pliridiano Ulyses Torres Alcantara, salió, alocadamente del lugar, dejando en la mano de Rebecca el reloj con las iniciales P.U.T.A., como epitafio.
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